martes, 18 de octubre de 2011

Teología de la Abuela

–Tu abuela en ninguna foto está mirando a la cámara –Indicó mientras las revisaba con atención.

–Su ceguera se presentó después de los 30; tenía unos ojos hermosos, ¿cierto? Color miel, como los de mi madre. Lo que más recuerdo es cuando me contaba cuentos. Yo tardaba en dormirme, cuando me quedaba en su casa. Miraba con diversión y ansiedad que nunca me miraba; aquí, en esta habitación, quién sabe si sobre la misma cama, me tocaba toda la cara con sus manos –Germán movió sus manos, emulando el recuerdo–. Sus manos frías sobre mi cara, buscando reconocerla, probando su memoria; decía que mi fisonomía iba cambiando muy a prisa. Ella siempre describía mis rasgos faciales en voz alta, identificó inmediatamente el afilamiento de mis facciones, mis pómulos, mi quijada: “serás igualito a tu abuelo Germán”, me decía. En realidad, siempre me he parecido más al materno.

–Mira, amor, si te fijas bien en las fotos, todas fueron tomadas en ángulos que procuraban no delatar su ceguera.

–No lo había notado –Comentó con el ceño fruncido a la vez que tomaba algunas de ellas.

–¿Cómo se llamaba?

–Agnes.

Germán se levantó y se apeó sobre un banco; tomó una caja empolvada que estaba en la parte superior del closet; la extrajo rápidamente y con facilidad, pero levantando una enorme polvareda.

–Ayúdame con esto, María, está un poco pesado.

–¿Qué es todo esto? –Replicó ella tratando de contener la tos y apenas entreabriendo los ojos por el polvo que le caía.

Ambos sacaron de la caja folders que contenían hojas escritas con una hermosa y elegante caligrafía. A los pocos segundos, advirtieron que eran textos, historias. No fue necesario que los ordenaran porque estaban apilados en orden cronológico.

A los pocos minutos, Germán cayó en la cuenta de que estaba ante las historias escritas de su abuela, debido a que en uno de los folders reconoció una historia que le fascinó desde que la escuchó; incluso, había convencido a su abuela que se la contara en muchas ocasiones.

–Mira, esta es la historia que más me gustaba que me contara –Le extendió el folder a María.

–Pero si tu abuela era ciega, ¿cómo escribió todas estas cuartillas?

–Seguramente se las dictó a alguien, pero a ninguno de la familia; nadie de nosotros escribe así.

–¿A qué se dedicaba?

Germán se recostó sobre la cama e invitó a María a hacer lo propio –Ella fue una mujer de su casa, muy hogareña. Pero has de saber que en su juventud, como a los 25 ó 30 años, quemó las naves, se fue a vivir unos años fuera de México. Mi madre me contó que fue una mujer muy culta y que al regresar, llegó muy cambiada, con costumbres religiosas.

–Léeme el cuento que tanto te gustaba –Le pidió ella mientras le regresaba el folder que lo contenía.

–No, mejor te lo cuento, me lo sé de memoria –Colocó el folder sobre la caja y después puso su brazo debajo del cuello de María, quien reposó la cabeza sobre su pecho.

–Antes de hablar, solía tomarme de la mano o me acariciaba el cabello. Parecería burla si te digo que se quedaba mirando la nada, pero en esos días su ceguera era sólo un dato para mí.

–Espera, amor, ¿cómo se llama el cuento?

–Uy, el folder se quedó en la caja, me da flojera estirarme; ahorita lo vemos, pero yo siempre lo evoco como la teología de la abuela, versa sobre una historia muy peculiar de la deidad.

–¿Fue por ella que te hiciste teólogo?

–Es probable –Respondió sin mirarla.

Germán se quedó pensando en su abuela, en la fuerte influencia que tuvo en su vida. Le enseñó inglés y francés, pero también le infundió mucho miedo, un miedo domesticado, sofisticado e importado, porque sus hábitos infantiles contenían todas las rutinas que a la abuela Agnes satisfacían, y ninguna incluyó romper vidrios, ensuciar la alfombra o perder parte de la cristalería.

–¿Qué pasó, por qué no empiezas?

–Es que no me acuerdo como inicia. Recuerdo sus caricias; yo la miraba recostado en su regazo. Miraba los orificios de sus narices, su cara delgada y blanca. ¡Ya está!, iniciaba así:

–Al principio fue un verbo: ser. Dios era toda la eternidad y de manera infinita. No había partes, era todo o era nada, como quieras verlo. Ni principio ni fin existían.

–Algo desestabilizó su unidad y surgió el amor, ese movimiento: ser-amar propició la conciencia en él, una conciencia que inició afirmando su ser por medio del amor. Fue de suma importancia para él amar y crear, luego entonces saber, entender y, conocer.

–Eso te contaba tu abuela, ¿cuántos años tenías? –Lo cuestionó incorporándose un poco para tratar de mirar la cara de Germán.

–Como nueve o diez, ¿por qué? –Le respondió sin voltearla a ver y continuó narrando.

–Empezó a quererse a sí mismo. Lo hizo y se supo, se entendió y se conoció; llegó a la certeza de sí mismo. Sin embargo, pasó algo que no se imaginó. Al amarse se supo, se entendió y se conoció nuevamente como parte de la totalidad.

–Él creyó regresar al mismo lugar, pero había una pequeña y fundamental diferencia: ahora, poseía el conocimiento de todo lo que era porque se amaba; y sí, había ocurrido un desprendimiento, algo se había separado de él.

–Amor, ¿estás seguro que tu abuela utilizaba ese vocabulario? –Germán la miró de reojo, sonrió levemente, pero siguió contando.

–Empezó a juntar porciones de su totalidad; así creó parcialidades de diferentes tamaños, las ordenó de cierta forma, con ritmo. Le gustó saber que podía desprenderse de sí mismo y encontrar sentido en ello. Descubrió que se podía percibir a sí mismo desde varios sitios, ahora que su totalidad se había separado.

–Más sorprendente fue descubrir y entender que cada parte que iba separando era capaz de hacer lo mismo de forma voluntaria. Entonces, ocurrió algo inesperado: conoció la otredad de su yoidad. Fue una sorpresa mayúscula poder distinguir otra entidad que procedía de él y que actuaba y pensaba de similar forma a la suya: ser y amar para crear; luego, saber y entender para conocer la totalidad, su totalidad; la de él, la de ellos, de forma paralela y al mismo tiempo. Así, justo cuando la unidad se desestabilizó en dos y más conciencias y certezas de sí mismas, eclosionaron el tiempo y el espacio como entidades distintas.

–Cada porción de totalidad fue repitiendo el mismo proceso, una y otra y otra vez. Aunque la acción era la misma: ser y amar para crear, las estrategias se diferenciaban unas de otras. Algunas porciones del ser seguían haciéndolo individualmente; otras, en gigantescas agrupaciones, mas todo muy distinto de aquella lejana primera experiencia.

–Llegó el momento en que uno de esos seres o alguna de esas agrupaciones, hicieron algo diferente; no se sabe, no se entiende ni se conoce, pero negaron al ser, no amaron y, sin voluntad, literalmente, no crearon algo; empero, esta serie de negaciones desestabilizaron algo y pasó eso que llamamos la Gran explosión o Big bang.

–Así fueron ocurriendo las cosas y sus momentos hasta llegar a nosotros. Ser y querer para crear y, después, saber, entender para conocer; éste siempre fue, es y será un proceso que se va degradando paulatinamente; Dios no se dio cuenta de esto hasta en los últimos instantes, poco antes de que te empezara a contar este cuento. Dios percibió que al separarse en tantas y tantas porciones, había perdido para siempre parte de su propia información, la que lo contiene.

–Desde entonces, Dios se ha dado a la tarea del rehacerse. Cada acto como respirar, caminar, cantar: vivir; cada elaboración mental como medir, razonar, describir: pensar, son sus tácticas y estrategias para conseguirlo. Quiere otra vez ser continente.

–Esa es la desesperación de Dios, ser incapaz de volverse a contener en un ser que quiera y cree.

–Porciones y ritmo, amor; ¿te recuerda algo? –Dijo ella en un tono sensualmente sugerente.

–Me recuerda a ti.

Ambos empezaron a acariciarse, a reconocerse, a sentirse y a quererse. No había nada más que ellos sobre la cama. Fueron labios y lenguas, brazos y manos, carne y humedad; de ellos emanaba el ritmo entre la pasión y la ternura: arrebato que modula la posesión mediante la belleza.

–¿Le ves alguna moraleja?

–No, creo que lo inventó para dormirme, como los demás cuentos. ¿Tú ves alguna?

–Que a los hijos hay que cuidarlos no sólo hasta que tengan conciencia de sí mismos, sino hasta que sean perfectamente capaces de ejercer con responsabilidad, material e intelectual, su libre albedrío.

–Demasiado profundo, ¿no?

–Me parece una hermosa metáfora de la maternidad y la paternidad.

Germán se levantó y se metió al baño. María se estiró un poco para alcanzar el folder. Leyó todo el cuento. Al regresar, se detuvo al verla con el cuento en sus manos.

–Se llama Historia de la Navidad y la Noche Buena; es una linda y original historia sobre Jesús y Dios Padre; ¿de dónde sacaste la historia que me contaste? –Casi le reclamó.

Él se quedó parado y desnudo –Cuéntame el cuento, como si se te acabara de ocurrir.

–Te leeré lo que parece genuino en él, sólo un par de párrafos, y creo que son los que impactaron tu vida, los que te mojaron para siempre. Escucha:

–Dios padre amaba todo lo que iba creando, lo amaba con intensidad natural y prodigiosa, mas no quería darse cuenta que una minúscula parte de él, se iba perdiendo en el proceso de invención. Cada cosa que existe contiene información complementaria del Señor; cada palabra, letra y signo, comportan algo de su nombre, del sonido necesario para invocarlo. Todo esto lo fue degradando, al tiempo que el universo se fue enriqueciendo.

–Dios padre olvidó su rostro y su nombre, y ahora sólo es posible verlo si se está muy lejos de la creación, un lugar que no se sabe si existe; ahora sólo podemos nombrarlo si pronunciamos todas las cosas existentes.

Germán caminó lentamente hasta la cama y se recostó junto a María. Lucía agobiado y desanimado, como si el trayecto del baño a la cama fuese largo y desértico. Como si de pronto hubiese dejado de cargar una historia ajena, una culpa recogida en el camino.

–Al crecer todo lo complicamos. Quizás sólo debí enojarme con mi abuela, gritárselo.

–Bueno, adornar su cuento fue la forma en que manifestaste todo eso que sentías o sientes; es como decirle que eres mejor que ella. En todo caso, de nada te sirve ya continuar con ese rencor, ahora que te has dado cuenta de dónde viene esto –Ella lo abrazó como quien quiere curar una herida.

–No, la mejor forma de desahogarme fue haberte contado la historia antes de hacerte el amor, aquí, sobre su colchón.

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