viernes, 28 de diciembre de 2007

La Puta y la Ballena (Filmografario II)

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Carta Abierta se despide para siempre… del 2007, y les desea lo mejor para el siguiente ciclo anual.
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Abstract: Last week of 2007 year, I tell you about incredible picture: La puta y la ballena (The whore and the whale). More than a picture it’s a life’s message. Some times, some people teach us life’s key. Everybody has its favorite pictures, its favorite teachers, but you need to watch this one.

I couldn’t find soundtrack of this picture so, this week we don’t have music to download.

Be happy and have an Extraordinary New 2008 Year.

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Acá no se va a encontrar la sinopsis de la película, ni siquiera un resumen. La intención de los filmografarios es mostrar la capacidad de impacto de ciertas películas sobre el redactor. Cómo entre guionistas, directores y actores son capaces de “co-fundir”, en ocasiones, nuestros relativamente rígidos, estilos de vida.

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Ficha técnica de la película La puta y la ballena:

Dirección: Luis Puenzo

Países: Argentina y España

Año: 2004

Protagonistas: Aitana Sánchez-Gijón (Vera), Leonardo Sbaraglia (Emilio), Miguel Ángel Solá (Suárez), Mercé Llorens (Lola)

Guión: Luis Puenzo, Lucía Puenzo y Ángeles González Sinde

Música: Andrés Goldstein y Daniel Tarrab

Fotografía: José Luis Alcaine
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“Aunque me cueste admitirlo, la vida nos separó más que la muerte”

Emilio escribió esa frase mientras recordaba a Lola… tenía que ser, no se podría escribir algo así sin evocar a una mujer ¿qué se ama, que se amó? A partir de ese momento uno puede creer de qué va la trama, pero no y sí es verdad. ¿Qué trama de amor no se parece a las que la precedieron o a las que la sucederán? Por otra parte, si uno no siente desde el enamoramiento que está inventando el amor, entonces se trata de otra cosa.

“La mujer es más valiente que el hombre; los hombres sirven para enamorar, hacer cosas artísticas, sacar fotografías, componer un tango o volar un avión, el que se anima… pero cuando de veras hace falta un hombre, hay que llamar a una mujer.”

Suárez, decía Emilio −un hombre de esos a los que les gusta dar cátedra. Tanguero, bandoneonista, cafillo y hotelero. Hay hombres que no conocen el amor desde otra trinchera que no sea el machismo, pero no hablo del macho biológico, sino del cultural. Pero esto no les preocupa porque sólo creen en lo que dicen y hacen. Es una terquedad elegante, un imán que atrae a algunas mujeres como Lola, que parecía que dejaba un destino distinto en cada cama.

Algunos personajes cinematográficos son apasionantes por lo que son, y lo menos que necesitan es que el guionista, el director e incluso el actor, atisbe algún detalle que explique el porqué de su forma de ser. Es como explicar el chiste antes de contarlo, o peor aún, después de haberlo hecho.

“Ésa ya no eras vos, eras una invención mía o de Suárez.”

Cuando le robas la identidad a una persona, la hieres de muerte; más aún cuando ésta no lo nota. Emilio robó y vendió la identidad de Lola a pesar de que la amaba, a sabiendas de que simultáneamente hacía lo propio con la suya.

Lola fue la corista de la compañía española, la amante de Emilio o la puta de Suárez. Un recuerdo, un amor, una pasión, pero no se lo dijeron a tiempo. Hay distintas velocidades para vivir la vida, en algunas de ellas este tipo de preguntas no se hacen.

“Cuando la gente habla del mar, habla de la superficie: −Debes tener cuidado, no te metas muy hondo; de las ballenas ni una palabra.

−Había un pibe que siempre se preguntaba: ¿A dónde van las ballenas cuando se van? (…) Un día dejó de preguntar y se fue a nadar con las ballenas. Allá abajo se ve todo al revés, la superficie es un cristal brillante, las ballenas vuelan.

El pibe se dio cuenta que el mar se ve al revés desde la costa, que del fondo se ve tal cual es. Tuvo un poco de miedo… se acercaron mucho y tuvo miedo... −Un misterio soy yo, pensó el pibe. −Y ahí se avivó que todo es relativo, que es muy poco lo que podemos entender. Así que dejó de preguntarse a dónde van las ballenas y se conformó con esperarlas.

−Y ¿a dónde van?

–Qué sé yo, algo les dice que se tienen que ir… y confían,… un llamado, el mandato de la especie, las migraciones del alma… hay algo que las lleva a destino.

−Hay mi vieja, aunque no lleguemos a saber dónde han estado.”


Ni cinco minutos dura la conversación que tuvo el nieto de Suárez, Ernesto, con una mujer mayor que estaba por morir. La música de fondo, la voz de los actores, la fotografía. La mezcla de dos épocas con setenta años de distancia. Lucimos como las marionetas de la tristeza, la soberbia, la ignorancia, los errores… ¿y los aciertos, la humildad, la felicidad?

Me parece que la felicidad, la de cada uno, es igual que una ballena. Hay que meterse a la vida con ella, nadar juntitos, tocarla, explorarla. Salir a tomar el aire y regresar. Porque puede ser que al otro día que regresemos haya partido, y aunque suelen regresar tal vez nosotros no lo hagamos, quizá ya no seamos los mismos ni ella ni nosotros.

Puede ocurrir lo que le sucedió a la felicidad de Lola y de Vera, que se quedó varada en la playa y uno no sabe el porqué. Y todos quieren que regrese a su lugar: el mar: la vida. Empeñados los hombres la empujaban hacia el océano; otros más, le mojaban la piel de su cuerpo para que no se resecara, para espantar a las gaviotas que la lastimaban. Lola la quería abrazar, meterse dentro de ella, pero fue inútil. La piel de una ballena es tan dura y su longitud tan grande. Es increíble la fuerza de la intención con que los seres humanos queremos ayudar a que la felicidad le suceda a alguien, quizás en el entendido que todos nos sentimos unos infelices y deseamos que a alguien le suceda algo especial y seguir con la esperanza de que un día, tal vez, se trate de nosotros, aunque lo hayamos dejado de creer hace tiempo. Hasta Suárez que fue un ciego hijo de puta para Lola, al escuchar de la ballena encallada, gritó con ¿temor, alegría, ilusión?: −¿¡Cómo es!?

En el párrafo anterior mencioné por primera vez a Vera. Mujer, madre y escritora, que ve cómo su mundo se desmorona ante una fatal noticia de los médicos. Su vida se vuelve un ciclón sin rotación que encuentra algo de pausa en una historia perdida, contada por un fotógrafo argentino asesinado en la guerra civil española. Un fotógrafo (Emilio) que le escribió cartas a Lola, las cuales nunca le envió.


Vera viaja a la Argentina, quiere estar sola, rodeada de gente desconocida que no le recuerde que se va. Dejó su vida en España: su hijo. Del otro lado del mundo se inventa un motivo para sobrevivir.

Ese motivo fue la vida de Lola. Por encargo del editor se fue a la Patagonia a investigar. En su estadía en el sur del continente americano, se opera un tumor; luego, se enamora. Una vieja al borde de la muerte la confunde con una catalana que conoció en los años treinta. Le notifican metástasis. Vuelve a escribir después de varios años. Se entera que una ballena está varada en la playa de Puerto Valdés, e intuye que es la misma que quiso abrazar Lola.

Vera bailó un tango con el pasado y con su muerte.

“En el aire se escuchan las palabras olvidadas; si uno las repite, las cosas vuelven a pasar. Yo escribo, por si eso fuera cierto, las que nunca te dije.”

Uno se pregunta qué es la felicidad, recién lo pregunté en una tertulia. Silencios, reclamos y una respuesta. Pero supe que todos la conocieron, la conocen o lo harán. Lo que pasa con palabras como esa o libertad, es que no tienen un lugar fijo.

“¿Quién sos vos cuando no te miran?”

“Di lo que quieras, pero no pidas perdón”

“No sé cómo eras antes, pero sos hermosa”

Uno va quedándose sin referentes, sin espejos, sin las palabras que nos van definiendo, esas que aprendimos a diario desde niños por nuestros padres, nuestros hermanos, la familia, los amigos. Descubrimos que algo de ello sobrevive cuando alguien nuevo aparece en nuestras vidas y percibe y nos describe como lo hacían los demás hace años, pero también nos descubre algún detalle diferente y así nos enteramos que hemos cambiado.

Las voces de la niñez y la adolescencia desaparecen, dejamos que el anticuario que todos llevamos adentro, las guarde.

La puta y la ballena es una película hermosa, llena de significados y significantes a la espera de que los llenemos. La música, las escenas y las actuaciones me hicieron llorar durante la película. Desde entonces mi ballena está cerca de la costa. No es sensiblería barata, creo que a todos nos ha pasado, pero también sé que todos lo vivimos de manera distinta.

Hacia el final de la película, entendí una cosa más. Un diálogo entre dos de los protagonistas me reveló algo, pero no quiero explicarlo hoy:

“−¿Vas a comprarla?
−Sí
−¿Y vas a leerla?
−Sí
−Entonces, voy a escribirla.”

Hasta hace un par de años quería saber, conocer y entender todo, no veía murallas. Leía y leía, veía en todas direcciones buscando significados y acuñando símbolos. No es que ya no lo haga, pero la intención ha cambiado. Aprendí que lo que necesito es tan pequeño y secreto, que no lo iba a encontrar muy lejos de mí. Ya no me interesa saber el Todo, el Cosmos, la Vida, la Humanidad… qué sé yo. Después de todo: …es muy poco lo que podemos entender, y a cada uno nos corresponde una parte de ello.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Dedicado a Tlacuiloco

GERARDO MARIA AGUILAR TAGLE (TLACUILOCO). Lectores de Carta Abierta. Quiero dedicarle este breve homenaje a uno de mis héroes del rock mexicano que, con Mama-Z, hizo varias delicias musicales que disfrutamos en muchas tertulias fraternales y familiares.

Durante los últimos meses mantuvimos gran contacto blogueril, compartimos el gusto por la inigualable música de los años setentas: el blues, el progresivo, etc.

Mis condolencias para su familia, para Agustín, su gemelo.

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Gerardo-Tlacuiloco es un excelente viñetista, revisen su obra:

http://gerardomaria.blogspot.com/

domingo, 23 de diciembre de 2007

El Anticuario

Gracias al amigo Freddy de La Cofradía por haber diseñado el logo de Carta Abierta, desde hace meses. Un saludo hasta la Argentina.
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CARTA ABIERTA LES DESEA UNA FELIZ NAVIDAD A TODOS, Y UNA AFORTUNADA CRUDA.
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La canción que se escucha de fondo es El anticuario de Real de Catorce; magistral composición de José Cruz Camargo.
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How many times in this year did you go with your own past and future? Have you recognized on the horizon that kind of moments we use to call felicity?

Merry Christmas to everybody and download Calamaro’s album: Alta suciedad, 1997, Argentine: just amazing… enjoy it.
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Este disco es una muestra de que a la potencia se puede arribar desde la suavidad que nos ofrece Calamaro en sus discos. Probablemente el rocanrolero más polémico en los tres quinquenios recientes. Escuchen las rolas Flaca y Todo lo demás. Y, muy importante, el disco está dedicado a la mujer que lee esto y sabe que se lo dedico.

Descargar / Download
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Dedicado a José Cruz Camargo y a Alguien más (…)

FUI AL Eje Central con mi primo Coltrane a comprar unos discos vírgenes y sus cajas. Luego, fuimos a una tienda de antigüedades que para sorpresa de los dos ya no existía.

A él se le hacía tarde; sólo dispone de dos horas para ir comer, mismas que suele utilizar para consumir todo lo relacionado con música.

Con un montón de horas a mi disposición, de esas horas que por su extensión, parecieran haber sido acuñadas en el Equinoccio de septiembre en el Polo sur, lo acompañé al Metro; regresé a donde debiera estar la tienda de antiguedades, sobre las calles de Uruguay. No fue por curiosidad, mis pasos fueron como un eco, ya estaban marcados. Encontré lo mismo, cerrado el sitio, ni siquiera había vestigios de que hubiera sido una tienda de reliquias.


Caminé hasta la calle Donceles, visité las tiendas de libros usados y ausculté una de ellas; me detuve frente a una puerta de madera descuidada que estaba entreabierta. No había nadie a mi alrededor.

Luego llegaron unos tipos que con los ojos recorrían sin interés los cientos de lomos de libros que estaban apilados sobre los anaqueles.

Desperté en una habitación poco iluminada por siete quinqués. creí ver inscrito en el yeso de la pared: La vida suele ser una Felicidad tan maltratada.

–Muchacho, reacciona, estás en la librería.

Yo no he preguntado nada, pensé. Segundos después, esa información tomó sentido. Me dolía la cabeza y realmente no sabía en dónde estaba. “Estás en la librería”, una referencia vaga. Me incorporé y vi que estaba sobre un catre.

–Muchacho, ¿cuál es tu nombre? Te dejaron tirado sin identificación.

Me apee y tenté las bolsas de mis pantalones, ni siquiera los boletos del Metro me dejaron, supe. Se habían llevado mi chamarra y hasta los discos de Sacbé que había guardado en la bolsa interior de aquélla.

–Muchacho, tu nombre.

–Victor Castillo. ¿Usted quién es?

Mientras me extendía su mano y su sonrisa, me dijo –José Camargo, un placer.

Lo saludé echando un vistazo al cuarto donde se desvanecían poco a poco mis dudas. No sabía bien qué pasaba, pero lo intuía. Vi nuevamente los quinqués y unas fotografías color sepia. Él estaba en las fotos con otras personas. La curiosidad me acercó a una de ellas en la cual el Sr. José estaba entregado al estudio (o eso parecía) de un mapa cartográfico que no coincidía con el que aún tengo registrado en mi memoria.

Compases, transportadores y escuadras sobre el gran plano; sobre ellos llamó mi atención una báscula con recodo; ¿qué hacía ahí ese instrumento de masas entre otros de longitudes y grados?

La curiosidad es una de las actitudes que no deben disimularse, y además es inconfundible. Antes que le preguntara algo añadió.

–Es la balanza de Filobao de Tarento, aunque la llaman romana, con la que hace muchos siglos determinó que la tierra es redonda.

Yo no soy geógrafo, pero me sentí estafado con ese comentario. ¿Cómo con una báscula se va a poder determinar la circunferencia terráquea? Me acerqué un poco más y me volví hacia el Sr. Camargo.

–Mira, Muchacho, esta es la balanza.

Me mostró una báscula dorada que tenía la inscripción άνδρες ισημερία.

Hombres de Equinoccio es lo que significa, es la báscula de estos hombres, dijo animoso. –La compré en una tienda de antigüedades que está sobre la calle de Uruguay, dos cuadras antes del Eje Central. El vendedor me comentó que estos tipos solían medir la cercanía entre ellos con este instrumento. Ve tú a saber cómo le hacían, me dijo con una de esas sonrisas que ocultan lo que saben. Mientras me la mostraba pude ver que en la parte interior de su muñeca diestra, tenía tatuados una oruga y un rayo.

–Mira, muchacho, te voy a mostrar mi colección más preciada. Avezado, me tomó del brazo dirigiéndome a otra pieza. –A nadie se los muestro, pero si el azar te trajo hasta acá, ha de ser por algo, ¿no crees? Su mirada insinuaba la revelación de un gran secreto. Francamente no imaginé nada.

Lo que vi fue mágico, hermoso y conmovedor, creo que lo debió haber visto un poeta porque mi pobre vocabulario demerita cualquier descripción que pueda hacer de esos ¿objetos? Era una colección de figuras cristalinas.

Mientras escribo estás palabras en la PC, aún los destellos policromos iluminan las oquedades que hasta ese día mis ojos habían contemplado, las opacidades fugitivas por el baño de esa luz.

–Mira, muchacho, este es un colibrí con sus alas extendidas. A simple vista no tiene chiste, pero observa lo que ocurre si le pongo la luz de la lámpara encima.

Sus alas ilumiraron nuestras caras; sí, no es una equivocación, no las iluminaron las ilumiraron porque fue como si el amor por única vez, se atreviera a mirarnos y a prometernos lo que sólo él puede otorgar: la felicidad.

Luego, proyectó la luz sobre el frente del ave y como un holograma, entre nosotros se proyectó la única valentía que puede ofrecer la inocencia: la verdad.

–Este colibrí es un recuerdo reciente, en realidad todos lo son, míos, tuyos. Éste es el último que acuñé.

–Y ¿¡cómo los elabora!?, pregunté intrigado.

–Con mis manos y mi memoria. Fíjate, colocas tus manos como si fueras a recibir un poco de agua, imaginas un recuerdo, pero lo extiendes, es decir, le agregas sucesos que no existieron, pero que deseaste que ocurrieran y fijas tu mirada, desde el principio, sobre ese recipiente óseo y carnal. En unos instantes aparece una figura... aunque prefiero llamarlos sellos o tatuajes. Claro, que cuando digo instantes, me refiero a segundos aquilatados con la báscula que te mostré.

No le entendía bien, para empezar me seguía llamando muchacho cuando ya le había dicho mi nombre; en segundo lugar, ¿cómo un instrumento de masas podría aquilatar el tiempo o las longitudes?

–¡Mira este otro tatuaje!, alarmado invocaba mi atención. –Es una luciérnaga. El recuerdo que lo forjó fue una esperanza que ya olvidé pero que, supongo, fue muy hermosa por haber producido esto.

Nuevamente, depositó los fotones en esa miniatura. Nuestros cuerpos se iluminaron (ahora sí). Violetas, azules, anaranjados, malvas. Matices que se olvidaron de los huesos, cartílagos, arterias, vísceras, carne y piel que nos hacen ser. Yo me sentí más diminuto que ese increíble ser de ¿cristal? El Sr. José apagó su lámpara. De la luciérnaga emanó una luz que se parece a la del día, pero quemaba.

–¿Qué es todo esto Sr. Camargo, por qué me lo muestra?

–Muchacho, cierra tus ojos y ábrelos. Hazlo sólo una vez, tómate tu tiempo porque lo que te voy a enseñar no tiene parangón con lo que has visto. No sé si recuerdas que la cosa más bella que somos capaces de imaginar, viene antecedida de un orgasmo visual que consiste en concentrar todo tu ser en tus ojos, que se cierran y segregan esto...

Me mostró un par de ojos. Lo curioso es que no los alumbró con la misma lámpara; extrajo del bolsillo de su camisa una linterna con luz verde. Me indicó que esa luz era irreproducible y que en realidad la estábamos imaginándo. La proyectó sobre ese par de ojos.

–Muchacho, siente cómo un dulzor sube desde tus entrañas hasta tu lengua...

Yo aún me siento pobre, miserable, ignorante y arrogante ante la impotencia de poder expresar eso; sólo asentía y me sentía ridículo. Conozco palabras: dulce, suave, frágil,... Nada se acercó a lo que mi cuerpo sintió. Pero fue una rima de sensaciones, un ritmo de emociones.

La fuerza de gravedad desapareció y miles de recuerdos e ideas se desprendieron del suelo y cuales neutrinos, nos atravesaron . La fuerza de la fricción que ejerce el tiempo sobre nuestros corazones, dejó de erosionarlos y empezó a imitar cada sístole y diástole.

Fue el jolgorio de las fiestas del cuerpo, glándulas, papilas, músculos, vísceras, sangre. Todos excitados. Sentí que el cuerpo me temblaba. Había mucho ruido parecido al recuerdo de un claxon a mitad del Periférico. No lograba ubicar de donde provenía. Vi algunas cosas del pasado, de mi pasado; otras escenas no las reconocí, pero tú aparecías.

El Sr. Camargo gritaba, –No todos son recuerdos… hay cosas que aún no has vivido…

La fuerza de gravedad me venció, y de rodillas sentí lo que todo emperador que claudica. La fuerza de la fricción envejeció al Sr. José que con esmero me levantó.

–Falta un sello, una imaginación, un último fragor… Soy incapaz de hacerlo solo; no sé si quiero hacerlo.

Dos jóvenes me levantaron, me sacudieron la chamarra que, según ellos, se había manchado de polvo en el suelo. Los miré indignado, como creyendo que me habían robado algo. Fingí sacudir ¿el polvo? de mi pantalón sólo para cerciorarme que en los bolsillos estaban los boletos del Metro y mi cartera.

La amabilidad, desgraciadamente, se encuentra siempre muy cerca de la desconfianza. Artemio y Jonás me invitaron una torta y un jugo de naranja en el primer restaurante que vimos.

–Te desmayaste mi buen, ¿desde cuándo no te alimentas?

sábado, 15 de diciembre de 2007

Frío

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Ultimo dato: cuando se va el dolor que provoca perder a tu madre, deja un hueco enorme y es cuando realmente se siente esa ausencia adormecida por la dolencia. En las últimas horas he estado escuchando la banda sonora de la película Pide al tiempo que vuelva (Somewhere in time), acaso la favorita de mi madre; es una música tan bella para escucharla en la soledad que dibuja algún mensaje que no llega. El llanto se los deberé.

La foto que ven es la de mi madre bonita. Ella sabe que me he regido por la honestidad a pesar de lo que cueste. Hoy en el día que nací, la recuerdo.

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La canción que se escucha de fondo es Canción de la vida a pesar de todo, de la estupenda y desconocidísima agrupación: La Típica en Leve Ascenso, de mi amada Argentina. En realidad, más que una canción es un poema con fondo musical. Y nuevamente la canción está dedicada a la mujer que lee esto y sabe que se la dedico.
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Abstract: As everybody knows, some times we need a change. I do not mean a huge change but little and precise. A detail such as wait 30 seconds, or vice versa, to take a decision it could imply an amazing turn around us, in each one.

This time, as a gift for you, I have ready up load my favorite songs I listened during this year. If someone knows how to say in English “calidad de la melcocha”, well, this collection it’s like that. Enjoy it right now.
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−DON ATANASIO, aquí está el portafolio, y en este sobre las instrucciones. El hombre los tomó sin mirarlos y enseguida salió de ese lugar.

Se detuvo en la explanada de la estación de autobuses y depositó el portafolio en el suelo; miró de reojo en él, inscritas las iniciales VMCM, en el mero centro de la manija; notó que era de piel negra con impecables seguros de plata.

Abrió el sobre para ver las indicaciones…

“A las 8:00 de la mañana del 15 de diciembre de 1974, entregar la carta adjunta en el consultorio del Dr. Alberto Carrasco, ubicado en la Colonia Doctores, Calle Dr. Olvera No. 99, Código Postal 06720.

El portafolio debe entregarlo antes de las 00:00 horas del 16 de diciembre de 2007 en…”

−¡Estos pendejos!, se les olvidó nuevamente ponerme la dirección del portafolio... ¿Qué creerán que tengo todo en mi poder? La última vez me tarde tres años en la segunda entrega. (Encabronado se retiró de la explanada)

§

−Bueno, ya terminé… me voy a dormir sin más, al carajo la pasta de dientes, al cabo ni cené.

Apagó la luz de su habitación iluminada apenas por la luz lunar, se desvistió de memoria, sólo quería reposar la cabeza sobre la almohada. Como suele ocurrir, al recostarse al sueño perdió, más no el cansancio. Percibió que olvidó cerrar la puerta de su recámara; la primera dibujaba un ángulo de 45 grados contra la segunda. El hueco que permitía esa apertura le hizo notar que la puerta de la casa que da al jardín, también estaba abierta. Pensó en levantarse, sentir el frío suelo en las plantas de sus pies y quizás tropezar con el cable de la lap, llegar a la puerta, observar el jardín recién rasurado por el coletazo otoñal.

No hizo nada, sólo observó las informes sombras de los árboles, animadas por un vientecillo.

Sin transigir, una mancha negra entró a su casa deslizándose por el suelo, más oscura que cualquiera de las sombras. No le dio tiempo de asustarse, éste suele ser producto de una relativa lentitud de los instintos, y los suyos estaban amodorrados entre las sábanas desde hacía horas.

Incluso en esa oscuridad, detectó que la mancha se deslizaba por el suelo de su alcoba. Se le salieron las lágrimas que con parsimonia se deslizaron hacia sus orejas, como si intentaran brindarle un último calor antes de enfriarse. Sintió ganas de llorar pero se aguantó porque sabía que sollozaría como un escolar; pensó que los ojos son el músculo de eso que llamamos alma; todo aquello que los incita y/o excita, que los fuerza a moverse con intensidad, los hace sudar.

Una voz gélida y grave le dijo, −Hola.

Ahora sí estaba atento, y un impulso lo incorporó y sentado sobre su cama viendo en dirección a su escritorio le hizo afirmar con algo de burla, −Esto es un sueño como el del año pasado.

−Hola. No lo encuentro, dámelo de una vez y me voy.

−¿Qué quieres que te dé mi vida, mi alma, mi dinero?, persistía en su acento burlón equivocado a pesar de saberlo.

−El portafolio es para mí, dámelo.

−ja ja ja, ja ja ja… ¿Quién eres, la muerte, la vida enojada, el Sr. Dinero?, ja ja ja. (Las carcajadas, legítimas, en ocasiones impiden elaborar preguntas sobre las que desconocemos totalmente su respuesta)

−Soy el Frío.

Terminó de reírse, se le agotó el buen humor y, por fin, vio la silueta de un hombre sentado sobre la silla. Sintió mucho frío y se cubrió el cuerpo con las colchas. Se quedó mirando la silueta; sintió frescos los lóbulos de las orejas, lo cual le recordó que hacía un par de minutos, había llorado sin saber el porqué; entonces sintió miedo, pero no se asustó, se saltó esta sensación primigenia.

−Estás en lo cierto, esto es un sueño, pero tan real como el cansancio que lo antecedió. No suelo tener estas charlas, por lo regular tomo el portafolio y me voy sin que el propietario lo note. Lo que ocurre es que no lo encuentro.

−¿Y qué haces cuando no lo ubicas por ningún sitio?, le preguntó más con ansia que con angustia.

−Lo que voy a hacer contigo, besar tu corazón y retirarme.

Mientras, él empezaba a readquirir algunas habilidades de la vigilia.

−A ver, espera… ¿de qué portafolio me hablas, eres la muerte o algo así?

Con tono de insinuación el Frío le respondió, −Seguramente has escuchado que alguno dice por ahí: si la maldad fuera persona, sería tal o cual tipo, y cosas similares. Bueno, pues yo soy el Frío. Eso que ustedes llaman cosmos se ha estado enfriando continuamente y ha llegado al punto que es capaz de personificarme.

−Bueno, pero entonces no eres malo, eres un suceso natural, un proceso ineludible.

−Soy el Frío: nada más inhumano que el frío, nada más alejado de la vida que frío. En los dioses, en los demonios, en la guerra y en la esperanza, encuentras vida; en la luz, las matemáticas, en el pasado y el futuro, encuentras humanidad; en la muerte y en el vacío los sigues encontrando. En el frío, jamás. Soy el único recuerdo de lo que denominan Big Bang.

−¿Y el portafolio, ¡qué coños trae ese portafolio que ni he visto!?

§

−¿¡Don Atanasio, otro portafolio devuelto!?

−Pues yo no sé qué les pasa a ustedes, ya van varias veces que no me dan la segunda dirección.

El joven se le quedó mirando con desconfianza y pensaba: −Pinche viejo, si es el dueño de todo esto, el que forja las hojas, elabora la tinta y redacta las cartas; el que confecciona los portafolios y los lacra. Yo soy él en su juventud, hay cosas que aún no aprendo y no puedo responderle. Cómo quiere que sepa de direcciones que voy a escribir hasta que sea él.

−Ni me mires así, me lo llevo de nuevo; ante su incompetencia no me queda más que concluir la tarea yo solo, le espetó no enojado sino encabronado. (Porque si estuviera enojado tendría que agregársele algún adverbio como “muy” o “sumamente”, y no reflejaría los ademanes y muecas que la simple palabra “encabronado”, resume a cabalidad)

§

−Si tú no sabes lo que contiene el portafolio, menos yo; mi negocio es coleccionarlos.

−¡Oye, no me chingues!, pues… ¿¡quién debe dármelo!? (El hecho de que haya respondido encabronado le provocaba la sensación de tener pleno dominio sobre esa onírica realidad. Hay disciplinas que enseñan que ejercer la voluntad dentro de los sueños es señal de tránsito; pero encabronarse adentro me parece una señal aún más verificable de aquél)

−No te exaltes, sólo voy a besar tu corazón para alimentarme, no te vas a morir, ni te va a pasar nada… Bueno, vas a sentir frío el resto de tu vida, pero nada más.

−No, aguántame… ¿Cómo te puedo conseguir un portafolio?

−Te repito que yo los colecciono; no me dedico a buscarlos. (Así como la maldad o la bondad llegan a personificarse cuando alcanzan cierta densidad e intensidad, como el mismo Frío, así esos portafolios extraviados o inubicables cuando son queridos y buscados con ahínco, suelen ser encontrados)

−Y… no voy a permitir que beses mi corazón. Te propongo un trueque que me parece razonable. Tu eres el Frío, pero también tienes algo de humanidad; mejor aún, te nutre la calidad de lo humano, la vida; de otra forma tu intensificación no se reflejaría en un antropomorfismo. Mientras mejor y más viva yo, mayor será el fuego o la sustancia que te alimentará en un porvenir.

−Entonces, vive. (Fue lo último que dijo el Frío antes de desaparecer. Jamás sabremos con exactitud si éste aceptó el trueque o el otro encontró y le dio su portafolio)

sábado, 8 de diciembre de 2007

Comunicaciones

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La canción que se escucha de fondo es Carol de Al Stewart, Modern Times, 1975. Se la dedico a la mujer que lee esto y sabe que se la dedico.
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Abstract: ¿Pantheism? No, it is about you, your feelings. I can’t explain you that your life, lie and high hopes are wrong, because if I do it, may be I would killing my own instincts, those describes the supposition of my acts. ¿Have you have memories of your childhood? ¿What are you doing whit that?
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This week you can download an excellent album Al Stewart's album: Modern Times, 1975
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Modern Times de Al Stewart. Se trata de un disco imprescindible de 1975. Este compositor inició su carrera a mediados de los años sesentas, y es conocido mundialmente por su canción Year of the Cat del álbum homónimo; sin embargo, en Carta Abierta decidimos difundir este material poco conocido para los no seguidores de Stewart.
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Además, como dato, fue producido por Alan Parsons, y muestra una síntesis entre las preferencias de Al: el Folk y el Rock: 100% recomendable.

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EN CUAHUIXTLA, Cuautla, municipio de Morelos, fijó su residencia temporal. Un terreno que perteneció a su familia desde los años cuarentas del siglo pasado. Ahora nadie habita la casa de sus bisabuelos. Entre árboles de mango, luciérnagas y el sonido de un riachuelo, se disponía a pasar una semana alejado de las horas pico, del trabajo. Quería no sentir el tiempo, si es que a éste es posible sentirlo.

Abrió la puerta de madera sin chapas, recordó que sus bisabuelos solían atrancarla con un palo; no había ninguno, pero no era necesario; Cuahuixtla era un lugar bastante tranquilo, si excluimos a las brujas protagonistas de incontables anécdotas que su bisabuelo solía contarle en su infancia, y en definitiva, una puerta atrancada no era obstáculo cabal para las bolas de fuego nocturnas.

Cenó unos sándwiches de jamón con queso manchego y un jugo de naranja. Sin radio, televisión o Internet, decidió recostarse en la vieja cama incómoda tan llena de recuerdos hermosos, mismos que le sirvieron de almohada para conciliar el sueño.

Su cansancio era parte de los últimos estragos de la ciudad que terca se aferra a cada uno de sus amantes-habitantes.

Despertó en una clara mañana y olió el aroma del campo y vio por la ventana sin vidrio ramas de árboles, hojas verdes, el cielo azul, además de sentir la comezón causada por los mosquitos. Colores que contrastaban con las paredes grises de la habitación.

Ahí estaban, aún, los recuerdos de la ciudad, los semáforos, el Periférico, los gritos de la vecina. También, el hotel de paso donde estuvo por última vez con el amor de su vida que no era la mujer de su vida, y mucho menos el primer amor.

Decidió ir al supermercado de Cuautla y surtirse de provisiones para una semana. Al llegar a casa, observó una mañana clara y sintió el aroma del campo y vio ramas de árboles, hojas verdes, el cielo azul. Colores que contrastaban con las paredes grises de la habitación; ya empezaba a sentir lejanos los recuerdos de la ciudad. Le pareció extraño que tan pronto empezara a acostumbrarse a las dilatadas horas del campo que parecen orugas que sin emoción buscan su crisálida.

Decidió escribir y empezó, sin decidirlo, por dibujar puntos, puntitos; luego, pasó a las rayas, rayitas. Se atrevió a combinarlos indiscriminadamente y cuando intuyó cierta coherencia y uniformidad arrancó la hoja, y la tiró por ahí. Minutos después, empezó a dibujar líneas onduladas como eses horizontales; arribó a las líneas paralelas y luego al six sax. Finalmente, antes del anochecer, intuyó que los espacios en blanco entre las figuras elaboradas también representaban algo, no lo sabía con certeza:

−La intuición es tan poderosa que es capaz de dar lógica y explicar los actos más inauditos, pensó.

Por la noche no pudo acoger el sueño con la prontitud de la anterior. En esa oscuridad campirana que nada tiene que ver con la citadina, distinguió el gotear pausado, pero continuo, del grifo que está en la cocina. Se entretuvo contando las gotas de agua que caían. La contabilidad no llegó muy lejos, pues el zumbido del aletear de un zancudo lo distrajo. El zumbido no era tan agudo como al que estaba acostumbrado a escuchar; se imaginó un insecto terrorífico y se cubrió con las sábanas recién compradas en el supermercado.

Al otro día, fue al río a recoger piedras, labor que 25 años atrás su bisabuelo le enseño, sólo por el placer de hacer algo, aunque para un mocoso de de siete años, se trataba de una responsabilidad bien recompensada al ver al bisabuelo ordenar la recolección lítica en forma de almohada y recostado reposar su cabeza sobre un montón de piedras alisadas por una agua que nunca es la misma.

Trató de hacer lo mismo sin fortuna, y fue cuando comprendió, un poquito más, la vida fuera de la ciudad en aquellos años.

Volvió a retomar sus hojas y se dispuso a escribir, pero de su mano sólo emanaron figuras angulares: triángulos, rectángulos, cuadrados, rombos, trapecios, trapezoides, hexágonos. Casi al anochecer llegó a lo que llamamos polígonos por comodidad.

Esa noche se recostó desnudo sobre la cama dispuesto a donarle su sangre a cuanto zancudo lo requiriera. Aquéllos hicieron acto de presencia y él sólo escuchaba los zumbidos; le asustó el plural, pero se mantuvo descubierto. La actitud era nueva para él, siempre con el insecticida o las pastillas de acción prolongada contra mosquitos. Se sintió imprudente, audaz y finalmente estúpido.

Encontró ritmo entre el goteo del grifo y el ir y venir de los zancudos, un ritmo que repentinamente pasó del compás a la sinfonía, debido a que el sonido del río, no percibido con anterioridad, se unió a los otros dos. En algún momento de la oscura madrugada, se durmió.

Por la mañana desayunó y desesperado tomó sus hojas.

Lo primero que dibujó fue un ovoide y luego un círculo; llenó siete planas con círculos y al primero lo olvidó. Por la tarde, empezó a narrar con el lápiz una espiral y se rio y se asustó, porque solemos reírnos de lo que no conocemos y después asustarnos porque entendemos que no lo conocemos. Trazó líneas rectas en el principio y en el final de la única espiral que dibujó, y se sintió satisfecho porque se sintió más seguro, porque entendió algo de la espiral, porque un hombre sin referentes se pierde. Lo que no se preguntó es el motivo por el cual un hombre como él, no es capaz de asir una referencia en ese garabato, ni siquiera pasó por su mente la palabra símbolo.

Ya de noche con comodidad, casi de memoria, inició la liturgia con los zancudos, el grifo y el río, esa sutil sinfonía que le había enseñado, en apenas tres noches, que el tiempo no sólo se cuenta por segundos o minutos, que éstos no son más que una nomenclatura para aquilatar e inteligir el mundo.

−¿El mundo, cuál mundo?

Supo que la sinfonía había transitado a Ópera cuando a aquellos sonidos se les unió el de su respiración. Durmió.

Al otro día se dio cuenta que se le habían acabado las hojas, así que se decidió por trazar en la tierra sus ¿líneas, locuras, ignorancias? ¿Qué es eso que hacemos pensando que estamos en lo correcto y que en algún momento del camino nos damos cuenta que no hay sentido ni razón, y lo callamos?

Se fue a la casa cuando empezaba a oscurecer; de ello se dio cuenta porque empezaron a aparecer las luciérnagas. Se acordó que el día anterior y desde el primero, éstas habían aparecido, pero no les dio mayor importancia.

–Otro reloj de la naturaleza, se alegró.

La tierra húmeda quedó marcada con unas líneas (¿informes?) que a penas alcancé a divisar ya que tú y yo fuimos las gotas de lluvia que borramos una incipiente forma de lenguaje cuidadosamente iluminado con la intermitencia de las luciérnagas.

Para esa noche ya reconocía la “música” nocturna. Fue feliz y se quedó dormido.

Por la mañana empacó sus cosas; dejó lo comprado en el supermercado; se llevó en la mano una piedra del río; en su cuerpo, los piquetes de los zancudos; en su mente, los trazos practicados con el lápiz sobre el papel; en su corazón, la “música” nocturna.

Entendió mejor las letras, las palabras; amó su lenguaje y vocabulario. Se volvió a enamorar de su primer amor, del amor y de la mujer de su vida; intuyó que era posible que en este planeta existiera la mujer que implicara a las tres de manera sintética. Volvió a ser feliz por un attosegundo y cerró la puerta.

Esa noche la Ópera se transformó en algo innombrable.