sábado, 17 de enero de 2009

Tres gotitas, no; mejor seis, de Clonazepan

–¡Dolor!–, pensó Fabricio al ver a su madre levantarse con dificultad. Él, que tanto se empeñaba por entender las palabras y su significado; ahora, tendría que reinventarse un significado nuevo. Ya no le bastaría con saber que era necesario poseer un sistema nervioso central para experimentar esa emoción, no… ahora requeriría introducir, en el significado, la visión de su madre al incorporarse lentamente, con el rostro endurecido para tratar de disimular el dolor.

A Fabricio no le alcanzaba ninguna parte de su cuerpo para atenuar los padecimientos de su madre. Al exponer su impotencia, fraguó una teoría sobre el cáncer: Los seres vivos, particularmente los homo sapiens, experimentaron una tremenda evolución cerebral en comparación con su fisonomía; así, los músculos, al no tener capacidad de respuesta para satisfacer las crecientes necesidades del cerebro, empezaron a procesar mal la información derivada de los diferentes impulsos electro-bioquímicos de las neuronas y dieron origen al cáncer.

Su teoría se vino abajo, cuando leyó que otros mamíferos, también desarrollaban tumores malignos.

–Ven, sostente de mi espalda– Fabricio se sentía como un recuerdo de alguien que no conoció. Ir cargando a su madre para apaciguar en algo su dolor, le representaba una profunda tristeza que sólo lograba asimilar como un acto de solidaridad, de compasión. De otra forma hubiera sido intolerable el trayecto hacia el baño. En esos momentos, él necesitaba convertirse en un terrón de hielo secó; anular sus sentimientos y su humanidad, durante el trayecto por el corredor. Rostro de arena, boca que practicaba el silencio con pulcritud. Sus orejas sólo escuchaban cómo las chanclas de su madre se arrastraban como lijas contra el suelo. Era un Golem sin texto para desanimarlo.

Ya frente a la cama, al recostarla, se acercaba la hermana de Fabricio.

–Mamá, ten, tómate el Clonazepan, le eché tres gotitas–. La madre sólo sonreía y susurraba.

–Pon la canción… la de Mercedes Sosa, Gracias a la vida… para que me duerma.

Hospitales, diagnósticos, doctores, enfermeras, taxis, ruido, familiares, amistades, escuela, trabajo, días, vecinos, farmacias, medicinas,… Todo era un caos, nada estaba en su lugar, no había explicaciones, sólo respuestas. Era como irse dando cuenta de que no entendería nada hasta después de la muerte, la de su madre.

Tres años antes, les dieron el diagnóstico: positivo, tumor maligno, tipo IV, el más agresivo.

Le pronosticaron alrededor de tres años de vida.

–Ella no entiende–, decía Fabricio para intentar salvar la conciencia de su madre ante los demás; era como decir, –yo lo entiendo y con eso basta–. Él no sería capaz, aún hoy en día, de sentir ni siquiera saber, lo que es una sentencia de muerte; no podría describirlo sin soltar el llanto, no se atrevería. La muerte dilatada del vientre que te trajo a la vida es una sensación similar a… no se me ocurre nada.

Una noche de bohemia, cerca del fin, Fabricio se divirtió y emborrachó como loco; su primo lo llevó a casa. Su abuelo le dijo, –la Nena está en la sala, la llevé con el doctor; le inyectó algo y se quedó dormida. Vete a dormir–.

Fabricio entró a su casa y con sus manos rompió muebles, espejos; despedazó un globo terráqueo. Se hirió y se espantó al ver el suelo y las paredes salpicadas con su sangre. Nadie se atrevió a entrar, darle soledad era una forma de respetar su dolor, aunque se lastimara. Él, alterado, no concibió otra manera de mostrarle a la vida su desacuerdo. Ver dormida a su madre en el sillón de su abuelo, lo devastó.

La locura le regaló una resignación de oro, misma que Fabricio desechó. La ira se apoderó de él. El sol lo señaló con el índice.

Llegaron las amigas y amigos de su madre para darle amor y una despedida humana. Fabricio, amante del lenguaje, aprendió a redefinir el concepto de amistad y, con ello, el de la vida.

Su hermana, tomó su lugar de muchas maneras.

–Mamá, ten, tómate el Clonazepan, le eché tres gotitas–. La madre sólo sonrió y susurró.

–Pon la canción… la de Mercedes Sosa, Gracias a la vida… para que me duerma–. La madre sólo movía sus manitas como dirigiendo a los músicos.

–Hey, mija… Tres gotitas no; mejor seis, para que me duerma más rápido.

10 comentarios:

Mamá-Z dijo...

No sé, Víctor, si esto que escribes es producto de tu imaginación o de tu experiencia directa. Sea como sea, ilumina el camino.

Victor Castillo dijo...

Agus:

Tenía el título desde las seis de la tarde de ayer; terminar de escribirlo, fue como prender un foco y ver ciertos desórdenes que me rondan, aún, pero que ya estoy arreglando.

Fue una especie de laborterapia. Amanecí muy tranquilo, como si hubiera soltado un costal al lado del sendero; por supuesto el costal no son los recuerdos, sino ciertas actitudes.

Son heridas que, aunque no suturan del todo, debes cuidarlas para que no supuren.

Suerte y abrazos.

Anónimo dijo...

pues que te puedo decir?

y como ésta, otra y otra forma de recrear y plasmar algunos recuerdos, anécdotas e imaginación, mientras haya tinta (manos, dedos y teclado en este caso) ideas, memoria; habrá tiempo para la nostalgía, esa que ronda a diario pero de forma esporádica le abrimos la puerta.

bien Vic, me gustó! a pesar de la nostalgia que transmites.

saludos y abrazos,

Victor Castillo dijo...

Coltrane Domínguez:

Gracias por tus comentarios. En realidad lo que quise fue producir una pieza literaria, en torno a ese suceso, pero siento que no lo logré, está vivo aún; será para la otra.

Saludos de acero sólido.

Mamá-Z dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mamá-Z dijo...

¡Es una pieza literaria, Víctor! A tus lectores nos conviene que lo entiendas, lo aceptes y lo asumas. En caso de que te niegues, muchos seremos tu Max Brod y no tu Dora Diamant.

Victor Castillo dijo...

Agus:

Hombre, qué palabras, gracias.

Ok, lo entiendo, lo acepto y lo asumo. me costó entender el mensaje, porque no había leído prácticamente nada de la vida de kafka (qué bueno que me obligaste a hacerlo).

Cuando piso estos terrenos, realmente no sé hasta dónde es un documento personal y hasta dónde uno, con predominio literario; acaso ambas cosas.

Desde ya eres nombrado Max Brod de Carta Abierta; en cambio, mi Dora Diamant aún no me ha reconocido.

Suerte y abrazos.

Anónimo dijo...

Coltrane.- ya lo dijo El Blues de la Estufa Divina, a tus lectores nos conviene que lo entiendas, y asi debe de ser, hay que asimilarlo.

El hecho de que algunas cosas estén vivas no quiere decir que no lo hayas logrado, claro que lo lograste; acaso no hay una frase de un texto que conoces muy bien que dice: a veces una herida nos recuerda o demuestra (no lo recuerdo bien) que estamos vivos.

Los saludos de acero sólido han sido recibidos y van de retache!

Victor Castillo dijo...

Coltrane Domínguez:

Ok, mano... buena frase, y sí, así va la frase.

Suerte y abrazos.

zafreth dijo...

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