martes, 29 de enero de 2008

Sweet Dreams

Nada es para siempre, ni la vida ni la muerte. La primera le arrancó a esta última un pedazo de tiempo necesario para alcanzar la eternidad o la infinitud. Aunque se confunden, la eternidad es estática y la infinitud, dinámica.
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La muerte, herida y soberbia por no ser plena, inició su actividad y desde entonces se ha dedicado a arrancarle pedazos a la vida. Se lleva niños, ancianos; hombres y mujeres... se lleva todo.
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Los hombres inventaron a los dioses y a la ciencia, y también la delación para comunicarles que la muerte los estaba dañando. Por eso los dioses fueron eternos y la ciencia infinita.
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Sin embargo la muerte empezó a matar a algunos de estos dioses y a sembrar la duda en los científicos.
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Desesperados, los hombres inventaron un espejo para que la muerte se reconociera a sí misma, pero ella es ciega. Luego, le construyeron una estatua para que con sus manos se aprendiera. No dio resultado, no el esperado; ahora la muerte primero se chupa a los hombres hasta que se parecen a ella y luego se los traga.
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Los hombres entendieron que ni los dioses ni la razón, la pueden detener, y empezaron a dedicarse al sacrificio.
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Pero a la muerte le gustan las improbabilidades, las sorpresas. Le gusta ver niños de Biafra sentados en monedas de oro, indígenas centroamericanos que en vez de persignarse limpian su fusil antes de dormir. Le encanta el cognac en un pen house mientras pone un snuff en el televisor, ir de vacaciones a Ciudad Juárez.
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La muerte se nos volvió cruel y ubicua; nosotros tenemos morado y adolorido el pecho.
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Pero la muerte nos necesita vivos para existir, que la comuniquemos para que pueda actuar. Si la dejamos de pronunciar ¿dejará de existir? Si nos dejara en orfandad "a mitad" del siglo XXI, ¿la extrañaríamos?
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Saber que vas a morir ¿tiene que ver con que quieras ser una mejor persona? Saber que este planeta tiene más de 4 mil millones de años ¿te importa, cambiaría en algo tu actitud si tuviera 25 minutos? Decidir si tienes un gen de Adán o de Lucy, ¿modificaría en algo tus valores morales? Saber que la estrella rojiza que miras antes de dormir dejó de existir junto con el último de los dinosaurios, ¿te funciona como despertador?
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¿Habría que luchar por una muerte eterna y no infinita?
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El Pero humano simpre o nunca posterga la muerte. El problema es que el Siempre alude al futuro y el Nunca, al pasado.

viernes, 25 de enero de 2008

Pequeña Historia de Martha

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La canción que se escucha de fondo es Southern man de Neil Young.
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DISCO DE LA SEMANA / DISC OF THE WEEK
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Neil Percival Kenneth Robert Ragland Young, mejor conocido como Neil Young. Canadiense con una producción discográfica casi tan larga como su nombre de pila (más de 40 discos hasta 2007), nos deleita con su tercer álbum: After the Gold Rush, 1970.
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Recomiendo ampliamente Don't let it bring you down, Tell me why, When you dance you can really love y sobretodo: Southern man, una obra maestra lírica y musicalmente hablando. Estamos tratando quizá con el mejor exponente del Rock-Folk.
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This week you can download an excellent album by Neil Young: After the Gold Rush, 1970.
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MARTHA TIENE tras de sí una vida amorosa caracterizada por el fracaso: un gran amor que la dejó por mil argumentos o sin explicación alguna; una búsqueda vana por encontrar al amor de su vida, que quisiera formar una familia con ella.

Sus fracasos se deben a que se ha relacionado con hombres casados o que sólo querían una aventura, situaciones que nunca despreció del todo. Ella piensa que buscando se encuentra al amor. En lo que no ha reflexionado es que el amor tiene mil rostros y maneras, es decir, no viene enlistado en ninguna carta de restaurante.

Un día, caminaba por las calles del Centro Histórico y vio que en un edificio, el INBA impartía cursos y talleres. Se inscribió a uno de computación y empezó a ir los martes y jueves por la tarde. El profesor de la clase se llamaba Raúl Parra. En el salón eran pocos los alumnos, y fueron menos con el transcurso de las sesiones.

Martha estaba muy entusiasmada, no tanto por lo que aprendía, sino porque Raúl le gustaba y empezó a ver en él al hombre ideal: inteligente, interesante, de buen humor, sencillo y muy atento. Todas estas características, se exacerbaron porque él le ponía mucha atención a los trabajos que ella presentaba en cada clase, y esto no era ninguna rareza, pues al cabo de tres semanas al aula sólo asistían ellos dos.

Llegó el final del taller, y para entonces Martha y Raúl ya se tuteaban, discutían, se reían,…eran amigos. Decidieron ir a un bar para despedirse. Platicaron largo rato, bebieron unas cervezas y se contaron algunos chistes.

−Quiero estar contigo, dijo él mientras la miraba y ella seguía riendo por alguna puntada.

−Pues, estamos juntos, ¿no? O ¿a qué te refieres?, dijo ella sonriendo mientras se terminaba su cerveza.

Sólo se miraron, y pronto de las sonrisas pasaron al coqueteo. Él pagó la cuenta y salieron del restaurante. Caminaban con seguridad y prisa, como si previamente hubieran pactado el lugar a donde irían.

En el automóvil de Parra llegaron al motel.

Se vieron un rato; el escenario era ajeno, no había computadoras ni cables ni botones qué apretar. Ella optó por prender el televisor; él, por encender un cigarrillo. Así apaciguaron esa leve desorientación que viene después de cerrar la puerta del lugar en donde pasas cada primera vez que estás con alguien distinto.

Raúl beso delicadamente su cara, hasta arrancarle un suspiro; mientras, con sus manos empezaba a tejer esa telaraña de prepotencias carnales que llamamos deseo. Luego, apretó el cuerpo de Martha contra el suyo, tomándola de las nalgas y besándole el cuello, a la vez –y en esas fases qué cosa no es simultánea, de lo que se trata es de sincronizar todas las extensiones de la piel−. Martha permaneció un instante quieta. Se recobró; para entonces él ya utilizaba sus dedos como cautines que iban reduciendo las ropas de ella, a pavesas que su humor iba esparciendo por la habitación.

Las manos masculinas fueron descubriendo el cuerpo femenino con parsimonia. Ella se dejaba desnudar y el roce de cada prenda le provocaba cada vez más ganas. Cuando quedó totalmente desnuda, él la recostó sobre la cama y comenzó a desvestirse, pero ella súbitamente se levantó, lo tomó de las manos y lo recostó como a un herido. Le desabrochó el cinturón, bajó el cierre y como una partera sacó su miembro que se henchía.

Se siguieron acariciando hasta descubrirse el corazón; él verificó que sólo sentía deseo; ella, que se seguía enamorando.

Un gemido grave anunció que Martha humectó su pene. Jadeos y silencios posteriores, resumieron el placer concentrado en él. Mientras su boca mamaba con ritmo y sin elegancia, sus manos ayudaban a desvestir al amante. Cuando terminó de descubrirlo, empezó a besarle el abdomen, a lacrarle todo el pecho con la cera de su desdicha. Llegó al cuello y terminó en su boca. Él, colmado de excitación, quiso recostarla, pero ella no se dejó.

−No voy a dejar que me penetres, le dijo con una sonrisa casi retándolo. Asombrado, dejó que ella continuara besándolo, las manos, los brazos, las piernas y sus nalgas.

De pronto ella se puso de pie, como si acabara de llegar al salón de clases.

−Ya vámonos, le dijo muy seria retándolo.

Harto de no ejercer su voluntad, se puso de pie frente a ella, la miró con pasión, que no es otra cosa sino bravura sexual. Con fuerza la tomó por los hombros y la volteó. Su mano izquierda permaneció sobre su hombro y con la diestra jaló su discreta cadera hasta tenerla empinada: la penetró. Ella no alcanzó a ahogar un fuerte gemido, sintió que la abría toda, mucho placer. Los siguientes minutos fueron piel contra piel, leves y fuertes golpeteos de piernas, unas gotas de sudor que cayeron sobre sus nalgas, un diálogo corporal y un monólogo emocional.

Llegaron a ese lugar donde sólo hay susurros, calor y veneno.

Él la recostó sobre la cama y olfateó por todo su cuerpo.

−Mmm…, tu aroma… hueles a mujer limpia.

Ella no entendió bien a qué se refería, pero le gustó escucharlo decir algo.

No se volverán a ver; él la buscará unos días como se busca a una amante; ella lo esperará unos meses como se espera al amor.
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Una Mujer de la Ciudad

Dos húmedas noches invernales: tus ojos.
Un acertijo del pasado milenario: tu mirada.

Esa noche fue devorada paulatinamente por tu
mirada que tiene más edad que tú y, sin embargo,
no ha visto más de lo que tus ojos han permitido.

Tus ojos: amanuense y alfarero de un talismán que invoca
fantasías y proyectos, y me hacen partícipe de tu mundo,
sin pedirlo, sin saber siquiera cuál será mi papel.

Una extensión de la rosa y sus espinas: tus manos.
La confabulación de todas las bondades: tus caricias.

¿Por qué tu boca y tus ojos no hablan la misma lengua;
y cuando lo logran, se contradicen?
¿Por qué cuando están de acuerdo, aparecen tus manos
y te enmudecen y te ciegan y desapareces?

Debo confesar que tus brazos y tus manos
desdoblaron mi voluntad, y soberbios exhibieron
que mi amor tiene por patria todo tu cuerpo.

miércoles, 23 de enero de 2008

La Negligencia, la Empresa del Amor

¿El amor tiene intenciones, ambiciones; posee voluntad o instrumentos para ejercerla? ¿Es este amotinamiento de preguntas una reproducción de su ausencia?
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Uno puede pasarse la noche especulando y aventurando respuestas sobre el amor y es fascinante, pero nada se compara con hacerlo.
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Justo ahora, pasada la media noche especulo y aventuro que la primera de las negligencias y quizás la unica benigna de ellas, es el amor. Si éste no fuera negligente no habría tanto corazón roto, tanta soledad, borracheras, o jóvenes y viejos taciturnos escribiéndole.
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No es que seamos tontos, que no o sí sepamos elegir; si algo caracteriza a la negligencia es la omisión involuntaria, y esa es justamente la divisa del amor. Pero aunque carezca de voluntad, sus omisiones nos afectan para bien y para mal.
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Cuando dos negligencias concurren se dejan de preguntar "cosas", actitud que no es más que el resplandor de una ¿vieja? negligencia solitaria; pero aunque los quieran tener en cuarentena, no hay nada como cuando se está enamorado.
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El amor es hacer del corazón un cubilete y meterle hasta nueve dados.

sábado, 19 de enero de 2008

¡Qué Noche la de este Año!

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De fondo se escucha Like a Rolling Stone de Bob Dylan, una de las favoritas de Gerardo-Tlacuiloco
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Agustín Aguilar Tagle leyendo un poema a su gemelo Gerardo



No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa, No me importa…

A lo mejor más de 200 personas cantamos a coro esa frase: No me importa. En realidad, todos estábamos ahí porque nos importaba.

Fue el homenaje a Tlacuiloco (alias Gerardo María Aguilar Tagle).

Viñeta de Tlacuiloco. Deportes extremos: Balero
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El Ruta 61 fue el escenario. No lo conocía, pero después de cantar a coro esa frase, me dejé de sentir ajeno. Fue el momento más emotivo de la noche y vaya que hubo varios.

Pero empecé al revés. Primero daré una explicación del porqué fue importante esta noche para mí.

Hace más de 20 años, mi tío Ulises llegó a casa (la de él) con unas cervezas y un disco nuevo. La portada que vi de lejos no la reconocí.

−Me recomendaron a este grupo, no lo conozco, pero en lo que lo pongo, destápate las cheves.

Como vil programa de Office, me dispuse a seguir sus instrucciones; el clic fue: destápate las cheves (aunque yo tomé puro refresco, en verdad).

Nunca había escuchado nada igual, no fue como escuchar a Soda Estéreo, que andaba de moda, o a Radio Futura. No, fue diferente, incluso Ulises me explicaba varias cosas de las letras que no entendía y las repetíamos.

Pasaron varios años y yo me aprendí las letras de memoria. Leyendo de por aquí y por allá, adquirí los elementos para entenderlas mejor. Después de años de escuchar a muchas bandas de Rock, entendí y sentí que Mamá-Z fue un grupo irrepetible y esos son los imprescindibles.

El título del disco: Esa viscosa manera de pegarme las ganas.

En el tianguis del Chopo intentamos ubicar otros materiales, pero fue en vano, y ello nos hizo valorar más esa joya que aún tenemos en nuestra colección de incunables.

Hace unos meses, cuando recién ingresé al mundo de los blogs, intenté buscar bitácoras afines a Carta Abierta; descubrí que había un Blog llamado El Blues de la estufa divina. Ese nombre me remitió al pasaje de una canción de Mamá-Z y vi el nombre de Agustín Aguilar Tagle. Seguí indagando en el Google, y llegué al de un tal Gerardo María Aguilar Tagle. Inmediatamente recordé que Ulises había mencionado que dos de los integrantes del grupo eran gemelos: −Tienen que ser ellos, pensé.

Desde entonces empecé a comunicarme con los Aguilar Tagle y la respuesta fue bastante grata.

Después de este breviario temporal, entenderán que cuando saludé a Agustín, estaba nervioso, ahí frente a uno de mis ídolos del Rock mexicano.

Al final, con mayor soltura (no sé si por el Havana 7 o la alegría, ninguna opción se excluye) me despedí de Agustín y conocí a Marugenia, la esposa de Gerardo, quien me reveló que el Tlacuiloco solía quemar mis recomendaciones musicales: noche redonda señores.

Blues y Rock de lo mejor con las Señoritas de Aviñón y Vieja Estación, bandas de primera línea.

Y, además, conocí en persona a una amiga bloguera,
Lilith, quien me cayó muy bien.

Regreso a la rola final del Homenaje. Toda la familia y amigos de Gerardo coreando ese No me importa; su hijo,
Jerry Damage, en Catarsis.

Mi mejor amiga y yo, disfrutando ese evento de a los que asistes solamente una o dos veces en tu vida, por el amor e intensidad que se desplegaron. Aunque faltó una "duenda" del sur.

El más reciente mensaje que dejó en CA, Tlacuiloco, decía más o menos: Te sigo leyendo aunque ni cuenta te des. Hay mucho más qué decir de esta noche, pero eso me lo quiero guardar, disculpen ustedes.

Pero recordando y escribiendo, únicamente sé que en el porvenir, al referirme a esta noche, acudiré al nombre y frase de la canción: ¡Qué Noche la de Aquel Año!

miércoles, 16 de enero de 2008

Primera Matutina

En la ciudad, el frío decembrino de la madrugada es como ponerte tres piezas de metal en las orejas y la nariz. Algunas personas te miran con desconfianza o eso crees porque en realidad con la fugitiva oscuridad de esas horas, no se alcanza a distinguir si te ven o sólo te intuyen; otras, esconden lo que no tienen.

De pronto, vas en un taxi y observas la ciudad que a lo lejos se ve como una sábana negra destendida con brillantina. Con el sueño dormido en el bolsillo de tu camisa, eres incapaz de conmoverte a pesar de saber que algunas de esas lucecitas iluminan a alguno que están asaltando, a una pareja de enamorados que aún hacen el amor y proyectan sus sombras inquietas sobre una pared o a una madre que no prende la luz para no despertar a nadie mientras le prepara el desayuno a sus hijos.

Llegas a tu casa. Todo estuvo perfecto en el trabajo el día anterior y sin embargo, nada está bien, te cuesta trabajo sonreír; entonces, presientes que desafortunadamente un gnomo que siembra y cosecha lontananzas, se cuelga de las comisuras de tus labios y las utiliza como paracaídas. Así, evita que puedas sonreír con facilidad; ni siquiera esa broma simplona que te hizo reventar a carcajadas hace un par de días, es capaz de trastocar el descender paulatino de ese hombrecillo.

viernes, 11 de enero de 2008

El Tronco Barnizado

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La canción que se escucha de fondo (Canción para un viejo amigo de Ismael Serrano), en esta ocasión acompaña muy bien al texto.
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Abstract: Some times we need looking the past as flash back. Perhaps, we can find some friends, at least their memories, those who made us smile. It is possible we feel like traitors or evil fictional characters.

Sometimes, forgiveness is not a cure anything; almost always a infinity hug is more effective.
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You can download an amazing CD by Paco de Lucía, John MacLaughlin y Al Di Meola.
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Passion grace and fire. Este disco es muy sabroso para todo momento. Cuando se está leyendo, conversando, deambulando por la casa sin saber el porqué; o simplemente para quedarse dormido con música flamenca.
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Aunque en lo particular, recomiendo que se escuche con atención. Paco de Lucía, John MacLaughlin y Al Di Meola, hicieron esta delicia en 1982.


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ÉL SE llama Gervasio, sus apellidos no importan pues ustedes no lo conocen ni lo van a conocer.

Llegó a casa de Alonso un día que éste no estaba. Tenía las llaves del departamento y entró. Se tomó dos cervezas mientras lo esperaba. No podía esperarlo mucho tiempo y se fue, pero dejó por olvido o a propósito, a esta altura del relato quizá sea lo menos importante, pero lo más interesante, un pequeño tronco de madera barnizado y una nota de despedida.

Cuando Alonso llegó a su casa, le pareció sospechoso ese objeto. Alonso sospecha de todo lo que no conoce, y una vez que se familiariza, desconfía. Es un tipo que tiene por costumbre encontrar o inventarle explicación a todo. Se tomó un ron mientras reflexionaba el o los motivos de ese objeto olvidado.

Sabía perfectamente que Gervasio no es una persona olvidadiza, de hecho es bastante memorioso; por otra parte, no es afecto a las indirectas, siempre habla de frente. Como fuera, cualquiera de las dos opciones era un comportamiento raro en él. Sabía que era un acto que rompía con sus costumbres.

Pero había otra posibilidad, que fuera un regalo, ante lo cual después de pasar por la sospecha y la desconfianza, llegó al sentimiento de lo espeluznante.

Se sirvió otro ron y se quedó pensando:

−Fuimos como hermanos, pero tomamos decisiones que nos hicieron amigos, y luego asumimos riesgos que nos hicieron hombres lejanos con la hermandad atada por un hilo al pasado más remoto que compartíamos, porque sólo así el vínculo permanecería.

Alonso se pasó toda la noche y el resto de la semana, pensando y pensando en ese tronco barnizado. Pasaron los meses y algunos años. No hubo noticias de Gervasio durante ese periodo. El tronco barnizado se convirtió en un bonito adorno que todos los que visitaban su departamento, chuleaban.

Un día Gervasio se apareció en el departamento de Alonso. Aquél le dio un abrazo, uno de esos que se dan dos o tres veces en la vida.

−Me fui de viaje, hermano.
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Conversaron entre ron, whisky y canciones de Agustín Lara.

−Pero ¿a dónde te fuiste?

−Alonso, siempre tan ansioso y curioso. Dime, ¿dónde tienes mi tronco barnizado?

−Ah, ¿qué no fue un regalo?

−Mi buen Alonso, siempre tan ocurrente. Soltó la carcajada.

Gervasio se fue a un viaje larguísimo. Un día todos lo emprenderemos si no es que ya lo hemos hecho, pero para ello tenemos que estar ligeros. Le dijo a Alonso que ese tronco barnizado era su vida: −No podía llevarlo conmigo, tuve que hacer ese viaje, liviano. No hubiera podido dejarlo en mejores manos.

Hay ocasiones en que un comentario o una presencia amainan las ansias de saber la verdad; queremos saber la verdad porque en algún momento de nuestra vida nos hicieron sentir engañados, y nos dolió tanto que creímos que ese acto significaba que todo lo demás también era falso. Es como perseguir fantasmas que nadie vio; buscamos en cada persona, en la calle, en la televisión; buscamos una señal que confirme la sospecha y pondere la desconfianza; luego, cansados de no encontrar nada, inventamos verdades que nos ayuden a salir del bache, y nos seguimos sin pensar en nada ni en nadie. Al perseguir verdades corremos el riesgo de pasar de largo por las realidades. Es como sólo querer lo que no tenemos.

Un buen día nos damos cuenta de que vamos solos, que nuestra vida es un palíndromo en donde nuestro pasado es igual a nuestro futuro, para qué pensar en grandes pasados y futuros, con los propios tenemos más que suficiente.

−Alonso, tráeme el tronco mientras saco estas lijas que conseguí.

−Acá está, y ¿ahora qué,... en dónde las conseguiste?

−Vamos a quitarle las asperezas al tronco entre los dos.

Alonso incrédulo, como siempre, tomó una de las lijas y ahí se la pasaron un par de horas más o menos, hasta que el barniz desapareció de la superficie. Gervasio puso particular esmero en una parte del tronco que asemejaba una puerta. Con unos cuantos golpes rompió esa parte y extrajo de ahí una semilla.

−¿Y eso qué es, tú lo guardaste ahí?

−No, ahí creció. Ahora te toca a ti cuidarla hasta que se forme un tronco, y entonces puedas emprender el viaje.

−¿Qué viaje,... de qué me hablas?

−No lo sé, cada quien emprende el que necesita. A mí me la dio un
tipo que me dijo lo que yo te digo ahora.

domingo, 6 de enero de 2008

La Señora de Trujillo

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La canción que se escucha de fondo tiene destinataria ...
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Abstract: This story is about solitude, but respect of our parents. We are costume to live and enjoy each moment, and I think it is fine. But, what’s up with your father and mother, did you remember them last time you cried?

This week you can download an excellent CD by Victor Manuel San José, from Spain, 1978. Just amazing.
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Este disco, Soy un corazón tendido al sol, de Victor Manuel San José (mi tocayo), es uno de mis favoritos porque desde que tenía siete años de edad, lo ponía en la tornamesas.

Muchos conocemos a Serrat o a Aute, pero Victor Manuel tiene unas letras impresionantes. En lo particular, este disco es de los mejores de él, y de los mejores en la historia contemporánea de España. Buscan un disco perfecto, descárguenlo y verán de lo que hablo.

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CUANDO TENÍA 11 años, mi padre me llevó a Huetamo, allá en Michoacán. –Vamos a visitar a un pariente, regresamos hoy mismo. Yo sabía perfectamente que no teníamos parientes en ningún lugar con ese nombre.

Era sábado y a mis amigos no los vería hasta el lunes. Sólo agarré una libreta en donde solía escribir las canciones que cantaba con mi guitarra en las penumbras de mi habitación.

−Papá, y ¿cómo se llama ese pariente?

−Es la Señora de Trujillo. Tajante, fue todo lo que dijo. No volteó a verme para responder, como si su mente hubiera sido la que formulara la pregunta, como si le respondiera al conductor del autobús, que estaba casi al lado.

En ese viaje supe para siempre que una de las cosas que más disfruto en la vida es sentir que mis ojos consumen la carretera. Ahora, puedo elaborar la idea de que no era la carretera sino la sensación de avanzar, avanzar,…

Me quedé dormido. Desperté, y mi padre estaba con la mirada perdida en el horizonte; creo que desde el momento de abordar el autobús él ya estaba en Huetamo, incluso en la casa de la Sra. de Trujillo.

Recuerdo que mi padre siempre fue muy bromista con nosotros, me decía furín; yo no sabía el porqué, pues mi nombre es Arnulfo. Mis hermanos nunca fueron Eduardo, Alicia y Lizbeth sino Lalo, Licha y Liz.

El día que mi madre se fue, todos recuperamos nuestros nombres de pila. Él dejó de sonreír y bromear. Fueron mis hermanos quienes me dijeron, a los 14 años, que Mamá no murió, que se había ido con otro hombre; yo tendría unos nueve cuando eso ocurrió.

Cuando llegamos a Huetamo, recuerdo que vi una tienda con artículos de piel: sombreros, cinturones, chalecos y demás cosas. Todos los hombres tenían botas y sombrero, todas las mujeres que vi llevaban algo cargando, canastas o escuincles.

Caminamos bastante por varias calles, pero no guardo ningún recuerdo nítido; seguramente si alguien me contara esta anécdota, guardaría imágenes más precisas de ese lugar. Es que para mí fue como ir a visitar a nadie para nada, hasta que llegamos a casa de la Sra. de Trujillo.

La puerta de la casa estaba abierta, pero no era como la nuestra, ya saben, un jardín o un estacionamiento antes que la casa; no, inmediatamente el comedor. Vi una mesa gigante con trastes sucios, aún olía a comida pero no había nadie. De pronto, salió un señor como todos los demás y le dijo a mi padre que pasara. Él pasó a otra habitación que tenía como puerta un zarape raído. Mi padre sólo me dijo: −Espérate aquí, Arnulfo.

Siempre fui muy obediente, pero en esa ocasión soslayé su orden porque sentí como si mis hermanos me dijeran: ve y escucha, entérate porque nuestro padre se va a olvidar hasta de sí mismo y nosotros debemos ser su memoria, el testigo indeleble aunque ineficaz.

Nunca he juzgado a mi padre; tampoco mis hermanos, pero el viejo se nos volvió, en un abrir y cerrar de ojos, una especie de Carta Magna sin legisladores. Fue, hasta hace pocos años, ya todos adultos, cuando Liz se atrevió a preguntarle algo sobre nuestra madre, pero el viejo sólo se sirvió su café y prendió el televisor. A pesar de todo nos quería; no, nos amaba. Simplemente, se transformó en una de esas personas que ya no hablan del amor aunque lo sientan. Y qué es la tristeza sino sentir sin ser capaz de decir.

Sí, definitivamente el viejo no es un nostálgico, es una persona triste. Al principio le daba de mamar a la tristeza, la última vez que lo vi, le prendía cigarrillos y le ofrecía café.

Me asomé por el zarape raído:

−¿Está usted seguro que quiere olvidar su dolor? El dolor es la cicatriz del alma, el que nos recuerda que lo que pasó fue real. Acá han venido muchos para olvidar sus penas y a todos les digo lo mismo.

−Esa mujer me está matando, dijo la voz temblorosa de mi padre.

−No se apresure, desde’ndenantes usted estaba muerto.

Mi padre sólo la miraba mientras se iba recostando en una cama.
−Extienda su brazo izquierdo, señor.

La Sra. de Trujillo le frotaba la axila izquierda a mi padre. Él, con los ojos en el techo y esa mirada que ansía perderlo todo aunque tuviera todo a favor.

−Lento, vamos lento. Ya no hay retorno. Poco a poco, vamos… ya no hay dolor, pero tampoco alegría. Esto no es una historia de fantasía. Mis manos le van a hacer olvidar todo, le van a robar la capacidad de sentir el pasado, pero de querer el presente; tampoco habrá futuro, sólo usted y su entorno.

Un señor, me agarró por el hombro y me dijo con voz quebradiza: −No lo veas, hijo, tu padre se está muriendo.

En ese momento no entendí lo que me dijo, no sabía qué era la muerte, pero sí sabía que la gente moría.

Hoy en día sé que la muerte es algo íntimo, que se cuenta con los dedos al oído de un dios personal. Asistí a la de mi padre. Me he venido a vivir a Canadá y la distancia entre Huetamo y la nieve que veo caer por la ventana es tan corta.

Tengo en la mano el mail de Liz. Mi padre acaba de fallecer y yo quiero regresar a Huetamo, cuando era niño y tal vez, tal vez…