Iba corriendo cerca del río; se tropezó con alguna raíz de un viejo árbol y se le cayó el susto, pero no se dio cuenta.
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Aún sudando, llegó a su casa. Observó en el diario que su candidato había salido electo, ahí extravió la satisfacción.
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Se bañó, se arregló y salió a la calle. Sonó el celular, era su novia. Perdió la señal y con ésta, el amor.
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Tomó un taxi que le quiso cobrar de más; discutió un rato con el chofer y no le pagó. El coraje lo abandonó.
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Llegó a la oficina, cerró un trato con unos hombres del sudeste asiático. La traición a un par de familiares se quedó entre los folders.
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Por la tarde, hizo feliz a un par de viejecitos y con éstos se quedó su ternura.
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Al anochecer, se vio con unos amigos. Otro hombre fue el centro de atención. Lo corroyó la envidia no la ambición, aunque ambas se fueron con el otro.
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A su casa regresó como una sombra informe. Ya no se lo podía llamar persona, individuo. Algo le pasó en el transcurso del día que lo dejó sin referentes, sin esa extraña y añeja mezcla que nos da personalidad.
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