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Abstract: This is a tale. Everybody has listened or experimented adultery. In those cases, we don’t have answers, but we just have a lot of questions, uncertainties. We are capable to accept a great greys shades on politics, economics, sports, etc. But in love questions shades doesn’t exist, at least it’s a common argument. In the tale, the woman show us is possible that all assume truths be false, each one has its own way of feel.
Also, you can download an excellent homonymous CD from The Band (1969). Canadian band who mixed Rock and roll, Blues and Country music. This is the second material of The Band, a classic of all times.
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Esta segunda placa de The Band de 1969, se ha convertido en uno de los discos más importantes de finales de los años sesentas. Muchos ubican al conjunto como uno de los motores del Rock country. Se trata de uno de los mejores discos de aquélla década.
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–Ya no te pintes tanto los párpados, así te ves bien. –Decía mientras se anudaba la corbata y pensaba que sus palabras no eran eficaces desde hacía tiempo, incluso pudieran promover otra dosis de maquillaje, innecesaria según él–.
–Sólo son sombras, todas las mujeres las usamos. Sírvenos jugo para desayunar, todavía queda algo en el refrigerador. –Con gran habilidad y precisión ella hablaba y se maquillaba sus párpados; su mirada en el espejo no estaba en ninguna parte de su cara–.
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Me encanta mirarte, me gustas mucho. Siento que entiendes perfectamente lo que te digo cuando te veo de frente, de perfil o si estás volteado. Si fuera nuestro propósito, estoy segura de que seríamos capaces de entablar largas conversaciones, pero siempre nos vence el deseo en el momento en que nuestras miradas comienzan a desnudarnos en el metro, antes de llegar a los lugares de paso.
No tenemos pasado, nuestra historia comienza y termina cada día; eso no nos alcanza para tener un futuro. Sólo tenemos un presente de malvas obscenidades, que desahogamos escondidos entre tanta gente en los vagones, en las siempre vacías exposiciones de pintura y en las calles menos transitadas que cruzamos.
Me gusta voltear y mirarte después de habernos despedido, ver cómo te alejas con esos pasos tan largos y tan apresurados, cual si fueras a una cita de trabajo y no acabaras de besarme hace un rato, como si haber estado conmigo fuera el recuerdo de una realidad imaginada; pocas veces volteas para despedirte.
Recuerdo que la tercera vez que nos vimos, sonreíste levemente, cuidando que nadie lo percibiera, sólo yo. Ahí comenzamos a platicar con los ojos, y la primera vez que te comenté esto de los diálogos visuales me tiraste de loca; luego, lo entendiste todo, no sé cómo, pero no importa, Ernesto.
–¿Para qué te pones tanto maquillaje, amor?, tienes cutis bonito, te ves linda de cara lavada.
–Ay, no es mucho, nada más para cubrir mis pecas.
–Pero si de todos formas se te ven tus pequitas. –Después de tres años de matrimonio, él sabía perfectamente que no la convencería de no maquillarse, pero decírselo se había convertido en la liturgia matutina para complementar ese amor de la mañana tan apurado y seco, que terminaría pronto con el amor si no fuera por esas cursilerías que a todos nos gustan y que prometen que la noche será mejor que el día–.
–Mejor ve desayunando en lo que termino de arreglarme.
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Me agradó tu desde la primera vez que te tuve cerca, eso fue lo que no me permitió dejar de verte y casi me obligó a estar junto a ti. Te huelo tus pelos, tu abdomen, tu aliento y tu sexo.
Soy capaz de olfatear cuando me vas a sorprender por detrás para taparme los ojos. Huelo tus huidas y llegadas, tus molestias y promesas, tus orgasmos y descansos.
Saber la habitación vacía entre mis piernas y presentir que te aproximas por detrás de su umbral, distinguir tu aroma entre los de las sábanas limpias.
–¿Ya terminaste de desayunar? –Preguntaba por una respuesta que sabía de memoria. Las primeras veces, eso le gustaba; ahora, le causaba algo de tedio, pero éste no es dejar de querer, y a veces es justamente lo contrario–.
–Sí, apúrate que se nos hace tarde.
–Deja pintarme los labios. –Los gritos entre la cocina y la recámara. Uno puede estarse peleando desde esa distancia, pero uno sabe que el otro está ahí, a unos pasos–.
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Me agradó tu detalle. Desde que nos empezamos a ver, dejaste de fumar, ni siquiera me diste tiempo de pedírtelo; no lo hubiera hecho. Besarnos era todo al principio; luego fueron las caricias, las miradas, los olores y las camas de paso. De pronto pasaste de ser Ernesto el oficinista, a ser el compañero y ahora... Era como si tu lengua, al conversar, me anticipara todo lo que sucedería: lo del cuello, lo de los senos, lo del pubis y lo demás, también.
Me gusta tanto lo que me dices en esos momentos en que todo es: alientos de tibio afán y tactos de sobrada piel.
Si nos escucháramos hablar de amor no nos la creería nadie, ni siquiera nosotros, pues en realidad lo que hay entre los dos no es amor, quizás deseo, pasión. A menudo me da miedo decirte esto, temo que me respondas que sientes lo mismo que yo. Quiero que digas que me amas, que me besas y me miras con amor, que olemos a matrimonio, pero no, no estoy enamorada; ojalá que tú sí.
Es bonito elaborar, inventar nuestra realidad, improvisarla y hacer de nuestras cuatro horas, cuatro años; de los viajes en el metro, nuestros fines de semana; de cerrar las puertas del hotel, nuestros amaneceres. Que las personas que nos miran en la calle adivinen una pareja con un pasado bonito, con un principio de temblores entre la propuesta y respuesta: –¿Quieres ser mi novia? Que aprecien un sí, con su respectiva espera, y vean disgustos y reconciliaciones: historias que todos cuentan, algunos vieron y muy pocos sobrevivieron. Pero siento que sólo observan una pareja sin pasado que vive un presente apresurado y furtivo, intentando ganarle un lugarcito al tiempo, ese tiempo que todos llaman futuro.
El colchón es la coincidencia que poco a poco se va transformando en rutina y así ya no soporta nuestro peso, Ernesto. Lo único que nos salva es que el tablero de ajedrez de la ciudad es demasiado grande para no hacernos sentir en jaque mate, siempre nos hemos podido mover sin riesgos. Pero qué más da: Lo nuestro no puede ser nunca en la misma habitación.
–Esteban, ya terminé, ya nos tenemos que ir.
–Te ves bien, amor. Tómate tu jugo.
–Dame un beso.
–Vámonos.
3 comentarios:
Coltrane, as always retratas muy bien la vida, que en algunos matrimonios (casi todos) pasa este tipo de cosas, interesante tu perspectiva y creo que te has inspirado en los recientes acontecimientos que has vivido, mi propia separacion con la bruja, la separacion de Ulises, etc, y supongo tambien que un poco de todo lo que nosotros, los casados y divorciados (algunos como yo), te hemos contado en nuestras andanzas por la vida, a veces Col tú nos has servido de caja de resonancia, de almacen, de divan, de psicologo, de segunda opinión, etc, creo que tienes el caracter y la dispocisión para ello y aglutinando todos estos saberes, los has plasmado con esa maestría y pulcritud que sabemos posees pero a veces eres timido de explayarlo (recuerdas cuanto trabajo me costó convencerte de que hicieras el blog?) saludos y un abrazo muy fuerte
Perfecto bye!
Coltrane:
Muchas gracias por tus comentarios, unos demasiado bondadosos, pero los acepto, jejeje.
Tienes razón en algunos aspectos. Pero por ejemplo, este texto lo escribí hace siete años; aunque no es la versión original, le adapté ciertas cosas que le dan un matiz menos áspero y más real; y en efecto tú, Ulises, Armando, me han servido de materia prima, jajaja. Pero no me pidan participación si se llega a vender, jajaja.
Abrazos y suerte.
creo que no fue popular este escrito jejeje
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