lunes, 12 de enero de 2009

Tristezas

La tristeza que trota por el corazón al ritmo de sístole y diástole, la del maniquí en los carnavales, la del suspiro que sólo deja un vaho que se extingue sobre la ventanilla del bus, la de la noticia que con ansiedad esperabas y se extravió en un parpadeo prolongado.

La tristeza que no se agota al pronunciarla ni al escribirla, la de la esperanza que sólo aprendió a esperar, la de la ansiedad que se transformó en angustia, la de las barras de un bar con botellas vacías, la del kilómetro cero en las madrugadas de los días festivos, la del niño haciendo labores escolares el seis de enero.

La tristeza que salta hasta la carcajada sin pasar por la sonrisa, la del ojo del suicida arrepentido, la de los hospitales a cualquier hora de la madrugada, la de un mariachi en la frontera, la de un diccionario en venta, la de los dados lanzados sobre una resbaladilla eterna.

La tristeza que los cocodrilos y los cacuyos no poseen, la que guardo en el bolsillo interior del saco para antes de dormir, la que siembra pendientes de tomillo y pulseras de orégano, la que Bogart regala en cada mirada a Sabrina, la de Police en wrapped around your finger.

La tristeza de no tener que escribir en un mundo de palabras, la de un corredor que sólo conduce a habitaciones, la de estás que únicamente conducen a corredores, la del laberinto que no es más que un espejo frente a vos.

La tristeza que no le alcanza para llegar a ser nostalgia o melancolía, la tristeza de no decir para evitar preguntar para no responder para no entender, la de la llama que no quemó algo, la de tu canción favorita al no recordar el porqué te gusta tanto.

La tristeza que se vuelve plural cada vez que llegas un minuto tarde, la que te impide mirar para no dejar de existir.