sábado, 8 de diciembre de 2007

Comunicaciones

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La canción que se escucha de fondo es Carol de Al Stewart, Modern Times, 1975. Se la dedico a la mujer que lee esto y sabe que se la dedico.
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Abstract: ¿Pantheism? No, it is about you, your feelings. I can’t explain you that your life, lie and high hopes are wrong, because if I do it, may be I would killing my own instincts, those describes the supposition of my acts. ¿Have you have memories of your childhood? ¿What are you doing whit that?
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This week you can download an excellent album Al Stewart's album: Modern Times, 1975
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Modern Times de Al Stewart. Se trata de un disco imprescindible de 1975. Este compositor inició su carrera a mediados de los años sesentas, y es conocido mundialmente por su canción Year of the Cat del álbum homónimo; sin embargo, en Carta Abierta decidimos difundir este material poco conocido para los no seguidores de Stewart.
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Además, como dato, fue producido por Alan Parsons, y muestra una síntesis entre las preferencias de Al: el Folk y el Rock: 100% recomendable.

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EN CUAHUIXTLA, Cuautla, municipio de Morelos, fijó su residencia temporal. Un terreno que perteneció a su familia desde los años cuarentas del siglo pasado. Ahora nadie habita la casa de sus bisabuelos. Entre árboles de mango, luciérnagas y el sonido de un riachuelo, se disponía a pasar una semana alejado de las horas pico, del trabajo. Quería no sentir el tiempo, si es que a éste es posible sentirlo.

Abrió la puerta de madera sin chapas, recordó que sus bisabuelos solían atrancarla con un palo; no había ninguno, pero no era necesario; Cuahuixtla era un lugar bastante tranquilo, si excluimos a las brujas protagonistas de incontables anécdotas que su bisabuelo solía contarle en su infancia, y en definitiva, una puerta atrancada no era obstáculo cabal para las bolas de fuego nocturnas.

Cenó unos sándwiches de jamón con queso manchego y un jugo de naranja. Sin radio, televisión o Internet, decidió recostarse en la vieja cama incómoda tan llena de recuerdos hermosos, mismos que le sirvieron de almohada para conciliar el sueño.

Su cansancio era parte de los últimos estragos de la ciudad que terca se aferra a cada uno de sus amantes-habitantes.

Despertó en una clara mañana y olió el aroma del campo y vio por la ventana sin vidrio ramas de árboles, hojas verdes, el cielo azul, además de sentir la comezón causada por los mosquitos. Colores que contrastaban con las paredes grises de la habitación.

Ahí estaban, aún, los recuerdos de la ciudad, los semáforos, el Periférico, los gritos de la vecina. También, el hotel de paso donde estuvo por última vez con el amor de su vida que no era la mujer de su vida, y mucho menos el primer amor.

Decidió ir al supermercado de Cuautla y surtirse de provisiones para una semana. Al llegar a casa, observó una mañana clara y sintió el aroma del campo y vio ramas de árboles, hojas verdes, el cielo azul. Colores que contrastaban con las paredes grises de la habitación; ya empezaba a sentir lejanos los recuerdos de la ciudad. Le pareció extraño que tan pronto empezara a acostumbrarse a las dilatadas horas del campo que parecen orugas que sin emoción buscan su crisálida.

Decidió escribir y empezó, sin decidirlo, por dibujar puntos, puntitos; luego, pasó a las rayas, rayitas. Se atrevió a combinarlos indiscriminadamente y cuando intuyó cierta coherencia y uniformidad arrancó la hoja, y la tiró por ahí. Minutos después, empezó a dibujar líneas onduladas como eses horizontales; arribó a las líneas paralelas y luego al six sax. Finalmente, antes del anochecer, intuyó que los espacios en blanco entre las figuras elaboradas también representaban algo, no lo sabía con certeza:

−La intuición es tan poderosa que es capaz de dar lógica y explicar los actos más inauditos, pensó.

Por la noche no pudo acoger el sueño con la prontitud de la anterior. En esa oscuridad campirana que nada tiene que ver con la citadina, distinguió el gotear pausado, pero continuo, del grifo que está en la cocina. Se entretuvo contando las gotas de agua que caían. La contabilidad no llegó muy lejos, pues el zumbido del aletear de un zancudo lo distrajo. El zumbido no era tan agudo como al que estaba acostumbrado a escuchar; se imaginó un insecto terrorífico y se cubrió con las sábanas recién compradas en el supermercado.

Al otro día, fue al río a recoger piedras, labor que 25 años atrás su bisabuelo le enseño, sólo por el placer de hacer algo, aunque para un mocoso de de siete años, se trataba de una responsabilidad bien recompensada al ver al bisabuelo ordenar la recolección lítica en forma de almohada y recostado reposar su cabeza sobre un montón de piedras alisadas por una agua que nunca es la misma.

Trató de hacer lo mismo sin fortuna, y fue cuando comprendió, un poquito más, la vida fuera de la ciudad en aquellos años.

Volvió a retomar sus hojas y se dispuso a escribir, pero de su mano sólo emanaron figuras angulares: triángulos, rectángulos, cuadrados, rombos, trapecios, trapezoides, hexágonos. Casi al anochecer llegó a lo que llamamos polígonos por comodidad.

Esa noche se recostó desnudo sobre la cama dispuesto a donarle su sangre a cuanto zancudo lo requiriera. Aquéllos hicieron acto de presencia y él sólo escuchaba los zumbidos; le asustó el plural, pero se mantuvo descubierto. La actitud era nueva para él, siempre con el insecticida o las pastillas de acción prolongada contra mosquitos. Se sintió imprudente, audaz y finalmente estúpido.

Encontró ritmo entre el goteo del grifo y el ir y venir de los zancudos, un ritmo que repentinamente pasó del compás a la sinfonía, debido a que el sonido del río, no percibido con anterioridad, se unió a los otros dos. En algún momento de la oscura madrugada, se durmió.

Por la mañana desayunó y desesperado tomó sus hojas.

Lo primero que dibujó fue un ovoide y luego un círculo; llenó siete planas con círculos y al primero lo olvidó. Por la tarde, empezó a narrar con el lápiz una espiral y se rio y se asustó, porque solemos reírnos de lo que no conocemos y después asustarnos porque entendemos que no lo conocemos. Trazó líneas rectas en el principio y en el final de la única espiral que dibujó, y se sintió satisfecho porque se sintió más seguro, porque entendió algo de la espiral, porque un hombre sin referentes se pierde. Lo que no se preguntó es el motivo por el cual un hombre como él, no es capaz de asir una referencia en ese garabato, ni siquiera pasó por su mente la palabra símbolo.

Ya de noche con comodidad, casi de memoria, inició la liturgia con los zancudos, el grifo y el río, esa sutil sinfonía que le había enseñado, en apenas tres noches, que el tiempo no sólo se cuenta por segundos o minutos, que éstos no son más que una nomenclatura para aquilatar e inteligir el mundo.

−¿El mundo, cuál mundo?

Supo que la sinfonía había transitado a Ópera cuando a aquellos sonidos se les unió el de su respiración. Durmió.

Al otro día se dio cuenta que se le habían acabado las hojas, así que se decidió por trazar en la tierra sus ¿líneas, locuras, ignorancias? ¿Qué es eso que hacemos pensando que estamos en lo correcto y que en algún momento del camino nos damos cuenta que no hay sentido ni razón, y lo callamos?

Se fue a la casa cuando empezaba a oscurecer; de ello se dio cuenta porque empezaron a aparecer las luciérnagas. Se acordó que el día anterior y desde el primero, éstas habían aparecido, pero no les dio mayor importancia.

–Otro reloj de la naturaleza, se alegró.

La tierra húmeda quedó marcada con unas líneas (¿informes?) que a penas alcancé a divisar ya que tú y yo fuimos las gotas de lluvia que borramos una incipiente forma de lenguaje cuidadosamente iluminado con la intermitencia de las luciérnagas.

Para esa noche ya reconocía la “música” nocturna. Fue feliz y se quedó dormido.

Por la mañana empacó sus cosas; dejó lo comprado en el supermercado; se llevó en la mano una piedra del río; en su cuerpo, los piquetes de los zancudos; en su mente, los trazos practicados con el lápiz sobre el papel; en su corazón, la “música” nocturna.

Entendió mejor las letras, las palabras; amó su lenguaje y vocabulario. Se volvió a enamorar de su primer amor, del amor y de la mujer de su vida; intuyó que era posible que en este planeta existiera la mujer que implicara a las tres de manera sintética. Volvió a ser feliz por un attosegundo y cerró la puerta.

Esa noche la Ópera se transformó en algo innombrable.

10 comentarios:

Sandra Becerril dijo...

Cielos... se me puso chinita la piel... y además me inspiraste mucho, sabes? Trataba de buscar las palabras para escribir un texto y estas tuyas me sacaron de mi sopor... gracias!

Sí, lo que dejaste en el blog, es la diferencia entre horror y terror. Qué complicados somos los humanos no?

Si anda por ahí mi colección, te debo un café :)

Besos

Mamá-Z dijo...

Víctor, Víctor, Víctor. Tengo la impresión (y soy de buen ojo) que acabas de componer algo más que un cuento. Tu texto desborda el género, no cabe en ese vaso. Estamos, compañeros lectores, ante una pintura, hay aquí una sonata. ¡Es un texto perfecto, redondo! No sé por qué a Sandra se le puso la piel chinita, pero confieso que a mí me pasó algo semejante, sobre todo durante la segunda lectura. ¡Y qué ritmo, Víctor, qué ritmo! Me levanto, me quito el sombrero, aplaudo y grito de placer. Es bueno comenzar el domingo de esta manera. Gracias.

Victor Castillo dijo...

Sandra:

Bueno, tal parece que ahora me debes un café y unas palabras, je.

Es muy grato verificar tu paso por estos lares.

Besos y abrazos.

Victor Castillo dijo...

Agustín:

Ya estoy que no quepo, entre tus palabras y las de Sandra, me han redondeado el resto del año.

Sin saber qué más decir, pues seguimos en contacto y nos vemos pronto.

Suerte y abrazos.

Sandra Becerril dijo...

Hola de nuevo... podrías el 18 en la mañana?

besos!

zafreth dijo...

Coltrane eres todo un ligador jajajajajaj, Sandra el 15 es cumple de mi primo por lo que te pido me lo trates bien ehhh
saludos
pp

Victor Castillo dijo...

Coltrane:

No soy un ligador.

Espero entiendas.

zafreth dijo...

Coltrane, me retracto publicamente de lo dicho si eso te satisface.

Solo te digo que no hagas o no provoques lo que debe de ser privado, se haga público.

Para ello hay correo electronicos

Saludos a los dos y por hacer publico lo que deberia de ser privado

pp

Rodolfo Serrano dijo...

Naturalmente que me ha gustado. Y es una notable visión de "otro" naufragio. Gracias por recordármelo.

Victor Castillo dijo...

Rodolfo Serrano:

Qué padre que te gustó el texto, gracias por el comentario.

Suerte y abrazos.