jueves, 5 de abril de 2007

Los Relojes

Hace unos días ayudé a mi primo Coltrane a mudarse a su nueva casa. Trasladamos alrededor de 30 cajas (20 de libros y 10 de discos compactos), cada una de ellas contenía más o menos 70 libros o 100 compactos. Comenzamos a las once de la mañana y terminamos cerca de las once de la noche, no sin una previa dotación de alimento.

Nos despedimos, pero antes de partir, él me dejó una bolsa con algunos compactos para quemarlos y devolvérselos a Benjamín, que trabaja vendiendo música en el tianguis del Chopo.

Al llegar a mi casa revisé qué discos eran y me encontré con un libro viejísimo con las hojas amarillas. El título del ejemplar: D’Alembert, Melanchton and Maximilian. Tempus. Principium et Finis. Edición facsimilar 1978 (de la de 1585). El libro estaba firmado por Edward Talbot (mejor conocido como Edward Kelley, 1555-1597).

Tenía casi todas la hojas arrancadas, salvo las primeras dos y las tres finales que preceden a la última, que también había sido removida. Me dispuse a leer estas últimas, ininteligibles dos de ellas; no obstante, la penúltima presenta cierta coherencia.

Debo añadir que hace unas horas hablé con mi primo y no recuerda la adquisición de dicho libro; sin embargo, está empeñado en que se lo devuelva. De esa obra presento la última página.

“... y vinieron los tres a decirme que el tiempo no existe, que el principio y el fin son palabras, conceptos, necesarios para inteligir al mundo que es susceptible de escapársenos hacia lo que llamamos pasado o futuro. Para evitarlo, inventamos relojes de cualquier naturaleza, y de manera arbitraria (convencional) decidimos su inicio, como pasó hace poco al cambiar del calendario Justiniano al Gregoriano.

D’Alembert insistió en que los humanos necesitamos ordenar, segmentar porque somos mortales y nuestra naturaleza nos exige periodizar todo lo que nuestros sentidos de percepción reciben, y porque conocemos menos formas de comunicar el mundo, respecto a las que tenemos para experimentarlo.

Melanchton me reveló – a pesar de la negativa de los otros – que lo que llamamos cosmos, el universo, no es más que el gigantesco Reloj de una divinidad no nombrada por algún humano, hasta ahora. Que si alguien llegara a pronunciar su nombre, se espabilaría y dejaría de estar distraído por sus continuas invenciones. Es un Ser que es creando, si olvidara esa labor dejaría de ser. Que ellos tres están acá, desde hace más de 200 mil años, con la labor de evitar que alguien, por evolución o enfermedad, pronuncie ese nombre ignoto, suceso que podría perturbar la existencia de ellos mismos.

Maximilian confesó que ni agotando todas las posibles combinaciones entre los alfabetos conocidos e ideados por el hombre, estaríamos capacitados para pronunciar ese nombre. Agregó, que la parte del sistema óseo, así como todos los músculos y cartílagos que tienen que ver con la fonación, por la manera en que están estructurados, no nos permiten articular o pronunciar el Nombre.

Sólo me dejaron sus nombres y mis preguntas, además de un pedazo de cuero con inscripciones atroces para el razonamiento convencional, incluso el ocultista. Cuatro amigos hemos intentado traducir su contenido; ninguna de nuestras conclusiones ha coincidido. William entendió que vigilara su ojo izquierdo; John, que aceptara los 600 ducados; Francis, que no experimentara con la nieve; y yo, que no considerara la ventana en 1597...”

Creo que lo importante de la vida es que disponemos de Tiempo para vivirla, que no somos capaces de saber cuándo será nuestro Fin (tampoco sabríamos sobre nuestro comienzo de no ser por los registros, que son una de las formas del orden), pero sí podemos elegir la manera de encarar nuestro Fin en el momento que sepamos que está cerca. Creo que la creación es un oficio que nos distrae del vacío Tiempo; a éste hay que poblarlo con sangre, ideas y actos. Y no olvidar que nuestro cuerpo es un reloj que cuenta voluntades.

2 comentarios:

zafreth dijo...

haber si me devuelves mi libro!!!

Osvaldo Drozd dijo...

Un artículo bastante interesante.
Que no tengamos idea acerca de nuestro fin es algo que se muestra casi como evidencia, pero esto de que no tengamos idea acerca de nuestro comienzo, es me parece tan evidente como lo otro, pero te digo que darme cuenta de eso me sorprendió bastante. Nunca lo había pensado.
Un abrazo