viernes, 16 de septiembre de 2016

Los Hombres de Ermitania (Primera Parte)

“Los Ermitenses son gente sabia y dramática. Conviven casi toda su vida con los Nacionales, como suelen llamar a los hombres y mujeres con identidad nacional.”
(Alexander Botafogo, 67: 2014)


–¡Salamanca, todos los libros están escritos a mano, seguramente el finado los redactó; tenía una caligrafía impresionante! –Carlos Echeverría le aseguró a su colega, asombrado–. ¡Hay más de cinco mil libros en esta biblioteca!

–Fíjate bien, Echeverría, la letra de los libros es la misma que está en los cheques, y en todos los papeles que hay en este escritorio. Por supuesto que él los escribió.

–¿Habrá sido capaz de escribir tantos libros?

–Este finado, aún sin tener papeles o registros digitales de identidad, tiene mucho qué decirnos. Me llevaré estos papeles –atajó Noel Salamanca–; lo demás es para la policía, Echeverría.

Noel Salamanca abandonó la residencia. Al llegar a su casa, juntó los papeles tomados del escritorio y los hallados en la escena del accidente; los ordenó y seleccionó algunos. Se dispuso a leerlos.

“El Ermitense, cómo todo hombre pragmático, sabe que un drama definitivo interrumpirá sus años de fortuna; acaso su vida. Cabalga a lomos de la negligencia, la cima del éxito; de vez en vez se detiene para que su animal abreve en las aguas de la ignorancia.

Sabe, además, que el misterio que despierta en los demás, es más un síntoma de su discreción que de su silencio; que las personas sin secretos son invisibles; que quienes los cuentan se vuelven imperdonables; que quienes hacen evidente que los conservan, perduran.

El Ermitense no quiere entender de política; la entiende a la perfección, pero adolece de una irresponsabilidad cívica por naturaleza, que se confunde con la indolencia.

Los Ermitenses quieren que los protejan, no por desamparo o sentirse damnificados, sino por una razón inesperada: sus mentes no entienden las metáforas; la carencia de este mecanismo indómito de traspolación, rige y condena su origen súbito.

Los hombres de Ermitania buscan a su madre por inercia cultural, pues admiran a los Nacionales. No fueron paridos. Eclosionan y se enamoran continuamente de los vegetales y las mujeres. Su enamoramiento es un mecanismo natural para acceder a su muerte; buscan una planta que los envenene o una mujer que los abrace, les rompa los huesos y los mate.

Los Ermitenses se enamoran, pero no saben amar. La ciencia y la magia no han descubierto que amar es un atributo que las personas adquieren de la carne viva dolida de la mujer que los pare.

Los Ermitenses cogen rico; no lo saben hasta que las Nacionales se los dicen desnudas, mirándolos a los ojos tan abiertos como húmedas sus vaginas; aun así, dan por olvidar que ellas sólo mienten en el filo de la cama.

A los Ermitenses no les rompen el corazón. Todos los días, a las seis de la mañana, se arrancan el corazón y lo ocultan bajo la almohada. A la noche, de regreso a su alcoba, desempacan plantas, animales y cosas; las ordenan en sus camas y una vez que se vuelven a incrustar el corazón en sus pechos, las cuidan y creen entender todo.

Los Ermitenses carecen de sentido común y del tacto; al ser éstos productos directos de la interacción infantil, lo único que les queda para simular empatía y compasión, es su inigualable capacidad para replicar muecas, gestos y ademanes.

Los hombres de Ermitania buscan la verdad; no la verdad deducida o inferida de la realidad, sino la verdad como remedo irónico de la vida; la que los conduce al drama definitivo: su muerte inexorable.

Cuando niños, a los Ermitenses les dan la libertad, pocas veces les enseñan, para escribir lo que imaginan, entre los cuatro y los nueve años; de los 11 a los 14, se dedican a ordenar lo escrito y hacen un libro, su libro. Es parte de esa cultura y su set de identidad e individualidad; no tienen nacionalidad, aunque sí una adscripción territorial autodeterminada por el talante plasmado en el libro de sus vidas.

A partir de los 15 años, inician sus estudios preparatorios para las profesiones liberales. La mayoría recibe su título de licenciatura y realizan estudios de posgrado; pocos, muy pocos, emigran a los territorios nacionales sin haberse titulado; adquieren nacionalidad, se reproducen y se pierden.

El día que cumplen años, planchan sus pantalones y sus camisas. Se rasuran y se miran al espejo; luego se van a la calle a buscar a otros Ermitenses, pero son incapaces de identificarse entre sí y así se les va el día, buscando. Luego se decepcionan y les da por inventar historias y nuevos secretos, aunque sean infames o gentiles; aunque no sean ciertos.

Sabedores que El Secreto es el algoritmo que simula la divinidad, se informan de las cosas del mundo para poderlas ocultar.

Los Ermitenses leen mucho; al cabo de un rato, empiezan a llorar y no pueden hacerlo. Si tienen lentes se les empañan y se ponen a escuchar música; si no, simplemente se quitan las lágrimas con los nudillos y continúan leyendo.

Invariablemente, los hombres de Ermitania sólo leen a Cortázar y a Chesterton; aman la genuinidad y el misterio. Detestan la silogística y la retórica. Desprecian el ajedrez y los acertijos porque para ellos son formas sofisticadas de una alteridad siniestra.”

Suena el teléfono.

–Ya te he dicho que cuando tengas casos extraordinarios me llames…

–Uy sí –Noel Salamanca, burlonamente, la interrumpió–, y Margarita Pruit va a venir a salvarme la vida…

–Déjate de tonterías. Los Ermitenses no sólo nacen, los Nacionales pueden convertirse en... Deja de leer y quema todo.

–Aguanta vara, mi reina. ¿Cómo sabes lo que estoy haciendo? – inquirió con curiosidad, aguzando la voz.

Ella cuelga. Él continúa leyendo.

“Los Ermitenses, como todo ser pensante y orgánico, inventan deidades, pues su espiritualidad no les rinde para elaborar una ética practicable. No adoran, pero escriben y hablan del primer Ermitense:

El primero de nosotros se enteró de su existencia y no supo qué hacer con ella. Se dispuso, sin decidirlo, a contarle segmentos de lo que sabía a todos los objetos y sujetos que halló. A las piedras, al río, al viento; a las cuevas y a la tierra; a los venados y a las águilas. En un momento dado, hacia el crepúsculo de su primera noche consciente, dejó de existir al susurrarle a una Margarita su nombre: vocablo impronunciable para el set fonador del homo sapiens.”

Peritos psicólogos de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, dictaminaron que una paranoia había inducido el suicidio del finado.


Margarita Pruit le entrega a Noel Salamanca la única copia de los vídeos de las cámaras de seguridad. Éste ve lo que ocurre: alguien abraza al finado y después lo empuja; este último cae de la planta alta de Reforma 222.

domingo, 28 de agosto de 2016

Itayetzi: El Último Nombre

¡Itayetzi se arrastra sobre cadáveres empolvados! Busca con la mirada a su hijo y a sus padres. Le arde y le duele todo el cuerpo; no siente nada. Se desespera, se angustia, acaso siente terror. No puede ver bien, mantener sus ojos abiertos le incomoda, se esfuerza demasiado, pero no le importa; tiene el rostro arañado y también empolvado. Tose. Traga saliva. Vuelve a toser y le duelen las costillas. ¡Grita y llora! Intenta incorporarse. Fracasa. Voltea y ve sus piernas. ¡Se desmaya sin poder gritar su dolor!

El inicio o el fin de algo es muy rápido, ocurre en un attosegundo. Necesitamos inventar palabras, adverbios; adherir prefijos, sufijos o crear neologismos para poder hablar de ellos; quizá no entenderlos, pero sí transmitir aquéllo a lo que nos referimos. El intersticio entre lo que se quiere decir y lo que alguien puede llegar a entender es, irremediablemente, un volado entre la esperanza y la conveniencia.

–Buenas tardes, ¿usted es el maestro Manuel? Me dijeron que aquí…

–Adelante, pase. Usted debe ser la señorita Itayetzi. Me dijo Enrique que vendría a buscarme porque tiene un proyecto educativo para los hablantes del Tzeltal. Siéntese –le dijo Manuel, señalándo una silla.

–Mi padrino trabajó con usted en Guanajuato; lo describió como una persona que le gusta innovar procesos educativos, aplicarlos sin mucho trámite.

Manuel sonrió complacido y agregó solemne: –La teoría en el campo educativo es fundamental, pero en nuestros contextos latinoamericanos muchas veces no hay financiamiento para la investigación o hay demasiada burocracia y no queda más que operarlos y entonces ver qué pasa. En todo caso, es mejor que no hacer nada.

–Dígame, Itayetzi, ¿qué significa su nombre?

–Gotita de luna o Espiga dorada, dice en Internet. Mi padre dice que así se llamaba mi abuela, pero no conoce su significado. En la escuela aprendí a hablar en español y muy pocas cosas en la lengua de mis padres. Leí en Internet que “agua pequeña” se dice “Atzintli” y que luna, “metztli”, pero prefiero entender que significa algo que aún no descubro.

–Justo por eso vengo a verlo, maestro Manuel. Tengo un proyecto para transmitir conocimientos sociales en la lengua de mi comunidad –agregó sonriente y ansiosa.

–Cuénteme de qué se trata.

Itayetzi se explayó con confianza.

–Es un año muy difícil –advirtió Manuel–, es el previo a las elecciones presidenciales y tal vez haya cambio de partido en Los Pinos; las cosas en los gobiernos no van a avanzar, por ahora, con éste ni con ningún proyecto de este tipo, pero cristalicemos algo sólido y busquemos en la iniciativa privada internacional.

Itayetzi abre los ojos. No ve nada y no sabe si es la oscuridad de la noche o si no puede ver. No piensa si ha pasado mucho o poco tiempo desde que… Piensa, piensa. No sabe, no recuerda o imagina. Busca a su hijo y a sus padres. Ve escenas. Deduce que está alucinando. Se entera que está herida. Se van las imágenes. Duele, duele mucho. Empieza a apestar. Cierra los párpados y todo sigue siendo oscuridad.

–No esté nerviosa, Itayetzi. Su proyecto es muy bueno. Sólo tiene que explicarlo tal y como lo hizo conmigo, al representante de Google en México para que sea incluido en el proyecto de lenguajes en extinción. Cuando vean el documental en tzeltal para YouTube, sobre la menstruación y el embarazo, quedarán fascinados, ya lo verá.

La presentación fue exitosa para Itayetzi; sería parte del proyecto de la transnacional en su región para varios dialectos, no sólo para el tzeltal.

Itayetzi sentía que volaba. Tan alegre estaba que por la noche de ese día que intentó darle un significado a su nombre.

Antes de despedirse, Manuel no quiso desanimarla; sabía que eventualmente tendrían que lograr que muchas comunidades tuvieran acceso, primero, a la red de electrificación y luego a la infraestructura tecnológica y equipamiento necesarios para que los habitantes de esas comunidades marginales pudieran acceder a Internet.

Itayetzi ¿recuerda, imagina?, cuando se enamoró. Es un hombre muy pesimista y controlador. La hace sentir deseada y amada. Recuerda su primer orgasmo. Él la mira. Ella se deja mirar y no sabe qué hacer. Luego lo acaricia en la cara y él llora. A ella le tiemblan las piernas y sonríe.

–Itayetzi, necesitamos a alguien que entienda de empresa y política. Las cosas están muy difíciles en estos municipios autónomos, con los caciques, con el sindicato, con los presidentes municipales aledaños. El proyecto lo va a dirigir Aristóteles; puedes asistirlo y tu sueldo será muy bueno. Estarás cerca de nuestro proyecto.

Itayetzi no sobrevivirá por muchos minutos. Un terremoto de 9.5 grados, en la escala de Richter acaba de destruir el centro del continente americano.

He leído libros, escuchado música y visto películas occidentales; pocos de Oriente o de Medio oriente. He hecho lo mismo respecto de eso que abstractamente se puede llamar “mexicanidad” y, sin embargo, no sabría qué decirle ahora a Itayetzi.


Me llamo Itayetzi. Me duele. Me arde. No sé si veo oscuridad o no veo. Pienso. No sé si recuerdo o imagino. Me llamo Itayetzi.

domingo, 17 de julio de 2016

La Mujer del Asiento Contiguo

Era la década de 1970, años para aprender a administrar la abundancia petrolera; lo dijo el Presidente –Pensó Rodrigo con los ojos cerrados. ¿Por qué entonces la película Star Wars, no habría de traducirse como La Guerra de las Galaxias?: acá en México nos quedaba chica una guerra entre estrellas, tenía que ser entre galaxias.

Lo curioso es que los traductores en línea como Google Translator y Babylon, hacen exactamente la misma traducción del nombre de la película, del español al inglés, aunque viceversa no, en el caso del segundo traductor en línea.

Ese devaneo le resultó sumamente interesante a Rodrigo durante el primer minuto de un vuelo de 14 horas de Tijuana a Shanghái. Cerró los ojos para evitar hacer plática con la mujer del asiento contiguo, quien desde la sala de espera le pareció insoportable. La vio wasapeando con alguien; leyó discretamente la conversación. La mujer se quejaba del chino que la empresa le asignó como acompañante y traductor: huele muy feo –Escribió–.

Rodrigo tuvo dos opciones, tomarse la pastilla para dormir con tranquilidad todo el trayecto o jugarle una mala pasada a la mujer del asiento contiguo. Esto último le pareció más divertido, toda vez que al chino le tocó pasillo y a él, ventanilla.

No olvidó que mientras esperaban en el aeropuerto y producto de su curiosidad, leyó en el Whatsapp que la mujer hizo hincapié en el mal aliento.

Rodrigo abrió los ojos y volteó a su izquierda; la mujer leía una revista y el chino miraba las condiciones meteorológicas en la pantalla, mientras daba un sorbo a su whiskey.

–Excuse me, do you speak spanish?

–Claro, trabajo como traductor y vengo con la señorita –Señaló cortésmente con su mirada a la mujer, quien asintió y sonrió forzadamente, separando apenas su mirada de la revista–. Su empresa me contrató porque vamos a mostrarle la fábrica de telas y el corporativo.

–Ah, muy bien –Respondió Rodrigo, sin mostrar lo divertido que le parecía molestar a la mujer del asiento contiguo–. Sabes, tu expresión oral en castellano es muy buena. ¿Dónde aprendiste?

–En mi país, pero viví varios años en Colombia y España. ¿Viaje de negocios o de placer? –Preguntó de inmediato el chino.

–Más bien de aprendizaje. Haré una investigación de campo en algunas escuelas de Shanghái, que forman parte del Programa de Gestión Empoderada, una innovación en la planeación escolar que les ha dado buenos resultados para las pruebas internacionales PISA. ¿Conoces ese programa de las escuelas de Shanghái?

–Claro, tengo familiares que estudiaron en algunas de las escuelas beneficiadas por ese programa. Hasta donde sé, no es algo generalizado, apenas un ciento de escuelas las que han participado, pero se ha promocionado mucho. No sé hasta qué punto unas cuantas escuelas incidan en el resultado de esas pruebas PISA de las que me habla.

Mientras el chino entablaba conversación con Rodrigo, éste empezaba disfrutar la incomodidad de la mujer del asiento contiguo, pues estaba en medio de la conversación y soportando el mal aliento y aroma de su acompañante y la mala vibra de Rodrigo. Éste, por un instante creyó adivinar una gesticulación de hartazgo en ella, incentivo suficiente para continuar la charla.

–Por cierto, mi nombre es Rodrigo; ¿cuál es el tuyo? –Le preguntó mientras le extendía la mano; misma que fue estrechada por su interlocutor: –Me llamo Shen; sin embargo, nosotros cuando interactuamos con los occidentales y con el fin de hacerlos sentir más cercanos, solemos adoptar nombres comunes para ustedes. Así que puede llamarme Ernesto.

–Ernesto, no me hables de usted nomás porque mis sienes pintan canas –Le dijo fraternizando–.

–En realidad, “hablar de usted” es una maña que adopté en Colombia. Mi padre fue diplomático en ese país; también en México. En su país vivió varios años y una vez el secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, le externó a mi padre que el país latinoamericano donde mejor se habla el castellano es Colombia; fue una de las razones por las que mi padre me sugirió viajar allá y perfeccionar mi expresión oral y mi léxico.

–Y vaya que lo lograste.

–Mi padre tuvo una gran amistad con ese canciller, quien admiró mucho a al Che Guevara y de ahí tomé mi nombre occidental.

–Sabes, siempre que en alguna reunión se habla de China, la tomamos como un país más y hacemos comparaciones, pero desde mi punto de vista, creo que no es del todo acertado porque China más que un país, es una civilización. El hecho de que tengan por costumbre, como recién me dices, adoptar un nombre para interactuar con los occidentales, parece fortalecer esta hipótesis. ¿Así se perciben ustedes cuando tratan con personas de otras nacionalidades?

–No los sé con exactitud; supongo que es posible. Una vez trabajé para un iraní y también me presenté como Ernesto. Mire, una diferencia clara entre a quienes llamamos occidentales, los países de Medio Oriente y nosotros es la religión; el lenguaje y la organización de los núcleos familiares, quizás también.

–Pues sí, porque en aspectos económicos, aunque le llamen a su sistema socialismo de mercado y al nuestro capitalismo, el fin es el mismo: la utilidad.

Rodrigo se percató de que la mujer del asiento contiguo tenía los ojos cerrados. Sospechó que intentaba aparentar que dormía; astuta estratagema, si su propósito era que ellos por consideración dejarían de hablar. Miró que sus manos apretaron la revista y confirmó la tramposa actitud de la mujer. Le siguió pareciendo divertido que siguiera padeciendo los malos aromas de Ernesto.

Media hora después les sirvieron la cena, que ambos acompañaron con whiskey. La mujer del asiento contiguo cenó en silencio; al terminar, volvió a cerrar los ojos. Rodrigo quiso retomar la conversación, pero advirtió que la revista se resbalaba lentamente entre los dedos de la mujer, aspecto que lo desincentivó y a los pocos minutos también se quedó dormido.

Varias horas después, Rodrigo abrió los ojos y no vio a su lado a la mujer ni a Ernesto; sorprendido, observó que media tripulación pululaba por los pasillos. Algunos intercambiaban sonrisas; otros sólo se miraban; los menos se trasladaban de un extremo a otro como zombis. Pronto supo el porqué: sintió la necesidad de estirar las piernas y le molestaba el coxis.

Le pareció chistoso ver tanta gente caminando. Dejó de ser espectador y se unió a esa liturgia celeste. Se encontró de frente con la mujer del asiento contiguo, quiso ser amable y decirle algo, pero ella lo evadió de tajo. Rodrigo se sintió indignado, como si creyera que su juego había pasado desapercibido para ella. No aceptó su desdén, aunque se sintió realmente cínico por unos segundos y lo disfrutó.

Luego de estar caminando o parado durante unos minutos; se encontró con Ernesto.

–Rodrigo, me quedé pensando en lo que estábamos platicando hace unas horas. El año pasado, como parte de mi trabajo, estuve en una cena en el hotel Presidente. Estuvo el embajador de Noruega en México, Arne Aasheim. Lo curioso es que con él utilicé mi nombre, me presenté como Shen.

–Los nórdicos –Continuó Ernesto– son nuestros referentes, particularmente en los temas educativos; supongo que para ustedes también. Una vez leí en un libro que hay hombres que persiguen y se identifican con sus aspiraciones y otros que, una vez identificadas, las niegan. Si lo tomamos por cierto, y la palabra hombre la sustituimos por civilización o cultura, ¿qué ocurre con los mexicanos en ese sentido, como parte de la cultura occidental?

–Bueno, creo que todos los países aspiran a tener los niveles educativos y económicos de esos países. Sentémonos y te termino de responder.

Rodrigo pretendió seguir importunando a la mujer del asiento contiguo. Para su sorpresa, ella lucía totalmente dormida. Supo que tendría que hacer un gran esfuerzo para llegar a su lugar; no se atrevió a despertarla y facilitar su paso. Levantó su pierna por sobre las de ella, dejando caer su peso para dar el paso, pero pisó uno de los zapatos que la mujer se había quitado para descansar sus pies. Se luxó el tobillo, pero no dijo nada. Se acomodó en su asiento y volteó a ver a Ernesto.

–Ustedes son el resultado de un imperio que pervive y, de paso, construyó una muralla que envió a los Hunos a cimbrar las bases de otro, el romano, ya en decadencia. Nosotros somos el mestizaje de un imperio masacrado por los restos del romano en la Hispania –Rodrigo se quedó un par de segundos pensando y continuó–. ¿Qué libro es ese? Creo que al intentar pensar una respuesta, te respondí.

Rodrigo imaginó con claridad una muralla entre los nombres de Shen y Ernesto; le costó imaginar un mestizaje, cruce especular que sólo refleja contradicciones en los cielos nocturnos de aguas internacionales.


La plática continuó unos minutos más. Rodrigo olvidó por completo el juego con la mujer del asiento contiguo; se sobó su tobillo y pidió a la azafata una pomada para el dolor. Supo que al descender, cojearía y estaría así al menos durante la mitad de su estadía en Shanghái.

viernes, 1 de julio de 2016

El Cuarto Sueño

¡Un trueno. Muchos truenos! Gente corriendo. ¡Una punzada! Ardor y dolor en la espalda. ¡La abrupta y espantosa calma! Consciente, sin los sentidos de la percepción.

Mientras caía, descubrió toda la verdad. Sólo en el sentido de la pérdida, del extravío, el mínimo razonamiento se torna absoluto; explica todo.

Tendido en el suelo, pensó en tocar la herida con sus dedos, mas no sintió nada, ni siquiera tenía forma de saber si estaba moviendo el brazo. Supo entonces que no podía sentir. Una súbita reacción lo hizo pensar que aún era capaz de recordar, ya no imaginar.

No podía controlar los recuerdos que se agolpaban en su mente, pero descubrió que podía elegirlos:

–¿Me vendes un cigarro, por favor? –Mientras lo encendía, no dejó de mirar la esquina de Vértiz y Olvera. Sintió en su pierna la vibración del celular. –Número desconocido, leyó y aceptó la llamada.

–¡Tienes que irte, han descubierto nuestra misión! ¡Están subiendo las escaleras! ¡Intentaré escapar; no volveremos a vernos! Conocen el plan, tu paradero; ¡vete y no olvides que… –se cortó la llamada, tras un fuerte estruendo–.

Aventó su celular por debajo de un puesto de periódicos abandonado y se marchó en dirección a Cuauhtémoc. A la altura del Hospital General, sólo estaban los familiares de los internados. Miraba continuamente en todas direcciones; se sentía perseguido, pero su ojo avezado, no logró distinguir nada irregular.

Son demasiados recuerdos –pensaba–, y qué tal si son alucinaciones; hay escenas y rostros de los que no me acuerdo, pero ahí aparezco:

–¿Por qué me miras así? Ya no lo hagas, me pones inquieta –le dijo esperando que él la mirara así por el resto de su vida–. Él se acercó y le besó el brazo y sus pómulos.

–¿Por qué haces eso? –Para que la próxima vez que hables de ti –le refutó sin chistar–, te acuerdes de estos besos y no de dónde te golpeó tu ex marido. Luego la besó en los labios; con sus manos tomó su cabeza, con sus dedos acarició su rizada cabellera, sin dejar de besarla y así se quedaron largo rato.

–Mi novio está celoso de ti, desde que te ayudé a hacer tu mudanza –dijo ella con voz débil, mirando a cualquier dirección.

–Tu novio es un imbécil, y tú y yo unos cobardes ocultando esto todo el tiempo –respondió sin dejar de mirarla–.

–Es que no estoy totalmente segura –arguyó volviéndose hacia él, mirándolo fijamente–.

–No estás segura porque sigues enamorada de tu padre; yo no estoy seguro porque me recuerdas a otra mujer que amé… –los dos se echaron a reír; sabían que esa plática los conducía a un callejón sin salida que de sobra conocían. La risa les funcionó un tiempo como la tangente que les permitió un romance que nadie conoció.

Se metieron al automóvil. Él encendió el motor, la miró y le preguntó: ¿Entonces, el viernes nos escapamos de la ciudad?

–Sí, podemos irnos a vivir a mi casa de Zamora. Sólo me preocupa Germán, también es violento, no quiero que te haga daño, porque él me dijo que…

Podría jurar que desde hace miles de años no siento nada y sería tan verdad ahora. Cada vez me esfuerzo más para ver esos recuerdos. Pienso que no siento nada; curioso, no puedo recordar cómo se siente sentir o cómo transcurre el tiempo, pero sigo vivo sin duda. ¿Quién me habrá disparado, por qué ahora?

Recuerdo que me gustaba fumar. No entiendo por qué. ¿Qué es fumar? –pensaba reiteradamente, esforzándose por ubicar un pensamiento que le diera más información–. Nunca he pensado en objetos o actividades sin imágenes, olores, sabores, texturas o sonidos.

El rostro de ese tipo... No, nunca lo conocí. ¿Qué más da, siempre o nunca, en este momento son lo mismo que ahora:

–No fueron accidentes… Creí que era mentira lo que me dijo. La señorita Dagmar Heckler, antes de morir, nombró a su abuela heredera universal de sus bienes en México. No fue hasta que abrimos el segundo testamento, que vi los documentos. En los setentas, la señorita Heckler vendió las acciones de su padre; son millones de marcos, euros, como quiera verlo.

–¿Y quién pudo haber matado a mi familia materna, quién sabría todo esto?

–Su abuela murió en 2001. ¿Si en estos 10 años suponemos que los accidentes o la mala suerte no fueron tales?; ¿si le digo que unos inmigrantes alemanes con ese apellido están en México desde 1999?

–¿Y qué me está diciendo, abogado; que me cuide las espaldas? Me suena muy fantasioso todo esto de la amiga de mi abuela. Sí vivieron muchos ricos inmigrantes en Tacubaya, donde mi bisabuela, La Chula; ella se relacionó y cocinó para los generales de la Revolución. Una italiana muy bella, por cierto, pero no sé…

Ya no veo los recuerdos, pero ahí están todavía, los puedo escuchar. Sí. Wagner. Sí, La marcha fúnebre de Sigfrido; el último recuerdo hecho música… Mi último recuerdo es un recuerdo musical; ¡qué fácil es pensar la música! Ese momento en que los metales se aprietan y agudos hacen el anuncio de que todo puede volver a empezar, y sin embargo termina para no volver. Toda vida es irrepetible.

§

–Má, ¿por qué lees y relees tanto las “ocho” de ese diario que nunca comprás por amarillista?

–Un paciente que tenía que ver ayer; apenas me entero que lo mataron en un fuego cruzado entre dos bandas y la policía, antier en el centro de la ciudad. Hubo 15 heridos, entre civiles, policías y sicarios; sólo un muerto con una bala.

–¿Te caía bien?

–Era muy divertido y le gustaba el rock argentino –respondió como hablándole a nadie.

–¿En qué pensás, Má?, te quedaste pensativa mucho tiempo.

–No, en nada, no me hagas caso:

–Cuéntame de ese cuarto sueño que te despertó ansioso y sudando.

–Sólo he escrito cuatro sueños, los únicos que recuerdo en los últimos 10 años. Todos se parecen en la trama, no en los escenarios; el cuarto es donde se resuelve todo. En los primeros tres, alguien me persigue o quiere atentar contra mí. Yo busco escapar, no por salvarme, sino para salvar algo o alguien: una causa política, una vida amorosa y errante, un dinero ignoto… En el cuarto sueño,…

–¡No me digás!, te convertís en el líder del cónclave revolucionario y todos te aclaman; te quedás con la mina y descubrís tus raíces aristocráticas, ¿cierto?... –ambos estallaron en carcajadas unos segundos.

–No te burles… En el cuarto sueño descubrí el desenlace de los primeros tres. Soy yo el traidor. Delaté y fragüé el asesinato del líder revolucionario, mi mejor amigo, y boicoteé un levantamiento popular; enamoré a esa mujer porque me gustaba seducir y abandonar; yo inventé, y hábilmente enteré a mis familiares sobre el testamento Heckler para que entre ellos se eliminaran, mientras yo estudiaba fuera del país.

–Al final del sueño y años después, la Revolución ha triunfado a pesar de mí. Estoy solo en un calabozo. Durante meses me interrogan; durante años nadie me dirije la palabra. De pronto, un día, la embajadora de Argentina en México, negocia mi libertad con las autoridades, expresándose en italiano. Luego de un breve diálogo en alemán conmigo, me revela su apellido: Heckler. Sé que corro peligro. Escapo, aunque me alcanza a dar un balazo.

–Una mujer de mi edad, en el sueño, a quien no reconozco, me auxilia; me subo a su automóvil y me lleva lejos. Estoy perdiendo mucha sangre, pero no veo que haga algo por mi salud. Pasan muchas horas; agonizo sobre una cama. Ella mira la televisión y rompe el silencio para decir: –Me escapé contigo hace muchos años; juraste que me amarías toda la vida. Al menos estaremos juntos el resto de tus días. Muero, despierto.

–Y tú no te salvás en ninguno de los cuatro sueños, lo cual es bueno, si se quiere, desde el ángulo del psicoanálisis lacaniano.

–Má, si no te conociera pensaría que no te importa. A ver dame el diario, déjame leerte.

–Mirá lo que dice. Tienen mucho dinero estos narcos:


"La Policía Federal y el Ejército decomisaron armamento de alto calibre alemán, entre ellos 5 fusiles de asalto Heckler & Koch G36, 3 camionetas Hummer, 2 granadas de fragmentación MK2 y cientos de cartuchos. Los detenidos al parecer son oriundos de Zamora, miembros de una célula de la Familia Michoacana."