−¡Mamá, Mamá… allá viene Popito, allá viene Popito!
−Córrele, ve a abrazarlo, le dijo su madre.
Es el recuerdo más añejo de Arteaguita; bueno, Jesús Arteaga, pero para los que lo queríamos siempre fue Arteaguita. No le gustaba escuchar su apellido en diminutivo; sin embargo, él todo lo decía así: pásame el vasito, sírveme agüita, etcétera.
Jesús nunca quiso entender un par de cosas que a la postre determinaron su vida. La primera de ellas es que Popito, no era Popito, y es que su madre le decía Papito a su padre, es decir, al abuelo de Arteaguita. Claro, a los cuatro años, éste no podía imitar por completo la fonación de su madre. La segunda cosa que no quiso entender es que su abuelo le decía: −eres un niño especial−. Jesús siempre creyó que le decía que era “un niño espacial”.
A los nueve años, después de haber leído El Hacedor de estrellas de Stapledon, cayó en la cuenta, para siempre, de que era un niño venido del espacio. Probablemente de ahí vino su manía de jamás salir de su habitación y cuando se portaba mal, sus padres lo castigaban sacándolo a la calle a jugar con sus amigos. ¡Oh sorpresa! la que se llevaban aquéllos cuando un par de horas después, todos los amigos de Arteaguita y él, estaban jugando en su habitación. Eran juegos de grandes que ríanse de W. Golding y su Señor de las moscas, en donde cada uno de ellos cumplía una misión. Había un artista, un científico, un militar… ¿y Arteaguita?; él estaba leyendo la historia escrita en un cuaderno.
Un par de veces le quisimos hacer entender que era especial pero no del espacio. Al final de ese par de discusiones nos dio la razón, pero cuando volvimos a verlo fue como si tal charla jamás hubiese ocurrido.
Una ocasión, al estar más cerca de la juventud que de la adolescencia, durante una noche de invierno, me di cuenta que se había convertido en una persona que ya no admiraba a nadie. Aunque parezca un detalle sin importancia, en la juventud la carencia de ídolos o héroes es determinante en la actitud que los individuos cobran ante la vida. Así, es muy fácil confundir la audacia con la negligencia y, la lealtad con la complicidad. Las dos cosas le pasaron a Jesús, pero sólo al estar solo lo aceptaba y lo asimilaba, pero volvía a ser negligente y cómplice de y con sus equivocaciones.
Pero también sabía, desde esa edad, algo que a nosotros nos tomó aprehender más de tres décadas de vida consciente: que el error es un acierto según el lugar que ocupes en el contexto, y él siempre estuvo en otro plano.
Se enamoró y se casó. Yo lo vi enamorado, platiqué con Adriana, su esposa, y estaba inquieta pero feliz. Tuvieron hijos y nietos, a éstos solía decirles que eran mitad terrícolas y mitad extraterrestres. Ildefonso, el menor de ellos, se lo creyó tanto que se convirtió en una eminencia en química orgánica. Llegó a estar a cargo de las investigaciones sobre las primeras formas de vida unicelulares fosilizadas encontradas en Marte por la Mars Express III.
Todo ello puede ser casualidad, pues se ha demostrado científicamente que el acto de Fe, provoca que la hipófisis produzca una serie de químicos (como las endorfinas) que exacerban el funcionamiento neuronal de manera impredecible, aún.
En el fondo, tengo años intentando refutar las creencias de Arteaguita, pero no lo logro; es más, termino haciendo apología de ellas.
Morí hace un par de años y sigo aquí ¿pensando? si esta ¿existencia? fue causada por Jesús. Un día en su recámara nos tocó la frente y nos comentó con parsimonia que podíamos seguir viajando al pasado y al futuro como neutrinos; años después hizo lo mismo, pero agregó que omitiéramos la mayéutica y nos apostáramos en los sentimientos y emociones.
No sé cómo hacerlo, no sé ni entiendo lo que soy. Un ser “es, hace, tiene”. ¿Cómo asirse a algo sin esas premisas? Me estoy quedando sin referencias concretas o etéreas. Poco a poco voy perdiendo la capacidad de asociar día-luz y oscuridad-noche; paulatinamente huyen de mí la nostalgia y el deseo; siento que me voy extraviando en el espacio que no es más el vacío hipotético de nuestras percepciones.
Jesús Arteaga fue el hombre espacial en donde sigue encallando, cada vez con menor fuerza, mi memoria que al divulgarla se pierde.
−Córrele, ve a abrazarlo, le dijo su madre.
Es el recuerdo más añejo de Arteaguita; bueno, Jesús Arteaga, pero para los que lo queríamos siempre fue Arteaguita. No le gustaba escuchar su apellido en diminutivo; sin embargo, él todo lo decía así: pásame el vasito, sírveme agüita, etcétera.
Jesús nunca quiso entender un par de cosas que a la postre determinaron su vida. La primera de ellas es que Popito, no era Popito, y es que su madre le decía Papito a su padre, es decir, al abuelo de Arteaguita. Claro, a los cuatro años, éste no podía imitar por completo la fonación de su madre. La segunda cosa que no quiso entender es que su abuelo le decía: −eres un niño especial−. Jesús siempre creyó que le decía que era “un niño espacial”.
A los nueve años, después de haber leído El Hacedor de estrellas de Stapledon, cayó en la cuenta, para siempre, de que era un niño venido del espacio. Probablemente de ahí vino su manía de jamás salir de su habitación y cuando se portaba mal, sus padres lo castigaban sacándolo a la calle a jugar con sus amigos. ¡Oh sorpresa! la que se llevaban aquéllos cuando un par de horas después, todos los amigos de Arteaguita y él, estaban jugando en su habitación. Eran juegos de grandes que ríanse de W. Golding y su Señor de las moscas, en donde cada uno de ellos cumplía una misión. Había un artista, un científico, un militar… ¿y Arteaguita?; él estaba leyendo la historia escrita en un cuaderno.
Un par de veces le quisimos hacer entender que era especial pero no del espacio. Al final de ese par de discusiones nos dio la razón, pero cuando volvimos a verlo fue como si tal charla jamás hubiese ocurrido.
Una ocasión, al estar más cerca de la juventud que de la adolescencia, durante una noche de invierno, me di cuenta que se había convertido en una persona que ya no admiraba a nadie. Aunque parezca un detalle sin importancia, en la juventud la carencia de ídolos o héroes es determinante en la actitud que los individuos cobran ante la vida. Así, es muy fácil confundir la audacia con la negligencia y, la lealtad con la complicidad. Las dos cosas le pasaron a Jesús, pero sólo al estar solo lo aceptaba y lo asimilaba, pero volvía a ser negligente y cómplice de y con sus equivocaciones.
Pero también sabía, desde esa edad, algo que a nosotros nos tomó aprehender más de tres décadas de vida consciente: que el error es un acierto según el lugar que ocupes en el contexto, y él siempre estuvo en otro plano.
Se enamoró y se casó. Yo lo vi enamorado, platiqué con Adriana, su esposa, y estaba inquieta pero feliz. Tuvieron hijos y nietos, a éstos solía decirles que eran mitad terrícolas y mitad extraterrestres. Ildefonso, el menor de ellos, se lo creyó tanto que se convirtió en una eminencia en química orgánica. Llegó a estar a cargo de las investigaciones sobre las primeras formas de vida unicelulares fosilizadas encontradas en Marte por la Mars Express III.
Todo ello puede ser casualidad, pues se ha demostrado científicamente que el acto de Fe, provoca que la hipófisis produzca una serie de químicos (como las endorfinas) que exacerban el funcionamiento neuronal de manera impredecible, aún.
En el fondo, tengo años intentando refutar las creencias de Arteaguita, pero no lo logro; es más, termino haciendo apología de ellas.
Morí hace un par de años y sigo aquí ¿pensando? si esta ¿existencia? fue causada por Jesús. Un día en su recámara nos tocó la frente y nos comentó con parsimonia que podíamos seguir viajando al pasado y al futuro como neutrinos; años después hizo lo mismo, pero agregó que omitiéramos la mayéutica y nos apostáramos en los sentimientos y emociones.
No sé cómo hacerlo, no sé ni entiendo lo que soy. Un ser “es, hace, tiene”. ¿Cómo asirse a algo sin esas premisas? Me estoy quedando sin referencias concretas o etéreas. Poco a poco voy perdiendo la capacidad de asociar día-luz y oscuridad-noche; paulatinamente huyen de mí la nostalgia y el deseo; siento que me voy extraviando en el espacio que no es más el vacío hipotético de nuestras percepciones.
Jesús Arteaga fue el hombre espacial en donde sigue encallando, cada vez con menor fuerza, mi memoria que al divulgarla se pierde.
4 comentarios:
¡Uh, ah! ¡Cuánto esplendor en tu escritura, Víctor! Mientras leía Arteaguita sentí que en cualquier momento iba a sucederme lo que sucede en las caricaturas: que se me iba a caer la quijada entera de tanto asombro.
Me levanto, Víctor, y aplaudo emocionado.
No dejes que se extravié!!! Ah... cómo me gusta leerte. Cómo me gustan tus cuentos...
Y no, no es el Puma jaja pero igual puedes ir no? jaja
Besos y gracias por la buena vibra!!
Blues de la estufa divina:
Agustín, amigo, caray qué comentarios, gracias y más viniendo de vos.
Suerte y abrazos.
Sandrinha:
Qué milagro que te asomas por estos lares oscuros de la Internet, je. Gracias por tus comentarios que son referencia.
Trataremos de estar por allá.
Besos y abrazos.
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