martes, 19 de marzo de 2013

Palabras para Cecilia

Publicado el 27 de agosto de 2012

Estoy triste. No por las cosas mundanas que tanto te cuento: el dinero, la mujer, la familia. Es por un motivo interior cuya frecuencia e impulsos han estado en mí, dentro de mí; mejor aún, dicha frecuencia e impulsos soy yo. Toda esta palabrería para decirte que estoy triste por mí. Pero es una tristeza rota, no una de esas como zeppelines, inalcanzables y lentos, que parecen que nunca caerán.

La idea de la rotura de mi tristeza me permite corregir eso de que estoy triste por mí o de mí o en mí; incluso, desdecir esto de “mí tristeza”; no la poseo ni me posee. Yo soy la tristeza y estoy roto.

¿Recuerdas que después de explicarme, con esa didáctica amorosa y exasperada, lo qué es la capacidad, me dijiste que teníamos que romper el molde, recipiente o como lo hubiéramos nombrado, te dije que yo era ese objeto? Escansión.

Pasó un día que fue hoy, que ahora es antier y ya es hoy de nuevo.

Pasaron las primeras horas con otras cosas mundanas: ejercicio, trabajo, alimentos. Fui a la escuela de inglés. Conocí a una mujer que tiene una sonrisa que se abre como dulce tradicional mexicano: con ruido y facilidad.

De regreso a casa, me invadió esa tristeza rota. Pasé por el parque donde suelo correr. No recordé en ese momento, pero supe, minutos después, que en una corriente subterránea en mi inconsciente empezaron a emerger y flotar objetos que aparecen únicamente mientras corro. Todos ellos estimulantes, agradables. Por primera vez fui testigo del modo como razono; vi los procesos mediante los cuales infiero o deduzco, la ejecución de estos. Cómo el resultado de todo esto eclosionó un conocimiento. No te miento si te digo que creí sentir la producción de los precursores químicos en mi hipotálamo.

Supe que me estaba rompiendo, que la costumbre suele conformarse y adaptarse a los quebrantos, cuarteaduras o roturas; lo hace para evitar la ruptura, el fin. La costumbre prefiere el dolor ancho y el ardor delgado, a la transformación.

Vino a mi mente el tema de la resistencia y cómo se la confunde con el autoabandono. La primera es una actitud contra todo lo que nos corroe; el segundo tiene una larga lista de modalidades, desde una negligencia abyecta hasta un miedo paralizante.

La tristeza rota persistía porque era la única operación reactiva que contenía ese recipiente que era yo. Los anteriores destellos de furia o alegría fueron parte de impulsos menores, situaciones controladas, casi de laboratorio.

Recordé más cosas en esa larga caminata a mi hogar. Semanas antes de conversar sobre el rompimiento del molde, intuí aperturas y retornos en mi vida. Todo lo mundano estaba contenido ahí en sus formas posibles. Elegí representarlas con el Big Bang como principio del viaje y el orgasmo como el retorno abrupto y efímero del mismo.

Cecilia, era claro que la ruptura estaba ocurriendo y esos minutos fueron como el rubor que seguramente sintió Jorge Luis Borges cuando escuchó a Juan José Arreola hablar por horas y se enteró que la pasión y el alfabeto no sólo sostienen idiomas sino también, de vez en vez, inventan hombres excepcionales.

Esa ruptura fue como el salto de la película que te conté, porque una vez roto el molde, no habría nada y sin embargo seguiría estando yo. No era el miedo a la muerte, sino el amor a la vida lo que me estaba impulsando; mis brazos se estiraban como nunca, y de mis piernas y muslos surgía y se prolongaba un salto bello e inmaculado. Como si el corazón me bombeara carne y huesos por unos instantes.

Esto es tan simple que no es nada sencillo. No es comenzar de nuevo, quemar las naves, borrón y cuenta nueva. Yo no usaría esas palabras u oraciones. Es más, no tengo la necesidad de explicarlo. Sólo quiero agregar que tú, Cecilia, eres la primera persona con la que (quiero y) tengo comunicación. Es similar a tocar al mundo, pero todavía me falta hacer esto. No es como salir a la calle, tocar la tierra y dejarse mojar por la lluvia. Tocar al mundo es el Big Bang, desencadenar las reacciones hacia dentro y hacia afuera de mí. Es desestabilizar, si es que la estabilidad no tiene ranuras de tiempo.

Llegué a mi casa. Fui a la cama y me recosté.

Estaba parado en la esquina de Madero y Eje Central, esperando la luz roja para cruzar. A mi lado estaba un tipo con rictus de circunspección. En cuanto se puso el verde, avanzamos. Frente a Bellas Artes, al llegar a López, me detuve porque un auto estaba dando vuelta. El tipo circunspecto miraba de lejos un charco, con resignación desaceleró su pasó, preparándose para mojar sus zapatos, ya con rictus de tragedia. Una audacia era lo que necesitaba, pero quizás no la conocía.

Imaginé que era un tipo con amplia cultura y con ética rígida y cerrada, adecuada para estar relativamente seguro, a salvo en estos días rojos; para tener una vida aburrida y morir con pasividad. Entonces supe lo fácil que es confundir la resignación con la aceptación al cambio. No me entretendré en explicarlo, pero en ocasiones un pequeño acto es suficiente para saber cómo actúa y actuará una persona en las situaciones que encare y le presenten dilemas personales. Hay otras que aunque se duerma con ellas 20 ó 30 años, no se puede afirmar que se las conoce.

Le busqué el rostro al tipo de la circunspección y cuando logré verlo, tremenda sorpresa. ¡Era yo cuando tenía 24 años! Retrocedí, retrocedí lentamente y no me percaté que lo hacía en dirección a la circulación de los automóviles. Uno de ellos me golpeó.

Desperté sin sobresaltos. Casi siempre salía ileso de los accidentes en mis sueños; esta vez no.

Me quedé recostado; no te miento si te digo tres o cuatro minutos.

Caminábamos por un largo pasillo con las paredes blancas repletas de cuadros que me recordaron las pinturas de Jacek Yerka. Segundos después, advertí que más que caminar junto a mi acompañante, era yo quien lo seguía, o peor aún, que él me conducía; aún no sabía a dónde. Giró a la izquierda, abrió la penúltima puerta y se introdujo, no sin antes indicarme con su ceja levantada, que al fin habíamos llegado.

Estábamos en una habitación vacía, cuya blancura la dotaba de una amplitud ilusoria; en realidad era una pieza cilíndrica de tres metros de radio. Me extendió un tubo parecido a una pasta de dientes.

−Desnúdate y cubre toda tu piel con el fijador.

Antes de seguir sus instrucciones, leí el tubo. En letras grandes “GS, Fixative". Seguí leyendo, al tiempo que me habló didácticamente.

−Sé que no sabes nada, que tengo que explicarte los procedimiento y después llevarte a tu casa 

No respondí, pero sabía que estaba ahí para entender algo. Sólo recordaba que las pinturas del pasillo eran de un polaco.

−El fijador es un gel que sirve para que se grabe aquí y en mi casa tu firma genética y puedas regresar sin problemas; GS son las siglas de “genetic sign”. Cuando termines, te pones esta pastilla bajo la lengua. Es un afrodisiaco.

Se disolvía con rapidez y su sabor era ácido. En la habitación entraron dos mujeres hermosas y desnudas. Una se me acercó. Nos besamos. Sentí su cuerpo caliente y la recosté sobre un edredón. Acaricié sus firmes muslos y sus amplias nalgas. Mojé mis dedos en ella y le empapé su pubis y su vellosidad sexual. Su aroma era fuerte, penetrante; una forma velada de meterse en mis recuerdos como yo en su vagina. La besaba y sentía su cuerpo sudoroso, mientras la empezaba a penetrar.

Debo confesar que no sentía tanta virilidad desde mi adolescencia. Mostraba una vigorosidad plena y satisfactoria. Por un instante busqué con la mirada a mi compañero, parecía mi espejo; la mujer me agarró la cara e hizo que la mirara fijamente a los ojos. Empecé a sentir los estertores. Lo que antes ocurría en segundos, parecía que duraba horas. A pesar de que me movía con pericia y gran velocidad, sentía el orgasmo, ¡era perenne!

Cerraba los ojos y escuchaba nuestras respiraciones y jadeos; sentí que el mundo era mi verga dentro de ella; abrí los ojos y la vi perdida, yéndose; ¡los volví a cerrar y vi blanco y negro!; ¡los abrí, no vi nada, abiertos o cerrados era lo mismo!; ¡placer, blanco y temblor!; ¡me iba y me venía! ¡Nada!: sentí que una fuerza me arrebató de ahí.

−No sólo es un afrodisiaco, pero era más fácil que lo entendieras por la experiencia que por una explicación.

−Entonces ellas fueron una alucinación –le inquirí, algo desilusionado.

Mientras se vestía, con una ropa distinta a la que se había quitado hacía ¿unos minutos?, me dijo que ellas eran cortesía de la pastilla que habíamos ingerido.

−Lo que te tomaste se llama catalizador sináptico. También tiene siglas: SC. Ya puedes vestirte, tu firma genética ya fue registrada en mi casa. Cuando digo casa, me refiero a mi planeta.

Abrió la puerta por la que supuestamente habíamos entrado, no había pasillo. Sólo una enorme habitación con muebles. Sentí un ligero mareo cuando abrió la puerta que daba a la calle.

−Te preguntarás dónde está el pasillo; ¿ahora me crees que estamos en otro planeta, en el mío? Por décadas los científicos del tuyo tuvieron pruebas, registros, de que por un attosegundo, se activaba una parte del cerebro cercana al hipotálamo, pero no sabían por qué, no tenían la técnica ni la tecnología para analizar el fenómeno. No es un órgano, sino un área del cerebro en donde, por alguna razón, durante el orgasmo, la sinapsis suele ordenarse y organizarsse, como si cobrara consciencia e independencia del resto y así como aparecían se esfumaban dichas formaciones neuronales. La droga que ingeriste prolonga esa reacción y así descubrieron que la energía que se libera ahí es un atajo a otros sitios del universo. Luego encontraron la forma de potenciar esa energía y usarla para viajar y así nos encontraron.

Caminábamos por la calle y era igual a la de cualquier ciudad de la tierra. Incluso vimos que del otro lado de la avenida, con escopeta en mano, una mujer asaltaba a dos ancianos.

−Creo que nos parecemos demasiado –comenté−, acá también hay de los malos.

−Sí, es parecido, pero no igual. Acá esa palabra no existe. Yo la entiendo porque soy un embajador en tu planeta, pero eso que nombras malo o maldad es, simplemente, una manifestación concreta de un sentimiento. Esa mujer cree que la sociedad le debe algo y los viejos son una representación idónea de aquella.

−Pero por qué estás tan seguro, pueden ser otras las causas; la pobreza, una venganza…

−En ese sentido somos una especie mucho más simple y sencilla que ustedes. Nuestros procesos mentales son más claros; no mejores ni peores, pero sí más directos.

Otra, pero fundacional diferencia, es que nosotros no tenemos religiones; el pensamiento religioso no se manifestó en nosotros. Nuestro cerebro genera ciertas enzimas que inhiben la acción de los precursores químicos necesarios para generar ciertos tipos de temores. No es cuestión de que tiren las cruces, las medias lunas o las pirámides; es insuficiente ser ateo.

−Una diferencia conceptual, cultural –dije, restándole importancia al asunto− ¿O qué otra consecuencia se deriva de la ausencia del pensamiento religioso?

−Ustedes tardaron en llegar a estos viajes más de seis mil años; a nosotros nos tomó menos de mil.

−¡Algún defecto deben tener respecto a nosotros! –repliqué con pretensiones defensivas de una raza cósmica insultada e inexplicable para mí.

−Nosotros lo planteamos como diferencias, no como defectos o virtudes. Una diferencia cabal es la pasión. Los mismos precursores que dan paso a procesos químicos complejos y posteriores, les permiten volcar todo su ser, con peculiar y desbocada atención, a determinadas tareas. Es una manera de explicar algunos saltos evolutivos propios de su especie. Como si la naturaleza los hubiera intentado compensar o anular los perjuicios ocasionados por su pensamiento religioso. Caray, esta forma de razonar y argumentar, propia de ustedes, es fácil de aprender y muy entretenida.

−¿Para dónde vamos, qué hago acá? –cambié el tema porque no alcanzaba a entender todo lo que me decía.

−Fuiste nombrado embajador de tu planeta en el nuestro. Allá mostraste una habilidad especial para aceptar al mundo. Se seleccionan a personas con alto grado de poliglositud o que dominen al menos siete idiomas. La capacidad de aceptar y aprehender el mundo y lo que en él hay con diferentes nombres, es un síntoma ineludible de apertura  mental de los individuos de tu especie. Y es una medida oficial para aquilatar a quienes podrían adaptarse más rápido a otros mundos.

Mi interés es enseñarte a vivir acá, que entiendas este mundo y sus formas de vida; sus peligros y todo en general.

−¿Por qué no sé mi nombre, a lo que me dedico; tengo hijos o esposa?

−Es parte del protocolo. Es importante que vengas con la cabeza clara, únicamente con la información necesaria para cumplir con tu deber. De hecho, algo no está funcionando bien, no deberías generar esas inquietudes.

Caminábamos sobre Avenida Dragones. En un puesto de periódicos vi las noticias: políticas, deportivas y demás. Revistas con mujeres desnudas y hermosas. Fue cuando me percaté que estaba leyendo en un idioma desconocido; no era inglés, árabe, chino, español, alemán, francés o alguno de los otros que conozco. No reconocía ningún carácter y la lectura era de arriba hacia abajo. En ese trance reflexivo dejé de entender lo que estaba leyendo.

−Esa es una de las formas del temor que su cerebro permite y que tiene importantes consecuencias sobre el pensamiento lógico. Incluso el tuyo, que fácilmente acepta al mundo, se llega a bloquear con estos estímulos que le son totalmente ajenos. Por unos segundos eso no estuvo consciente y pudiste leer nuestro idioma.

Noté que los semáforos eran plateados, que los pasos cebra eran de color azul y la carpeta asfáltica gris claro. El crepúsculo permitía distinguir un sistema binario y me costaba trabajo respirar.

Me sentí ajeno a ese planeta hasta que me percaté que ninguno de los coches que circulaban tenía un logo conocido; las marcas de los electrodomésticos en las vitrinas o en los espectaculares eran totalmente desconocidas, sus colores me parecían enigmáticos. Tuve una sensación de encierro, de estar en un mundo imposible y recordé que sentí lo mismo al ver los cuadros de Jacek Yerka. Tropecé y estuve a punto de caer, pero él me sostuvo del brazo.

−Entramos en un edificio que me recordó algunos de Europa Oriental. Dormí en la cama que me indicó.

En ese lugar siempre es hace 10 mil años. Cuando se descubrió, hace siglo y medio, se creyó que era un espejismo cósmico; luego, especularon si se trataba de una lente natural porque aumentaba el tamaño de los cuerpos celestes que se encontraban a varios años luz y que se miraban por ahí. Largos estudios mostraron que se podía cruzar por ese lugar y, al hacerlo, se hacía un viaje al pasado, 10 mil años ha. 

Eso, per se, fue asombroso para ustedes. Fue el primero de los tres descubrimientos que cambiaron la concepción de su lugar en el universo. El segundo, la posibilidad de habitar otro planeta por medio del coito, cuando diseñaron una droga que activa una parte de su cerebro que amplificada conecta con otras partes del cosmos. El tercero, cuando pudieron reproducir y manipular a bajo costo el Bosón de Higgs. Imitaron el túnel espacial, en donde siempre es 10 mil años atrás, en otros lados para buscar planetas habitables a donde llegar en poco tiempo. Lo que no lograron fue estabilizar dichos puentes porque su duración es de meses.

Me despertó la presencia de mi acompañante. Lo vi parado frente a mí.

−Es hora de irnos, debes llevar la fórmula a tu planeta.

−¿Qué fórmula de qué hablas? –dije sorprendido mientras me incorporaba.

−Sé perfectamente que soñaste el sueño de los 10 mil años  Lo que de él recuerdas es, apenas, el sello del empaque, su código de barras, para que entiendas. Créeme que la cantidad de información que transfundimos a tu memoria es inconmensurable en terabytes. Cuando les cuentes el sueño que tuviste, sabrán que la información está completa.

−¿Cuál es el propósito de todo esto, en qué lugar de la galaxia estamos? –le inquirí con rostro de falsa preocupación.

−Estamos en un sistema solar en la Constelación del Dragón. El propósito es construir el patrón de excitación neuronal idóneo para generar las sustancias que les permitirán manipular tres actitudes en particular: la ambición, la envidia y la deshonestidad. Luego, los neurofisiólogos aislarán los agentes químicos para replicarlos artificialmente.

−¿Por qué no simplemente les venden pastillas? –pregunté fastidiado.

−Es imposible, hay sustancias que sólo pueden producirse dentro de los organismos de las especies que los necesitan, en su hipotálamo, para ser precisos. El problema es que tardarán mucho tiempo en acceder a la técnica y tecnología necesarias para lograrlo por ustedes mismos. Por eso les vendemos estos códigos reactivos para su sistema nervioso central.

−Y seguro sus siglas son RCNCS –dije burlonamente.

−No, para este proceso usamos un acrónimo: Reconecs, que viene de su nombre “Reactive Codes for Nervous Central System” y los distribuimos por medio de sueños, es la forma más eficaz.

−¿Y eso de que siempre es hace 10 mil años es una tontería, no; puede ser una estupidez lo que genere en nuestro cerebro algún agente químico necesario, cierto? –con ansiedad quise saber.

−Tu planeta está rodeado del pasado. Si te paras en China y viajas hacia el espacio para cruzar un túnel viajas al pasado; lo lógico sería que si partes de su punto antipodal, Argentina, viajarías al futuro; no ocurre así. Todas las direcciones conducen al pasado, todo su universo es el pasado.

−Pero eso es imposible –dije casi con ternura, pero infiriendo que su monocorde voz decía la verdad.

−Todo es posible. Lo que resulta insostenible es el marco temporal del que parten, es una cuestión de enmarque.

Desperté. No había más tristeza rota. Parecía no haber nada, pero estaba yo. Cecilia, te busqué y no estabas ahí. Pero sabía que habías entrado a la hoguera con el huevo del dragón en brazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que sorprende, sorprende una vez, pero lo que es admirable lo es más cuanto más se admira! MC