Si existe música ambiental en los consultorios, por qué diantres no
relatos ambientales.
Le robaron el celular hace dos semanas; perdió los datos de todos sus
contactos. Pronto se hizo de otro y recuperó los números telefónicos de sus
familiares y amigos, salvo uno, el más importante: el de Ella. Apeló al
pronombre porque olvidó cómo se llamaba. Hurgó en su memoria y, curiosamente, ninguna
permutación entre consonantes y vocales lo condujo a su nombre. Desde entonces la
refirió así: Ella.
El olvido se lo atribuyó a que en vísperas de la muerte de la abuela
de Ella, el suyo había fallecido. Dos o tres días después del deceso, ocurrió lo
del celular.
La conoció de noche en La Juárez. Fue en Happy’s Pizza; llegó con
antelación. Decidió ir rápido a la famosa cafetería que está sobre Londres casi
esquina con Dinamarca para verificar unos horarios, cuando de una camioneta
negra, descendió una mujer que bien podría confundirse con Kate Beckinsale.
Se detuvo y no miento si digo que se quedó –iba a decir estupefacto–
como estúpido a medio paso. Ella lo saludó, y la llevó a ver los horarios; lo
acompañó, corroboraron juntos ciertos datos, apenas sin dejar de mirarse.
Es curioso como a veces las miradas son tan superficiales, que sólo
alcanzan para hacer una pobre comparación con una bella actriz, y cómo la
mirada de Ella pudo ver la tragedia y la ternura que lo llevaron a querer
conocerla. La hizo reír toda la velada.
Pensó que no la volvería a ver, dado que se despidieron con un:
seguimos en contacto.
Tres noches después se besaron; dos semanas después, en la tercera
cita –no sé cómo describirlo, porque la descripción puede parecer burda o demasiado rebuscada–. Dejemos esta parte en pausa, y continuemos con el relato. –No, no cojieron
esa vez, por si se lo imaginaron. Y es que parte de la magia de leer, consiste
en que el lector pueda inventar las cosas no escritas–.
–Paréntesis indispensable: también puede ocurrir que quien me conozca,
me esté imaginando como protagonista de esta narración; ¡no, señoras y
señores!; estoy inventando todo esto para entretenerlos mientras pasan con el
doctor.
–Porque yo, en realidad, déjenme decirles, tengo una vida bastante
aburrida, timorata, leeen-taaaa… Es más, creo que he vuelto a ser virgen y
estoy por descubrir mi primera erección. Lo afirmo porque recién de nuevo me
empezaron a salir barros en las mejillas y me pongo nervioso con las mujeres
bonitas en el trabajo.
–Continuemos–. Ella le confesó su pasado tortuoso y entendió sus
lejanías. Pasaban días enteros sin que le respondiera los mensajes por el
celular y luego lo hacía como si hubieran pasado segundos. Cuando digo
días, me refiero a uno o dos. Luego de lo del celular, pasaron tres semanas sin
noticias de Ella.
Él se encabronó porque eso ocurrió en la víspera de la cuarta cita,
que sería en su casa de La Roma y no se dio o no cedió –vayan ustedes a saber–.
Él conoció a
otras mujeres de las que se enamoró por una noche, con las que escuchó a Sabina
y a Filio; con las que bailó pocas y se acostó muchas veces.
Al mes, más
o menos, le contó todo a un amigo que ahora radica en Nueva York, éste lo
contactó con un detective privado que trabajó en la PGR; el cual se encargó de
averiguar el paradero de Ella.
El detective
en cuestión es Noel Salamanca; lo vio una vez ya que su asistente, una tal
Margarita Pruit, fue la enlace entre ambos; demasiado misterioso el tipo.
Fue
devastador escuchar que Ella se suicidó.
Lo había
visto en películas melancólicas; lloró frente al televisor o en la oscuridad de
las salas de cine, pero enterarse de que quien lo hizo querer vivir y disfrutar
la vida nuevamente, se quitó la vida, fue algo atroz que le heló el cuerpo y el
pensamiento. Sintió el karma de querer creer que se quiere a alguien y desaparece
para siempre, o de creer que se quiere querer a alguien… –uno se enreda al
querer escribir lo que no entiende–.
En tres
días, Noel Salamanca se embolsó los dos meses de nómina que Él pidió prestado
al banco. Margarita Pruit sólo dijo gracias por correo electrónico.
¡Gabriela, ese es su nombre!
No, no lo
recordó. Un par de días después del pago a Salamanca, Gabriela le wasapeó un:
¿nos vemos? Ayer se vieron en su departamento y llegó la cuarta cita.
Mis huellas dactilares no estarán en tus muslos,
pero los moretes rojizos en ellos probarán
que nuestro deseo fue amanuense en el desvelo.
pero los moretes rojizos en ellos probarán
que nuestro deseo fue amanuense en el desvelo.
La terquedad de mis besos contra tu resistencia
en una alcoba con la puerta abierta: Toda esa noche
dijiste me voy, antes de repetir y repetir esa canción.
en una alcoba con la puerta abierta: Toda esa noche
dijiste me voy, antes de repetir y repetir esa canción.
No nos despertó la tenue luz tras la cortina de bambú,
sino el entumecimiento vespertino de mi animalidad;
acaso la certeza húmeda de saber que Ella eres Tú.
sino el entumecimiento vespertino de mi animalidad;
acaso la certeza húmeda de saber que Ella eres Tú.
Como toda canción de consultorio, este relato ambiental termina sin
terminar. Pase usted lectora o lector con su médico de cabecera y agradezca que
no esté en las salas de los servicios públicos sanitarios, porque si no, en vez
de relato requeriría una novela.
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