Cumplidos los 50 años no le gustaba saludar de mano, era de fácil tuteo aunque su trato distaba mucho de la confianza si por esta entendemos algún acto fraternal. Su hola y su adiós eran una herramienta para evitar el contacto físico. Sus amigos apenas y conocían su nombre y apellido, aunque por costumbre sólo se referían a él como Argueda. Pocos amigos que resultaría mejor llamarlos conocidos. En cuanto a sus familiares, apenas conocían alguna afición deportiva, única vía disponible hacia algo que pudieran llamar intimidad.
Su infancia transcurrió al abrigo de sus abuelos paternos quienes, como todos ellos, siempre fueron consentidores. Cuentan los mayores del barrio, que su primer héroe fue un matón a sueldo al que apodaban el Alemán y que se hacía respetar más por su brutalidad que por su eficacia. Aunque en los barrios es común confundir miedo con respeto.
Argueda empezó a trabajar para él a los 16 años, le conseguía información. Una noche, la noche que Argueda perdió a su héroe, éste caminaba por la calle con las manos en los bolsillos de una chamarra negra de piel. De frente venía caminando un joven con playera blanca y justo cuando pasó junto al tipo de la chamarra, éste lo apuñaló por la espalda; todavía en el suelo lo remató con dos navajazos en el abdomen. Huyó corriendo.
La gente no tardó en amotinarse junto al cuerpo tendido sobre la banqueta. Argueda sólo tuvo que cruzar la calle para ver como un par de manchas rojas sobre la playera de ese infeliz, se expandían como un par de nubes marrones hasta formar una sola; luego, se percató que bajo el cuerpo, la sangre iba colmando las cuarteaduras de la descuidada acera.
Sintió vergüenza, impotencia. No por ese hombre al que desconocía, sino por la terrible manera en que el Alemán lo había matado. Sabía que era un asesino, que nunca había fallado, pero no es lo mismo saber el oficio que ver su realización atroz y cobarde.
Argueda sintió miedo y tan asesino como el Alemán mas no pensó en esta palabra, no pensaba sólo miraba el cuerpo tendido. Unas señoras cubrieron el cuerpo con lo que pudieron porque entre la bolita estaban un par de escuincles con la boca abierta; uno de ellos que parecía un castor por sus prominentes y desviados incisivos, salió corriendo y el otro lo siguió. Argueda también se fue, pero su irse parecía una renuncia, no sintió indiferencia, simplemente se alejó.
Los siguientes días se sintió desamparado; tuvo miedo y después coraje, un profundo coraje contra el Alemán. Si algo había aprendido de sus abuelos había sido la piedad, pero una piedad alterada por los juicios de valor que le inculcaron los Jefes y las calles que éstos comandaban.
A pesar de la aversión que empezó a sentir contra el Alemán, éste siguió representando una figura importante en su vida. Había dejado de admirarlo, pero lo necesitaba porque aún le dotaba de identidad, una identidad que no pudieron darle sus abuelos.
Luego, el Alemán apareció muerto y Argueda se sintió solo, como desollado vivo e involuntariamente convirtió al miedo y a la soledad en su piel, y éstos le anularon, definitivamente, esos engarces afectivos que, por muy precarios que permanezcan, representan una oportunidad para recuperar el amor en alguna de sus formas en el porvenir.
20 años después, Argueda estaba titulado, pero no ejercía la ingeniería civil. Siempre fue un tipo inteligente. Pero su inteligencia era estimulada no por el afán de construir, sino por el de pasar desapercibido. Alguna extraña asociación de ideas, sentimientos y emociones, ocurrió en su mente; en la que se conjuraron la falta de sus padres, la muerte de su héroe, la cobardía con la que éste actuó, el terror que intuyó en ese par de escuincles que corrieron, la indignación de las señoras que cubrieron el cuerpo, el silencio casi satisfactorio de los Jefes respecto a la muerte del Alemán. Todo ello se anudó a su personalidad.
Fue la vez en que la inteligencia de Argueda se torno en astucia, porque la primera no sólo implica una elevada capacidad para utilizar los recursos intelectuales y materiales para organizar y modificar el entorno, sino que inherentemente combinan, con aquéllas virtudes, una similar dosis de de valores ético-morales; los astutos carecen de esto último.
Así fincó, desde entonces, su astucia en el secreto que es acaso una de las formas más elegantes que adquiere el engaño, hoy en día.
Los Jefes, se fijaron en él precisamente por su perfil: discreto, sin compromisos, sin fuertes lazos familiares o fraternales. No bebía ni fumaba; no era adicto más que a las putas. Lo mandaron a estudiar al extranjero.
Lla noche del 18 de julio de 2007, Argueda, ya instalado en un hotel, miraba la pantalla de su Lap top con la misma frialdad con que saludaba a sus conocidos. Estaba abriendo una cuenta de correo electrónico. Tomó un lápiz y tachó otra cuenta, previamente cancelada. Era una hoja de block en donde estaban enlistadas otras tantas cuentas de correo tachadas.
Se levantó y oprimió play en el reproductor; empezó a sonar La chica de Ipanema.
Con el nuevo correo, empezó a escribir un mensaje y luego le dio clic en Enviar.
Se terminó la canción y se sucedieron otras más de Bossa Nova, sólo Bossa Nova.
Minutos después: Haz recibido un nuevo correo de Otto, leyó en la pantalla; clic en Abrir.
El cliente lo estará esperando en la Plaza Central a las 18:00. Llegará en una camioneta blanca y vestirá traje gris. El piso 23 del edificio KJC, estará despejado. Saludos, Otto.
Argueda abrió su clóset en donde sólo habitaban nombres como Armani, Jean Paul Gaultier, Carolina Herrera, Cartier.
Acomodó una muda en una valija. Abrió otro armario y con sumo cuidado extrajo de ahí un maletín de piel negra. Lo colocó sobre la cama y lo abrió. Ante sus ojos y esbozando una leve sonrisa, vio su Accuracy International, AW del 7,62 x 51, impecable. De otra caja sacó unas balas, confirmó que eran del mismo lote. Volvió a empacar sus instrumentos de trabajo.
Regresó a su Lap top y consultó las condiciones climatológicas de la ciudad a donde iría. Se dio una ducha y se acostó.
Esa noche soñó o recordó que en Europa, el instructor les dijo que el apelativo de francotirador fue acuñado por los prusianos en la Guerra Franco-prusiana, debido a que los franceses poseían rifles de largo alcance para eliminar a los alemanes a distancia; los llamaban franc tireurs.
Soñó o recordó lo difícil que le pareció, durante los primeros meses de práctica en Europa, empalmar su Consistencia con la del arma.
Las noches previas a sus trabajos tenían una negrura especial; durante ellas, sus miedos e inseguridades se le acumulaban hasta adquirir la forma del Alemán en aquella noche juvenil, en la que lo vio desaparecer con su chamarra negra de piel, al doblar la esquina.
Durante el crepúsculo, creyó redactar un correo electrónico para Otto, con fecha 13 de julio, diciéndole que el trabajo estaba hecho. En el acto, creyó escribir el nombre completo Otto Von Bismarck y creyó ser Vincent Graf Benedetti y estar en el año de 1870.
A esa misma hora, en una pocilga de algún lugar de una ciudad muy lejana a donde aún Argueda dormía, un hombre se ponía una playera blanca mientras abría la bandeja de su correo electrónico:
El cliente lo estará esperando en el piso 23 del edificio KJC a las 18:01, estará despejado. Saludos, Otto.
Tomó su SOG Trident y la guardó en una de las bolsas de una chamarra de piel negra que tenía colgada en la percha de la pared.
Su infancia transcurrió al abrigo de sus abuelos paternos quienes, como todos ellos, siempre fueron consentidores. Cuentan los mayores del barrio, que su primer héroe fue un matón a sueldo al que apodaban el Alemán y que se hacía respetar más por su brutalidad que por su eficacia. Aunque en los barrios es común confundir miedo con respeto.
Argueda empezó a trabajar para él a los 16 años, le conseguía información. Una noche, la noche que Argueda perdió a su héroe, éste caminaba por la calle con las manos en los bolsillos de una chamarra negra de piel. De frente venía caminando un joven con playera blanca y justo cuando pasó junto al tipo de la chamarra, éste lo apuñaló por la espalda; todavía en el suelo lo remató con dos navajazos en el abdomen. Huyó corriendo.
La gente no tardó en amotinarse junto al cuerpo tendido sobre la banqueta. Argueda sólo tuvo que cruzar la calle para ver como un par de manchas rojas sobre la playera de ese infeliz, se expandían como un par de nubes marrones hasta formar una sola; luego, se percató que bajo el cuerpo, la sangre iba colmando las cuarteaduras de la descuidada acera.
Sintió vergüenza, impotencia. No por ese hombre al que desconocía, sino por la terrible manera en que el Alemán lo había matado. Sabía que era un asesino, que nunca había fallado, pero no es lo mismo saber el oficio que ver su realización atroz y cobarde.
Argueda sintió miedo y tan asesino como el Alemán mas no pensó en esta palabra, no pensaba sólo miraba el cuerpo tendido. Unas señoras cubrieron el cuerpo con lo que pudieron porque entre la bolita estaban un par de escuincles con la boca abierta; uno de ellos que parecía un castor por sus prominentes y desviados incisivos, salió corriendo y el otro lo siguió. Argueda también se fue, pero su irse parecía una renuncia, no sintió indiferencia, simplemente se alejó.
Los siguientes días se sintió desamparado; tuvo miedo y después coraje, un profundo coraje contra el Alemán. Si algo había aprendido de sus abuelos había sido la piedad, pero una piedad alterada por los juicios de valor que le inculcaron los Jefes y las calles que éstos comandaban.
A pesar de la aversión que empezó a sentir contra el Alemán, éste siguió representando una figura importante en su vida. Había dejado de admirarlo, pero lo necesitaba porque aún le dotaba de identidad, una identidad que no pudieron darle sus abuelos.
Luego, el Alemán apareció muerto y Argueda se sintió solo, como desollado vivo e involuntariamente convirtió al miedo y a la soledad en su piel, y éstos le anularon, definitivamente, esos engarces afectivos que, por muy precarios que permanezcan, representan una oportunidad para recuperar el amor en alguna de sus formas en el porvenir.
20 años después, Argueda estaba titulado, pero no ejercía la ingeniería civil. Siempre fue un tipo inteligente. Pero su inteligencia era estimulada no por el afán de construir, sino por el de pasar desapercibido. Alguna extraña asociación de ideas, sentimientos y emociones, ocurrió en su mente; en la que se conjuraron la falta de sus padres, la muerte de su héroe, la cobardía con la que éste actuó, el terror que intuyó en ese par de escuincles que corrieron, la indignación de las señoras que cubrieron el cuerpo, el silencio casi satisfactorio de los Jefes respecto a la muerte del Alemán. Todo ello se anudó a su personalidad.
Fue la vez en que la inteligencia de Argueda se torno en astucia, porque la primera no sólo implica una elevada capacidad para utilizar los recursos intelectuales y materiales para organizar y modificar el entorno, sino que inherentemente combinan, con aquéllas virtudes, una similar dosis de de valores ético-morales; los astutos carecen de esto último.
Así fincó, desde entonces, su astucia en el secreto que es acaso una de las formas más elegantes que adquiere el engaño, hoy en día.
Los Jefes, se fijaron en él precisamente por su perfil: discreto, sin compromisos, sin fuertes lazos familiares o fraternales. No bebía ni fumaba; no era adicto más que a las putas. Lo mandaron a estudiar al extranjero.
Lla noche del 18 de julio de 2007, Argueda, ya instalado en un hotel, miraba la pantalla de su Lap top con la misma frialdad con que saludaba a sus conocidos. Estaba abriendo una cuenta de correo electrónico. Tomó un lápiz y tachó otra cuenta, previamente cancelada. Era una hoja de block en donde estaban enlistadas otras tantas cuentas de correo tachadas.
Se levantó y oprimió play en el reproductor; empezó a sonar La chica de Ipanema.
Con el nuevo correo, empezó a escribir un mensaje y luego le dio clic en Enviar.
Se terminó la canción y se sucedieron otras más de Bossa Nova, sólo Bossa Nova.
Minutos después: Haz recibido un nuevo correo de Otto, leyó en la pantalla; clic en Abrir.
El cliente lo estará esperando en la Plaza Central a las 18:00. Llegará en una camioneta blanca y vestirá traje gris. El piso 23 del edificio KJC, estará despejado. Saludos, Otto.
Argueda abrió su clóset en donde sólo habitaban nombres como Armani, Jean Paul Gaultier, Carolina Herrera, Cartier.
Acomodó una muda en una valija. Abrió otro armario y con sumo cuidado extrajo de ahí un maletín de piel negra. Lo colocó sobre la cama y lo abrió. Ante sus ojos y esbozando una leve sonrisa, vio su Accuracy International, AW del 7,62 x 51, impecable. De otra caja sacó unas balas, confirmó que eran del mismo lote. Volvió a empacar sus instrumentos de trabajo.
Regresó a su Lap top y consultó las condiciones climatológicas de la ciudad a donde iría. Se dio una ducha y se acostó.
Esa noche soñó o recordó que en Europa, el instructor les dijo que el apelativo de francotirador fue acuñado por los prusianos en la Guerra Franco-prusiana, debido a que los franceses poseían rifles de largo alcance para eliminar a los alemanes a distancia; los llamaban franc tireurs.
Soñó o recordó lo difícil que le pareció, durante los primeros meses de práctica en Europa, empalmar su Consistencia con la del arma.
Las noches previas a sus trabajos tenían una negrura especial; durante ellas, sus miedos e inseguridades se le acumulaban hasta adquirir la forma del Alemán en aquella noche juvenil, en la que lo vio desaparecer con su chamarra negra de piel, al doblar la esquina.
Durante el crepúsculo, creyó redactar un correo electrónico para Otto, con fecha 13 de julio, diciéndole que el trabajo estaba hecho. En el acto, creyó escribir el nombre completo Otto Von Bismarck y creyó ser Vincent Graf Benedetti y estar en el año de 1870.
A esa misma hora, en una pocilga de algún lugar de una ciudad muy lejana a donde aún Argueda dormía, un hombre se ponía una playera blanca mientras abría la bandeja de su correo electrónico:
El cliente lo estará esperando en el piso 23 del edificio KJC a las 18:01, estará despejado. Saludos, Otto.
Tomó su SOG Trident y la guardó en una de las bolsas de una chamarra de piel negra que tenía colgada en la percha de la pared.
4 comentarios:
Tache, no me gustó
que tenían las cervezas o el ron aparte de la cebada y caña?
aunque a mi parecer ha sido un relato algo diferente a lo que haces constantemente; con el puño cerrado digo que aun asi logras plasmar textos y dialogos para mantener la expectativa de como se irá desarrollando la trama.
bien-tos!
saludos y abrazos,
Muy bien Col-Domínguez, qué bueno que te haya gustado, e instrumentes argumentacionesno como la rata albondiguera de Muñoz que parece que nada más sabe decir: Tache.
Sí un poco diferente, pero esa es la intención para ste año, hablar de otros personajes que poco tengan que ver con tu servilleta, tanto en su psicología como en sus valores, etcétera.
Suerte y abrazos.
a pues muy bien, eso me agrada y bastante, ya que no es nada sencillo ese proyecto de hacer y crear psicología ademas de valores pero ya no tanto de ti, espereremos esos escritos!!
Saludos y abrazos,
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