sábado, 22 de septiembre de 2007

Maximilian

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Respuesta correcta a la encuesta anterior: Eres más feo en persona: Lenon a Zappa.
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La canción que se escucha de fondo, es inconfundible y no necesita presentación.
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Abstract: This is last part (on Internet) of Botafogo’s saga, because I just tried to expose some characteristics of some protagonists. Actually, this saga is a piece of a large tale of tales or a little novel that I have had in mind since two years ago, but I can’t wait to have time to do it. I had preferred to write great lines of its story.

Well, this part narrates two meetings one of them it’s between Botafogo and Victor, and the other, between Maximilian and Victor; perhaps, Victor’s mind is the scenario of a great and millenary battle: concrete vs abstract; random vs certainty. Suddenly, almost at finish, reader will discover that maybe nothing about that it’s true, but a marvelous trick.

Also, you can download a classic CD by a classic band: Brothers in Arms, Dire Straits, 1985.
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Excelente disco de Dire Straits, ésta agrupación británica liderada por Mark Knopfler, gran guitarrista que caracterizó con su sonido a la banda y que durante los ochentas fueron una de las bandas emblemáticas del rock.
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En lo particular, mi favorita es la de So far away, pero si se quieren poner alegres, recomiendo la canción Walk of life. Ni qué decir de One world. Es una chulada este material.
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ME QUEDÉ de ver con Aurora para ir al cine a ver la película Mr. Brooks. Un poco de loción, mi chamarra y salí de mi casa. Caminé por el pasillo del jardín que en ciertas épocas del año parece selva negra, según Francois. Abrí la verja que da a la calle y estaba un carro, un Tsuru color gris. Se abrió la puerta y un señor me invitó a subir. Como en los sueños, mi proceder fue inexplicable porque abordé sin cuestionamientos, como siguiendo un guión que nunca había leído.

El chofer, al que nunca le vi el rostro, condujo por Avenida Insurgentes hacia el sur; en Reforma dio vuelta rumbo al Ángel.

−Victor, vengo a hacerte una oferta que no podrás rechazar: la inmortalidad.

Yo estaba a punto de soltar una carcajada que se quedó en sonrisa, porque al mirarlo a los ojos me fue imposible no sentir que la oferta iba en serio.

−¿Y qué te hace pensar que me interesa la inmortalidad? Digo, ¿por qué no dinero o propiedades?

−Hace tiempo que sigo de cerca tus pasos y los de tus amigos, sé que la inmortalidad los apasiona; incluso, uno de ustedes escribió una novela sobre este tema; incluso, el azar lo favoreció porque describió una realidad velada desde hacía miles de años; incluso, ese acto trajo consecuencias funestas a dos de tus amigos. Seré claro con vos, sólo el escritor, tu primo y tú quedan con vida. No ser favorecido por el azar es cosa de todos los días y uno se lamenta, pero ojo, Victor, que cuando te favorece, los resultados nos son los esperados, no es tan sencillo como ganarte el Melate al que tanto juegas.

−Pero…−Alexander, soy Alexander. –Bueno, Alexander, al igual que ser beneficiados por el azar trae consecuencias no contempladas, ser amparados por la inmortalidad, debe tener sus resultados no contemplados, no?

En ese momento, íbamos por Bucareli, pero al mirar por la ventana del auto, observé que en la esquina donde debía estar el Café la Habana, estaba un hotel gigantesco color marrón, y en grandes letras rojas su nombre: Hotel Moncloa. Donde debían estar los cines de Bucareli, estaba un centro comercial imponente como el Moncloa. Alcancé a ver que la gente que ascendía por las escaleras eléctricas, lucían como robots. Estaba el coche detenido por el semáforo en rojo.

Empecé a sentir nauseas porque las calles que conozco de memoria parecían ajenas a la ciudad, a la realidad. Podía tolerar el hecho de abordar un auto con un tipo que decía ser el personaje de la novela de un amigo, asumir el riesgo que ello implicaba, pero la ciudad alterada no la toleré. Me sentí indignado, no encuentro una mejor palabra; no soporté desconocer los edificios que miraba; fue como descubrir una mentira abrasiva que te quema mes con mes. Pensé que… no sé qué pensé. Desde ese momento me sentí ajeno a todo. Extrañé las cosas más sencillas de la vida como el rastrillo sin filo que por la mañana deposité en la basura, ¿qué mañana, la de hoy, la de ayer, la del día siguiente?

En verde el semáforo; el conductor tomó un anillo, donde no lo hay o había, y entramos a lo que suponía el estacionamiento del centro comercial. No recuerdo cuando aparcamos; lo siguiente que hay en mi memoria es una mesa de un restaurante vacío, en donde estábamos sentados Botafogo y yo. No estábamos comiendo; bueno, a lo mejor él sí, pero no estoy seguro, si algo abunda en esto que narro son las imprecisiones.

−Cargar con la inmortalidad, con una inmortalidad indeseada es un privilegio durante el tiempo que estás con los tuyos, tu manada, tu familia, tu territorio, los primeros que tienes. Parece una contradicción, pero sólo así se disfruta la inmortalidad, cuando no es visible ni verificable, cuando es un secreto casi una presunción. Después, cuando todo se va deteriorando y desaparece tu primer entorno familiar, fraternal y territorial, sí te diviertes y lo disfrutas, pero poco a poco dejan de existir novedades, se va perdiendo el interés hasta que te vuelves asesino, conspirador, héroe, traidor, todo eso que siempre no fuiste. Pero hasta las actitudes humanas tienen un límite, y al cabo de unos milenios, haces retrospectiva y percibes que ya has sido todo en todos los países y en todas la lenguas; te das cuenta que contribuiste a crear países y conflictos, que formulaste lenguas a través de las cuales millones de personas han expresado su amor y su odio.

−No me es difícil creer lo que dices, pero ¿por qué me lo dices?

−Quiero legarte mi inmortalidad

Volví a sentir nauseas, ya no era nada más la ciudad, sino este personaje insolente que una negligente realidad permitió que conociera. Pero admito que me sedujo la idea de ser inmortal, mas no la inmortalidad.

−Dime, Botafogo, si aceptara y alguien me disparara una bala en el cerebro, ¿moriría?, o de qué inmortalidad me hablas?

−No me refiero a las inmortalidades que ves en el cine o en la televisión; lo que quiero regalarte es un don, una magia, algo que no alcanzas a vislumbrar con apenas treinta años de vida. Mira, Si un sicario va a matarte el día 26 de septiembre por la tarde, digamos que por la mañana se enferma de diarrea; si persiste en su afán, y lo quiere hacer el día 29, digamos que tiene un accidente su mejor amigo, o su esposa. Si convergieran más voluntades para que él logré su fin, pues o lo atropellan, o se descompone su pistola, o un tumor invisible y repentino lo doblegará en el acto ejecutor.

Lo que te quiero decir es que la inmortalidad que cargo es una alianza entre lo etéreo y lo concreto, el azar y la regeneración perpetua de tu información genética: es la fusión en su mayor intensidad de la vida y la realidad, y empatan en ti. La vida le avisa a la realidad que tiene que evitar tu muerte, y ésta hará lo necesario para evitar tu fin, primero de manera velada u ordinaria, tal es la preferencia de la realidad, pero si fracasa, pues ocasiona sucesos cada vez más increíbles para evitar que mueras.

En el 753 estaba desanimado en algún lugar de la hoy Francia, cerca de Poitiers; increíblemente y contra pronóstico, Martel venció la oleada mora. ¿Ves lo que te digo? Hace casi veinte años le propuse a Cuauhtémoc tomar las armas; al día siguiente, optó por la marcha del silencio.

−Alexander, eso lo he visto en la televisión, es un discurso dirigido, lo que dices…

En ese momento, impaciente, Botafogo miró por la ventana que daba a Bucareli, y al decir adiós, se encaminó con premura hacia la salida; no lo vi más. Cuando volteo a la mesa, está sentado frente a mí un tipo con gabardina y mientras se quitaba el sombrero me espetó.

−Olvídate de la inmortalidad, dedícate a disfrutar de la vida. No digas nada, sé que acaba de huir Alexander, sé lo que te ofreció… Olvídalo, si está huyendo es porque sabe que ahora no nos podrá enfrentar, que se avecina su fin; si te quiere regalar su inmortalidad, es porque cree que es una manera de mantener la esperanza de vencernos, pero lo único que hace es trasladar el problema a tu vida. Te propongo un plan de vida cómodo para que te olvides del asunto.

−¿De qué estás hablando, quién eres vos?

−Sólo piénsalo. Te ofrezco ganarte el Melate, facilitarte las cosas para que te vayas a estudiar a Inglaterra, cursar hasta tu doctorado, y ser el primer Nobel en Economía de tu país; claro, y todo lo que ello conlleva: mujeres, alta sociedad, glamur, clubs deportivos y selectos, una familia feliz. ¿Qué dices, Victor?

En ese momento reí y reí, hasta que fueron carcajadas las que provocaran un dolor en mi abdomen. Lo miraba con lágrimas en los ojos, no podía pensar, únicamente me carcajeaba. Pronto, sentí que estaba llorando como en el primer día de clases, como cuando recibes la primera nalgada en el quirófano. No sé cuánto tiempo lloré ni cuanto tiempo reí. Al final de mi catarsis, él seguía esperando mi respuesta. Cansado, con los ojos ardiéndome, respondí: −¿Qué tengo que hacer?

−No tienes que hacer nada. Sal por el Moncloa y camina sobre Bucareli hacia Gobernación. Mañana no recordarás nada de esto; si acaso lo recordarás durante unas horas, y es porque la actividad neuronal en estado onírico es la que segrega ciertas sustancias químicas que eliminarán de tu memoria lo que acabas de vivir acá. Si después de un tiempo sueñas con estos lugares, sentirás que en efecto lo viviste, pero la ciencia y el esoterismo tienen respuestas para ello, y luego lo olvidarás.

Antes de abandonar el restaurante, me alcanzó a recordar el día en que le ayudé en una mudanza a mi primo Coltrane.

−¿Recuerdas el libro de Edward Talbot?, yo le arranqué las hojas que le faltaban. En otra ocasión, si gustas, te cuento lo que dicen.

Por primera vez lo vi sonreír.

−Por cierto, ¿quién eres tú?

−Maximilian.

Caminé por el pasillo del hotel, me topé con personas comunes, tan comunes y a pesar de ello tan extrañas. Vi que una señora morena de cabello largo, lacio y cano, entró llorando a su habitación, vi el número, 1974; pensé en la inmensidad de la construcción, en lo suntuoso de la decoración: la alfombra guinda e impecable, un aroma a lavanda, las puertas de madera oscura, barnizadas brillosas, las chapas doradas y opacas. Algunos platicaban, otros con la mirada perdida. Intenté preguntar la hora a uno de ellos, pero vi su reloj y no tenía números, sino símbolos raros; me alarmé y me arrepentí de indagar la hora, pero mi ademán estaba hecho. Confieso que olvidé lo que me dijo, pero no fueron números.

Quizás no tenga caso describir todo esto, a lo mejor es la intención de no olvidarlo después de dormir hoy por la noche, de preservar lo esencial: Botafogo, Maximilian, los motivos de las muertes de mis amigos, quizá el de la mía. Entender que todo esto es una mentira que tú estás leyendo desde algún rincón en el mundo y que la ausencia que sientes detrás de ti no es el azar ni la inmortalidad, sino tu vida misma.

Antes de salir del Moncloa, uno de los botones me entregó una tarjeta del hotel con sus teléfonos, fax, hasta página electrónica, y, lo recuerdo bien, el nombre del hotel en un rojo chillante. Caminé sobre Bucareli rumbo a Gobernación, llegué en unos segundos al cine Bucareli. Me metí a ver a qué hora empezaba la de Mr. Brooks. De pronto, Aurora me dice.

−¡Qué bárbaro, quedamos a las dos; ya son las tres!, ¿qué onda? Vamos al Café la Habana, en lo que empieza la otra función, no?

Incrédulo metí la mano en la bolsa interna de mi chamarra, sólo para cerciorarme de que ahí estaba la tarjeta del Moncloa; sentí el relieve de su tipografía y me tranquilicé.

6 comentarios:

Sandra Becerril dijo...

Cielos... no sé que haría si alguien me hiciera una oferta así... me dejaste pensando... mucho... el motivo de las muertes, la inmortalidad aquí, entre nosotros... uffff

besos y feliz semana

armando dc dijo...

me agradó la fórmula en como fuiste desarrollando una realidad, con la "ficción"?, y de una inmortalidad con otra perspectiva,
asi como una frase que dice: hasta las actitudes humanas tienen un límite (vaya que si)
y que buen final...
buena forma de iniciar la semana.

saludos y abrazos,

Victor Castillo dijo...

Sandra:

Como siempre, un placer que vengas por acá. Y en verdad que es difícil decidir; tal vez sea mejor que nadie nos lo proponga.

Besos y abrazos


Armando:

Compadre, qué suave que te gustó; ese signo de interrogación después de ficción (en tu comentario), me hace suponer que sabes que no todo fue inventado. Ya charlaremos.

Suerte y abrazos.

PD: Excelente semana a los dos.

armando dc dijo...

asi fué, un texto que me gustó. y por lo de la interrogación es en parte como dices, y claro que charlaremos..

saludos y abrazos,

zafreth dijo...

buen escrito Col caracteristico de tu vena novelesca
Saludos

Victor Castillo dijo...

Coltrane:

Muchas gracias por esas opiniones, es lo mínimo.

Suerte y abrazos