miércoles, 22 de julio de 2009

Música

Joaquín pensaba que la música era una especie de túnel del tiempo; podía escuchar una canción de 1937 en 2003, y sentía que el sonido de ella, con su fuerza centrípeta, le abstraía de lo que estuviera haciendo.

Ya fuera cortando mangos en los ubérrimos terrenos de su bisabuela María, bajo el sol de Morelos, o trepando la mirada sobre una nube recortada por la luz lunar, frente al Pacífico, sin previa cita, la música solía tirar de él.

Sus canciones favoritas: tangos argentinos del arrabal, encontrados en los trineos invernales de sus primeros días en la Doctores.


Lo favorito, categoría a la que se accede por atributo.
No es la música, porque ésta es un sistema complejo;
tampoco la canción, porque de la voz y la letra es conjuro.
Es el sonido, vibración que de la vida es el mejor ejemplo.

Hoy en día, Joaquín mira sus manos, observa en ellas el pletórico andar del tiempo. Con el índice y el pulgar pellizca su brazo derecho; lo que era carne que rápidamente recobraba su cuerpo, ahora es un pellejo que macilento regresa a su sitio. Él mira a su nieta o a su nieto; para el caso también pudo haber sido un sobrino. Lo observa y le dice una sonrisa. Guarda silencio e ignora al nieto o al sobrino; recuerda en su mente aquél sonido. No lo pone en el estéreo ni en la radio; no, eso es demasiado esfuerzo.

La reproducción memoriosa posee acopios humanos, tinturas, sabores, olores… tantas cosas manipulables y enriquecidas, que la fría reproducción, análoga o digital, ya no es capaz de ofrecerle a Joaquín. Imaginar que Carlos Gardel sigue cantando Adiós muchachos con algunas estrofas añadidas, que, ¿por qué no?, narraran alguna desventura del "Joaco" de la Doctores.


Se levanta de madrugada, no consigue dormir; es una rutina.
Escucha sus pies ser arrastrados por el corredor hasta el sillón;
antes de sentarse y mientras mira que olvidó cerrar las cortinas,
suspira y su mirada se va cabalgando ese potro bravo, la invención.

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