miércoles, 11 de febrero de 2009

Los Finales

Recientemente terminé de leer Amuleto, de Roberto Bolaño; escritor chileno desaparecido. Una recomendación de Eich; primo pocho (jeje) de severo conocimiento literario.

El caso es que al terminar de leer dicho libro, sentí que no entendí nada, y es que uno tiende a creer que el final de algo, una película, un libro, una relación, ¿qué se yo?, nos debe reservar un entendimiento cabal, como si los finales fueran lo más importante.

Eso suele ocurrir con el género del cuento, nos dijo Juan José Arreola y Mario Vargas Llosa; sin embargo, esto no ocurre con otros géneros literarios; además, Amuleto, no es un cuento. Entonces, pienso: ¿por qué sentí que no entendí ni un carajo?

Pronto y sin retorno, me cayó encima un recuerdo. Hace años leí Los cuentos de Maldoror de Issidore Ducasse (Conde de Lautrtémont), y si he de ser honesto, también sentí lo mismo, aunque con otras palabras: ¿¡qué diablos fue lo que leí en este par de semanas!?

Como atenuante o agravante, la verdad no lo sé, uno de los habitantes de mi mente es un loco inconforme, al que le causa ansiedad no comprender la fenomenología de los finales. Este loco escribió un ensayito que no me ha querido mostrar (sólo me lo ha platicado), para explicar esa falta de entendimiento.

Así fue como logré entender el final de Amuleto. Me explico.

En días pasados, una amiga regresó de una larga estancia en el norte del país. Escribió algo de sus primeras impresiones al ver su terruño en el norte de la ciudad: muchas cosas siguen igual y ya no son las mismas; algo así escribió. Fue entonces que entendí el libro de Bolaño y supe la diferencia entre escuchar y entender sobre un pasado al que sólo puedo acceder por los libros y las imágenes, y lo que es escuchar y sentir sobre el pasado contemporáneo. Uno se siente pequeño e ignorante, pero también alegre por entender esto último.

Por otra parte, hay libros que viven y perduran por una sola frase, una sola oración o párrafo. No dudo que haya escritores que escribieron toda una novela o cuento, tan sólo para escribir un solo renglón, realizarlo y detenerse horas o días para que todo cuadre con él.

Por otro lado, es común que lo mejor lo reservemos para el final, hay quienes aseguran que tener el final de la trama, es tener la mitad del texto.

–Che, seamos honestos con los lectores, ni siquiera has empezado a escribir sobre lo que tenés intención, por la sencilla razón de que no querés llegar al final.

¡Ah!, por fin ese loco ansioso habitante de mi mente, se sincera (o ¿seré yo?). Y descubre que el hecho de no haber entendido el final del libro Amuleto, no fue más que la alegoría que inconscientemente su hogar fraguó para soslayar el ¿supuesto? fin de una amistad, en semanas pasadas.

Vamos a hipotetizar. El fin es un fracaso aunque esté lleno de gloria. –Pero qué decís, che, si perfectamente sabés que puede ser lo contrario de lo que afirmás; no digas más boludeces–, me dice ese loco ansioso.

(Digo, si Auxilio Lacouture, uruguaya protagonista de Amuleto, tiene un ángel de los sueños argentino, ¿por qué yo no he de tener un loco ansioso habitante de mi mente de la misma nacionalidad?)

Deshipotetizamos la cosa. No se puede pensar en el fin de lo que no queremos que termine, todo lo que se diga al respecto no es más que una remisión mental alterada deliberadamente al principio. –Pero qué facilidad para estropear la lógica tenés vos, Hegel se quedaría pasmado ante semejante argumento–.

Ya está, en este momento, 11:31 de la noche del 11 de febrero de 2009, acabo de enterarme por medio de un oficio redactado en las oficinas centrales de mi sistema nervioso central, que al fin he entendido el porqué entendí el libro Amuleto, derivado de un entendimiento previo de la circunstancia de una amiga que en estos mementos está conectada al msn en algún lugar del norte de la ciudad… diantres, por andar escribiendo tanta mamada, ya se me volvió a olvidar lo que había entendido; déjenme releer el oficio…

(Dos minutos después)

…¡Ah, sí!, lo he entendido, todo lo he entendido porque cuando otra querida amiga, al regresar de un largo viaje al sur del país, ya era otra y no la reconocí. Por su parte, Auxilio viajo del sur del continente a México y, la otra amiga, del norte del país al DF. ¿Se dan cuenta que la pendejez, a veces, no es tal, sino simplemente la alegoría dilatada y cansada de un suceso que nos negamos a aceptar? y, que obviamente, trastoca todos los umbrales de nuestro entendimiento (entendí-miento).

Lo que me sucede no es más que un desmadre mental georeferenciado…

Che, ¿qué harías sin mí–?

Déjame terminar… un desmadre mental georeferenciado seguramente con la cartografía combinada del INEGI y del Google Earth, que a veces no son compatibles.

–Nada, largá un poco que no entiendo–.

Sí, mira, ninguna de las tres era la misma al regresar. Creo que se manifestó el efecto Doppler en las tres, lo cual me impulsa a creer que ninguna de las tres se fue realmente, más bien nunca estuvieron acá y lo que percibí fue un reflejo de sus lejanías, que reflejaban un color que no correspondía con su ser. Por lo tanto está explicada y justificada mi falta de entendimiento.

–Che, disculpá que te interrumpa, pero acá el que tiene que llegar a esas conclusiones no sos vos, sino yo que para eso soy ese loco ansioso que te hace cometer locuras. Recomiendo que mejor atiendas el laburo o que le hablés a alguno de los Coltranes, creo que estás sufriendo de alucinaciones electromagnetobioquímicofisicas, severas–.

No, para nada, he entendido como nunca eternamente por siempre jamás, lo que ha ocurrido.

Ey, pst, pst… que no te conviene entender, que si no esto se acaba ya–.

No sé por qué me siento como Jaromir Hladík, en el cuento El milagro secreto de Borges. Aquél pidió la gracia de Dios para terminar un escrito, un año, para ser exactos, antes de ser ejecutado por sus escritos previos:

…Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud.

Pero también me siento como Casaubon (y no Marcelo), el protagonista de El Péndulo de Foucault de Umberto Eco, cuando hacia el final (su final) piensa:

De todas maneras, lo mismo da que lo haya escrito o no. Siempre buscarían otro sentido, incluso en mi silencio. Son así. Incapaces de ver la revelación. Malkut es siempre Malkut, y punto.

Pero no vale la pena decírselo. Hombres de poca fe.

Entonces lo mejor es quedarse aquí y esperar, mirar la colina.

Es tan hermosa.

Y también me siento como el Pibe Pedro, bandoneonista, futuro compositor en la película La puta y la ballena, porque a veces entender no explica nada, como las ballenas que por alguna razón desconocida encallan en las playas de la Patagonia. Y entonces es como escribir sobre los finales que son para entenderse, aunque muchas veces no explican nada.

5 comentarios:

zafreth dijo...

No manches Coltrane buscate una vieja de full time pinches dislates locos que dices, jajajaja

Y deja de agarrarte los huevos!!!!

Mamá-Z dijo...

¡No me digas que, entre los condóminos de tu esquizofrenia, hay un argentino! ¡Qué maravilla! Sabía, por experiencia propia, que la crisis en el Cono Sur nos ha regalado músicos, modelos, meseros, artistas y publicistas (como en otras décadas nos dotó de profesores y psicoanalistas); pero no estaba enterado de que también hay pibes ocupando habitaciones en la disociación de nuestras funciones psíquicas. Esto, pienso, es una buena señal.

Espléndido texto, Víctor. Y a propósito de finales que se entienden precisamente por ser de naturaleza aparentemente insondable, consíguete las siguientes películas: Schultze alcanza el blues, de Michael Schorr; El afinador de pianos, de Stephen y Timothy Quay; El intruso, de Claire Denis; 2046, de Wong Kar Wai... y Flores Rotas, de Jim Jarmush. En cuanto a libros, busca La lechuza ciega, de Sadegh Hedayat.

Y colorín colorado... este mensaje se ha terminado.

Victor Castillo dijo...

Coltrane Muñoz:

Como te dije hoy por la mañana: está fuera de lugar tu comentario; en primer lugar porque no es un texto que hable del desamor por la ex novia o algo por el estilo, sino de la pérdida de una amistad, y los vericuetos que pasan por la cabeza ante una pérdida irreparable. En segundo lugar, qué es eso de que deje de rascarme los guevos; se dice. las bolas, la palabra es más estética y menos estridente, además de que es muy rico y sano dicho ejercicio que vos también practicas en vez de trabajar.

Y no me salgas con que te estoy reprimiendo. Y por cierto: TACHE, te sacaste un tache.

Suerte y abrazos.

Victor Castillo dijo...

Agus:

Sí, ese argentino es un inquilino bastante amable y divertido, la mayoría de las veces, aunque una que otra vez, ha logrado armar escándalos que no me correspondía solucionar, pero en fin.

Por otra parte, gracias por las recomendaciones, de ellas, sólo he visto la de Wong Kar Wai, de hecho ya vi las dos (la otra, Deseando amar). Las conseguiré, al igual que el libro, a la brevedad.

Suerte y abrazos.

zafreth dijo...

Calmate Coltrane, mi intención de molestarte no lo relacione al desamor, nada mas lejano que eso que dice asi: "en primer lugar porque no es un texto que hable del desamor por la ex novia o algo por el estilo"

Ademas deberias de citar mas peliculas que has visto, ya me canse que cites 24,000 veces La Puta y la Ballena.

Tache