(… sencillamente están al margen del tiempo superficial de su época, y desde ese otro tiempo donde todo accede a la condición de figura, donde todo vale como signo y no como tema de descripción, intentan una obra que puede parecer ajena o antagónica a su tiempo y a su historia circundantes, y que sin embargo los incluye, los explica, y en último término los orienta hacia una trascendencia en cuyo término está esperando el hombre.)
(Julio Cortázar, Rayuela, 1963)
La Maga cruzó sus piernas… Pero al evocar ese recuerdo, la fuerza de la gravedad me llevó por otros rumbos. La Maga y Oliveira. Por mi menté pasó esta idea: El paso del tiempo suele dotar de inflación a mis recuerdos, es por ello que haré un balance real, y para ello debo deflactarlos. No dispongo de un Índice Deflactor Emocional (IDE) he de construirlo para recordar, por ejemplo a la Maga que en este momento cruza sus piernas; para hacerlo no basta con el simple ejercicio de la remembranza; no, este acto amerita más, por ejemplo, la participación de la cebada, el maguey y, en algunos casos, de las uvas, el trigo o el centeno. Por supuesto, en moderadas cantidades, lo cual no sé hacer.
(Julio Cortázar, Rayuela, 1963)
La Maga cruzó sus piernas… Pero al evocar ese recuerdo, la fuerza de la gravedad me llevó por otros rumbos. La Maga y Oliveira. Por mi menté pasó esta idea: El paso del tiempo suele dotar de inflación a mis recuerdos, es por ello que haré un balance real, y para ello debo deflactarlos. No dispongo de un Índice Deflactor Emocional (IDE) he de construirlo para recordar, por ejemplo a la Maga que en este momento cruza sus piernas; para hacerlo no basta con el simple ejercicio de la remembranza; no, este acto amerita más, por ejemplo, la participación de la cebada, el maguey y, en algunos casos, de las uvas, el trigo o el centeno. Por supuesto, en moderadas cantidades, lo cual no sé hacer.
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Para la Maga, la discusión era el mejor pretexto para encabronarse; en cambio, la música, el mejor para divertirse. Ella era y es capaz de convertir una hipótesis tuya, en un argumento definitivo y refutarlo terriblemente; al final de eso, uno se siente rebatido sin saber porqué. Ese era y es el truco de su astucia.
Continué pensando: Una vez seleccionados los indicadores para la construcción del IDE, y elaborados los parámetros para ponderar a cada uno de ellos,... Momento, así, me di cuenta en ese instante, voy a lograr justo lo contrario de lo que me propongo. Sí, un índice deflactor tiene la finalidad de restar el impacto inflacionario que año con año provoca la elevación del precio de los productos de consumo o de una canasta de ellos; lo que yo voy a conseguir mediante este Índice, es justo lo contrario, porque eliminar el impacto del olvido en los recuerdos, incrementará su peso relativo en mi estado de ánimo.
Encendí un cigarrillo y vi a la Maga; advertí que el único vínculo que ella mantenía con el mundo, era el lejano rumor de la tertulia y mi mirada. No sé qué libro tenía en la mano, pero no lo leía; lo sostenía con la mano izquierda, y lo mantenía abierto con el pulgar y el meñique. Tenía esa cara que ponía y pone cuando baila, como si se despegara del mundo y la gentileza le coronara sus desgracias. Pero no era tristeza; no, cuando ella meditaba y medita, me parece casi imposible describirla con claridad. Es similar al movimiento descrito por Zenón de Elea; ella cruzando la pierna es la tortuga; yo, recordando ese suceso, soy Aquiles.
Quise ir a abrazarla porque parecía que se escapaba. Estaba sentada como cuando uno está en el aeropuerto esperando su vuelo y solo se mata el tiempo viendo sin ver, leyendo sin leer. Pero entonces, Ulises eructó y alcanzó a vocalizar las primeras tres letras del abecedario; Agustín, al levantarse, tiró un cenicero de latón que hizo un ruido espantoso; Coltrane y Francois se rieron de un chiste, uno de esos que sólo entienden los historiadores; Marcus, puso el MP3 de José José. Yo tardé como siete segundos en volver a mirar a la Maga que también me miraba.
¿Qué estaría viendo, mi fugaz distracción? Porque la Maga tenía y tiene una pericia especial para captar los detalles que a su interlocutor le cuesta recordar, aunque siempre ha eludido hablar de esto. Para ella todo es una especie de: "no sé". Por eso toda la vida me la he pasado interpretando ese "no sé", que en ella es como decir: sí, lo recuerdo vagamente, pero no te lo quiero decir porque seguramente me vas a malinterpretar. Y entonces entraríamos en ese laberinto de preguntas y respuestas cerradas que seguramente nos conducirán a otra discusión pues en el fondo lo que quieres es que nos vayamos a la cama y dejemos a tus amigos jugar al póker y seguramente querrás escuchar mis jadeos para sentirte machito y, si no pasa, terminarás, como ahora, levantándote indignado, metiendo tus manos en los bolsillos del pantalón y me dirás que lo único que querías era abrazarme.
Tratar de entender a la Maga, era como aprender a leer de memoria el Rayuela de Cortázar. Lo peor de todo es que por ese tiempo empecé a leer ese libro y, hasta ahora, me es imposible disociarlo de la Maga, no la del libro, sino la de mi vida, que es la misma del libro porque yo también me llamo Horacio Oliveira, y ella, mi Maga, era y es un símbolo; el símbolo de lo increíble, la suma de las posibilidades que una mujer puede ejecutar como reacción. Porque la Maga nunca actúa, siempre reacciona y siempre parece que ella es la que propone.
Recuerdo la retahíla de confesiones que le escribí en una carta, pero por el momento en el que lo hice, parecieron más, ahora me doy cuenta, una lista de indiscreciones. Confesarle a una mujer sobre otras mujeres es como sembrar un campo con minas; una vez emprendido el viaje ya no se puede dar marcha atrás, se tiene que seguir hasta que se acabe porque las preguntas de una mujer y más aún, de la Maga, eran y son como bayonetas: pero timign timing, Maga, que cuando aún no había nada entre los dos, fue cuando ocurrió todo lo demás; no había Maga, porque así lo decidiste. Luego nació, en diciembre y para siempre, la Maga. No hubo necesidad de hablar de ello porque lo entendió así, o eso creí; pero hoy en día creo que fue su elegante indiferencia la que cubrió el tema.
La Maga me seguía mirando y luego de un rato, bostezó. Entonces supe que me estaba convirtiendo en un viejo amor. Sí, ahí frente a mí, me estaba transformando en parte de su pasado: Buster Douglas vs Mike Tyson; Aquiles vs Héctor, Santonio Holmes vs Adrian Wilson, el Molino vs El Quijote… qué procesión de antagonismos tan dispares se me ocurrieron; pero en ese momento, cuando a uno lo están convirtiendo en pasado con tanto presente y futuro por delante, no hay tiempo de ser exquisitos.
La Maga se levantó, no sin dejarme ver sus blancos muslos y puso una canción y empezó a bailar sola; amagué con acompañarla, pero con un gesto, como sólo ella es capaz de hacer con sus cejas, sus marcadas cejas negras, me negó la compañía y me dijo: observa, mírame, ve el libro que solté por bailar, mira el título y el autor, si puedes, porque con la miopía que te cargas no creo que lo logres. Sigue mis pasos, el movimiento de mis manos, la sonrisa que sólo te doy a cuenta gotas. Apréndete de memoria mi danza; quiero favorecer el recuerdo que tengas de mí, quiero que escuches bien la canción que es mi favorita… quiero que me ames en este instante.
Pero la Maga es un símbolo, y otra vez estoy interpretando sus reacciones.
Un hombre como yo no puede convertir a la Maga en pasado; en todo caso la puedo convertir en literatura, pero la literatura para el que escribe es un código que tiene que ver con el hubiera, el si fuera; es una hipótesis para continuar existiendo. Pero la Maga tiene cara y cuerpo, y a pesar de ser un símbolo, es sólo una: La Maga.
Recordé el primer “nó femenino” que me dieron (sí un “nó femenino”, así el nó, acentuado, porque no existe ninguna descripción, por más rica que esta sea, que se aproxime tanto al primer “nó femenino”. Los exquisitos podrán argüir que al “no” podría encerrarlo entre signos de admiración para denotar la contundencia, pero ni así. En todo caso, pensé, tendré que elaborar una definición para este ¿neologismo artificial? Nó: El Nó conlleva la carga emocional del receptor que se siente apartado del Sí (acentuado). La definición, tengo que aceptar, tiene sus carencias y por centímetros no cayó en el absurdo y por milímetros no cayó en la ignominia.
Entonces percibí que había cierta lógica entre el “no y el si”, y el “nó y el sí” (una lógica seminal).
Ya, en ese momento, la Maga estaba bailando cerca de mí. Agustín, Ulises, Marcus, Francois y Coltrane, estaban jugando al póker; no voltee, simplemente escuché el sonido de las barajas. La Maga me dijo: no perteneces a mi mundo. Yo soy Carmilla, Margarita, Julieta, María Iribarne, Helena,…Tú, sólo eres Horacio Oliveira. Yo le dije: No, en todo caso soy Sheridan, Goethe, Shakespeare, Sabato, Homero… Tú eres la Maga y yo Oliveira.
La Maga me besaba suavemente los labios, como si acariciara una pintura en el Louvre, como queriendo conquistar el ritmo al que caen los pétalos de una margarita. No era Hendrix en la guitarra, era David Gilmour; no era Keith Moon en la batería, era Bill Buford; no era Jaco Pastorius en el bajo, era Stanley Clarke; no era Keith Emerson en los teclados, era Rick Wakeman.
Tomé a la Maga por la cintura; el ángulo de mis manos acusó la pulcritud isosélica de su cadera; mis palmas acusaron la tibieza que permitía su falda beige. Ella me apartó amagando un empujón con sus manos sin uñas largas, porque la Maga no es femenina en los términos convencionales; la Maga goza de una feminidad que sólo pueden definir los que la aman porque para amarla no es necesario tenerla; verla es un acto de amor, por eso creo que se siente sola pues sólo miradas terrosas de años o de intensidad, pueden amarla.
Me dijo: Oliveira, sólo vas a poder existir en mi pasado. Yo soy una mujer de pasados; no puedo tener únicamente un pasado. Con los ojos cerrados, continuaba: la confesión y el cinismo solamente se pueden diferenciar por los tiempos en que se manifiestan; de otra forma son lo mismo.
Agustín, harto de José José, se levantó con violencia; Marcus, adivinó el fin de su propuesta musical. En eso tocaron a la puerta: eran Don Ananías Hortoneda y Alexander Botafogo que, con tremenda peda (que cualquiera se las compraría), incursionaron directamente a la cantina, y se sirvieron unos tragos. Nos saludaron a todos y se sentaron en la sala a discutir sobre el tiempo y el ser, como siempre. Don Ananías sostenía la tesis de que el ser es la concreción del transcurso temporal; Botafogo, que eso era imposible, ya que la concreción del ser es la antítesis de lo eventual, es lo permanente. No escuché más porque la Maga seguía bailando, y cuando ella bailaba o baila, me quedo con ella.
Yo le dije a la Maga: eres el poema de mi vida, no porque yo te narre, sino porque alguien, quizás vos, te escribió para que yo te acompañe. Porque si nó, entonces será como ocultar tu belleza detrás de tanto maquillaje, como hoy te pusiste.
No quiero quererte, Oliveira; sólo quiero que me quieras, afirmó. Pero si la Maga dijo eso es porque no he sido capaz de distraerla de su nostalgia o de su soledad o de su rabia. Hay mujeres que si no las hacen sentirse hembras, se van; la Maga no era ni es así, su sexualidad es como su baile: un acto en el que afirma su identidad para poder entregarse; no se entrega para sentirse mujer; si no es mujer, no se entrega.
Sin dejar de bailar y sin abrir los ojos, me soltó: Tú sólo quieres amar, Oliveira… no a mí, sino a cualquiera que te inspire.
Y tú sólo quieres cortejar a mi ausencia, le remedé con eyes wide open.
Hortoneda, supongo, porque todos guardaron silencio, con ademanes de tormenta le indicaba a Botafogo que el tiempo es el agua y la materia el vapor.
Noté que la canción con la que bailaba la Maga, se terminaba; quise repetirla, pero ella me detuvo con una bofetada. Esa es mi favorita, dijo secamente; la que sigue es la tuya. Yo te puse de pie frente a mí, Oliveira, ¿a ver qué haces con la que viene?
Abracé a la Maga porque empezó a sonar El día que me quieras, de Gardel y Le Pera. Sentí sus senos, porque no se puede abrazar a la Maga sin sentirlos y recordé igual que se recuerda algo que nunca se supo, que la Maga como símbolo se terminaba y se termina donde empieza su sensualidad, su sexualidad, su ser mujer.
Mis dedos jugaban en la cintura de la Maga al ritmo de la voz del Zorzal criollo. Ella, demoraba su mejilla sobre la mía como queriendo despertar una reacción. Pero aún rondaba en mi cabeza su intención de quererme convertir en pasado. Continué jugando mis dedos en su cintura.
Ulises puso Dupree’s Paradise, de Frank Zappa, pero yo seguía con la Maga que con sus ojos cerrados completaba y completa mi mundo, aunque lo negara porque negándolo lo construía porque su negación era su aceptación porque ella manifestaba y manifiesta su interés al negar las cosas, porque así es la Maga: un símbolo que niega los elementos por separado, sólo los asume en conjunto.
Don Ananías empezó a leer en voz alta Historia de la eternidad, de Borges; Botafogo no se quedó atrás y empezó a declamar Breve historia del tiempo, de Hawking. Agustín y Ulises, empezaban a echar volados a ver quién le ponía play a The Nice; Coltrane y Francois discutían de los celtas y los romanos; Marcus, abría la puerta porque llegaban Coltrane Domínguez y Johnny con una borrachera que ni mandada a hacer.
La Maga era y es la Maga porque en su lotería de despedidas se aferraba y se aferra a mí.
Continué pensando: Una vez seleccionados los indicadores para la construcción del IDE, y elaborados los parámetros para ponderar a cada uno de ellos,... Momento, así, me di cuenta en ese instante, voy a lograr justo lo contrario de lo que me propongo. Sí, un índice deflactor tiene la finalidad de restar el impacto inflacionario que año con año provoca la elevación del precio de los productos de consumo o de una canasta de ellos; lo que yo voy a conseguir mediante este Índice, es justo lo contrario, porque eliminar el impacto del olvido en los recuerdos, incrementará su peso relativo en mi estado de ánimo.
Encendí un cigarrillo y vi a la Maga; advertí que el único vínculo que ella mantenía con el mundo, era el lejano rumor de la tertulia y mi mirada. No sé qué libro tenía en la mano, pero no lo leía; lo sostenía con la mano izquierda, y lo mantenía abierto con el pulgar y el meñique. Tenía esa cara que ponía y pone cuando baila, como si se despegara del mundo y la gentileza le coronara sus desgracias. Pero no era tristeza; no, cuando ella meditaba y medita, me parece casi imposible describirla con claridad. Es similar al movimiento descrito por Zenón de Elea; ella cruzando la pierna es la tortuga; yo, recordando ese suceso, soy Aquiles.
Quise ir a abrazarla porque parecía que se escapaba. Estaba sentada como cuando uno está en el aeropuerto esperando su vuelo y solo se mata el tiempo viendo sin ver, leyendo sin leer. Pero entonces, Ulises eructó y alcanzó a vocalizar las primeras tres letras del abecedario; Agustín, al levantarse, tiró un cenicero de latón que hizo un ruido espantoso; Coltrane y Francois se rieron de un chiste, uno de esos que sólo entienden los historiadores; Marcus, puso el MP3 de José José. Yo tardé como siete segundos en volver a mirar a la Maga que también me miraba.
¿Qué estaría viendo, mi fugaz distracción? Porque la Maga tenía y tiene una pericia especial para captar los detalles que a su interlocutor le cuesta recordar, aunque siempre ha eludido hablar de esto. Para ella todo es una especie de: "no sé". Por eso toda la vida me la he pasado interpretando ese "no sé", que en ella es como decir: sí, lo recuerdo vagamente, pero no te lo quiero decir porque seguramente me vas a malinterpretar. Y entonces entraríamos en ese laberinto de preguntas y respuestas cerradas que seguramente nos conducirán a otra discusión pues en el fondo lo que quieres es que nos vayamos a la cama y dejemos a tus amigos jugar al póker y seguramente querrás escuchar mis jadeos para sentirte machito y, si no pasa, terminarás, como ahora, levantándote indignado, metiendo tus manos en los bolsillos del pantalón y me dirás que lo único que querías era abrazarme.
Tratar de entender a la Maga, era como aprender a leer de memoria el Rayuela de Cortázar. Lo peor de todo es que por ese tiempo empecé a leer ese libro y, hasta ahora, me es imposible disociarlo de la Maga, no la del libro, sino la de mi vida, que es la misma del libro porque yo también me llamo Horacio Oliveira, y ella, mi Maga, era y es un símbolo; el símbolo de lo increíble, la suma de las posibilidades que una mujer puede ejecutar como reacción. Porque la Maga nunca actúa, siempre reacciona y siempre parece que ella es la que propone.
Recuerdo la retahíla de confesiones que le escribí en una carta, pero por el momento en el que lo hice, parecieron más, ahora me doy cuenta, una lista de indiscreciones. Confesarle a una mujer sobre otras mujeres es como sembrar un campo con minas; una vez emprendido el viaje ya no se puede dar marcha atrás, se tiene que seguir hasta que se acabe porque las preguntas de una mujer y más aún, de la Maga, eran y son como bayonetas: pero timign timing, Maga, que cuando aún no había nada entre los dos, fue cuando ocurrió todo lo demás; no había Maga, porque así lo decidiste. Luego nació, en diciembre y para siempre, la Maga. No hubo necesidad de hablar de ello porque lo entendió así, o eso creí; pero hoy en día creo que fue su elegante indiferencia la que cubrió el tema.
La Maga me seguía mirando y luego de un rato, bostezó. Entonces supe que me estaba convirtiendo en un viejo amor. Sí, ahí frente a mí, me estaba transformando en parte de su pasado: Buster Douglas vs Mike Tyson; Aquiles vs Héctor, Santonio Holmes vs Adrian Wilson, el Molino vs El Quijote… qué procesión de antagonismos tan dispares se me ocurrieron; pero en ese momento, cuando a uno lo están convirtiendo en pasado con tanto presente y futuro por delante, no hay tiempo de ser exquisitos.
La Maga se levantó, no sin dejarme ver sus blancos muslos y puso una canción y empezó a bailar sola; amagué con acompañarla, pero con un gesto, como sólo ella es capaz de hacer con sus cejas, sus marcadas cejas negras, me negó la compañía y me dijo: observa, mírame, ve el libro que solté por bailar, mira el título y el autor, si puedes, porque con la miopía que te cargas no creo que lo logres. Sigue mis pasos, el movimiento de mis manos, la sonrisa que sólo te doy a cuenta gotas. Apréndete de memoria mi danza; quiero favorecer el recuerdo que tengas de mí, quiero que escuches bien la canción que es mi favorita… quiero que me ames en este instante.
Pero la Maga es un símbolo, y otra vez estoy interpretando sus reacciones.
Un hombre como yo no puede convertir a la Maga en pasado; en todo caso la puedo convertir en literatura, pero la literatura para el que escribe es un código que tiene que ver con el hubiera, el si fuera; es una hipótesis para continuar existiendo. Pero la Maga tiene cara y cuerpo, y a pesar de ser un símbolo, es sólo una: La Maga.
Recordé el primer “nó femenino” que me dieron (sí un “nó femenino”, así el nó, acentuado, porque no existe ninguna descripción, por más rica que esta sea, que se aproxime tanto al primer “nó femenino”. Los exquisitos podrán argüir que al “no” podría encerrarlo entre signos de admiración para denotar la contundencia, pero ni así. En todo caso, pensé, tendré que elaborar una definición para este ¿neologismo artificial? Nó: El Nó conlleva la carga emocional del receptor que se siente apartado del Sí (acentuado). La definición, tengo que aceptar, tiene sus carencias y por centímetros no cayó en el absurdo y por milímetros no cayó en la ignominia.
Entonces percibí que había cierta lógica entre el “no y el si”, y el “nó y el sí” (una lógica seminal).
Ya, en ese momento, la Maga estaba bailando cerca de mí. Agustín, Ulises, Marcus, Francois y Coltrane, estaban jugando al póker; no voltee, simplemente escuché el sonido de las barajas. La Maga me dijo: no perteneces a mi mundo. Yo soy Carmilla, Margarita, Julieta, María Iribarne, Helena,…Tú, sólo eres Horacio Oliveira. Yo le dije: No, en todo caso soy Sheridan, Goethe, Shakespeare, Sabato, Homero… Tú eres la Maga y yo Oliveira.
La Maga me besaba suavemente los labios, como si acariciara una pintura en el Louvre, como queriendo conquistar el ritmo al que caen los pétalos de una margarita. No era Hendrix en la guitarra, era David Gilmour; no era Keith Moon en la batería, era Bill Buford; no era Jaco Pastorius en el bajo, era Stanley Clarke; no era Keith Emerson en los teclados, era Rick Wakeman.
Tomé a la Maga por la cintura; el ángulo de mis manos acusó la pulcritud isosélica de su cadera; mis palmas acusaron la tibieza que permitía su falda beige. Ella me apartó amagando un empujón con sus manos sin uñas largas, porque la Maga no es femenina en los términos convencionales; la Maga goza de una feminidad que sólo pueden definir los que la aman porque para amarla no es necesario tenerla; verla es un acto de amor, por eso creo que se siente sola pues sólo miradas terrosas de años o de intensidad, pueden amarla.
Me dijo: Oliveira, sólo vas a poder existir en mi pasado. Yo soy una mujer de pasados; no puedo tener únicamente un pasado. Con los ojos cerrados, continuaba: la confesión y el cinismo solamente se pueden diferenciar por los tiempos en que se manifiestan; de otra forma son lo mismo.
Agustín, harto de José José, se levantó con violencia; Marcus, adivinó el fin de su propuesta musical. En eso tocaron a la puerta: eran Don Ananías Hortoneda y Alexander Botafogo que, con tremenda peda (que cualquiera se las compraría), incursionaron directamente a la cantina, y se sirvieron unos tragos. Nos saludaron a todos y se sentaron en la sala a discutir sobre el tiempo y el ser, como siempre. Don Ananías sostenía la tesis de que el ser es la concreción del transcurso temporal; Botafogo, que eso era imposible, ya que la concreción del ser es la antítesis de lo eventual, es lo permanente. No escuché más porque la Maga seguía bailando, y cuando ella bailaba o baila, me quedo con ella.
Yo le dije a la Maga: eres el poema de mi vida, no porque yo te narre, sino porque alguien, quizás vos, te escribió para que yo te acompañe. Porque si nó, entonces será como ocultar tu belleza detrás de tanto maquillaje, como hoy te pusiste.
No quiero quererte, Oliveira; sólo quiero que me quieras, afirmó. Pero si la Maga dijo eso es porque no he sido capaz de distraerla de su nostalgia o de su soledad o de su rabia. Hay mujeres que si no las hacen sentirse hembras, se van; la Maga no era ni es así, su sexualidad es como su baile: un acto en el que afirma su identidad para poder entregarse; no se entrega para sentirse mujer; si no es mujer, no se entrega.
Sin dejar de bailar y sin abrir los ojos, me soltó: Tú sólo quieres amar, Oliveira… no a mí, sino a cualquiera que te inspire.
Y tú sólo quieres cortejar a mi ausencia, le remedé con eyes wide open.
Hortoneda, supongo, porque todos guardaron silencio, con ademanes de tormenta le indicaba a Botafogo que el tiempo es el agua y la materia el vapor.
Noté que la canción con la que bailaba la Maga, se terminaba; quise repetirla, pero ella me detuvo con una bofetada. Esa es mi favorita, dijo secamente; la que sigue es la tuya. Yo te puse de pie frente a mí, Oliveira, ¿a ver qué haces con la que viene?
Abracé a la Maga porque empezó a sonar El día que me quieras, de Gardel y Le Pera. Sentí sus senos, porque no se puede abrazar a la Maga sin sentirlos y recordé igual que se recuerda algo que nunca se supo, que la Maga como símbolo se terminaba y se termina donde empieza su sensualidad, su sexualidad, su ser mujer.
Mis dedos jugaban en la cintura de la Maga al ritmo de la voz del Zorzal criollo. Ella, demoraba su mejilla sobre la mía como queriendo despertar una reacción. Pero aún rondaba en mi cabeza su intención de quererme convertir en pasado. Continué jugando mis dedos en su cintura.
Ulises puso Dupree’s Paradise, de Frank Zappa, pero yo seguía con la Maga que con sus ojos cerrados completaba y completa mi mundo, aunque lo negara porque negándolo lo construía porque su negación era su aceptación porque ella manifestaba y manifiesta su interés al negar las cosas, porque así es la Maga: un símbolo que niega los elementos por separado, sólo los asume en conjunto.
Don Ananías empezó a leer en voz alta Historia de la eternidad, de Borges; Botafogo no se quedó atrás y empezó a declamar Breve historia del tiempo, de Hawking. Agustín y Ulises, empezaban a echar volados a ver quién le ponía play a The Nice; Coltrane y Francois discutían de los celtas y los romanos; Marcus, abría la puerta porque llegaban Coltrane Domínguez y Johnny con una borrachera que ni mandada a hacer.
La Maga era y es la Maga porque en su lotería de despedidas se aferraba y se aferra a mí.
6 comentarios:
Ananías Hortoneda y Alexander Botafogo están pedos, nuevo cortometraje (cortísimo) de Tom Stoppard, donde recoge desde otro ángulo una escena de La Maga y Oliveira, mexicanos: timing timing, Maga.
Ananías toca a la puerta. Botafógo hace lo mismo. Se miran en silencio, y sus cuerpos se balancean con esa discreción que los borrachos creen lograr cuando se balancean.
Hortoneda abraza su ejemplar de Los siete pecados capitales, de Milorad Pavic.
Sedan smrtnih Jrevo -balbucea Botafogo, y pregunta:- ¿Bor ghé?.
-¿Bor ghé.. ghé?, responde Ananías.
-¿Bor ghé drais a Babig aghí? ¡Un serbio sirve! ¿Bero bor ghé aghí y ahora?
-Borgue es bara el que nos medió en este guento, Vigdor.
-¡Ah!
Alguien abre la puerta. Ananías y Alexander entran, saludan a todos y se sientan.
-Somos jisdoria, como dice Arnold el Idiota Shbarse-Niegue a sus víghtimas en alguno de sus binches bodrios.
-¡Ni madres! El ser es evendo: en él se estanga el diembo.
-Bérate, que esdá bailando la Magda.
-La Maga...
-¡La Magda, güey!
-¡Uda, gue sensible andas! Cuidado, güey, más resbedo, borgue es el bersonaje brincibal de este guento, y el nadador la guiere bien.
-Alganzame a guoquer.
No manches, Agustín, estuve carcajeándome como cinco minutos; esperé un rato antes de leerlo por segunda vez, y después de hacerlo, me volví a carcajear.
Me fui a comer a casa de mi tía; regresé con algo de sueño y me dije: voy a leerlo nuevamente.
No he parado de carcajearme. Excelente el cortometraje (cortísimo) desde otro ángulo.
Suerte y abrazos.
Tache
mmmta!! adios al poco glamour!!! vaya que te inspirates, unos para bien y a otros nos toco no lo mejorcito.
me gustó, me gustó!
saludos y abrazos,
Así es Col-Domínguez, pero se ve que la tertulia estuvo re buena, no?, jaja.
Me inspiré en las grandes batallas que hemos dado a lo largo de los años, quizás debería empezar a contarlas por lustros, jajaja.
Suerte y abrazos.
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