martes, 19 de marzo de 2013

Una Mujer

Publicado el 17 de enero

Sabías que los milagros, las dudas y el deseo flotan en el mar de tu silencio; también los barcos y los kayaks, pero de éstos ya lo sabías. No hablo de cualquier silencio, sólo del tuyo.

Hace años pensaba que cuando te escribía no te conocía; luego te conocí y durante un tiempo tuve la sensación de que no era a vos a quien dirigía mis mensajes. Entonces, me dio por pensar que le escribía a una mujer inexistente, y para no caer en el absurdo al que me conducía esa reflexión, pensaba en las mujeres en general, en la mujer tipo: La Mujer. Lo cual era más absurdo, aún, que la posibilidad de una mujer inexistente, pero qué quieres, siempre me han atraído los excesos.

Algún tiempo supuse que todas las mujeres que conocí eran fases, etapas, edades de una sola. Fue la época en que se me ocurrió escribir un cuento basado en el diálogo de dos mujeres separadas por un milenio; una en el medievo y otra en los albores del rock and roll. Fue la etapa en la que en mi mente sólo pensaba en una oración “el recuerdo de una vida imaginada”.

En aquel tiempo ni siquiera intuía que la distancia milenaria era una extraña y compleja alegoría sobre mi ignorancia, que ese “todas la mujeres” fue un ardid de esa hombría culturalmente malentendida, que a mí me llevó a bifurcaciones existenciales y a otros los ha llevado a cometer extremas infamias.

Entonces, un día te vi y supe que eras tú de quien había estado hablando toda la vida. Te entendí y te quise desde que me contaste que te ibas de pinta en la secundaria porque tu madre te encerraba con llave todos los fines de semana; desde que supe que las conchas con nata era lo que más te gustaba comer por las tardes; desde que dejaste de creer en los gobiernos porque tuviste que dejar tu país para que no te desaparecieran; desde que te descubrí cantando en la oficina sin que tú supieras que lo hacías; desde que te conté durante toda la noche mis problemas y me besaste en los labios y nos quedamos dormimos; desde que te mojé como nunca antes y reíste y lloraste por pensar que te habías orinado; desde que me confiaste que abusaron de ti tan pequeña y no dijiste nada; desde que me revelaste que ya no me amabas y te fuiste con otro; desde que te vi haciendo tiempo en las fiestas para no llegar a casa porque ya no deseabas a tu marido; desde que borracha me confesaste que tenías miedo de enamorarte de mí y que jamás lees lo que publico.

Alguna vez intenté hablar de ti con la opulencia intelectual que jamás tendré. Leí mucho sobre mujeres, pero no soy historiador ni sociólogo. Tengo tantos prejuicios y deficiencias como para pretender aleccionar a cualquiera sobre tu identidad en el tiempo.

Nuevamente estoy hablando de una mujer que no existe o haciendo de todas las mujeres que conocí, una sola a lo largo de su vida. Es como un escape, una huida, una fantasía. Es muy tentador fantasear cuando, como la noche de hoy, te escribí un mensaje diciéndote simplemente hola, y después conversamos mucho tiempo.

Empecé hablando de los milagros, las dudas y el deseo, porque tienen que ver contigo, pero con sorpresa recapacito y advierto que no es nada ocioso hablar de ti; de hecho, me doy cuenta que había estado en un error. Todo este tiempo no he estado buscando dialogar con una mujer inexistente o con un collage de ellas, sino tratando de entender que eres un diálogo interrumpido, una vida que se olvida y se pierde, si no está conmigo.

Por eso me gusta platicar contigo, me recuerdas todo esto y tantas cosas más. Me recuerdas que me gusta escribir, inventar y hasta ser un embustero. Me recuerdas que me gusta desvelarme, sin que nada me importe; tomar vino tinto, cerveza o tequila cuando escribo y cuando no. Me recuerdas que la pasión de vez en tanto viene y me invade hasta que termino de escribir una historia o que a veces es tan abrumadora que se parece a la tristeza y no me permite ni siquiera tomar un lápiz o levantar la mirada.

Mujer, soy los mil años que te separan de ti misma, las tres o cuatro preguntas que no conociste en ese milenio; las mismas que te cambiaron para siempre y embellecieron mi vida; soy el trayecto de la mujer con hábito a la mujer con minifalda; la distancia que describe a la mujer que para aprender o huir se encerraba en conventos y la que narra a la mujer que se encierra en bibliotecas y asambleas para ser libre.

Es fácil hablar contigo, pero comunicarse contigo no lo es; ¿cómo te comunicas con un ser tan lastimado, tan ignorado y tan condicionado?, cuya historia sólo se conoce por deducción o inferencia. La tuya es la historia de las minorías, ¡pero eres mayoría!

Yo quería tener esta plática o este intercambio mínimo de palabras contigo para que nos conozcamos un poco más. No voy a reivindicar nada ni a nadie, mi asunto es egoísta y pequeño, como este escrito, que es más tu nombre que tu vida, más un acorde que una canción.

No sé si te he dicho que los milagros, las dudas y el deseo son pesados; es por eso que nos acordamos tanto de ellos, porque hacen referencia. Cuantos cantos de tu vida no inician o terminan con un milagro, una duda o el deseo. Siempre los estamos buscando para darle sentido a todo lo demás. ¿Y el amor?, me preguntarás… Tú eres el amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El amor..ahora,después y nunca.tus relatos realmente son increíbles, llamese novela, cuento o poesía, no dejes de escribir algo así como tus autobiografías!!?? Me gusta...MC