I
–¡Endra,
mira eso, es una sanguijuela gigante! –dijo Eka con los ojos desorbitados.
–¿Dónde,
no la veo, Eka?
–¡Ahí,
mira, está nadando! –Eka al señalarla, se cayó al basurero. Endra lo ayudó a
salir.
II
–Es
verdad, Manu. Cuando yo tenía tu edad, a tu abuelo le llevó mucho tiempo
entender cómo funcionaban los dispositivos digitales. Los celulares, que se
convirtieron en todo, fueron su némesis.
–Pero
si ya son obsoletos…
–Claro
–interrumpió a su nieto–, a ti ni siquiera te tocó vivir la transición de las
tabletas y celulares a los Adbrains.
Yo tuve que lidiar con este cambio tecnológico para entender el mundo de hoy en
día, pero si me lo preguntas, no podría explicarle a nadie qué carajos es un Adbrain; eso sí, lo uso a la perfección
para lo que me sirve, aunque dudo que lo explote al máximo.
–Entonces,
ahora que vienes a explicarme lo que son estas sanguijuelas –continuó el abuelo–, y lo que le hacen a las personas, pues creo que
en verdad no quiero ni enterarme.
–Calma
abuelo, yo te lo explico –respondió, Manuel con tono pedagógico–. Primero, y
para que no se me pase, te diré lo que es un Adbrain. Olvidémonos de tecnicismos y términos científicos, en la
medida de lo posible. Son dispositivos artificiales que permiten extender la
realidad, ya sea telepáticamente o para entender los pensamientos de las
personas; o empáticamente, es decir, sentir lo que los demás sienten, ambas
cosas mediante acuerdo voluntario.
–Yo
jamás llegaré a eso, Manu –aseveró el abuelo, casi indignado–, pero lo que me
gusta es cómo han alimentado las polémicas cuando me junto con mis amigos
amigos. Por ejemplo, la película póstuma de M. Night Shyamalan, con un James
McAvoy ochentón; ya no discutimos sobre la trama, sino sobre su continuación en
nuestros sueños.
–¿Lo
ves, abuelo? Eso cae dentro de la definición que te di: extiende la realidad,
en este caso mediante los sueños, y también ocurre con los libros.
–Sí,
Manu, pero yo disfruto tanto con las partes de las películas o los finales que
ocurren en mis sueños; esa magia de que las tramas se doblen hacia tu
identidad, hacia tu bagaje de conocimientos, es genial. Siempre apostamos a ver
cuál de los finales que alguien soñó es el más original. Casi siempre gano –dijo
orgulloso el abuelo.
–Por
ejemplo, abuelo, yo sólo mantengo conexión empática y telepática con mi hermana
que está en la Luna estudiando Ciencias sociales y ya se está quejando porque
no te he dicho el origen de esta tecnología, de los Adbrains –apuntó Manuel,
con ademán de hartazgo.
–¿Qué
te dice María? ¿Cómo está?; dile que la extraño, que cuándo baja a verme –dijo
el abuelo con ternura, ladeando su cabeza hacia la izquierda.
–Te
lo contaré a manera de cuento para hacerlo interesante. Luego en tus sueños
podrás moldear la historia –Manuel se rio, pícaramente:
–En
una expedición financiada por la farmacéutica alemana que compró a Monsanto, un
biólogo fue víctima de una especie de sanguijuela, no registrada hasta
entonces. Como casi siempre, él no se percató de ella hasta que, al parecer, de
una de las ventosas del bicho, salió un aguijón que se incrustó en su médula
espinal.
Luego
de muchos estudios, se supo que la sanguijuela era una evolución de la especie Tyrannobdella rex, cuyos microorganismos
simbiontes en su interior, también habían evolucionado. La consecuencia de ello
es que esta sanguijuela por una ventosa succionaba sangre y por la otra inyectaba
una sustancia que convertía la materia gris de toda la médula espinal en una
sustancia con neuronas iguales a las del cerebro, es decir, prácticamente
convertía a la espina dorsal en otro cerebro.
El
investigador adquirió una inteligencia inigualable; tan es así, que éste fue el
que analizó, describió y categorizó a esta nueva especie de sanguijuela. Eso
sí, un efecto secundario negativo para él, fue que se volvió lento y casi
incapaz de tener reflejos voluntarios o involuntarios.
La
transformación del investigador no fue paulatina; el evento fue registrado por
las cámaras del laboratorio donde él dirigía la investigación, y donde se dio
su transformación.
¡Fueron
minutos terroríficos, abuelo! ¿Recuerdas esas películas de Alien?, pues los
estertores del investigador eran tan fuertes que parecía que su columna ¡se
partiría en dos!
Al
final, el tipo estaba muy deshidratado, con los labios resecos y los ojos
rojos. Al parecer no hubo alteración en su ADN, el cambio sólo fue a nivel orgánico, en particular de su sistema nervioso central ahora “ampliado”.
Lo
que este tipo no reveló, salvo en su bitácora personal, es que en su cerebro se
desarrolló una especie de “apéndice”, como una membrana en la parte anterior
del cerebro, arriba del hipotálamo, que funcionaba como emisor y receptor de la
actividad cerebral de las personas. Esto le permitió conocer los pensamientos,
las emociones y sentimientos de los individuos a su alrededor, aunque se
encontraran del otro lado del planeta.
–¿Cómo eso del entrelazamiento cuántico? –Sí, abuelo, exactamente –apuntó Manuel, animado.
–¿Cómo eso del entrelazamiento cuántico? –Sí, abuelo, exactamente –apuntó Manuel, animado.
Lo
que María quiere que te cuente es que, una vez revelado lo anterior, a la
muerte del investigador, y toda vez que las patentes de la farmacéutica alemana
pasaron a manos de La Corporación RMV, se encontraron con que no había más
ejemplares de dicha sanguijuela. Algunos dicen que eso es mentira y que se
estuvo experimentando con personas por varios años.
El
caso es que oficialmente no aparecieron más de esos bichos, pero pronto se
desarrolló una tecnología llamada Adbrain,
que permitía lo mismo de manera artificial, con la desventaja de que toda la
información procesada por los cerebros era y es almacenada en los ordenadores
de La Corporación, una especie de Matrix,
como en la película de las hermanas Wachowski.
–Pero
lo de la película Matrix tiene que
ver con la inteligencia artificial, ¿no?
–María
quiere que te lo diga todo.
–¿Qué
cosa?
–Los
lunares, los que estudian Ciencias sociales en la Luna, son los únicos que
saben que la inteligencia artificial, es un mito como la han planteado en los
libros y en el cine, abuelo –dijo resignado, Manuel.
–La
inteligencia artificial –continuó– es un constructo histórico como las
deidades. Su finalidad política es el miedo, no en su forma más arcaica como el
pavor, el pánico, sino en su forma más refinada, la admiración y la renuncia al
libre albedrío.
–Eso
se lo puedo decir a mis amigos –replicó el abuelo, como quien amaga con revelar
un secreto.
–Claro,
pero no te entenderán porque el desentendimiento es el mecanismo más sutil de
la negación, es algo culturalmente construido. La Corporación ejerce así el
control del poder desde hace años. Por eso únicamente los familiares de los
accionistas tienen los Adbrains en sus cabezas.
–Vaya–,
dijo el abuelo con algo de incredulidad.
III
Esa
noche el abuelo soñó a dos pepenadores que trabajaban en el basurero más grande
del mundo, el Vórtice de plástico en Indonesia.
Uno de ellos cayó de su balsa a un lago basurero. Fue rescatado por el otro. Aquél
tuvo fiebre por la noche; ¡se retorcía y gritaba! Pensaron que moriría.
Al
siguiente día estaba como si nada, pero meses después era un tipo que había
organizado a su pequeña comunidad; con la basura creó refugios y fortuna.
Dejaron de necesitar y de temer a La Corporación; se volvieron autosuficientes
y las localidades aledañas, tendían a imitarlos bajo su liderazgo.
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