¡Cuando las
cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!
Si me lo
preguntaran, diría ritmo. Todos los adjetivos o adverbios que lo califican y
todas las disciplinas que lo estudian, sucumben ante su característica
esencial: ritmo.
Si me lo
preguntaran, diría primal. Esa pulsión de vida encerrada en carne todo el
tiempo, no podría ser capturada por el lenguaje o los sentidos de la
experiencia, incapaces de aprehender lo primal.
El corazón
adquiere o se adhiere a las formas y tamaños que le permiten los cuerpos o
espacios donde late; no hay dos iguales, aunque alguna de las licencias del
lenguaje nos permita decir “el corazón de...” refiriéndonos a 7 mil millones de
ellos.
Para ser corazón,
basta con que algo empiece a latir y sea primal; es como empezar a querer a
alguien que se acaba de conocer, sólo porque ves y te enteras que ha abandonado
todo para encontrar y ejercer su pasión; es como dejar de querer por el
cansancio que produce relacionarse con alguien que todo el tiempo duda de ti;
ese maldito cansancio que surge cuando el convencimiento es meta y no punto de partida.
Cada corazón tiene
sus prisas y sus ganas, sensaciones que se parecen tanto que llegan a
confundirse, así como perseverancia con terquedad. La prisa tiene que ver con
el cumplimiento y el compromiso; las ganas, con tu cara y tu cuerpo.
Todo corazón
comporta un suspenso y un misterio. Cada corazón tiene su drama porque si no,
no sería tal. Romina es el suspenso que entrañan las cuerdas de la guitarra
donde suena Los libros de la buena memoria: casi tango, casi jazz, casi
blues, casi rock... Un lamento que no llega a dolor, pero sí encuentra su
calma. Romina es el misterio que no solucionan ni su café ni mis palabras,
puesto que mis gajos de piel y sus fuentes de miel, habrán de ser quienes
demuestren que el Big Bang no fue
producto del azar, sino un síntoma de la inevitabilidad. El drama es obvio.
¡Cuando las
cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!
Nunca me había
detenido a pensar en el café, sólo recuerdo un relato en el que se sugiere a la
gente ser como el café, porque en cualquier condición mantiene su naturaleza dura
e impregna a lo y los demás; no lo transcribiré.
Me apasionan sus
uñas manchadas de café; me gusta que huelan a café, un aroma que aún no alcanza
a ser apuesta, pero tampoco deuda. El misterio de sus manos que trabajan esos
granos, empieza a latir por sí solo; es inminente su metamorfosis.
¡Cuando las
cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!
Empezar y dejar
de querer también es un corazón. Una de las leyes más bellas de la física, que
tiene que ver con el movimiento, sostiene que a toda acción corresponde una
reacción de igual magnitud, pero en sentido contrario.
Dejar de quererla
sería una forma de escriturar todo lo que no pudo ver, escuchar ni tocar. Hablo
de cosas que le atañían, ninguna de ellas de mí provenían. Sólo fui testigo de
cómo a la mujer más bonita que he sentido, se le ocurrió todo eso en una tarde
dominical que se va perdiendo.
Perder, olvidar
o dejar ir es necesario; hay encuentros que es mejor convertirlos en secretos
porque en silencio y sin paradero, algunos recuerdos adquieren belleza y pueden
permanecer así para siempre.
¡Cuando las
cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!
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