Free will, decision, desire, necessity, change, modification, valuable words whose implications in our lives, it does unknown yet, only until we arrived at the self-criticism.
Talk about us, our decisions, prejudices, vicious, maybe it’s the last theme than we want to talk front others, because conventionalisms, uniformity and that kind of things, are as hard as law or more.
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DEFINITIVAMENTE NO hay edad para llegar a la pregunta: ¿Las personas pueden cambiar? Hablo de edades posteriores a la adolescencia. Tampoco me refiero a transformaciones físicas como las provocadas por las cirugías de “cambio de sexo”, ni las “desmelaninaciones”.
En alguna reunión mi hermana, Penélope, apuntaba que las personas no cambian sino que sólo modifican algunas de sus actitudes. El tío Ulises en una reacción que apenas llegó a remedo, más por la contundencia de la afirmación de Penélope, que por un intento de respuesta, que tampoco alcanzó a razonar.
El espíritu antípoda de este redactor no resistió la oportunidad, y soltó un desrazonado y desazonado: Las personas sí llegan a cambiar.
En esa tertulia nos faltó definir cada una de las dos palabras “modificar” y “cambiar”. En términos de significado existe una diferencia sustantiva; la primera refiere a una transformación sin alterar la naturaleza del individuo o la cosa que se trate; la segunda, la sustitución de los mismos elementos. Ambas palabras, verbos transitivos, tienen sus correspondientes sustantivos femenino y masculino, modificación y cambio, respectivamente.
Esta breve explicación semántica, en primer lugar, sirve para establecer que en efecto se trata de dos significados distintos pero no totalmente excluyentes, dado que una modificación puede derivar, en su transito, en un cambio, no al revés.
En la reunión, luego de unos minutos, no de silencio sino de estar escuchando a Joaquín Sabina, Ulises argumentó que el cambio se puede dar siempre y cuando el centro del motivo radique en la persona misma, y no como un reflejo de alguna circunstancia porque en el momento en que ésta deje de operar en el individuo, este último no hallará inspiración ya no para consolidar sino para continuar manteniendo esa nueva actitud o comportamiento. Penélope, con ansias de debate como si de tiempos electorales se tratara, refutó esa tesis al hacerle ver que no estaba describiendo un cambio sino precisamente una modificación, pues el individuo que opera de esa manera no está alterando del todo su manera de ser; en cambio sí estaría experimentando una modificación. Ulises arguyó que en su refutación ella estaba retomando la parte que le convenía, pues él había señalado que el cambio es posible si la intención proviene de uno mismo, si es luz y no reflejo de nada. Penélope calló unos segundos.
Este redactor a esas alturas de la charla ya se sentía desubicado porque las posturas opuestas estaban dadas y nunca se ha sabido mover sobre argumentos apolíneos.
El disco de Sabina había terminado, ahora sí hubo silencio. Ulises encendió otro cigarro, Penélope se sirvió una cuba, el desafortunado y dionisiaco redactor fue a poner otro disco, pero de Serrat.
Es preciso señalar que la discusión continuó acalorada durante bastante tiempo; sin embargo, no reproduciré lo que continuó porque a pesar de que se manejaron las mismas tesis por los mismos participantes, empezaron a ejemplificar sus posturas, y su servidor no cuenta aún con la autorización moral ni formal de Ulises y Penélope para hablar de esos detalles que les hicieron decir: el cambio de las personas es posible o sólo la modificación de actitudes (aunque la verdad es que este redactor suele ser un inmoral e informal de marca registrada, pero bueno).
Empero, les puedo ofrecer ciertos referentes de aquella madrugada ignota combinados con mi opinión establecida después de reflexiones, y de desarrollar ejemplos extremosos para ubicar mi punto de vista (nótese que el redactor encuentra en su terquedad sobre los opuestos, una virtud para desarrollar sus temas).
Antes que nada debemos estar claros de que hablamos del comportamiento humano, eso que también llamamos la forma de ser. La filosofía, la poesía, la sociología, la psicología, y algunas otras ramas del saber, tienen respuestas para definir nuestro tema u objeto de estudio, pero como no ejerzo ni una de esas labores, optaré por agarrar de aquí y de allá un poco de todo. En aquella reunión nos referíamos a la manera en que instrumentamos nuestras reacciones ante lo que nos acontece, en particular hablábamos del amor y del trabajo: nomenclaturas que suelen determinarnos.
El asunto era ¿cómo respondemos ante la ruptura de la pareja, ante el despido laboral?, y detalles similares.
Antes de entrar en materia, es prudente comentar, sobre la forma de ser, ¿cuándo fue la primera vez que nos preguntamos cómo soy?, si acaso la hemos formulado, ¿cómo nos respondimos u olvidamos hacerlo?
En nuestra cultura estamos acostumbrados a definir todo, y entre esas cosas, las actitudes de las personas. Las hay violentas, indiferentes, amorosas, reflexivas, pero ¿cómo es que las definimos? Creo que la pregunta encuentra respuesta cuando logramos identificar un hilo de conducta que invariablemente, con menor o mayor intensidad, una persona muestra en las más diversas circunstancias. Si no hemos llegado a la autocrítica, es evidente que aún no llegamos a plantearnos las posibilidades del cambio o la modificación de nuestras actitudes.
Ahora bien, una vez establecido lo anterior, creo que debemos abordar el tema desde la perspectiva humana de la necesidad y el deseo. La frontera entre estos dos, se dice, es muy tenue; sin embargo, creo que dicho límite no existe en términos prácticos o que depende de la situación. Si alguien dice: necesito comer, ¿en qué momento esa necesidad se convierte en deseo?: la necesidad le toma una fotografía a nuestra fisiología y el deseo, al alimento. En otras palabras, es más o menos la distinción entre el “qué” y el “cómo”, entre el “sustantivo” y el “adjetivo”. Es igual que decir: necesito amor y, cómo lo deseo, pues todos lo necesitamos, pero no de la misma manera.
Pues bien, ahí tenemos la necesidad y el deseo de cambiar o modificar. Las personas a veces necesitamos cambiar, pero en otras ocasiones sólo lo deseamos.
Si consensuamos que estamos expuestos a la interacción social, entonces es válido asentar que dicha interacción, al no depender enteramente de nosotros, nos impone diversas condiciones y a partir de ellas reaccionamos.
En este tenor, cuando se nos presenta una nueva circunstancia, en la medida que nos represente una dificultad para vivir, será instrumentada nuestra respuesta en la misma magnitud. Ante la amenaza seria de muerte, el cambio de actitud es irremediable.
Si para continuar con nuestra vida debemos dejar de fumar, lo haremos sin chistar; ahora, que si nuestro concepto de vida no es el “convencional”, pues podemos seguir fumando hasta el final, con todas las consecuencias que dicha decisión acarreará.
Si seguimos llegando tarde al trabajo, nos descontarán un día laboral. Bueno pues ante esta circunstancia sólo tendremos que modificar algunas actitudes, como las que están provocando nuestros retardos.
Acá ya surgió un impasse, porque entonces ¿cuál es en la práctica la frontera entre cambio y modificación?, porque para modificar alguna actitud, debemos antes cambiar otras actitudes previas. Recordemos que estamos hablando de la forma de ser. Párrafos atrás, decíamos que la modificación de actitudes puede derivar en un cambio, pero que un cambio al ser sustitución de lo que sea, no puede derivar en modificación, y es verdad pero sólo en términos esquemáticos. En la vida diaria no existen actos ni hechos aislados, no hay finales ni cuenta nueva. Todo suceso está relacionado con el pasado y con el futuro; el presente es como un fugitivo del tiempo que no atina en dónde guarecerse, y sin embargo se esconde en nosotros.
Entonces, el cambio y la modificación son eslabones de una cadena que siempre queda abierta. Lo que determina si es uno u otra, es el acontecimiento que se nos presenta y siempre en función de la experiencia y la expectativa que tengamos de la vida.
Pienso que eso de la forma de ser no es más que un constructo intuitivo que utilizamos para describir a las personas, y es parte de una respuesta inacabada a la pregunta que tarde o temprano nos hacemos: ¿cómo soy? Después viene otra serie de preguntas, ¿debo cambiar, modificar algunas actitudes, omitir esta reflexión para después?
Este redactor, acorralado entre la negligencia y la ignorancia, se retira a desentrañar algunas de esas cuestiones, y se disculpa con el lector por no terminar de redactar este texto a consecuencia de no saber si necesita terminar este artículo, o solamente desea hacerlo; si es que el mismo requiere de un cambio de perspectiva o sólo la modificación de algunos planteamientos.
7 comentarios:
Yo creo que me conozco, sé mis debilidades, mis defectos y virtudes... pero siempre será dificil terminar de conocer a la gente... personalmente creo que las personas no cambian, siempre, aunque lo intenten, quedará en ellos algo de lo que fueron, algo que los hará regresar
besos!
Sandra:
Al igual que vos, también creo que las personas no cambian su comportamiento esencial.
Lo que no me queda claro es ¿en qué momento de nuestra vida nos definimos, es decir, nos convertimos en lo que somos? Creo que varía de persona a persona, pero sería interesante averiguar por lo menos en nosotros mismos.
Abrazos y besos.
Pues si, muy interesante reflexion. Aunque personalmente tiendo a pensar que carecemos de cualquier esencia, estamos perpetuamente cambiando. Las cosas que creemos que no podemos cambiar son habitos y costumbres que son muy facilmente modificables.
Si no queremos cambiar estas cosas es porque nos hacen sentir que tenemos una personalidad, que somos una persona y nos previene confirmar la sospecha que todos tenemos que en realidad estamos a la deriva de la metamorfosis, no crees?
abrazos,
Horacio:
Es verdad que estamos a la deriva de la metamorfosis, y no puedo evitar pensar en Gregorio Samsa. Creo que ciertos acontecimientos de nuestra vida nos signan el espíritu (la voluntad).
En tu comentario mencionaste un elemento clave para las personas: "la costumbre", y ésta supone uniformidad de comportamiento, pero es verificable que uno puede hacer de la metamorfosis, una costumbre; no lo había pensado de esa manera. Atinado lo que mencionas.
Por otra parte, estoy de acuerdo con vos, preferimos, muchas veces, mantener esa sospecha como tal.
Un tema polémico, no?
Suerte y abrazos.
Coltrane, tal y como lo hemos comentado antes, yo creo que para hablar de "la forma de ser", y hablar de lo que las personas pueden cambiar o no, tendiramos que partir de ¿qué es la forma de ser?, ¿qué es lo que nos define y nos caracteriza como personas? yo telo podria decir desde el punto de vista legal, el nombre, el domicilio el estado civil, etc., y eso que no entras en la cuestion subjetiva o emocional de cada persona, si las caracteristicas juridicas cambian, por que no lo emocional lo piscologico, lo interno no habria de cambiar, se que me estoy oyendo o mas bien escribiendo de empirismo logico a la Hume, pero yo, al contrario de lo que piensa Penelope en tu narración, creo que la gente continuamente cambia. somos como dijo Heraclito, un "rio que continuamente cambia, nunca es igual"
saludos y abraccio
Coltrane:
Al igual que vos, creo que todos cambiamos, a veces sin darnos cuenta; sin embargo, las líneas de comportamiento en distintas situaciones, es el mejor principio para averiguar eso qué es "La forma de ser", es algo terriblemente complicado.
Por otra parte, es obvio que lo legal no era la perspectiva, sino nuestras actitudes ante la vida.
Finalmente, aunque el agua heracliteana, nunca es la misma, no deja de ser agua.
Suerte y abrazos.
Coltrane: Aunque el humano modifique su conducta, humano es.
abrazos
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