domingo, 7 de enero de 2018

La Mujer de sus Sueños

–No, no estás enojado con ellas porque te acepten y luego se vayan; porque te rechacen y luego te busquen. Vamos, ni siquiera estás molesto con ellas; es contigo mismo. Sabes que te equivocaste, que hiciste elecciones que creíste acertadas; luego cambiaste tus expectativas en la vida y aquí estás recriminándote –Alba le habla desde el marco de la puerta–.

–¿Y tú qué sabes?, ni siquiera existes; esto es un sueño –él responde con firmeza, mientras da un vistazo a las paredes y el techo del lugar–.

Él está dubitativo sobre lo que dice. Los sueños son un sitio inusual para reflexionar sobre el ser, lo que es; la realidad y la existencia. Alba continúa parada, lo cuestiona. Más que retarlo, su intención es que se dé cuenta que la culpa es el pase de abordaje más caro al tranvía de la autocompasión.

Ella insiste –¿Por qué a nadie le has dicho del viaje que hiciste a España?, donde aprendiste que el vino tinto de La Conreria d´Scala Dei, te provoca varios estornudos luego del primer trago, y que al final fue sólo una reacción a los taninos de esos viñedos y no una perniciosa alergia al generoso producto de la región, según el guía del tour; donde te desconociste bajo el cielo nublado de Catalunya y entre el frío y la niebla de la primera mañana; donde supiste que tu próximo gran viaje sería a Sudamérica y que si algún día llegabas a descender de un barco, te quedarías en esa tierra para siempre –concluye Alba sin dejar de mirarlo.

Fábregas se dirige a la cocina. Toma un vaso del escurridor, se sirve whisky y de un trago lo termina. Sabe que pudo quedarse a vivir en Barcelona; que en ese entonces la aventura era el faro de sus decisiones; que tener familia, mujer e hijos sólo eran emblemas de la vida de sus amigos; jamás suyos.

–Pasa, te sirvo un trago. Tiene años que no nos vemos.

–La última vez dijiste que ya sabías lo que querías y con quién, que yo no podía dártelo. Hasta me enseñaste su foto. Tu amiga no voy a ser, debes saberlo… y ahora que te siento alejado de ella e inseguro respecto a lo nuestro, estoy acá, pensando que puedo recuperarte.

Fábregas le alcanza el vaso y se sienta cerca de ella. La mira fijamente a los ojos, sabe lo que quiere decir; no el momento para hacerlo. Sonríe para distraerla. No soporta cuando Alba adivina sus pensamientos. Quiere dejar todo, huir y despertarse; entonces sabe que es el momento oportuno para hablar.

–Me gustas porque eres todas las mujeres que he conocido, no una mezcla, ni lo mejor de cada una; eres todas y ninguna –le soltó eso sin pensar.

–Ahí sí te equivocas querido: yo soy la mujer de tu vida; las que has imaginado, las que has conocido y las que quisiste conocer; las que has encontrado en los libros y en las canciones; las que hirieron o se burlaron de tus amigos; las artistas, académicas y empresarias que admiras; las que engrosaron las listas de feminicidios; las que detestas, e incluso tu madre y tus hermanas.

–Eres una abstracción, Alba, sólo eso –dice casi cansado.

Ella lo mira condescendientemente y sonríe. –Para concluir diré que me gustas y te quiero porque la ternura sigue siendo el resorte de tu audacia e ingenio.

Él se encabrona, no soporta que la mujer que desea le diga que es tierno. Le parece que hay un conjunto de adjetivos propios para lo femenino y ser tierno es uno de ellos. Se da cuenta que Alba lo sabe y deduce que quiere distraerlo. Recupera el hilo de la charla.

–Nunca serás la mujer que quiero,… que quise –sorbe su whisky hasta agotarlo–.

–Nunca has querido a nadie, por eso estás aquí. Tan es así que al hablar de esa mujer, mezclaste los tiempos verbales. Esa mujer es inasible para ti aunque la hayas conocido. Es más, quizás el inasible seas tú, siempre disperso en el tiempo, imaginando que cambias el pasado, olvidándote del presente y abrumado por un futuro inexistente –bebe todo el whisky.

Fábregas toma el escocés y sirve los vasos. La mira, sabe lo que va a decir; se reserva un poco, quiere que Alba piense que lo ha dejado sin palabras. Ella sonríe con jactancia.

–No sabes con certeza por qué me quieres. Yo te lo voy a decir: es porque aprendí a tener estos sueños lúcidos, donde puedo usar el libre albedrío y hacer lo que quiera. Esto te pone a ti en una posición inigualable, pues también posees dicha libertad de pensamiento y acción.

–Si bien mi libertad está condicionada por la tuya, mis pensamientos y deseos son independientes, por eso es que te enojas seguido conmigo.

–¿Qué es lo que deseas ahorita? –le pregunta mirándola con picardía, mientras le hace notar la erección bajo su pantalón.

Alba se incorpora, deja su vaso en el recodo del sillón. Se acerca a él, le coquetea con el cuerpo y su sonrisa; con movimientos lentos, largos, sensuales avanza. Estando cerca de él lo encara y con la diestra acaricia delicadamente su pene sobre el pantalón.

–A ti te excita lo que no entiendes. En el trabajo, en la vida y en especial con tus parejas; nada te excita tanto como lo que no entiendes y sabes que puedes hacerlo y dominarlo. Por eso te aburren la prostitución y los procesos electorales.

–¿Qué no es lo mismo? –bromeó.

Hizo caso omiso del gracejo –Y así es porque para vos inteligir las cosas es un medio para seducir y parece que lo has olvidado. Ahora te ha dado por hacerlo sin saber lo que buscas.

Fábregas pone su mano sobre la vagina de Alba, la frota. Se miran a los ojos, no parpadean, tampoco hablan. Las manos se mueven. Alba piensa en el Jazz; Fábregas, en el Blues. Ella en contratiempos y cambios impredecibles; él en la fúrica sutileza que se intensifica; ella se dilata, él se endurece; sangre, carne; ella, él.


Alba despierta, permanece acostada, abre los ojos.

3 comentarios:

jesus diaz dijo...

me gusto lo de blues..jazz...whisky y escoces...saludos..

Victor Castillo dijo...

Esa parte llegó sola, sobre la marcha.

Saludos, Jesús.

ZELEGO dijo...

Y entonces escribes, Víctor?