–No,
no estás enojado con ellas porque te acepten y luego se vayan; porque te
rechacen y luego te busquen. Vamos, ni siquiera estás molesto con ellas; es
contigo mismo. Sabes que te equivocaste, que hiciste elecciones que creíste
acertadas; luego cambiaste tus expectativas en la vida y aquí estás recriminándote
–Alba
le habla desde el marco de la puerta–.
–¿Y
tú qué sabes?, ni siquiera existes; esto es un sueño –él responde con firmeza,
mientras da un vistazo a las paredes y el techo del lugar–.
Él está dubitativo sobre lo que dice. Los sueños son un sitio inusual
para reflexionar sobre el ser, lo que es; la realidad y la existencia. Alba continúa
parada, lo cuestiona. Más que retarlo, su intención es que se dé cuenta que la
culpa es el pase de abordaje más caro al tranvía de la autocompasión.
Ella
insiste –¿Por qué a nadie le has dicho del viaje que hiciste a España?, donde
aprendiste que el vino tinto de La Conreria d´Scala Dei, te provoca varios
estornudos luego del primer trago, y que al final fue sólo una reacción a los
taninos de esos viñedos y no una perniciosa alergia al generoso producto de la
región, según el guía del tour; donde te desconociste bajo el cielo nublado de
Catalunya y entre el frío y la niebla de la primera mañana; donde supiste que
tu próximo gran viaje sería a Sudamérica y que si algún día llegabas a
descender de un barco, te quedarías en esa tierra para siempre –concluye Alba
sin dejar de mirarlo.
Fábregas
se dirige a la cocina. Toma un vaso del escurridor, se sirve whisky y de un
trago lo termina. Sabe que pudo quedarse a vivir en Barcelona; que en ese
entonces la aventura era el faro de sus decisiones; que tener familia, mujer e hijos
sólo eran emblemas de la vida de sus amigos; jamás suyos.
–Pasa,
te sirvo un trago. Tiene años que no nos vemos.
–La
última vez dijiste que ya sabías lo que querías y con quién, que yo no podía
dártelo. Hasta me enseñaste su foto. Tu amiga no voy a ser, debes saberlo… y
ahora que te siento alejado de ella e inseguro respecto a lo nuestro, estoy
acá, pensando que puedo recuperarte.
Fábregas
le alcanza el vaso y se sienta cerca de ella. La mira fijamente a los ojos,
sabe lo que quiere decir; no el momento para hacerlo. Sonríe para distraerla.
No soporta cuando Alba adivina sus pensamientos. Quiere dejar todo, huir y despertarse;
entonces sabe que es el momento oportuno para hablar.
–Me
gustas porque eres todas las mujeres que he conocido, no una mezcla, ni lo
mejor de cada una; eres todas y ninguna –le soltó eso sin pensar.
–Ahí
sí te equivocas querido: yo soy la mujer de tu vida; las que has imaginado, las
que has conocido y las que quisiste conocer; las que has encontrado en los
libros y en las canciones; las que hirieron o se burlaron de tus amigos; las
artistas, académicas y empresarias que admiras; las que engrosaron las listas
de feminicidios; las que detestas, e incluso tu madre y tus hermanas.
–Eres
una abstracción, Alba, sólo eso –dice casi cansado.
Ella
lo mira condescendientemente y sonríe. –Para concluir diré que me gustas y te
quiero porque la ternura sigue siendo el resorte de tu audacia e ingenio.
Él
se encabrona, no soporta que la mujer que desea le diga que es tierno. Le
parece que hay un conjunto de adjetivos propios para lo femenino y ser tierno
es uno de ellos. Se da cuenta que Alba lo sabe y deduce que quiere distraerlo.
Recupera el hilo de la charla.
–Nunca
serás la mujer que quiero,… que quise –sorbe su whisky hasta agotarlo–.
–Nunca
has querido a nadie, por eso estás aquí. Tan es así que al hablar de esa mujer,
mezclaste los tiempos verbales. Esa mujer es inasible para ti aunque la hayas
conocido. Es más, quizás el inasible seas tú, siempre disperso en el tiempo,
imaginando que cambias el pasado, olvidándote del presente y abrumado por un
futuro inexistente –bebe todo el whisky.
Fábregas
toma el escocés y sirve los vasos. La mira, sabe lo que va a decir; se reserva
un poco, quiere que Alba piense que lo ha dejado sin palabras. Ella sonríe con
jactancia.
–No
sabes con certeza por qué me quieres. Yo te lo voy a decir: es porque aprendí a
tener estos sueños lúcidos, donde puedo usar el libre albedrío y hacer lo que
quiera. Esto te pone a ti en una posición inigualable, pues también posees
dicha libertad de pensamiento y acción.
–Si
bien mi libertad está condicionada por la tuya, mis pensamientos y deseos son
independientes, por eso es que te enojas seguido conmigo.
–¿Qué
es lo que deseas ahorita? –le pregunta mirándola con picardía, mientras le hace
notar la erección bajo su pantalón.
Alba
se incorpora, deja su vaso en el recodo del sillón. Se acerca a él, le coquetea
con el cuerpo y su sonrisa; con movimientos lentos, largos, sensuales avanza.
Estando cerca de él lo encara y con la diestra acaricia delicadamente su pene
sobre el pantalón.
–A
ti te excita lo que no entiendes. En el trabajo, en la vida y en especial con tus
parejas; nada te excita tanto como lo que no entiendes y sabes que puedes
hacerlo y dominarlo. Por eso te aburren la prostitución y los procesos
electorales.
–¿Qué
no es lo mismo? –bromeó.
Hizo
caso omiso del gracejo –Y así es porque para vos inteligir las cosas es un
medio para seducir y parece que lo has olvidado. Ahora te ha dado por hacerlo
sin saber lo que buscas.
Fábregas
pone su mano sobre la vagina de Alba, la frota. Se miran a los ojos, no
parpadean, tampoco hablan. Las manos se mueven. Alba piensa en el Jazz;
Fábregas, en el Blues. Ella en contratiempos y cambios impredecibles; él en la fúrica
sutileza que se intensifica; ella se dilata, él se endurece; sangre, carne;
ella, él.
Alba
despierta, permanece acostada, abre los ojos.
3 comentarios:
me gusto lo de blues..jazz...whisky y escoces...saludos..
Esa parte llegó sola, sobre la marcha.
Saludos, Jesús.
Y entonces escribes, Víctor?
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