martes, 15 de septiembre de 2015

El Problema de Íñigo

–El problema de Íñigo es que me conoció… –¡No Margarita! –de tajo la interrumpió Salamanca–, su problema es ser un izquierdista corto de miras, que se dio por vencido por “la razón” de una filosofía conservadora y radical, antes de seguir sus primeras convicciones políticas; ¡san se acabó! …como Jorge Castañeda o Vargas Llosa.

–¿Y tú qué sabes de política y literatura, Noel? –dijo Pruit, que pasó de la tranquilidad al desespero– si sólo repites lo poco que entiendes de lo que lees y escuchas. Te quisiste meter con la gente de Reinosa, que saben más de política que tú. Te comprometiste a exhibir al enemigo invisible y mírate, escondido desde hace una semana en esta pocilga.

–Siempre haciendo el trabajo sucio por mí; si no me amas ¿por qué siempre me salvas?

Pruit recobró la calma y sacó de su bolso el revólver. –Digamos que soy tu único ángulo para ver la vida. El problema de Íñigo es haberme conocido porque si no, probablemente seguiría viviendo muchos años como hasta ahora… –¿y cómo vive?, la interrumpió Salamanca con curiosidad–

–Escondiendo su talento detrás de una mediocridad desesperante y empalagosa por temor a ser descubierto. –¿Descubierto por quién? –Salamanca se incorporó y destapó la botella de whiskey–.

–No siempre hay un “quién”, Noel. El acto de mostrarte y que muchos ojos te miren, puede ser un episodio de terror para muchos. Lo curioso es que con las mujeres –reflexionó Pruit en tono retórico–, que sí entendemos de esto, se abre en canal y es un tipo maravilloso.

–No, no, no… ¿otra vez, Margarita? Te estás acostando con todos mis clientes y a mí ni un beso en la boca me has dado en casi diez años de trabajo en equipo.

–Para empezar él no es tu cliente, ni te conocerá. –Pero el arma es mía, reviró Salamanca, casi triunfal. –No se la venderemos –dijo ella, mientras guardaba el arma en su bolso. –El punto es que algunas veces un hombre necesita un empujoncito para decidir y actuar; muchas veces ese empujoncito se los damos las mujeres en la cama, aunque se trate de política… o precisamente porque se trata de política –sonrió Margarita, dando un alegato irrefutable para Salamanca.

–Está bien, ¿pero te aseguraste que escuchara a la señora? –Sí, Noel, nos sentamos cerca de su mesa; al tipo de Pemex le complacen todo en ese lujoso restaurante.

–Al menos Íñigo hará algo inolvidable en su vida para este país. –No quieras expiar tu culpa adjudicándole una fama que no tendrá; nunca se sabrá quién lo hizo; todo es para salvar tu pellejo –le dijo Pruit condescendiente, antes de irse.

–¡No te vayas, Margarita! –le gritó resignado, Salamanca, antes de terminar su trago con un sorbo. Se quedó pensando: a los de Reinosa les mostramos al enemigo y a éste, le entregamos al responsable; genial, genial Margarita…

No decidimos por objetivos, sino por la idea de nosotros ante su logro.

Descendió del taxi y se fue caminando con tranquilidad.

Preguntas: ¿Qué, por qué, cómo, para qué decidimos? ¿Consideramos las variables y eventos, y hacemos su cotejo? ¿Cómo elegimos el ángulo?

Respuestas: Primero elegimos el ángulo para ver la cosa, desde el lugar que nos hará repetir los escenarios que conocemos o desde el sitio que nos pondrá en donde todo puede ser nuevo. Una u otra opción dará un peso diferente a las mismas variables y eventos; incluso provocará que desaparezcan éstos y aparezcan otros. Finalmente, actuamos.

El ángulo es todo. No decidimos por objetivos, sino por la idea de nosotros ante su logro.

El 23 de abril, Íñigo se dirigió al gimnasio como todos los días. A las seis y media de la mañana trabajaba el abdomen; había terminado con el pecho.

Al cuarto para las ocho, metió las balas en el revólver y lo guardó en su gaveta. Miró en su librero los libros de Lenin, Marx, Orwell, Dumas y Maquet. Se miró en el espejo y se roció el Vetiver en el cuello. Se guiñó el ojo sonriendo. Caminó por el pasillo y se detuvo al mirar de reojo su habitación; aún permanecía el aroma de la pelirroja.

A las ocho y media entró a la oficina de su jefe y le mostró en una presentación de Power Point, la síntesis de las matrices de indicadores para resultados de las direcciones generales, que tanto le había reclamado. No lo felicitó, pero aquél se quedó sentado, satisfecho y sonriendo, mientras le decía a Íñigo: cita a los directores mañana al mediodía, en la sala de juntas. Íñigo no llegará.

Horas después, Íñigo llegó a la cita con su amante; la mujer más simpática y loca que había conocido. La admiraba por la manera en que se entregaba a sus hijos, al grado de olvidar que también era mujer. La amaba por sus manías y prejuicios, pero en especial porque hacía muchos ruidos cuando cojían.

Las circunstancias son todo, porque al cambiar se pueden activar prioridades jamás consideradas e incontrolables.

Se despidió de su amante, no sin haberla escuchado; ella tenía dolor de cabeza desde el día previo por la migraña y no llegaba bien al final de la quincena. La besó en los labios, la abrazó para decirle que estaba a su lado para todo. No se volverán a ver.

Preguntas: ¿Cuántas cosas nos importan en la vida? ¿Esas cosas que nos importan nos hacen modificar algo, nos cambian? ¿Nos importan las mismas cosas siempre, independientemente del cambio de circunstancias?

Respuestas: A lo largo de nuestra vida nos importa una o dos cosas, lo demás son permutaciones de ellas. Las cosas que nos importan no nos cambian porque siempre somos lo que podemos y, si no podemos, las volvemos crisálidas hasta que son posibles. En realidad nos importan muy pocas cosas, casi ninguna realizable.

Las circunstancias son todo, porque al cambiar se pueden activar prioridades jamás consideradas e incontrolables.

Dos semanas atrás, al asistir a una comida con un antiguo jefe, consultor de Pemex, a uno de los restaurantes más exclusivos en Santa Fe, se enteró que el 23 de ese mes, la señora Teresa Valdivia de Carmona, la septuagenaria más amada de uno de los hombres más acaudalados del país, y quizás el más poderoso, estaría en una exhibición de modas en una famosa tienda departamental, sin guaruras; travesuras de una mujer liberal adelantada a su época.

El control es todo, porque si hay un algoritmo en nuestros genes se llama así: control; no podríamos vivir sin intentar prever lo que pasará.

Dos días después, una pelirroja ojiverde, que conoció en una reunión, le entregó un revólver limpio, en una cafetería de la calle Tacuba, en el centro de la ciudad.

El siguiente sábado, fue a la Marquesa. En un lugar solitario estuvo probando el arma; jamás había disparado.

La noche del 22 de abril se rasuró, dibujó su barba y se dio una ducha con agua muy caliente, más de lo habitual. Antes de apagar la luz de la lámpara en su buró, miró a la pelirroja enredada en las sábanas y se abrió su rostro con una larga sonrisa.

Preguntas: ¿Por qué nos importan sólo una o dos cosas en la vida? ¿Por qué nos posicionamos en un ángulo para decidir antes de actuar? ¿Por qué actuamos?

Respuestas: Actuamos porque nos gusta el control, más aún cuando carecemos de poder. Nos posicionamos para sentirnos seguros o para buscar un sitio en el cual sentirnos así. Nos importa una o dos cosas porque no podemos controlar más en un mundo como este.

El control es todo, porque si hay un algoritmo en nuestros genes se llama así: control; no podríamos vivir sin intentar prever lo que pasará.

Durante el crepúsculo del 23 de abril, le disparó en el pecho a una señora cerca de los vestidores de una tienda departamental, cuando un desfile de moda estaba por concluir. No lamentó dañar a un tercero, porque su objetivo era desestabilizar emocionalmente al hombre que para él era la pieza que podría mover la política económica en este país, hacerla impredecible.

Se fue caminando despacio.

Tomó un taxi y pidió que lo llevara al paradero del metro Universidad. En el camino, se detuvieron en un alto. Íñigo creyó ver a la pelirroja caminando por el paso cebra; el taxista le chifló. Luego se carcajeó y continuó conduciendo.

El Tsuru se detuvo en las escaleras que conducen al metro, pero Íñigo le indicó que continuara hasta el Imán y que lo dejará a la altura del Tribunal.

Salió del carro, sintió la lluvia en su rostro; se fue caminando sobre la tierra húmeda; cojeaba porque en el gimnasio se había lastimado; una contractura, según el doctor.

Ese hombre poderoso le exigió un culpable al gobierno; al no ver resultados, desestabilizó al gobierno y puso de cabeza a Jalisco, una semana después. El gobierno, en respuesta, exhibió apenas la silueta de ese hombre poderoso que se había estado moviendo en las penumbras.

Noel Salamanca había fotografiado las huellas irregulares en la tierra que denunciaban el paso de un cojo, la misma noche del 23. Guardó la memoria sds junto con los vídeos del almacén, en los que sólo se observaba a un sospechoso que se alejaba cojeando.

Íñigo fue capturado en el Sector Bellas Artes en el centro de Santiago de Chile, tres semanas después. En Gobernación no hay registro de su regreso a México, pero Pruit lo dejó con la memoria sds dentro de un sobre, en el sótano de una lujosa residencia en algún lugar de Nayarit.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Relato Mientras Esperas la Consulta Médica

Si existe música ambiental en los consultorios, por qué diantres no relatos ambientales.

Le robaron el celular hace dos semanas; perdió los datos de todos sus contactos. Pronto se hizo de otro y recuperó los números telefónicos de sus familiares y amigos, salvo uno, el más importante: el de Ella. Apeló al pronombre porque olvidó cómo se llamaba. Hurgó en su memoria y, curiosamente, ninguna permutación entre consonantes y vocales lo condujo a su nombre. Desde entonces la refirió así: Ella.

El olvido se lo atribuyó a que en vísperas de la muerte de la abuela de Ella, el suyo había fallecido. Dos o tres días después del deceso, ocurrió lo del celular.

La conoció de noche en La Juárez. Fue en Happy’s Pizza; llegó con antelación. Decidió ir rápido a la famosa cafetería que está sobre Londres casi esquina con Dinamarca para verificar unos horarios, cuando de una camioneta negra, descendió una mujer que bien podría confundirse con Kate Beckinsale.

Se detuvo y no miento si digo que se quedó –iba a decir estupefacto– como estúpido a medio paso. Ella lo saludó, y la llevó a ver los horarios; lo acompañó, corroboraron juntos ciertos datos, apenas sin dejar de mirarse.

Es curioso como a veces las miradas son tan superficiales, que sólo alcanzan para hacer una pobre comparación con una bella actriz, y cómo la mirada de Ella pudo ver la tragedia y la ternura que lo llevaron a querer conocerla. La hizo reír toda la velada.

Pensó que no la volvería a ver, dado que se despidieron con un: seguimos en contacto.

Tres noches después se besaron; dos semanas después, en la tercera cita –no sé cómo describirlo, porque la descripción puede parecer burda o demasiado rebuscada–. Dejemos esta parte en pausa, y continuemos con el relato. –No, no cojieron esa vez, por si se lo imaginaron. Y es que parte de la magia de leer, consiste en que el lector pueda inventar las cosas no escritas–.

–Paréntesis indispensable: también puede ocurrir que quien me conozca, me esté imaginando como protagonista de esta narración; ¡no, señoras y señores!; estoy inventando todo esto para entretenerlos mientras pasan con el doctor.

–Porque yo, en realidad, déjenme decirles, tengo una vida bastante aburrida, timorata, leeen-taaaa… Es más, creo que he vuelto a ser virgen y estoy por descubrir mi primera erección. Lo afirmo porque recién de nuevo me empezaron a salir barros en las mejillas y me pongo nervioso con las mujeres bonitas en el trabajo.

–Continuemos–. Ella le confesó su pasado tortuoso y entendió sus lejanías. Pasaban días enteros sin que le respondiera los mensajes por el celular y luego lo hacía como si hubieran pasado segundos. Cuando digo días, me refiero a uno o dos. Luego de lo del celular, pasaron tres semanas sin noticias de Ella.

Él se encabronó porque eso ocurrió en la víspera de la cuarta cita, que sería en su casa de La Roma y no se dio o no cedió –vayan ustedes a saber–.

Él conoció a otras mujeres de las que se enamoró por una noche, con las que escuchó a Sabina y a Filio; con las que bailó pocas y se acostó muchas veces.

Al mes, más o menos, le contó todo a un amigo que ahora radica en Nueva York, éste lo contactó con un detective privado que trabajó en la PGR; el cual se encargó de averiguar el paradero de Ella.

El detective en cuestión es Noel Salamanca; lo vio una vez ya que su asistente, una tal Margarita Pruit, fue la enlace entre ambos; demasiado misterioso el tipo.

Fue devastador escuchar que Ella se suicidó.

Lo había visto en películas melancólicas; lloró frente al televisor o en la oscuridad de las salas de cine, pero enterarse de que quien lo hizo querer vivir y disfrutar la vida nuevamente, se quitó la vida, fue algo atroz que le heló el cuerpo y el pensamiento. Sintió el karma de querer creer que se quiere a alguien y desaparece para siempre, o de creer que se quiere querer a alguien… –uno se enreda al querer escribir lo que no entiende–.

En tres días, Noel Salamanca se embolsó los dos meses de nómina que Él pidió prestado al banco. Margarita Pruit sólo dijo gracias por correo electrónico.

¡Gabriela, ese es su nombre!

No, no lo recordó. Un par de días después del pago a Salamanca, Gabriela le wasapeó un: ¿nos vemos? Ayer se vieron en su departamento y llegó la cuarta cita.

Mis huellas dactilares no estarán en tus muslos,
pero los moretes rojizos en ellos probarán
que nuestro deseo fue amanuense en el desvelo.

La terquedad de mis besos contra tu resistencia
en una alcoba con la puerta abierta: Toda esa noche
dijiste me voy, antes de repetir y repetir esa canción.

No nos despertó la tenue luz tras la cortina de bambú,
sino el entumecimiento vespertino de mi animalidad;
acaso la certeza húmeda de saber que Ella eres Tú.


Como toda canción de consultorio, este relato ambiental termina sin terminar. Pase usted lectora o lector con su médico de cabecera y agradezca que no esté en las salas de los servicios públicos sanitarios, porque si no, en vez de relato requeriría una novela.

sábado, 5 de septiembre de 2015

En el Mundo de los Vanos

Cuando estuve frente a él, sin espacio, la criatura brincó sobre mí como clavadista, se estrelló con mis brazos y murió. Yo sólo los crucé para defenderme, estaba aterrado porque uno sólo antepone los brazos a la cara como último recurso, cuando todo acto, aterrado o audaz, ha sido inútil.

Todo empezó cuando Casandra me invitó a su hogar, un castillo en ruinas con muchos vanos sin puertas ni ventanas; los muros sin colores. El pasto y las plantas de lo que parecía el patio eran de un verdor tan vívido, que llamó mi atención el fuerte contraste con su casa.

Cuando Casandra habla, más que atender el futuro hay que mirar el pasado, porque los augurios que no sirven para capturar lo que pasará, están dichos o escritos para recuperar lo que pasó.

Me contó dos cosas importantes acerca del agua. Existe el agua öndertänica, que es la que alimenta a la flora y fauna de su mundo; se encuentra bajo la superficie en forma de ríos, lagos y mares. Por otra parte, el agua apõlica, que es la que cae del cielo. Ambos tipos de agua se mezclan una o dos veces cada mil años, sólo para que exista vida en el mundo de los Vanos.

Estábamos bajando por las escaleras de aquella casa gris; ella se detuvo para explicarme que ese día iba a llover, que ocurriría de un momento a otro y que debía ser parte de esa experiencia. Me señaló un cacto de cinco brazos rojos con una flor policromo en cada punta. Estaba como a 20 metros de distancia. Había otro tipo de plantas y flores que nunca había visto.

Mi cara se fue mojando de a poco. Fue muy raro porque no había nubes, únicamente un sol que no quemaba. Voltee al cielo y cerré los ojos para seguir sintiendo el calor y el agua en mi rostro. Me distrajo la voz de Casandra.

–Mira lo que les pasará a las plantas.

Ella ya no estaba conmigo, pero seguía escuchando su voz. Me decía que en el mundo de los Vanos no se debían decir cosas en las que no se creyera, que por eso sólo existían 1 mil 512 palabras útiles. Me dijo que abriera los ojos.

Observé cómo la lluvia mojaba el pasto, las plantas y las flores. Empezaron a transformarse; perdieron su color hasta adquirir un tono opaco, oscuro. Fue una mutación paulatina, en la que pronto flores y plantas adquirieron formas de cabeza con ojos saltones y negros con teces escamosas. Eran rostros que experimentaban dolor, puesto que temblaban y gesticulaban; parecía que buscaban la luz y la lluvia.

Repentinamente, ya no había flores ni plantas ni cacto, sino miles de criaturas que me parecieron monstruosas, viles y repugnantes. Voltee a la casa y vi por los muchos vanos, que en el patio trasero, había una fiesta, un gran baile de miles de personas; inmenso ese festival. Quise avisarles lo que estaba pasando, pero me pareció inútil; estaban demasiado lejos.

Giré la cabeza para ver a las criaturas que empezaron a correr con desesperación en mi dirección. Corrí hacia la casa, que ya era un laberinto, para ocultarme. Vi a una niña que estaba jugando y la tome de la mano y me la llevé para esconderla y salvarla de las criaturas. Ella parecía divertirse, pero la metí en un baúl que encontré. Yo me escondí tras una alacena, estaba espantado.

Con terror vi cómo una criatura abrió el baúl y se lanzó sobre ella. Salí corriendo de ahí, pero alcancé a ver de reojo que la niña se retorcía o temblaba en el fondo del cofre; la criatura había desaparecido y asumí que se había metido en ella.

Corrí mucho por habitaciones ignotas creyendo encontrar atajos. Me sabía perseguido y tiraba cosas sin motivo. Estaba asustado y me escondí bajo una mesa grande. Volví a escuchar a Casandra.

–Mientras te escondes espantado, los trãnsderëgos están entrando en los habitantes de este mundo. No los volveremos a ver, no habrá despedidas ni música para ellos; no harán sus maletas ni voltearán para decir adiós; nadie les tomará una foto para recordarlos en conmemoraciones o cumpleaños; no habrá postales que celebren la fortuna o la desgracia que está ocurriendo, mientras tú estás en cuclillas.

En mi mundo –le dije abyecto a Casandra–, que es afecto a la nostalgia y al éxito, la felicidad hija del pasado y la esperanza, del futuro, son conjuros contra el cambio porque, como recién dijiste, no creemos en lo que decimos, ni siquiera hemos llegado a la idea de creer en lo que haremos o pudimos hacer y, así, nos pensamos a salvo con lo que hacemos, aunque no creamos en ello.

Me erguí despojándome del miedo y con valor encaré al trãnsderëgo que me buscaba. Lo miré; no sé si él me miró porque sus ojos negros no dejaban entenderlo. Estaba como a cinco metros y se echó a correr hacia mí, como si ego fuera su destino; hice lo mismo. Fue como si la vida y la muerte tensaran una cuerda entre los dos. Él y ego fuimos dos nudos bien apretados deslizándose sobre una cuerda imaginaria.

Antes de colisionar, crucé mis brazos y el trãnsderëgo se estrelló y cayó muerto. Me sentí a salvo. Grité con todas mis fuerzas la fórmula para salvar a los habitantes de ese mundo. Al mirar el traspatio, miles de personas estaban en el suelo revolcándose como aquella niña.

–Vas a estar solo hasta que entiendas –dijo Casandra, resignada–, es decir, hasta que sepas y sientas que el miedo y el valor son las formas más sofisticadas del rechazo. Ve a tu mundo, sé ambicioso, asústate; ama y reprodúcete sobre tinta y papel; sangra y enférmate para curarte. En el mundo de los Vanos no sabemos vivir así. Me largué.

Se estima que hay cerca de 200 mil palabras en el idioma que hablo y escribo, supongamos que por los sinónimos se reducen a la mitad y con significado distinto; asumamos que entre pronombres, artículos, adverbios y adjetivos, las palabras significantes son 90 mil; no creo haber pronunciado o escrito más de dos mil. De todas las palabras que he usado, con febrilidad he de creer sólo en 100.


Hace dos décadas que estuve en el mundo de los Vanos; tengo 61 años y no hay noche austral, puerta estelar ni millones de terabytes, que me regresen a ese mundo que ya quiero olvidar.