viernes, 25 de julio de 2008

El Mito del Cromáxterum

En las olvidadas tierras del Kurdistán, allende donde escasos místicos y magos aprehendieron lo vivido, donde sostuvieron su mítica batalla el Demiurgo y el Heresiarca, cuentan que vivió el Cromáxterum. Era un ave especial a la que sólo tuvieron acceso visual los iniciados en las liturgias órficas.

Se dice que Onomácrito fue el que lo bautizó así, debido a lo esplendoroso de su plumaje al levantar el vuelo. Otros, como Alexander Botafogo y Antonio de Ventura, sostienen que dicha ave jamás existió, que no fue más que una alegoría de ese compilador mistérico para poder resumir la conclusión de la batalla entre todas las diadas.

Según textos del siglo XIII, celosamente guardados por el Conservador del Zeughaus, Museo Histórico Alemán, el Cromáxterum (del griego Χρŵμα = color y Αἰθήρ = éter o sustancia del universo; el sufijo “um” debió ser una extravagancia de Onomácrito) es un ave que forjaba su nido con ramas de olivo. Nunca se le vio consumir alimento alguno y solía sembrar sus excrementos cerca de los ríos aledaños.

Su plumaje era blanco, su pico plateado, sus ojos grises y en la cabeza tenía una cresta de plumas transparentes. Su canto era bello y poderoso, pero solamente lo emitía durante los crepúsculos.
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Cuando emprendía el vuelo, las plumas de sus alas se transformaban en un par de arcoíris, no hubo espectáculo más hermoso y febril que ese acto. Un dato curioso es que esta ave no volaba de noche, aun se le llegó a ver arrastrándose como moribunda en las noches de luna nueva, lo que hizo pensar que se alimentaba del sol.

Se lo llegó a ver picotear, casi machacar, adormideras (planta del opio) justo antes de volar, y era cuando su cresta se tornaba azul como el cielo matinal.

Hasta ahí llega la descripción física del Cromáxterum. Párrafos abajo, se cuenta que una noche un infeliz atrapó a esta ave mientras reptaba. Para que no se escapara, le cortó las plumas de un ala y la amarró. Se comenta que el desdichado empezó a tener fortuna.

Otra noche, ese hombre cruel vio que las plumas le habían vuelto a crecer, y en plena oscuridad intentó repetir la operación, pero desafortunadamente esta vez la hirió y el ave sangró. El grito que soltó fue tan profundo y aterrador que se llegó a escuchar por todo Levante; ese desventurado lloró, no se sabe si su culpa o su desesperanza, y enloqueció; jamás se volvió a saber de él.

La sangre era negra y espesa, despidió un olor penetrante y empezó a teñir el impoluto plumaje del Cromáxterum; luego, empezó a tañer su piel, sus nervios, sus tendones y huesos.
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A la mañana siguiente, el Cromáxterum había dejado de existir tal y como se lo conocía; ahora era una repugnante criatura que no pudo haber sido concebida por la naturaleza; acaso un residuo de la furia de algún demonio todavía desconocido por los hombres.

Ahora, esa nauseabunda ave era visible para todos. Aldeanos atestiguaron que bajo su vuelo las plantas no volvieron a crecer, que las mujeres que la miraban quedaban estériles y que a los hombres que la señalaban, les daba lepra.

En el último párrafo, casi a punto de la ilegibilidad, se narra que en tiempos inmemoriales el Heresiarca después de haber vencido al Demiurgo, buscó un sitio en dónde esconder sus restos porque sabía que de no hacerlo, aquél regresaría más fuerte y tal vez no lo volvería a derrotar.

Primero los escondió bajo la mar; luego, bajo tierra; momentos después se le ocurrió encerrarlo en el corazón de los hombres, pero ¡no! En un instante de solipsismo los introdujo en los cánones de una religión que ya no se practica. Al final, decidió convertir esos restos informes en la sangre de un animal creado por la luz de Apolo; esperó siglos hasta que eclosionó el Cromáxterum.

Con su aliento insufló el líquido negro a ese animal indómito. Fue así que la maldad se convirtió en la sangre de esta prodigiosa ave.

Seguro de que ahí estaría encerrado para siempre, el Heresiarca se dejó envejecer, cosa que nunca había experimentado. Murió a la edad de 720 años.

Del infame pajarraco en que se transformó el Cromáxterum, se dice que creció tanto que abandonó este planeta, y luego el sistema solar. Creció tanto que tuvo que abandonar, también, la Vía Láctea.

Hoy en día, únicamente se pueden mirar los hilos de alguna de sus plumas; sí, eso que llaman “el Universo”.

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