–¿Sabes por qué a los huracanes les ponen nombres femeninos? –Preguntó retóricamente– Porque cuando se van se han llevado, la casa, el coche, el dinero…
–Menso. Pero dime, Ike, ¿¡cómo estás, qué coincidencia encontrarte acá en el aeropuerto!?
–Está retrasado mi vuelo; la tormenta tropical derivó en huracán y está en la ruta. ¿Y tú qué me dices, Berenice, estás de vacaciones?
–Sí, un merecido descanso; acabo de regresar de Australia, estuve dos años haciendo el doctorado.
–Siéntate conmigo, vamos a tomarnos un café.
–Está bien, pero van a venir pronto por mí –le indicó ella mientras se sentaba– Entonces, Ike, ¿a qué te dedicas, qué ha sido de ti en estos años?; ¿estás saliendo con alguien, ya te casaste?
–Me dedico a escribir en revistas; me han publicado un par de novelas, casi no se venden, pero ahí están. Y no, no estoy casado, pero vivo con alguien –hubo una pausa y se miraron en silencio–Voy para Buenos Aires, un productor español y un director argentino están interesados en hacer la película de una de las novelas. Parece que será una coproducción de un montón de instituciones culturales de los tres países; incluido México, por supuesto. Además estoy encantado con la idea de participar en el guión –No quiso ocultar su dilatada sonrisa orgullosa– ¿Y tú cómo estás, ¿qué hay de ti, Berenice?
–Me he dedicado a la investigación y a la docencia, entre la UNAM y el Centro de Ciencias Genómicas de Canadá.
–Ciencias Genómicas; siempre me decías “donde están los genes está la vida”.
–Sí, cuando era nueva carrera y quería ser parte de la primera generación. Era cuando tú me decías “donde está mi genetista está mi vida”. –Sonrió como si estuviera viendo lo que rememoraba– ¿De qué se trata tu novela?, cuéntame.
–Es surrealista. La trama es sencilla, fantástica. Es sobre un chavo que ha estado toda su vida en una jaula. Su madre lo quiso tanto, que le pintó la jaula de colores. Su padre, la acondicionó por dentro; techo con foco y un calentador, algo sofisticado –Al hablar, Ike gesticulaba con bruscos aspavientos para pescar el interés de Berenice, cuya cara parecía un cúmulo de dudas– Con el paso del tiempo, la jaula dejó de ser el mundo de Pedro Zamora, así se llama el protagonista. Con muchos trabajos logró perforar el piso de la jaula para sacar sus piernas y poder desplazarse a donde tuviera que ir.
–Interesante –Dijo con un tono de incredulidad, antes de darle un sorbo a su café.
–Un día, Pedro conoció a una mujer que le gustó mucho; el sentimiento fue recíproco, pero no se le ocurrió salir de su jaula para conocerla; a ella le gustaba igual así, únicamente le dijo que le gustaba tal como era. El joven Zamora siguió viviendo dentro de su jaula, desplazándose lentamente; teniendo contacto limitado con sus amigos, familiares y con esta mujer: Sofía.
–Oye, perdón, pero me parece poco creíble lo que me cuentas, no entiendo el mensaje o lo que quieres transmitir.
–Por eso te digo que es surrealista; se trata de interpretar lo que no es explícito y subyace a la superficie, un hondo significado. Es una crítica a la manipulación que ejercen los padres sobre sus hijos, al heredarles, infundirles una serie de prejuicios, miedos, etcétera, que al principio nada tienen que ver con el mundo que van descubriendo, en este caso, Pedro.
–¿Algo así como la manzana que se pudre sobre el caparazón herido de la cucaracha Samsa?
–Exacto. Pero además, está el primer amor que cuando no es recíproco ni en igualdad de circunstancias, el que no ama o no está embelesado, puede utilizar la jaula del otro, construida por los padres, para manipularlo.
–Sí, claro –Ahora su tono era distinto, estaba más interesada en el argumento.
–Pronto, ella se dio cuenta que Pedro no podría seguirla ni satisfacerla porque era demasiado dependiente y ella empezó a querer algo distinto. Era una contradicción porque ella sentía que lo quería y, a veces, que lo amaba; sin embargo, nunca pasó por su mente proponerle a Pedro que destruyeran la jaula y que vivieran juntos de otra forma. En la mente de él no había posibilidad de elaborar una reflexión de esa magnitud porque siempre estuvo adentro. Fue como saber que saltando al mar te vas a mojar, va a estar frío y te podrás ahogar, pero para los peces allá abajo es todo distinto, otro mundo: el mundo –A la par que terminaba de pronunciar este par de palabras, con su diestra hizo un peculiar ademán: juntó los dedos índice y pulgar como si tiraran de un hilo invisible, hacia abajo.
–Un día ella se fue, y Zamora la vio desaparecer. Ni siquiera intento correr; los hoyos en el piso de la jaula sólo le permitían caminar lentamente, sus manos las ocupaba en cargar la jaula. Sufrió, lloró, berreó. Continuó sobreviviendo.
–Está fuerte; me está gustando. Y la jaula es como una culpa, supongo, o tal vez una incredulidad artificial en él mismo, ¿no?
–Sí, eso es lo que me gusta del surrealismo, sus posibilidades de interpretación. Total, un día Pedro vio a otra mujer, Alondra, que lo dejó maravillado; estaba sentada en un parque. Intuyó que estaba por irse, así que decidió darle alcance. Se tropezó con una piedra y cayó. Se dio cuenta que su jaula estaba desvencijada, descuadrada y a punto de abrirse. Fue tan terrible el impacto que se olvidó de Alondra. Fue como si su vida se viniera abajo; toda su vida construida y estructurada con base en las breves posibilidades que le había permitido esa jaula que lo mantuvo tanto tiempo en cautiverio. Nunca había sentido el cálido pecho en un abrazo sin mediación de los barrotes metálicos y fríos. Nunca había dado un beso sin lastimarse el rostro.
–¿Y su intimidad, hablas de su intimidad?
–Sí, todos sus actos hacia el exterior estaban signados por el dolor infligido por los barrotes. En fin, que la caída, además de romper la jaula, también le lastimó severamente sus piernas. No pudo levantarse porque todo el peso de la jaula estaba sobre él. Tenía miedo, más por no estar adentro que por no poderse quitar todo ese montón de basura.
–El final es clásico, Berenice. Alondra lo llevó al hospital. Le dice que si quiere vivir a su lado y acompañarse mutuamente, primero deberá sanar sus piernas. Ella también se va, pero para que él, pronto, la vaya a buscar.
–¡Qué bonito final! Y tú también estás en cautiverio, ¿cómo se llama este huracán?
–Se llama Marlene.
–Bueno, pues Marlene te tiene en cautiverio en este aeropuerto, ¿eh? ¿En qué piensas?
Ike se quedó pensando. Su mente se fue años atrás, cuando conoció a Berenice y se hicieron novios. Le pareció increíble que ya no sintiera nada por ella, salvo una gran amistad. “¿En qué momento se acabó todo?”, se preguntó. En los meses posteriores a su ruptura, no hubo espacio para el olvido ni para el recuerdo, que representaban alternativas accesorias, apenas un epitafio desatinado para su febril relación.
–Recién me acordé que hace unas semanas me metí a tu Facebook; vi que era tu cumpleaños e iba a escribir algo en tu muro, pero me arrepentí. Me quedé colgado de un recuerdo de cuando éramos felices juntos. Vi la foto en tu perfil, sonriente, sin mirar a la cámara; vestías una blusa azul marino, estabas contenta, con esa sonrisa que solía llenar mi vida. Vi tus senos, tus manos. Esa foto se ha repetido decenas de veces en mi cabeza desde entonces, como un accidente eterno. Tenía mucho tiempo que no te miraba ni en foto. Sentí ese temblor que ya no es amor, sino un reflejo pavloviano. “¿Quién te tomaría esa foto?”, pensé; te capturó como yo lo hubiera hecho o acaso lo hizo para mí sin saberlo, para que te recordara sin reclamos porque esa carita y esa sonrisa anulan todos los reproches y tristezas, cosas que, por demás, hace mucho ya no suceden. Hasta ese instante, Berenice, no sabía que verte feliz, me haría sentir tan bien; y que conste que no le concedo nada al olvido. En fin, en eso me quedé pensando.
Todo lo que dijo Ike, la llevó, también, muy lejos de ahí. Para ella, la ruptura fue tardía; no se dio cuenta en qué momento lo dejó de amar. Berenice creía que eso ocurrió cuando apareció otro hombre en su vida, pero desde antes, Ike había empezado a ausentarse de la suya. Cada vez más metido en sus libros y sus estudios, ya casi no tenía tiempo para salir; asumió que ella también invertía la misma cantidad de tiempo en sus estudios; sin embargo, ella siempre requirió menos tiempo que él para lo suyo.
Una tarde, caminando por las islas en Ciudad Universitaria, su ex le platicó sobre la Fuerza Coriolis, un fenómeno físico ordinario y complicado que a ella le pareció particularmente interesante y, desde entonces, a partir de él se explicaba el fin de su relación amorosa con Ike.
–¿Sabes lo que es el Efecto o Fuerza Coriolis?
–Me suena, pero no, no lo recuerdo –Respondió Ike, intrigado.
–Este fenómeno se da cuando un cuerpo se mueve en relación con un sistema en rotación, como un avión que vuela sobre la tierra. Si éste va de Tierra de Fuego a Nueva York y no se toma en cuenta el movimiento, la velocidad de la rotación del planeta, el avión podría aterrizar en Washington –Berenice hacía lentos aspavientos y con su puño izquierdo representaba la tierra y con la diestra, el vuelo del avión– Yo siento que nunca tomé en cuenta lo que querías o necesitabas; quería que fueras como yo deseaba, como necesitaba que fueras; nunca seguí tu ritmo, ni pretendí hacerlo. Creí que eras el compañero de mi vida y antes de que termináramos, me di cuenta que no, que me había equivocado, que yo aposté a que eras Nueva York porque siempre quise esa ciudad y no, siempre fuiste Washington.
–¿Que querías?, siempre entendí más de política que de finanzas –Apuntó Ike con ironía.
–Sí, es verdad –Redondeó irónicamente lo dicho por Ike.
–¿Y tu ex sí fue Nueva York?
–Fue todo el este de ese país. Pero ahora estoy bien, soltera. Y creo que ya me voy; han llegado por mí.
Ike se despidió de Berenice y pidió de comer. Le agradó la idea del Efecto Coriolis para explicar el destino de algunas relaciones amorosas, de su relación con ella. Sacó su laptop y empezó a escribir un correo para comunicarles al productor y director que estaba retrasado el vuelo y posiblemente llegaría… Ahí se detuvo, no sabía en qué momento Marlene se disolvería. Tampoco tenía decidido si se regresaría a su casa o esperaría unas horas más en el aeropuerto. Miró la hora y se dio cuenta que tenía seis horas varado ahí.
En realidad no sabía si el vuelo se había cancelado; no se preocupó en escuchar ni en revisar dicha información en las pantallas. Se angustió, se levantó y caminó rápidamente hacia las pantallas: Cancelado.
Regresó a terminar de comer. Quién sabe desde qué hora fue cancelado el vuelo. Estaba molesto, pero también sabía que de no haberse quedado tanto tiempo ahí, no hubiera tenido ese encuentro fortuito.
A su mente llegó un recuerdo. Una vez esperó mucho tiempo a que Berenice saliera de su casa. Estaba viendo el cielo claro de primavera. Había algunas nubes, pero una le llamó la atención porque no se movía, estaba casi encima de él. Lo distrajo el ruido que hizo ella al salir para avisarle que esperara un rato más. Volvió a mirar la nube y observo minuciosamente como ésta iba difuminándose. Había visto grandes nubes, oscuras, claras, semitransparentes; las de rápido desplazamiento, pero jamás presenció una quieta que desaparecía. Recordó el profundo abatimiento que le ocasionó ver que de pronto ya no había nube. Fue testigo de su extinción. Por entonces, esa sensación no la asoció con nada; ahora, sabía que esa angustia se debió a que –inconscientemente– eso le pasó al amor que sintió por Berenice. Fue como si esa chambrita de algodón aéreo se fuese destejiendo, desprendiendo del fondo azul punto por punto; no había nada que hacer salvo resignarse; fue desesperante ver que algo se iba deformando y perdiendo para siempre, y pronto sería igual que si jamás hubiese existido.
Terminó de comer. Decidió irse para la casa, ver a su mujer y cenar con ella. Sacó su celular y se dio cuenta que lo dejó apagado. Al prenderlo vio que tenía varios mensajes de texto y de voz; no quiso revisarlos y marcó.
–Hola, amor. Apagué el celular porque luego se me olvida hacerlo en el avión. Sigo acá en el aeropuerto, se canceló el vuelo por el huracán.
–Uy, estás retrasado de noticias, mi vida. Hace media hora anunciaron en la tele que Marlene había derivado en depresión tropical, ya casi desaparece, un caso muy raro porque sus evoluciones se dieron muy rápidamente, de tormenta tropical a huracán y a depresión en el lapso de unas horas, según dijeron. Pero el vuelo seguramente lo reprogramarán para mañana.
–Sí, seguro, lo estoy viendo en las pantallas; nos vemos en casa. Te quiero.