Si cuando se abre una flor,
al olor de la flor, se le olvida a la flor.
al olor de la flor, se le olvida a la flor.
(Canción popular de Joan
Manuel Serrat: Señora, 1970)
¡Hay algo raro en todas las desapariciones, Salamanca! –afirmó
Carlos Echeverría, mientras aventaba las averiguaciones previas sobre la mesa–;
se trata de puros abuelos, todos estaban en plenitud de sus facultades físicas
y mentales y, según los familiares de cada uno de ellos, todos estaban muy
felices antes de desaparecer.
–No
le veo lo raro, Echeverría–. A lo que su compañero replicó con tono socarrón,
mientras se sentaba a la mesa. –lo curioso todavía no te lo digo. Resulta que
los siete desaparecieron abruptamente dentro de recintos, monumentos o parques
significativos para la Ciudad de México; todos el mismo día.
Noel
Salamanca se puso de pie y prendió un cigarrillo. Seguía esperando un caso “normal”,
un homicidio pasional, un secuestro, ubicar a una persona extraviada desde su
infancia; ¡jamás! Sus casos siempre tenían el sello de lo inexplicable y, a
decir verdad, si no fuera por Margarita Pruit, nunca hubiera resulto caso
alguno.
Noel
Salamanca hojeó uno de los expedientes. Miró fijamente el rostro sonriente de
una mujer de rasgos finos y afilados, cabello cano y corto. Leyó la fecha: 22
de marzo de 2023.
–Ese
que miras es el caso más espectacular. La señora Georgina Maza asistió a un
concierto de la Orquesta Filarmónica de Berlín; un regalo de su hijo. Mientras
sonaba El funeral de Sigfrido, de
Wagner, desapareció. La buscaron por todos lados; nadie la encontró. Ahí está
los detalles en la averiguación previa, léelo.
–Al
salir del recinto, todos lo advirtieron –continuó Carlos Echeverría–, quizá no
lo creyeron y nadie dijo nada: el Palacio de Bellas Artes estaba nuevamente a
nivel de la calle, ¡ya no estaba hundido!
Noel Salamanca llegó a su casa y ordenó que sonara cualquier obra
completa del compositor alemán. Del techo emanaron los metales de una pieza que
el sistema operativo anunció como Der Ring des Nibelungen. Se sentó en su
sofá y antes de leer los informes de Margarita Pruit, leyó las 8 columnas de un diario: La descentralización financiera llegará a
las alcaldías; habrá señores feudales en la Ciudad de México a partir de 2025.
Aventó el periódico por ahí.
Se puso a leer uno de los informes de la pelirroja.
“Durante su convalecencia, lo que más había extrañado era correr en el
parque. Más de 20 años ejercitándose en los Viveros. Ahí conoció a muchas
personas con las que trabó amistad; se inscribió en clubes de actividades para
adultos mayores y se enamoró de un ex medallista panamericano, que a los pocos
años murió.
Sus hijos se fueron a vivir fuera del país. No conocía a sus nietos,
pero presumía sus fotos con todas sus amistades. Al menos una vez a la semana,
tenía videollamadas con sus hijos. Cada dos años la visitaban; se turnaban para
que no pasara un año sin que viera a alguno de ellos.
Esa primera mañana de diciembre, Inés Loera rebosaba de alegría; sus
hijos coincidirán por primera vez en la Ciudad de México desde hacía más de 20
años y pasarán la Navidad y el Año Nuevo con ella. Al fin cargará a sus nietos;
abrazará y besará a sus dos hijos y conocerá a su yerno y a su nuera.
Salió a correr a las ocho de la mañana. Saludó a la gente del barrio
que trabaja en esas calles vendiendo tamales, chilaquiles, pan de dulce. Se
encontró con un amigo que iba a ejercitarse al Deportivo José Gorostiza. Al
llegar a la entrada del parque se despidieron; él se dirigió a los aparatos
deportivos y ella se introdujo en el circuito de los Viveros de Coyoacán para
correr.
Diez minutos después de hacer calistenia, Inés Loera empezó a trotar.
Feliz, miraba y disfrutaba de los árboles, del tenue aroma a eucalipto, de los
troncos húmedos, que tenían formas con las que jugaba a encontrarles parecido con
algo; disfrutaba el saludo inesperado de amigos que corriendo le daban la
bienvenida al parque, después de semanas de ausencia por la gripe que no la
dejó durante más de un mes.
A mitad de la segunda vuelta, miró un árbol que la hizo colgarse de un
recuerdo.
–Dime Inés, ¿qué es lo que miras cuando fijas la vista en los árboles,
por ejemplo ese grandote?
Mientras caminaban, ella pensaba la respuesta sin dejar de observar el
árbol señalado; él tomó su mano, intercalando sus dedos con los de ella. –Eso
no se vale, Agustín, me estás distrayendo –le dijo sonriendo, sin perder de
vista el árbol–. Él tampoco la miró, pero estaba algo angustiado pues no sabía
si ella retiraría su mano. Ante ese dilema, optó por apretarla con sutileza.
–Veo tenacidad contra la fuerza de gravedad; testarudez de la vida por
permanecer. Esas ramas que se convierten casi en troncos para estar cerca de la
luz del sol.
–Yo veo… –dijo un perspicaz Agustín– Mira cómo se bifurca el tronco en
dos… Yo me imagino dos piernas de mujer que se abren para recibir la vida y dar
vida. Él se detuvo y se paró frente a ella.
–Inés, eres la mujer más hermosa que he conocido–. Ahora ella era la
angustiada, pensó que él le declararía su amor o algo así. En cambio, Agustín
la tomó de la cintura y arrebatado la besó en la boca.
Inés Loera iniciaba ya la tercera vuelta. Sonreía evocando el recuerdo
de la segunda relación amorosa de su vida. Tenía varios años de viuda y sólo se
había dedicado a sus hijos y a su trabajo. Tuvo algunos amoríos con algunos de
sus clientes del despacho, pero nada serio.
Estaba feliz, muy feliz; sentía una extraña felicidad que la colmaba.
Reflexionó y recordó que algo similar le pasaba cuando escuchaba ópera, en
particular la de Don Giovanni, de Giuseppe
Verdi. Estaba trotando y empezaba a sentir que las emociones la desbordaban;
estaba muy agitada, pensó en detenerse, se llevó la mano al pecho; podría ser
su corazón.
La mayoría de las personas corrían y trotaban escuchando música con
sus audífonos; avanzaban sin observar. Dos mujeres trotaban por detrás de Inés
Loera. Sin perder el paso, sólo ellas vieron que Inés desapareció súbitamente.”
–Ninguna carpeta de investigación, ninguna averiguación previa te dará
los detalles que acabas de leer, dijo Margarita Pruit con una sonrisa; estaba
recostada en otro sofá frente a Noel Salamanca.
–Lo sé pelirroja, lo sé.
–Noel, yo no tengo abuelos; nunca los tuve, lo sabes, pero si quieres
resolver este caso debes entender primero que el amor y la experiencia de los
abuelos, sólo de los abuelos, será la que salvará a tu Ciudad tan querida por
ti.
–Noel Salamanca encendió un cigarrillo; mucho trabajo por delante,
pensó. Se comunicó con Carlos Echeverría.
–Echeverría, dime qué noticias encuentras sobre los Viveros de Coyoacán
en el último mes.
Una hora después, Noel Salamanca recibió u mensaje de Carlos
Echeverría.
“Entre las decenas de noticias en medios de comunicación, se resalta
que los Viveros están más frondosos que nunca.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario