martes, 12 de febrero de 2008

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El título aunque parece una incoherencia, no lo es. Justo cuando acabé de terminar de escribir este texto, se me cayeron encima como 25 ó 30 kilos de libros; se me vino encima una repisa con los libros más pesados. Milagrosamente no se me rompió la cabeza ni la computadora. Cuando terminé de arreglar el desmadre, regresé a la lap top, y vi esos caracteres que están en el título. Sólo espero que no converjan sobre mí antiguas maldiciones divinas, diría Borges.
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Caminé varios días sin buscar nada, cursé calles oscuras y encharcadas. A mitad de una noche entendí que lo que buscaba era abandonar los recuerdos, dejarlos regados por la ciudad. No lo logré; en cambio, comprendí que nada era cierto, que no estaba enojado, que no sentía dolor. Me sentí un impostor.

Pero no dejé de caminar, lejos de ello empecé a aventurar algunas hipótesis que explicaran ese desazón que se siente cuando crees o te quieres sentir mal y, sin embargo, estás bien, te encuentras si no alegre sí tranquilo.

Qué pasó con todas esas canciones escritas por personas que habían vivido algo similar a lo que me había ocurrido; qué pasó con ese estar de acuerdo con las reacciones descritas por ellos, ese mandar todo al diablo, no regresar...

En mí no había rastros de esa forma de pensar, lo cual no quiere decir que no la quiera, que haya sido una mentira.

Llegué a un cafecito que está en la esquina de Patriotismo y... no recuerdo la otra calle, pero se llama Estación Café, y ahí estabas sorbiendo de una taza marrón y leyendo un libro.

Lo primero que pensé fue que después de tanto caminar sin haber comido, estaba sufriendo legítimas alucinaciones.

Me escondí tras el poste de luz cuando vi que volteabas hacia la calle. Eras tú y eso no quería decir nada, ni el destino, ni el azar, ya ni menciono la casualidad. Me fumé un cigarro recargado en ese poste gris, fue como convertirme en un detective o inventar una profesión no remunerada.

Decidí caminar en un momento en el que te veías muy entretenida con algún libro. Me dirigí al Centro de Información del INEGI que está a un par de cuadras.

Llegué a la mapoteca y pregunté por unos planos, serían como cuarto para las nueve. Inquirí a un empleado sobre un mapa, pero estaba agotado.

Luego, en menos de 15 minutos relate mi historia al mismo empleado. Ahí estábamos los dos separados por un descuidado mostrador.

Sus abundantes bigotes grises y la gravedad de su voz, dotaron a sus escasas palabras de autoridad.

−¿Estarás creciendo? De nada serviría lo que escuchas, ves o lees, si lo imitaras. Acá nadie se muere de amor; te mueres de hambre, de cáncer. No esperes que te llegue por correo un papelito que testifique que has crecido, aprendido; de ello te das cuenta en el momento, pero la terquedad es el peor enemigo del aprendizaje.

Tenía la mirada clavada en el mostrador, y de pronto el empleado me dijo:

−Joven, ya le dije que no tenemos ese mapa. Si gusta, puede ir a la sucursal de Balderas, es probable que allá lo tengan. ¿Está usted bien, se ve muy pálido?, tiene ahí como diez minutos no más mirando el mostrador.

Me di la vuelta sin despedirme. Caminé de regreso por Patriotismo y llegué a la cafetería donde estabas, pero ya habían cerrado.

2 comentarios:

Carlos Fausto dijo...

Estos encuentros los he denominado como encuentros cercanos del segundo tipo, los del tercer tipo incluyen ya un contacto, los del segundo son unipersonales y totalmente egoístas.

Por cierto buena rola.

Victor Castillo dijo...

Carlosdu:

Sí la rola es buenísima. En cuanto a los encuentros, pues yo prefiero los del cuarto tipo, jejeje.

Suerte y abrazos.