domingo, 1 de junio de 2014

La Invención de Romina o Ensayo de un Corazón



¡Cuando las cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!

Si me lo preguntaran, diría ritmo. Todos los adjetivos o adverbios que lo califican y todas las disciplinas que lo estudian, sucumben ante su característica esencial: ritmo.

Si me lo preguntaran, diría primal. Esa pulsión de vida encerrada en carne todo el tiempo, no podría ser capturada por el lenguaje o los sentidos de la experiencia, incapaces de aprehender lo primal.

El corazón adquiere o se adhiere a las formas y tamaños que le permiten los cuerpos o espacios donde late; no hay dos iguales, aunque alguna de las licencias del lenguaje nos permita decir “el corazón de...” refiriéndonos a 7 mil millones de ellos.

Para ser corazón, basta con que algo empiece a latir y sea primal; es como empezar a querer a alguien que se acaba de conocer, sólo porque ves y te enteras que ha abandonado todo para encontrar y ejercer su pasión; es como dejar de querer por el cansancio que produce relacionarse con alguien que todo el tiempo duda de ti; ese maldito cansancio que surge cuando el convencimiento es meta y no punto de partida.

Cada corazón tiene sus prisas y sus ganas, sensaciones que se parecen tanto que llegan a confundirse, así como perseverancia con terquedad. La prisa tiene que ver con el cumplimiento y el compromiso; las ganas, con tu cara y tu cuerpo.

Todo corazón comporta un suspenso y un misterio. Cada corazón tiene su drama porque si no, no sería tal. Romina es el suspenso que entrañan las cuerdas de la guitarra donde suena Los libros de la buena memoria: casi tango, casi jazz, casi blues, casi rock... Un lamento que no llega a dolor, pero sí encuentra su calma. Romina es el misterio que no solucionan ni su café ni mis palabras, puesto que mis gajos de piel y sus fuentes de miel, habrán de ser quienes demuestren que el Big Bang no fue producto del azar, sino un síntoma de la inevitabilidad. El drama es obvio.

¡Cuando las cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!

Nunca me había detenido a pensar en el café, sólo recuerdo un relato en el que se sugiere a la gente ser como el café, porque en cualquier condición mantiene su naturaleza dura e impregna a lo y los demás; no lo transcribiré.

Me apasionan sus uñas manchadas de café; me gusta que huelan a café, un aroma que aún no alcanza a ser apuesta, pero tampoco deuda. El misterio de sus manos que trabajan esos granos, empieza a latir por sí solo; es inminente su metamorfosis.

¡Cuando las cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!

Empezar y dejar de querer también es un corazón. Una de las leyes más bellas de la física, que tiene que ver con el movimiento, sostiene que a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud, pero en sentido contrario.

Dejar de quererla sería una forma de escriturar todo lo que no pudo ver, escuchar ni tocar. Hablo de cosas que le atañían, ninguna de ellas de mí provenían. Sólo fui testigo de cómo a la mujer más bonita que he sentido, se le ocurrió todo eso en una tarde dominical que se va perdiendo.

Perder, olvidar o dejar ir es necesario; hay encuentros que es mejor convertirlos en secretos porque en silencio y sin paradero, algunos recuerdos adquieren belleza y pueden permanecer así para siempre.

¡Cuando las cosas ya no dependen de la voluntad, se ha logrado un corazón!