No, no es la nieve, es la blancura de la amapola,
porque tu blancura excita y exacerba los significados:
los del amor, la amistad y la lejanía.
¿Tú sabes qué es la lejanía o sólo te lo imaginas?
Yo creo que sí lo sabes, pero se te olvida porque
recordar la distancia es un suicidio sin apetencia,
un “te quiero porque me acostumbré a querer”.
El calor y la nostalgia no hacen buen par,
porque las ilusorias lejanías son del frío
y la alegría viene y va como el mar.
Sos el enigma sencillo que nadie quiere adivinar
por temor a tu belleza; Casandra sudamericana
¿qué haces en estos mundos que se acaban
entre las palmas de las manos que buscan su entraña.
Quijote errante que viene a vencer tus hidalguías,
mujer tan dulce como los jugos de los mangos,
como la savia del maguey. Dime sudamericana:
¿eres la promesa que anuncia tu vida?
Yo soy un hombre de imaginaciones infinitas,
y me acorrala tu blancura amapólica, tu verbo
alucinante, tu “no estás acá, pero te espero”.
Vente como si te aventaras,
déjate caer desde el sur;
aparece de pronto como un recuerdo
o como una ilusión tragaluz.
Ven, porque no hay canción que te cante,
ni pena que te absuelva; ven, porque sos
el aliento de un sueño naufragante.
Eres el carnaval de soledades que no he conocido,
pero no bailas porque sos la música de un vals liviano
que nadie bailó, al que alguno te invitará de Cupido.
¿Tú sabes qué es la lejanía o sólo te lo imaginas?
Yo creo que sí lo sabes, pero se te olvida;
recordar la distancia es un suicidio sin apetencia,
un “te quiero porque me acostumbré a la insolvencia”.
Uno no sabe bien, a veces, ¿de dónde viene el llanto?;
viene de algún sitio, lo sabemos, pero ¡es suficiente!
porque tu blancura excita y exacerba los significados:
los del amor, la amistad y la lejanía.
¿Tú sabes qué es la lejanía o sólo te lo imaginas?
Yo creo que sí lo sabes, pero se te olvida porque
recordar la distancia es un suicidio sin apetencia,
un “te quiero porque me acostumbré a querer”.
El calor y la nostalgia no hacen buen par,
porque las ilusorias lejanías son del frío
y la alegría viene y va como el mar.
Sos el enigma sencillo que nadie quiere adivinar
por temor a tu belleza; Casandra sudamericana
¿qué haces en estos mundos que se acaban
entre las palmas de las manos que buscan su entraña.
Quijote errante que viene a vencer tus hidalguías,
mujer tan dulce como los jugos de los mangos,
como la savia del maguey. Dime sudamericana:
¿eres la promesa que anuncia tu vida?
Yo soy un hombre de imaginaciones infinitas,
y me acorrala tu blancura amapólica, tu verbo
alucinante, tu “no estás acá, pero te espero”.
Vente como si te aventaras,
déjate caer desde el sur;
aparece de pronto como un recuerdo
o como una ilusión tragaluz.
Ven, porque no hay canción que te cante,
ni pena que te absuelva; ven, porque sos
el aliento de un sueño naufragante.
Eres el carnaval de soledades que no he conocido,
pero no bailas porque sos la música de un vals liviano
que nadie bailó, al que alguno te invitará de Cupido.
¿Tú sabes qué es la lejanía o sólo te lo imaginas?
Yo creo que sí lo sabes, pero se te olvida;
recordar la distancia es un suicidio sin apetencia,
un “te quiero porque me acostumbré a la insolvencia”.
Uno no sabe bien, a veces, ¿de dónde viene el llanto?;
viene de algún sitio, lo sabemos, pero ¡es suficiente!
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