‒Las gráficas
bien hechas son autónomas como los buenos cuentos y como las personas
inteligentes: contienen y ofrecen la información precisa para explicar e
ilustrar con claridad los aspectos centrales de su existencia ‒sentenció Javier,
mirando a sus alumnos que en silencio lo atendían.
Terminó la sesión
con ese comentario. En su cabeza daban vueltas la gráfica que muestra que el gasto
público por alumno en educación básica se ha reducido en los últimos 20 años y el
cuento Informe Brodie de Borges; el
recuerdo de Isabel también daba vueltas, bailando rock en el UTA.
No tardó
mucho en llegar a casa. Su mujer estaba dormida; le había dejado la cena en el
micro. Subió a su recámara y la vio dormida y desnuda, como escena de una película
francesa o italiana. Cerró la puerta pensando en cenar y regresar.
Mientras
comía, leía las noticias en su portátil. Se entretuvo con un artículo que
hablaba sobre el cine y la memoria ocular. No sabía que en la época del cine
mudo, las imágenes se proyectaban a una velocidad de 16 cuadros por segundo,
suficiente rapidez para que el ojo humano detecte movimiento continuo. Más
tarde, con el cine sonoro en la década de 1920, la velocidad se incrementó a 24
cuadros por segundo. El cerebro sólo es capaz de retener una imagen por una
décima de segundo ‒la memoria es otro proceso‒, por eso percibimos el
movimiento en el cine o la televisión. Como buen economista, de inmediato hizo
cuentas y pensó que si la tasa hubiera sido de 10 cuadros por segundo en la
época del cine mudo, hubiera podido detectar la pavorosa discontinuidad en los terribles
movimientos del Doctor Caligari y de Nosferatu. Como todo economista, se fue
al extremo para empezar a modelar, y pensó en la fotografía; las fotos, cuya
unidad de medida no es el segundo sino la eternidad.
De esa
abstracción lo distrajo su mascota que sólo se aparece para comer o mostrar, a
manera de ofrenda, pájaros muertos entre los dientes.
‒¿Qué
quieres Kissy, ya tienes hambre?
Pensó en
apagar las luces y subir las escaleras. Se fue directo a la sala, prendió la
lámpara de mesa y continuó leyendo. Aunque sus ojos surfeaban sobre palabras y
párrafos, su imaginación y su memoria lo llevaron con Isabel. No había transcurrido
ni una semana, y no dejaba de pensar en ella, de relacionarla con todo lo que
decía o hacía. Como en la clase, cuando dijo a sus estudiantes que “Las gráficas
bien hechas son autónomas como los buenos cuentos y como las personas
inteligentes”, y en realidad quiso decir como las mujeres bellas e inteligentes,
como Isabel.
La conoció en
Coyoacán. Fue a visitar a un amigo que trabaja en la Delegación. Los tres comieron
un par de veces; la tercera, el amigo no pudo ir y se fueron a comer sin él. Le
atraía su charla. Fue hasta que comieron solos, que entendió su raro peinado y
le gustó; dejó de criticar sus lentes y atendió la mirada de aguamiel que
tiene.
La semana
pasada ya no comieron y se fueron de antro con un grupo de amigos. La idea era
estar en un par de sitios en la Roma y luego al centro de la ciudad. Sin
embargo, empezaron en un bar de Coyoacán. Bebieron cerveza y tequila. No fue
casualidad que se sentaran juntos y platicaran como si estuvieran solos o como
si quisieran estarlo.
Nuevamente, su
gata lo distrajo, discontinuando su memoria e imaginación; lo acariciaba con su
cuerpo sobre el pantalón.
‒Pero si ya
te di de comer, Kissy... ‒Javier se
levantó y se dirigió a la cocina, sabía perfectamente que su gata no lo dejaría
en paz hasta que la viera comer durante unos segundos. Se prendió a otro recuerdo,
mientras ella devoraba las croquetas.
‒¿Tú crees
que una mujer pueda hacer sentir más a otra porque sabe justo lo que necesita? ‒ella
preguntó afuera del bar, mientras se fumaban un cigarro.
‒¿O sea que
propones la homosexualidad como la vía más directa para la satisfacción sexual?
‒él respondió como resolviendo una ecuación.
‒No, únicamente
propongo conversar.
Un rato
después todos se fueron a la Roma. Llegaron poco antes de la media noche.
Estaba vacío el sitio; la música era parte de un homenaje a INXS. Estaba grande
el lugar y la mayoría de los amigos se fueron a la pista de baile del tercer
nivel. Isabel y Javier fueron a explorar el conjunto de salones del segundo
piso. En algún momento, al subir las escaleras se tomaron las manos, pero no lo
advirtieron sino hasta la segunda sala, donde se metieron y se sentaron en uno
de los sillones.
‒No sé por
qué me siento como en un sueño tipo la película Twin Peaks; ¿la viste? ‒preguntó ella mientras le daba un trago al
ron de Javier.
La respuesta
fue un largo beso en la boca, que llevó a Isabel a levantarse, para buscar un
hatajo de calmas que la condujeran a la prudencia.
‒¡Tengo
pareja! ‒dijo asustada y retrocediendo lentamente hasta que su espalda tocó la
pared. Javier la siguió y al darle alcance, metió su mano entre sus piernas y
la subió. En todo el segundo piso se escuchaba To look at you de INXS. Javier la miró sin decirle nada, pero pensó
muchas cosas, pensó... Quiero aventarme a tu vida, ahogarme en todas las aguas
que emanan de tu carne; salpicarme de todos los barros que te dan color, impregnarme
de todos los aromas que signan tu piel y, después de todo eso, sentarme contigo
en alguna banca de la Ciudadela a tomarnos un café y conversar que pronto
terminarás de estudiar y empezarás a trabajar. Me enamora la forma en que amas
a tu mujer. Nave espacial que sólo detendrá la autodestrucción.
La gata se
acicalaba con ahínco y, de vez en vez, volteaba a mirarlo a los ojos y los dos
se perdían en lugares mutuamente insospechados. Un brusco salto de la gata espabiló
a Javier y sólo vio cuando, por la ventana, ésta desapareció en la oscuridad.
Estuvieron
en el UTA. Fue por un par de cervezas. Al regresar, miró en close up a Isabel bailando, como una brasileña
en un país nórdico. Ahí supo que estaba enamorado, y elaboró la siguiente
idea: no sé si tu rostro y tu cuerpo son inventos de la luz, un par de obsequios
de la memoria o ambos. Luz y memoria, espátula y cincel para la hechura de mis
insomnios sexuales.
Existes a 16
cuadros por segundo, como película de cine mudo; no pareces de este orbe. Al
mirarte, mi memoria ocular se expande y vos te vas dilatando, te vas inmovilizando
y tiendes a la eternidad. Bailas y mueves tus caderas y los amigos te miran y
yo te deseo. Me acerco, te ofrezco una cerveza; la tomas haciendo una media
verónica, no desprecias la admiración que los demás te prodigan y de pronto
eres una afrodita con jeans y blusa bicolor.
La música se
va convirtiendo en un ruido de fondo. Cada primera vez que te veo bailar,
porque me gusta distraerme para empezar a verte de nuevo, no detecto
movimiento, sino una serie de imágenes tuyas que se van superponiendo a la realidad,
como una colección de estampas que después de cierto tiempo se repiten. ¡Me
desespera porque en esa secuencia no te acercas ni te alejas!
De pronto
rompes y vienes a mí; muy cerca te volteas y empiezas a mover esas discretas
caderas; tus nalgas rozan mi verga. No sé dónde ha quedado la cerveza que traía
en mi mano, ¡pero tomo tu cintura y te sigo y de pronto te muevo y tú me
empiezas a seguir y tus nalgas van de atrás para adelante y siento las miradas
y el calor y vértigo!
Como después
de haber cogido, descansamos; ahí están los amigos, la barra y todo el mundo.
Me dices
algo. No te escucho. Te acercas para que te pueda entender y pones tus
labios sobre mi oreja y me doblas la voluntad y el cuerpo, y me yergues el
deseo nuevamente. Yo me sigo haciendo el sordo todo el tiempo y vos la que
tiene tantas cosas que decirme a esa hora y en ese lugar.
La gata
saltó sobre los brazos de Javier, quien parecía un autista dando vueltas por la
casa, y se acurrucó en sus brazos. Eran las dos de la mañana. Desde hacía rato
ya no recreaba en su mente ninguna escena, era como si su memoria ocular se
hubiera pausado y hubiera permanecido mirando a Isabel; una fotografía, encadenada,
carente de tiempo, casi falsa.
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