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Respuesta a la encuesta anterior: Los organizadores del premio Nobel, propusiero tanto a Octavio Paz como a Carlos Fuentes, compartir el premio.
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Abstract: This post it’s about crisis, crisis that happens near form thirties years old. Not only at personal level but also our socioeconomic way of life. Changes on labor market, on social roll of women, a decreasing wages and devaluating of Mexican peso respect previous years, perhaps there are behind of all those socioeconomic phenomena.
Then it’s not weird that social reproduction family rhythm had delayed progressively. We can’t have to our parents as a model life, because they lived other economic and personal situation. We must consider our models of life, accord to our reality.
Also, you can download a CD from Divididos, one of the most powerful bands on the world. This one Gol de Mujer, 1998 (Women’s Goal), it’s a jew.
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Este disco de Divididos (Gol de Mujer, 1998), va dedicado a mi tio-primo Horacio (mejor conocido como Eich), que le encanta el buen rock y conocer nuevas bandas. El disco en general está más pesadón de lo que recordaba. Recomiendo Nene de antes, Amor japonés y Cabeza de maceta. Sonido más potente será difícil de encontrar o como dice mi amigo Osvaldo Drodz (aunque en referencia a Manal): no es fácil que una guitarra, un bajo y una batería, llenen y hagan no extrañar otro instrumento.
Then it’s not weird that social reproduction family rhythm had delayed progressively. We can’t have to our parents as a model life, because they lived other economic and personal situation. We must consider our models of life, accord to our reality.
Also, you can download a CD from Divididos, one of the most powerful bands on the world. This one Gol de Mujer, 1998 (Women’s Goal), it’s a jew.
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CONVENCIONALMENTE EXISTEN varias etapas importantes en la vida de las mujeres y los hombres. En esta ocasión expresaré una de ellas: cuando cruzamos del año 29 de vida al 30. Pronto viene a mi memoria una canción de Carlos Arellano, a la cual le tomé prestado el título de este texto. No conozco a Carlitos, pero supongo que no interpondrá demanda alguna ante el Indautor.
Lectores veinteañeros (y adolescentes) y cuarentones (y de edades posteriores), no se sientan excluidos, pues para unos esto será como una premonición y para otros, un recuerdo.
Los años treinta, para el mundo, fue un periodo entre guerras; empezaron los estruendos socioeconómicos de la Gran Depresión; se asomaron a la historia para siempre personajes como Mickey Mouse o Mahatma Gandhi; ocurrieron sucesos desagradables como el primer gol en una Copa del Mundo (contra México, precisamente) e inició en la Argentina la llamada Década Infame, derivada de un golpe militar de Estado. Íconos y sucesos que nos llevan de la alegría a la pesadumbre.
Los treinta años, para el ser humano, es un periodo de cabal importancia porque en los últimos tiempos muchos de los Treintañeros de hoy, experimentamos una especie de reflexión que de repente sabe a nostalgia y de pronto a angustia. Es una etapa en la cual, en teoría, se deben ya seguir los raíles de lo que será nuestra vida hasta el final; sin embargo, de pronto cambió la jugada, y la mayoría de Treintañeros estamos aún terminando de construir esos rieles.
En alguna ocasión comentaba junto con mi primo Armando que nuestros padres vivieron, más o menos diez años antes que nosotros, lo que en ese momento nos ocurría. A nuestra edad (en ese entonces, 25 años), nuestros padres ya se habían casado, nosotros ya habíamos nacido, etcétera. Las cosas han cambiado mucho, el rol social de la mujer, el poder adquisitivo del dinero, las condiciones del mercado laboral, entre otras cosas.
Hace algunos años, también, me reuní con una amiga, Marlene. Especulamos sobre la posibilidad de que el promedio de vida de las personas fuera de 150 años, que la infancia, la adolescencia y la juventud duraran en promedio 40 años, que la vejez llegara alrededor de los 130; argumentamos que estas condiciones hubieran permanecido desde la época de los griegos; concluimos algunas cosas: que la expresión de amor eterno jamás hubiese sido formulada, que la Seguridad social no hubiera sido una alternativa para Bismark, que el capitalismo no hubiera existido. Quedaron algunas incógnitas acerca del valor de la monogamia y la atrocidad de la infidelidad. Sobre si Borges hubiese olvidado, antes de haber sugerido temerariamente, que un hombre debe ser todos los hombres en el transcurso de su vida.
En cambio, por término medio, en nuestro país vivimos poco más de la mitad de esos supuestos 150 años, con una vejez que en ocasiones nos sorprende a los 50 años o con una infancia que muchas veces se cuela hasta entrados los 30.
En los primeros dos años que he recorrido de esta tercer década de vida, he definido aspectos cruciales de mi vida desde cierto punto de vista, por ejemplo, opté por la entereza de jugar juegos de azar con Dios, de correr los 100 metros planos con la certeza de que la pista tiene sólo 90; preferí la estabilidad en vez de la vacilación como estilo de vida. Eso me costó transformar algunos planes en quimeras, pero me permitió distinguir algunas virtudes que bajo la intemperie de la incertidumbre apenas son despojos de cualquier aspiración suprahumana, a la que parece que nunca se termina de admirar.
Descubrí que inventé una mujer que está en los rostros de muchas mujeres: narices portentosas, ojos abismales, labios que no cesarían de confundirse con los míos. He conocido el criterio para aquilatar la tragedia y la ironía, y para distinguir la elegancia y el estilo.
Hace años, platicaba con mi padre acerca de las edades en que uno se independiza. Argumenté en mi favor un sinnúmero de vicisitudes sociales y económicas, creí haber logrado una explicación irrefutable; su silencio resguardado tras una bocanada de cigarro fomentó esa impresión. Segundos después, soltó una de sus experiencias, me abrumó; al cabo de unos segundos supe que él tenía razón: quien se quiere independizar, lo hace.
De cualquier manera no deja de ser cierto que el proceso de reproducción social de la familia, en promedio, se ha retrasado.
Datos Duros
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en 1995, la primera relación matrimonial en promedio, los mexicanos la tuvieron a los 21.6 años de edad (mujeres, 20.0; hombres, 23.2). Destacan el Distrito Federal, como la entidad con el mayor promedio 22.8 y Chiapas con el menor, 20.6.
Diez años después, en el país, el promedio de edad para matrimoniarse se elevó a 26.4 años (mujeres, 25.0; hombres, 28.7. El DF mantuvo el mayor promedio de edad al contraer nupcias por vez primera con 28.9 años, y Guanajuato y Yucatán el menor con 24.4 años en promedio.
Es pertinente notar varias cosas que cambiaron en esos diez años. En primer lugar, el promedio de años para contraer las primeras nupcias, se elevó casi cinco años (de 21.6 a 26.4 años); la distancia entre el mayor y el menor promedio, en cada año, se amplio al pasar de 2.2 a 4.5 años.
Esto refuerza el planteamiento de que el proceso de reproducción familiar se ha venido retrasando, aunque los motivos aún no están esclarecidos con certeza, deben jugar un papel importante la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral, así como la falta de empleos formales y la consecuente falta de estabilidad económica, entre otros muchos aspectos de índole psicosocial, no menos importantes.
Un dato que llamó mi atención, es el devenir de la relación matrimonios-divorcios (número de divorcios por cada cien matrimonios), que en 1970 fue de 3.2, en 1980, de 4.4, en 1990, de 7.2 y en 2005 de 11.8. Datos que insinúan, de entrada, una correlación entre el decadente poder adquisitivo y nivel de salarios con el creciente número de divorcios.
Los procesos socioeconómicos cambian relativamente más rápido respecto a los procesos culturales, tienen otro ritmo. El problema es que nuestras expectativas están dentro del terreno de la cultura y nuestras posibilidades en el de la socioeconomía.
Fuente de información: INEGI: www.inegi.gob.mx (Estadísticas nupciales. Varios años)
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CONVENCIONALMENTE EXISTEN varias etapas importantes en la vida de las mujeres y los hombres. En esta ocasión expresaré una de ellas: cuando cruzamos del año 29 de vida al 30. Pronto viene a mi memoria una canción de Carlos Arellano, a la cual le tomé prestado el título de este texto. No conozco a Carlitos, pero supongo que no interpondrá demanda alguna ante el Indautor.
Lectores veinteañeros (y adolescentes) y cuarentones (y de edades posteriores), no se sientan excluidos, pues para unos esto será como una premonición y para otros, un recuerdo.
Los años treinta, para el mundo, fue un periodo entre guerras; empezaron los estruendos socioeconómicos de la Gran Depresión; se asomaron a la historia para siempre personajes como Mickey Mouse o Mahatma Gandhi; ocurrieron sucesos desagradables como el primer gol en una Copa del Mundo (contra México, precisamente) e inició en la Argentina la llamada Década Infame, derivada de un golpe militar de Estado. Íconos y sucesos que nos llevan de la alegría a la pesadumbre.
Los treinta años, para el ser humano, es un periodo de cabal importancia porque en los últimos tiempos muchos de los Treintañeros de hoy, experimentamos una especie de reflexión que de repente sabe a nostalgia y de pronto a angustia. Es una etapa en la cual, en teoría, se deben ya seguir los raíles de lo que será nuestra vida hasta el final; sin embargo, de pronto cambió la jugada, y la mayoría de Treintañeros estamos aún terminando de construir esos rieles.
En alguna ocasión comentaba junto con mi primo Armando que nuestros padres vivieron, más o menos diez años antes que nosotros, lo que en ese momento nos ocurría. A nuestra edad (en ese entonces, 25 años), nuestros padres ya se habían casado, nosotros ya habíamos nacido, etcétera. Las cosas han cambiado mucho, el rol social de la mujer, el poder adquisitivo del dinero, las condiciones del mercado laboral, entre otras cosas.
Hace algunos años, también, me reuní con una amiga, Marlene. Especulamos sobre la posibilidad de que el promedio de vida de las personas fuera de 150 años, que la infancia, la adolescencia y la juventud duraran en promedio 40 años, que la vejez llegara alrededor de los 130; argumentamos que estas condiciones hubieran permanecido desde la época de los griegos; concluimos algunas cosas: que la expresión de amor eterno jamás hubiese sido formulada, que la Seguridad social no hubiera sido una alternativa para Bismark, que el capitalismo no hubiera existido. Quedaron algunas incógnitas acerca del valor de la monogamia y la atrocidad de la infidelidad. Sobre si Borges hubiese olvidado, antes de haber sugerido temerariamente, que un hombre debe ser todos los hombres en el transcurso de su vida.
En cambio, por término medio, en nuestro país vivimos poco más de la mitad de esos supuestos 150 años, con una vejez que en ocasiones nos sorprende a los 50 años o con una infancia que muchas veces se cuela hasta entrados los 30.
En los primeros dos años que he recorrido de esta tercer década de vida, he definido aspectos cruciales de mi vida desde cierto punto de vista, por ejemplo, opté por la entereza de jugar juegos de azar con Dios, de correr los 100 metros planos con la certeza de que la pista tiene sólo 90; preferí la estabilidad en vez de la vacilación como estilo de vida. Eso me costó transformar algunos planes en quimeras, pero me permitió distinguir algunas virtudes que bajo la intemperie de la incertidumbre apenas son despojos de cualquier aspiración suprahumana, a la que parece que nunca se termina de admirar.
Descubrí que inventé una mujer que está en los rostros de muchas mujeres: narices portentosas, ojos abismales, labios que no cesarían de confundirse con los míos. He conocido el criterio para aquilatar la tragedia y la ironía, y para distinguir la elegancia y el estilo.
Hace años, platicaba con mi padre acerca de las edades en que uno se independiza. Argumenté en mi favor un sinnúmero de vicisitudes sociales y económicas, creí haber logrado una explicación irrefutable; su silencio resguardado tras una bocanada de cigarro fomentó esa impresión. Segundos después, soltó una de sus experiencias, me abrumó; al cabo de unos segundos supe que él tenía razón: quien se quiere independizar, lo hace.
De cualquier manera no deja de ser cierto que el proceso de reproducción social de la familia, en promedio, se ha retrasado.
Datos Duros
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en 1995, la primera relación matrimonial en promedio, los mexicanos la tuvieron a los 21.6 años de edad (mujeres, 20.0; hombres, 23.2). Destacan el Distrito Federal, como la entidad con el mayor promedio 22.8 y Chiapas con el menor, 20.6.
Diez años después, en el país, el promedio de edad para matrimoniarse se elevó a 26.4 años (mujeres, 25.0; hombres, 28.7. El DF mantuvo el mayor promedio de edad al contraer nupcias por vez primera con 28.9 años, y Guanajuato y Yucatán el menor con 24.4 años en promedio.
Es pertinente notar varias cosas que cambiaron en esos diez años. En primer lugar, el promedio de años para contraer las primeras nupcias, se elevó casi cinco años (de 21.6 a 26.4 años); la distancia entre el mayor y el menor promedio, en cada año, se amplio al pasar de 2.2 a 4.5 años.
Esto refuerza el planteamiento de que el proceso de reproducción familiar se ha venido retrasando, aunque los motivos aún no están esclarecidos con certeza, deben jugar un papel importante la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral, así como la falta de empleos formales y la consecuente falta de estabilidad económica, entre otros muchos aspectos de índole psicosocial, no menos importantes.
Un dato que llamó mi atención, es el devenir de la relación matrimonios-divorcios (número de divorcios por cada cien matrimonios), que en 1970 fue de 3.2, en 1980, de 4.4, en 1990, de 7.2 y en 2005 de 11.8. Datos que insinúan, de entrada, una correlación entre el decadente poder adquisitivo y nivel de salarios con el creciente número de divorcios.
Los procesos socioeconómicos cambian relativamente más rápido respecto a los procesos culturales, tienen otro ritmo. El problema es que nuestras expectativas están dentro del terreno de la cultura y nuestras posibilidades en el de la socioeconomía.
Fuente de información: INEGI: www.inegi.gob.mx (Estadísticas nupciales. Varios años)