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Respuesta de la encuesta anterior: Uno de cada diez brasileños es negro.
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La canción que se escucha de fondo es Slipstream, que viene incluida en el disco Aqualung de Jethro Tull.
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Abstract: This is a tale about Odiseo’s life. A large metaphor between photographic camera and memory, between darkness and our reflections.
Odiseo Arrives to his house. It was a breakdown electrical energy at neighbour. His apartment was so dark as he has ever thought. A weird little light appears in the middle of the darkness; Suddenly, Odiseo feels baffled; after that, a cascade of thoughts fell down over his mind.
Also, you can download an extraordinary CD by Jethro Tull, excellent England band from sixties-seventies. This CD, Aqualung (1971), it was of the most famous of the band, and the picture on the cover front it’s pretty cool. If you like progressive rock, don’t let it go.
Odiseo Arrives to his house. It was a breakdown electrical energy at neighbour. His apartment was so dark as he has ever thought. A weird little light appears in the middle of the darkness; Suddenly, Odiseo feels baffled; after that, a cascade of thoughts fell down over his mind.
Also, you can download an extraordinary CD by Jethro Tull, excellent England band from sixties-seventies. This CD, Aqualung (1971), it was of the most famous of the band, and the picture on the cover front it’s pretty cool. If you like progressive rock, don’t let it go.
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Uno de los mejores discos que he escuchado en toda mi historia como consumidor de rock, que aunque no es mucha, ya puedo contarla por quinquenios. Se trata de una placa básica del progresivo del año 1971, Aqualung. Canciones como Hymn 43, Cross-Eyed Mary, Slipstream , y por supuesto Aqualung, hacen de este disco de Jethro Tull una verdadera joya. Una recomendación de Carta Abierta tipo: descárgalo y escúchalo.
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NO CABE duda que el proceso del revelado es toda una metáfora de cierto aspecto de la vida de las personas: el recuerdo. Si no una metáfora una extensión de éste. Un palo es la extensión del brazo; un serrucho, de la dentadura. Así, la fotografía es la extensión de la memoria para poder recordar.
Es claro que no puede haber recuerdo sin memoria, como tampoco, fotografía sin cámara fotográfica. El revelador es la solución líquida que vela las imágenes, así, la intensidad del sentimiento asociado al recuerdo, determina sus posibilidades en la memoria. El detenedor y el fijador, dan claridad y matices entre el negro y el blanco, para impedir que lo que no es negro adquiera su mejor cromo; así, nuestro espectro de lo bueno y lo malo, le dará a nuestros recuerdos su lugar adecuado.
Pero qué cosas se me ocurren ahora que llego a mi casa y no hay luz. Debió ser un "cortón" general; en la calle los faroles están igual. El cielo nublado de otoño muestra una noche oscura, de esas que casi se han extinguido en las ciudades. Las noches citadinas ya no tienen nada que ver con las que me contaba mi bisabuelo de Cuautla. Aquéllas en donde las estrellas eran luceros, que incitaron a los hombres milenarios a identificarlos con dioses, que indujeron a hombres más recientes, a compararlos con los ojos de la mujer amada.
Hoy las luces de la ciudades son de neón, y no está mal, pero no es mucho comparado con el cielo estrellado de Jalapa, donde miles de lámparas, en una noche bohemia, junto con mis amigos de la ENEP-Acatlán, proyectaron nuestras sombras como recuerdos. Sobre una piedra áspera y no localizable, mi sombra lloró por un recuerdo del futuro y aún no recuerdo que ése está por llegar.
Tengo noticias de que invidentes, reconocen la densidad de los colores sobre los materiales que tocan. En esta oscuridad artificial de mi casa, no soy capaz de reconocer de memoria, la ubicación de la vela que quiero encender. Con esfuerzo, he localizado el sillón donde me encuentro; no sin antes haberme pegado con el mismo, en la espinilla.
Pienso también en la impresionante memoria de los autistas, en la de Funes, que desde la oscuridad de su cuarto, reprodujo en su cabeza un día entero, minuto por minuto. Pienso en los faros que para los barcos, en ocasiones, lo es todo, les evita el naufragio. Pienso en la invalidez de un espejo en la oscuridad, que el arrepentimiento es la verificación de una sospecha vista en cámara lenta, que quemar las naves es inventar una verdad para olvidarla, descubrirla, y terminar creyendo en ella.
No hay ruidos que me den referencia del paso del tiempo, no más tic-tac; mis relojes digitales.
Sentado aquí, inmerso en esta oscuridad, con las referencias del sillón, la respiración. el trancazo que me di en la espinilla y tragar saliva, como los únicos hechos que demuestran que sigo vivo. Algo similar debe ser experimentar la oscuridad del espacio exterior, donde no hay referencias, donde la noción del tiempo de los seres que pudieran vivir ahí, no tendría el antes ni el después, probablemente no existirían los adjetivos, donde toda argumentación sería sólo una divagación.
Algo me distrae, una luz intermitente como un quásar. Pero estoy en mi casa, debe ser una lamparita de esas chinas. Debe estar a la altura de la puerta de mi habitación, y se ve tan lejana... igual que el amor que sentía por Nati; que en los últimos meses antes de nuestra separación se prendía y se pagaba, incluso estábamos acostumbrándonos a esas intermitencias: el deseo nocturno y la amabilidad matutina.
Me levanto para ver mejor esa luz que no alcanza a alumbrar nada a su alrededor y observo como se eleva. Bruscamente me agacho; la breve luz cae y se detiene. Muevo mis brazos y mi cuerpo, y verifico su quietud. Pronto deduzco que sólo sigue el movimiento de mi cabeza. Muevo mi cabeza manteniendo fija la mirada, y vuelvo a verificar su quietud: ¡Eureka!, sigue el movimiento de mis ojos, acaso mi mirada. Desvío un poco la mirada hacia la izquierda y luego a la derecha, compulso que sigue esos movimientos; cierro los ojos para ver si se apaga la luz... ¡qué pendejo!
Empiezo a bailar en la oscuridad y detecto que por momentos se pierde esa luz, como si tuviera un marco de acción, un eje del que no puede escapar.
Quisiera poder poner en la tornamesa el nuevo disco de Soda Stereo, y bailar la de Nada personal. ¿Por qué no marca por teléfono Andrea, y me dice que ya viene para acá?
Me vuelvo a sentar en el sillón y veo que la luz empieza a elevarse supongo que hasta el techo, pero éste en la oscuridad es como el infinito, de pronto, cobra una serie de movimientos aleatorios, pierde uniformidad y la empiezo a confundir con una luciérnaga que me recuerda el amor que siento por Andrea. Qué bella es, qué impredecible es, aunque... aún no me acostumbro a ella, y quizás eso es parte de esta magia que me hace sentir.
Un frenesí recorre mi cuerpo y empiezo a perseguir la luz sin pensar en que en menos de cinco segundos tropezaré con algún mueble. Han pasado quince segundos y no he tropezado con nada, ni siquiera me he estrellado con las paredes; me detengo asustado y con vértigo, más por estar ileso que por mis movimientos. La luz se detiene, corro hacia ella y en el camino pienso en Andrea, en mi vida, en esta locura que experimento. Pienso en ti que consideras que esto jamás ocurrió. Y me estrello con un vidrio grande y termino en el suelo como después de haber resucitado.
No sé si quiero que regrese la luz... tengo el rostro cortado, me arden las mejillas. Abren la puerta, es Andrea. Llegó la luz, literalmente.
–Hay, ¿qué hiciste Odiseo?... rompiste el espejo que compré –Casi le reclamaba y se lo cobraba.
–Pero Andy, qué lugar para dejar un espejo, en medio del pasillo –Casi la llamaba imbécil.
–Lo trajeron en la mañana justo cuando me iba al trabajo. No me dio tiempo de ponerlo en otro sitio –Dijo ella, conteniendo su malestar y tratando de no sobre reaccionar a un accidente.
Su viaje recién empezaba, y como todos los viajes: extraordinarias experiencias que se van velando como las palabras y los hechos.
Es claro que no puede haber recuerdo sin memoria, como tampoco, fotografía sin cámara fotográfica. El revelador es la solución líquida que vela las imágenes, así, la intensidad del sentimiento asociado al recuerdo, determina sus posibilidades en la memoria. El detenedor y el fijador, dan claridad y matices entre el negro y el blanco, para impedir que lo que no es negro adquiera su mejor cromo; así, nuestro espectro de lo bueno y lo malo, le dará a nuestros recuerdos su lugar adecuado.
Pero qué cosas se me ocurren ahora que llego a mi casa y no hay luz. Debió ser un "cortón" general; en la calle los faroles están igual. El cielo nublado de otoño muestra una noche oscura, de esas que casi se han extinguido en las ciudades. Las noches citadinas ya no tienen nada que ver con las que me contaba mi bisabuelo de Cuautla. Aquéllas en donde las estrellas eran luceros, que incitaron a los hombres milenarios a identificarlos con dioses, que indujeron a hombres más recientes, a compararlos con los ojos de la mujer amada.
Hoy las luces de la ciudades son de neón, y no está mal, pero no es mucho comparado con el cielo estrellado de Jalapa, donde miles de lámparas, en una noche bohemia, junto con mis amigos de la ENEP-Acatlán, proyectaron nuestras sombras como recuerdos. Sobre una piedra áspera y no localizable, mi sombra lloró por un recuerdo del futuro y aún no recuerdo que ése está por llegar.
Tengo noticias de que invidentes, reconocen la densidad de los colores sobre los materiales que tocan. En esta oscuridad artificial de mi casa, no soy capaz de reconocer de memoria, la ubicación de la vela que quiero encender. Con esfuerzo, he localizado el sillón donde me encuentro; no sin antes haberme pegado con el mismo, en la espinilla.
Pienso también en la impresionante memoria de los autistas, en la de Funes, que desde la oscuridad de su cuarto, reprodujo en su cabeza un día entero, minuto por minuto. Pienso en los faros que para los barcos, en ocasiones, lo es todo, les evita el naufragio. Pienso en la invalidez de un espejo en la oscuridad, que el arrepentimiento es la verificación de una sospecha vista en cámara lenta, que quemar las naves es inventar una verdad para olvidarla, descubrirla, y terminar creyendo en ella.
No hay ruidos que me den referencia del paso del tiempo, no más tic-tac; mis relojes digitales.
Sentado aquí, inmerso en esta oscuridad, con las referencias del sillón, la respiración. el trancazo que me di en la espinilla y tragar saliva, como los únicos hechos que demuestran que sigo vivo. Algo similar debe ser experimentar la oscuridad del espacio exterior, donde no hay referencias, donde la noción del tiempo de los seres que pudieran vivir ahí, no tendría el antes ni el después, probablemente no existirían los adjetivos, donde toda argumentación sería sólo una divagación.
Algo me distrae, una luz intermitente como un quásar. Pero estoy en mi casa, debe ser una lamparita de esas chinas. Debe estar a la altura de la puerta de mi habitación, y se ve tan lejana... igual que el amor que sentía por Nati; que en los últimos meses antes de nuestra separación se prendía y se pagaba, incluso estábamos acostumbrándonos a esas intermitencias: el deseo nocturno y la amabilidad matutina.
Me levanto para ver mejor esa luz que no alcanza a alumbrar nada a su alrededor y observo como se eleva. Bruscamente me agacho; la breve luz cae y se detiene. Muevo mis brazos y mi cuerpo, y verifico su quietud. Pronto deduzco que sólo sigue el movimiento de mi cabeza. Muevo mi cabeza manteniendo fija la mirada, y vuelvo a verificar su quietud: ¡Eureka!, sigue el movimiento de mis ojos, acaso mi mirada. Desvío un poco la mirada hacia la izquierda y luego a la derecha, compulso que sigue esos movimientos; cierro los ojos para ver si se apaga la luz... ¡qué pendejo!
Empiezo a bailar en la oscuridad y detecto que por momentos se pierde esa luz, como si tuviera un marco de acción, un eje del que no puede escapar.
Quisiera poder poner en la tornamesa el nuevo disco de Soda Stereo, y bailar la de Nada personal. ¿Por qué no marca por teléfono Andrea, y me dice que ya viene para acá?
Me vuelvo a sentar en el sillón y veo que la luz empieza a elevarse supongo que hasta el techo, pero éste en la oscuridad es como el infinito, de pronto, cobra una serie de movimientos aleatorios, pierde uniformidad y la empiezo a confundir con una luciérnaga que me recuerda el amor que siento por Andrea. Qué bella es, qué impredecible es, aunque... aún no me acostumbro a ella, y quizás eso es parte de esta magia que me hace sentir.
Un frenesí recorre mi cuerpo y empiezo a perseguir la luz sin pensar en que en menos de cinco segundos tropezaré con algún mueble. Han pasado quince segundos y no he tropezado con nada, ni siquiera me he estrellado con las paredes; me detengo asustado y con vértigo, más por estar ileso que por mis movimientos. La luz se detiene, corro hacia ella y en el camino pienso en Andrea, en mi vida, en esta locura que experimento. Pienso en ti que consideras que esto jamás ocurrió. Y me estrello con un vidrio grande y termino en el suelo como después de haber resucitado.
No sé si quiero que regrese la luz... tengo el rostro cortado, me arden las mejillas. Abren la puerta, es Andrea. Llegó la luz, literalmente.
–Hay, ¿qué hiciste Odiseo?... rompiste el espejo que compré –Casi le reclamaba y se lo cobraba.
–Pero Andy, qué lugar para dejar un espejo, en medio del pasillo –Casi la llamaba imbécil.
–Lo trajeron en la mañana justo cuando me iba al trabajo. No me dio tiempo de ponerlo en otro sitio –Dijo ella, conteniendo su malestar y tratando de no sobre reaccionar a un accidente.
Su viaje recién empezaba, y como todos los viajes: extraordinarias experiencias que se van velando como las palabras y los hechos.
3 comentarios:
Buen texto. Si reconocemos que la existencia de la luz eléctrica es casi una invención reciente, cuanto nos costaría imaginar la historia de la humanidad sin su existencia, es decir esas noches que te contaba tu bisabuelo. Me gustó eso de oscuridad artificial.
Un abrazo
Osvaldo:
Gracias por la visita y el comentario. En el tenor de éste último: ¿no sé si sería más difícil, para nosotros, imaginarnos cómo fueron las noches sin luz eléctrica; o para aquéllos hombres, imaginarse las noches tal y como son ahora?
Suerte y abrazos.
buen escritoCol asi de simple
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