sábado, 14 de febrero de 2009

El Día que Pasaste Conmigo y no Estuviste

¿Josefino, cómo se les fue a ocurrir a tus padres ponerte ese nombre? Respeto su decisión de asumir el santoral, pero creo que fue excesivo, ¿no crees, mi vida? ¿¡Imagínate si hubieras nacido el 5 de enero o el 23 de julio!? Más bien tienes cara de Pablo o de Esteban… Aunque tienes manos de Joel o Francisco, y cuerpo de Aquiles o de Rubén… ¿Qué frivolidad, verdad?; es que a una no le queda más que matar el tiempo con estos juegos cuando está enamorada y a quién amas ya no está más. También es verdad que tenías cartera de Jean Michele, pero bueno, no tenías euros ni dólares, pero sí un chingo de pesos, jajaja…

Pobre Catalina que hablaba de Josefino, aunque tuviera mucho quehacer. Estaba de vacaciones tanto en el trabajo como en la escuela. La televisión no la distraía porque la telenovela se había acabado hacía unos días y no le gustaban los deportes; ni verlos ni practicarlos. Amigas tenía muchas, pero todas habían salido de viaje. La única que se quedó le parecía muy aburrida para verla a solas, porque nada más hablaba de libros con títulos raros y un montón de palabras desconocidas, algunas muy difíciles de pronunciar.

En cuanto a sus amigos, dejemos que ella hable.

Roberto nada más me marca al móvil cuando quiere acostarse, Ricardo, cuando está peleado con su esposa y sólo quiere pretender que sigue siendo atractivo, Javier es igual que Jimena, sólo platica de películas y libros extraños y aburridos. Pero Raúl, ah, Raúl, él sí que es divertido, me lleva a bailar y a restaurantes finos; aunque nunca me ha invitado a su casa, ni ha aceptado entrar a la mía… vaya, ahora que me doy cuenta, nunca me ha propuesto ir a un hotel... ¿será gay?

Quiero aclarar que Catalina es de esas personas que habla en voz alta cuando está sola, lo cual no quiere decir que esté loca; simplemente no se daba cuenta de ello. Conozco personas que, incluso, cantan en voz alta sin darse cuenta y cuando lo advierten, suelen olvidar lo que cantaban y se les descompone el minuto, la hora o hasta el día. Esos locos, decía mi abuela, son angelitos que buscan el camino de regreso, y lo que cantan son palabras dedicadas a quienes los escuchan.

El caso es que después de recitar los nombres de los hombres alrededor de ella, siempre regresaba a Josefino, tal vez esa era la finalidad, hacer girar la ruleta y caer siempre con Josefino. Inventar un antiazar, controlar la fortuna de sus pensamientos y fingir que todo giraba en torno a él, antes y después, arriba y abajo, atrás y adelante, aquí y ahora; siempre Josefino.

Una tarde, tuvo la ociosidad de contar las veces que en su mente pronunciaba su nombre; en tres horas, más de 100 veces y le parecieron pocas. Y claro, para ella fue poco porque ya no lo veía. Pensaba en él como si aún fueran novios y no se hubieran visto en una semana; pero ya no, todo se había acabado hacía tres años. No lo había vuelto a ver porque él se fue a vivir a Australia

Pobre Catalina que pensaba que a fuerza de repetir su nombre, lo traería de vuelta. Lo extraño es que teniendo su teléfono y su dirección, no lo buscara. El día que la madre de Josefino le dio sus datos, ella guardó el papelito en un sobre, lamió el borde, lo cerró, lo guardó en la caja de recuerdos que toda mujer tiene en su ropero, y fingió no recordar su paradero; simuló estar ansiosa por saber detalles de la vida de su amado en otras tierras, lejos, en otra ciudad, en otro continente, que es lo mismo que no existir. Tal vez, sin darse cuenta, lo hacía para sentir que podría descubrir poco a poco, la manera de volver a él, de volver a conocerlo.

Algunas veces, la vida nos gasta una broma, unas muy pesadas, pero otras realmente inolvidables. Yo le iba a poner a este relato Pobre Catalina, pero cuando vi lo que le sucedió ese día, entonces decidí modificar el título.

Catalina se ganó unos boletos para ir a ver cantar a Luis Miguel.

Dos boletos, ¿a quién invitaré? Si estuvieras aquí seguro iríamos juntos a recogerlos y luego tomaríamos café en el Starbucks de Juárez. Me llevarías a tu depa de Divisón del Norte, y ahí nos quedaríamos; sí, como la primera vez…

En ese justo momento, pasó uno de esos vendedores ambulantes de cidís.

–Llevelo, lléveloooo, 20 temas de la Orquesta Filarmónica de Oaxaca, interpretados por Lila Downs y Susana Harp… lléveloooo–.

En ese instante, Catalina, que tenía la mirada perdida en el cielo del Distrito Federal, volteó a ver al vendedor, mientras éste iba cambiando los temas que integraban el cidí. Ella con la mano llamó al mercader ambulante y se acordó que Josefino es oaxaqueño. Aunque no estoy seguro si en ese orden, pues antes de decidir la compra, estaba pensando en él, y que alguien mencionara la tierra natal de su amado, era una señal de que estaba bien, de que aún era tiempo, pero… ¿tiempo de qué, Catalina? No me responderá, pero intuyo que para ella, fue una señal.

Por lo menos es curioso cómo ciertas ausencias se convierten en presencias imaginarias y uno termina ejerciendo monólogos involuntarios.

Catalina tomó el cidí como un trofeo y con detenimiento leyó los títulos de las canciones. Con algo de angustia sus ojos se detuvieron en la canción 16.

No puede ser, esto no puede ser. ¿Cómo es que una canción se puede llamar así, "Pinotepa"?

Catalina sólo conocía canciones que se titulaban: "Con todos menos conmigo", "Te quiero a morir", "La ladrona", "Maldita primavera", "Bella", "Quiero que me quieras", etcétera.

Es el pueblo donde nació Josefino. Esto tiene que ser una señal divina… a lo mejor ya está en México y yo no lo sé. No, no creo; su Mamá ya me hubiera hablado. él mismo ya se hubiera comunicado conmigo. ¿Y si marcó a la casa y yo no estoy ahí?; ¡no tengo contestadora! Bueno, ahora que me acuerdo, no tiene mi nuevo número. Le hablaré a Mamá, a lo mejor ya habló a casa.

Sí he de ser sincero, Catalina lucía algo angustiada, aunque por la manera en que extrajo el celular de su bolso, más bien estaba perturbada. Sólo bastó una superficial asociación de detalles inconexos, para ponerla a punto de la desesperación. Pero eso es común cuando uno no le cede paso a la nostalgia, cuando uno ata sus ropas y su ser al pasado e intenta arrastrarlo a través de las horas y los días y los meses y los años, hasta donde uno alcance; sí, y uno termina arrastrándose y después es arrastrado porque esa atadura al pasado se invierte en algún momento sin darnos cuenta y es como un globo de helio que se eleva y nos lleva a rastras por donde el viento del porvenir encuentra caminos y nosotros tan livianos, porque atarse al pasado implica no alimentarnos de presente y dejamos de sentir hambre de futuro y nos da bulimia y anorexia, y nuestro corazón se vuelve un estómago vacío y chiquito.

Catalina se bajó en la estación de Metro que no era, tuvo que regresarse, y luego transbordar. Llegó tarde por sus boletos y la mandaron al segundo piso, para recogerlos con un licenciado del cual no alcancé a escuchar su nombre.

Al llegar, se sentó en el sillón del lobby, junto a un muchacho que estaba con su novia. De una puerta salió un tipo con un bigote estilo Zapata; sólo le faltaba el sombrero y la canana. La otra chica le susurró a su novio: está galán el tipo.

Un leve frío recorrió el cuerpo de Catalina, al escuchar la palabra galán.

Está pensando en mí, estoy segura. Tiene que ser, cómo es que no se le ocurrió decir: está guapo, o es bien parecido, o está lindo… por qué precisamente menciona el apellido de Josefino. Galán es una palabra vieja, la dice mi Mamá, mis tías… ¿A dónde estará metida mi Mamá que no responde el teléfono?

A Catalina se le iluminó el rostro, aunque aún parecía perturbada. Así, como cuando nos repiten una noticia desagradable y que a pesar de saberla, nos volvemos a sentir afectados, como no recordar que detestamos el licuado de mamey y cuando nos lo invitan, lo probamos y entonces es que recordamos cuánto lo aborrecemos.

El Zapata se acercó, y le entregó los boletos a la pareja. Catalina miró su gafete que decía, J. Jiménez, y en medio de su vértigo, dijo en voz alta: ¿No me diga que se llama Josefino? El Zapata, sonrió y se la quedó mirando: No señorita, me llamo Joaquín, a sus órdenes.

Con algo de bochorno, y mostrando su bella sonrisa, Catalina se disculpó. Recibió sus boletos, y se fue inmediatamente. Yo tuve que seguirla porque estaba fascinado con el proselitismo que el olvido estaba manifestando en ella; aunque también este Zapata, merecería una historia; tiene pinta de ser un buen personaje.

En fin, Catalina eludió el ascensor y prefirió las escaleras. No reflexionó en ello, quizás y sólo es una suposición, porque el acto de descender, para ella y de manera inconsciente, era una de las formas que suele cobrar el olvido, la resignación, el conformismo. Pero, diría John Ockham, tal vez fue porque el elevador estaba en el piso diez, y no quiso esperarlo.

De regreso, se entretuvo en varias tiendas de ropa, pero sobre todo, en donde vendían vestidos de novia. Se detuvo frente a un aparador, no miraba los maniquíes, ni los vestidos; observaba su reflejo, su cabello rubio, sus ojos claros; sus senos discretos, su cintura centroamericana y su cadera sudamericana.

Se puso sus audífonos, pero no logré saber qué estaba escuchando hasta que empezó a tararear: vuela vuela; no te hace falta equipaje… vuela vuela

Durante el trayecto a su casa, sentí que la empezaba a entender; en algún momento, antes del transborde, presentí que la quería. Luego, estaciones adelante, supe que únicamente fue el resplandor de su personalidad.

De pronto, empezó a susurrar otra canción: hacer el amor con otro, no, no, no; no es la misma cosa, no hay estrellas de color rosa…

Con las manos marcaba una y otra vez el número telefónico de su madre, mas nada, ahora sonaba ocupado. Volteó a ver a un señor que leía el periódico en la sección de cartelera y leyó: Estreno de la película Australia con las actuaciones de Nicole Kidman y Hugh Jackman. Catalina se desmayó, pero como iba sentada, nadie lo advirtió; fue como si su cabecita hubiese estado sostenida por un hilo que se rompió. Yo miré hacia arriba buscando a su titiritero para avisarle de lo sucedido.

A esta altura, ya no supongo; me atrevo a asegurar, que la impresión no fue solamente por el nombre de la película, sino porque físicamente, ella es muy parecida a Nicole Kidman, y en una de esas hasta Josefino se parece a Jackman.

Catalina reaccionó a tiempo para transbordar y no regresarse una estación, como le había sucedido por la mañana. Y ahí fue cuando pensé en voz alta: El día que pasaste conmigo y no estuviste.

8 comentarios:

Mamá-Z dijo...

¡Buena manera de comenzar el domingo: con un Castillo! Porque de ahora en adelante hablaré así de tus cuentos (o de algunos, al menos), como si se tratara de pinturas, de camafeos. Camafeos Castillo. Gracias, Víctor, por este Castillo. Esta vez no quise ser censor, sino sólo lector.

Aprovecho para informarte: Premio Mario Vargas Llosa (lo burgués no quita lo genial, digo yo). Premio: 20 mil euros. Convoca NH Hoteles (para la redacción de la convocatoria contrataron a un habitante de Miami, sospecho: su español es lamentable). Para enviar tu libro de relatos inédito, tienes desde este momento y hasta el 15 de septiembre de 2009.

Otro: “Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009” y el premio es de $50, 000 pesos. Pero aquí sí urge la entrega.

¿Le entramos, Víctor? Y hacemos un pacto: si ganas tú y te entrevistan, dices que una de tus mayores influencias es el gran escritor Agustín Aguilar Tagle, y comete una infidencia: no sólo es un gran escritor, sino que me enteré de que tuvo hace quince años un tórrido romance con Nicole Kidman.

Si gano yo, me instruyes para hablar del gran escritor Víctor Castillo, el parteaguas de la literatura mexicana.

De cualquier manera, entrar a concursos puede ser la mejor manera de no trabajar (que es mi sueño desde los 13 años).

Victor Castillo dijo...

Hombre, Agus, muchas gracias por lo de los Camafeos. Tomo nota de los concursos. Creo que lo prudente sería el Vargas Llosa, por los tiempos.

Habrá que irse como Don Ananías a últimas fechas.

Suerte y abrazos.

zafreth dijo...

Aqui es donde ya se me hacen aburridos tus relatos... No me gustó.
Tache

Victor Castillo dijo...

Coltrane-rata-zafreth:

Festejo que vuelves a instrumentar aunque sea un argumento que sustente tu "tache". Francamente, los últimos meses, de tu teclado y boca sólo salían procesiones de taches injustificados.

Ya llegará algún texto que te gustrá, te lo garantizo.

Ni suerte y ni abrazos, por traidor.

Anónimo dijo...

pues a mí sí me gustó mucho tu cuento, víctor. mantuvo mi atención, me parece que tiene la dosis exacta de ironía y ternura.

beso y abrazo

Victor Castillo dijo...

Elisa:

Hombre, qué bueno que te gustó, es grato ver tus comentarios.

Hacía falta la opinión femenina en este aciago y tormentoso blog, catigado por las de tu género.

Besos y abrazos.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

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