sábado, 28 de marzo de 2009

Sines (Miscelánea Sabatina)

Pinturas: Cuántos pies tiene el gato / Luis Reynel Jiménez, Music / Juanjo Conde Fernández, Watched / José G. Tovar y Al borde / Julio Belmont.
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Sin puntos ni comas

Las más de las veces que es como decir casi nunca porque hablar de mayorías dota de autoridad al argumento pues si dijera algunas veces o pocas veces lo que fuera a decir después resultaría poco convincente ya que vivimos en una cultura de promedios y de ponderaciones y aunque ello nada tiene que ver con las mayorías o las minorías porque no estoy hablando tampoco de la moda o la mediana de algo pues resulta importante decirlo si es que al especificarlo creo que recreo una percepción acertada de lo que he querido explicar en este párrafo aunque no haya querido decir nada o algo


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Sin acentos ortográficos

Hay momentos en la vida en los que aludo a aquella frase del desaparecido A. Botafogo: cuando no te convenza alguna alternativa, no te muevas, espera a que las circunstancias evolucionen, maduren, tomen su sitio y entonces a bailar.

Y es que los acentos de cualquier clase atraen la vista del lector porque esa tilde absorbe la vileza que el lenguaje suele ocultar en las situaciones adversas; el problema, que igualmente extrae la febrilidad de lo que uno quiere expresar, y uno tiene que aludir, incluso abusar, del vocabulario. No es suficiente.


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Sin las vocales débiles

Llego tarde al Café Gante y no te veo; tal vez ya te marchaste, pero no lo creo, es menester que hablemos. Esas palabras por teléfono, ésas expresadas por vos: dolor, costumbre, la lontananza por delante. El desamor encajado en el trabajo; debo convencerte del tremendo talante con ventanas que posees.

No debes caerte por esa remembranza; mejor cae de borracha en las calles del Centro; es más sano el golpe antes de la sangre y no el precedente al del repaso.


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Sin Lucía

Ella domina el arte de la escapatoria porque cree que la libertad es una virtud que enaltece el acto de vivir, pero se le olvida, de repente o eso creo, que la vida no es un experimento, sino una experiencia. La diferencia es notable porque en el experimento se controlan los ingredientes y en la vida uno es otro ingrediente más.

Uno se detiene en la vereda, junto al arbusto que nos da sombra; huele a naranjo y nos sentimos frescos, reanimados. El viento nos trae el rumor de la ciudad con su palabrería y sus galimatías. De vez en cuando, pero sólo de vez en cuando, solemos escuchar el apelativo de esa Maga-Mujer, que si viene o se va da igual, porque el viaje fortuito de su nombre comporta su sexo y su gracia.

domingo, 22 de marzo de 2009

Dos años de Carta Abierta

Son dos años de este Blog. Antes de dar paso a los dos textos que integran este festejo, he de hacer algunos agradecimientos:

1) Hace poco más de dos años, mi primo Coltrane-Muñoz, me conminaba a poner mis escritos en algo llamado Blogspot; yo no sabía ni qué diantres era eso y sólo le decía: –Yo no voy a subir los textos hasta tener un dot com. Así que Coltrane, muchas gracias.

Poco tiempo después, descubrí el potencial de la plataforma del Blogger Team.

Sin recursos económicos, decidí entrarle a esta aventura, que me ha dotado de un mundo inimaginable, entonces. He conocido a personas las cuales me han comentado y criticado y a partir de ello, he continuado.

2) Este Blog, me permitió conocer a Agustín Aguilar y a Gerardo Aguilar, gemelos que son mis ídolos del Rock mexicano. Gerardo (NSG) desde otros lugares, como él decía, sigue leyendo CA, aunque ni cuenta me dé. Agustín, se ha convertido en el Max Frost de este redactor, y le agradezco todos sus comentarios y sugerencias y regaños y, por supuesto, su amistad.

3) Horacio, mi primo, Sandra Becerril, Coltrane Domínguez, Bohemia, Enredada, Lilith, Carlos Du y muchos más, merecen mención especial por sus constantes visitas y comentarios. El amigo de la Argentina Osvaldo Drodz, también.

4) JAPO que sin pensarlo, me ubicó desde hace meses en la encrucijada que ahora me atormenta: ¿literatura o economía, vocación o profesión?

5) Ulises que sin pensarlo ni planearlo, está en esta madrugada conmigo, justo en estos dos años de Carta Abierta. Fue él quien me enseñó el camino de ida y vuelta por la música y la literatura.

6) Y a Lucía, mi Maga, que me despertó intenciones; además de 500 millones de neuronas y algo más.

Queda sólo invitarlos a leer los dos textos de abajo. Gracias.

sábado, 21 de marzo de 2009

La Leyenda de la Sirena y el Delfín

Pinturas: Sin Título / Antonio J. Obero Domínguez, Ése alegre mar / Anamaría Aguilar Posada y Tiempo / Jhon Faltovich
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El Tiempo y la Mar se enamoraron. Él echó su simiente a la Mar y creó al delfín; ella, sólo anudó fases de sus aguas y creó a la sirena. Se pudieron dar un beso para conocerse y así se despidieron.

Fragmento dado por Abú Imram Musa ben Maimón ibn Abdalá, a la casa traductora de José Qimhí y Yehuda Ibn Tibbón, para su divulgación; nunca se publicó.

Se cuenta que hacia 1142, Maimónides fue llevado por su padre Maimum a las aguas del Mediterráneo; viaje recurrente en éste último para fomentar la reflexión. Era un día apacible; estaban a la mitad entre Levante y Europa cuando Maimónides tropezó con un guijarro y cayó al mar.

Maimum advertido por los cielos y sus creencias, lo dejó al amparo de sus posibilidades. El mar, con su superficie titilante, se tragó a Maimónides que desesperado, movía brazos y piernas; desesperación que pronto se tornó en angustia; ésta, que también contaminó a su padre que inmanente observó una mancha que se perdía en el fondo del mar.

En el último momento, Maimónides dejó de moverse y redujo la velocidad de su descenso; pensó, si es que se le puede llamar pensamiento a lo que la mente y el corazón fraguan en esos momentos en los que se decide hacer o dejar de hacer, que el cambio de ambiente, requiere una modificación de comportamiento. Sólo atinó a abrir los ojos y vio.

Un delfín surcando la trémula densidad del mar, éste que no es mar allá adentro, sino otro mundo, otra forma de ser. Otra visión si uno se deja mojar, pero tampoco es mojar porque ello supone una naturaleza ajena. Maimónides sin pensarlo o sin sentirlo, se dejó existir acuático.

El delfín iba de un lado para otro, juagaba con piedras, perseguía corrientes submarinas o simplemente intentaba alcanzar sus aletas. Maimónides pensó que el animal estaba contento. Observó que el cetáceo se fue para arriba y salió de ese mundo; instantes después, regresó con mayor vitalidad a seguir con sus faenas.

Después de unos segundos, observó a un ser mitad mujer y mitad pez. Al principio no la había percibido. Es curioso como nuestro cerebro que, desde el punto de vista práctico, no es más que otro músculo y no está preparado para la maravilla, lo extraordinario. Percibimos: vemos, sentimos, olemos o escuchamos algo, pero algo que carece de referentes. No se me ocurre otra forma de expresar lo que sintió Maimónides al ver a esa sirena que para él no era una sirena sino un ser mitad mujer y mitad pez.

La sirena, según Maimónides, parecía divertirse con los movimientos del delfín, pero no los entendía. Por la atención que la sirena le ponía al delfín, sintió que ella estaba interesada en las evoluciones del mamífero.

Fue entonces que el delfín la miró y se quedó flotando muy cerca de Maimónides. Fue como observar dos mundos que se encuentran. Desde su visión, el delfín miró por vez primera a la magia; y la sirena, a la imaginación. Oriente y Occidente, y al revés, en una mirada. Maimónides no refiere si se trató de amor; éste es un atributo que se tiene y se concede. El delfín pareció haber quedado maravillado, por la descripción que hace el testigo, pero no se puede amar lo que nunca se ha visto o sentido, ya ni menciono sin haber entendido. Con la sirena ocurrió algo similar, porque parecía que nunca había visto con anterioridad a un delfín.

Entonces, mejor no hablar de amor, pero sí del caminó más directo a él: la maravilla.

El delfín se acercó a la sirena; ésta, retrocedió en una franca actitud defensiva. Se quedaron frente a frente, observándose cuidadosamente. Él practicaba sensaciones y emociones que ni la arena, ni las algas, ni las piedras le habían podido despertar. La pensaba y la miraba. Maimónides se imagino que no pensaba en ella precisamente, sino de dónde venía o por qué existía alguien que nunca había imaginado.

En cambio, la sirena, experimentaría la situación de otro modo. Acostumbrada a lo mágico y extraordinario, poco atractivo le parecería un ser como el delfín, gris de color; simple, un ser simple, elemental. Pero no dejaba de mirarlo, quizás sabía que la magia más pura y maravillosa, siempre estaba escondida en el sitio más esencial.

El delfín quiso tocar a la sirena con su hocico pero ella respondió con un golpe que ladeó la cabeza del cetáceo; éste aprovechó ese movimiento para responder el ataque con un aletazo que impactó en la cara de la sirena.

Maimónides flotaba y los miró lastimarse repetidamente; no se alejaban, ahí permanecieron, uno al alcance del otro, aunque fuera sólo para agredirse. Quiso intervenir, pero no se movió, recordó su transmutación.

Hubo un momento en que ambos olvidaron quién dio el primero y el último golpe; igualmente estaban agobiados y lesionados. Maimónides creyó que lo que más les dolió fue haber golpeado al otro. Al delfín le dolían las heridas que le había infligido a la sirena; a ella, mirar la otrora impoluta piel del delfín, ahora magullada.

Todavía no había amor, sino que más bien les dolía haber perdido la maravilla, por lo menos en la forma en que la habían empezado a percibir. Otra vez, estaban mirándose frente a frente; cansados poetas sobre las arenas de un Coliseo.

El delfín miró un alga llevada por una corriente y se fue tras ella, la persiguió y la alcanzó y la mordió. Empezó nuevamente a jugar con cuanta cosa encontraba, pero no se alejaba mucho de la sirena. Era como si la considerara su espectadora, jugaba para ella o eso parecía porque de vez en cuando se detenía a mirarla. No lograba adivinar más allá que la figura de la sirena; aún no lograba entenderla.

Ella, por el contrario, había captado, o eso parecía, que al delfín le gustaban los objetos, así que con su magia empezó a aparecer piedras, algas, conchas, entre otros objetos que Maimónides no logró ubicar, según su narración.

El delfín, infirió que ella tenía estrecha relación con la aparición de tanto objeto diferente; él, conocedor del mar, sabía perfectamente que esa variedad no era natural.

Y así pasaron los años, hasta que un día, accidentalmente se tocaron nuevamente y no se agredieron; en vez de adoptar una actitud ofensiva ambos amagaron una posición de defensa, de la que desistieron inmediatamente. Se quedaron estupefactos y se volvieron a tocar, pero ahora deliberadamente. Y se tocaron, y se tocaron y empezaron a nadar, que es la forma de bailar dentro del agua. Pronto se empezaron a acariciar.

Pasaron algunas décadas y en medio de un carnaval de objetos que hoy en día no existen, el delfín se detuvo y miró a la sirena. La observó pausadamente; instantes después su cabeza se fue a pique hacia el fondo del Mediterráneo. La sirena lo siguió unos momentos con la mirada, luego, le dio alcance antes de tocar la arena; logró disminuir la severidad del impacto.

Sobre la arena, en el fondo del mar, el delfín sólo movía incoherentemente sus aletas. La sirena inventaba cientos de objetos fulgurantes, increíbles, inimaginables; quería verlo jugar, y fue cuando sintió que lo quería y entonces entendió que eran diferentes, y que el delfín se estaba muriendo. Lo estaba perdiendo y no podía hacer nada; su magia no la podía ayudar. Sintió un vacío tan profundo que sus lágrimas las sintió sobre sus mejillas. Sí, ahí, en ese medio acuático, sus lágrimas le mojaron la piel.

Ahí estaba el delfín muriéndose, reafirmando esa rotura de tiempo que supone la mortalidad. La sirena a su vez, con ese orden recién creado por el sentido de la pérdida, confirmaba que su eternidad no era más que la suma de las miradas que le brindó el delfín.
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Maimónides salió a la superficie del Mediterráneo, se exprimió las barbas; recordó aquel evento de su infancia. Extrañó a su padre por unos momentos, miró al sur y al norte y pensó, simplemente imaginó la magia del sincretismo.

En la Mente del Mensajero

Pinturas: Amor sin barreras / José Manuel Mateo Grau y La condena / Marcos Rey.
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1º de enero de 1959. Primer discurso del Comandante Fidel Castro en Santiago de Cuba.

Santiagueros; compatriotas de toda Cuba: Al fin hemos llegado a Santiago… Duro y largo ha sido el camino, pero hemos llegado…

Casi toda la gente aplaudía y gritaba. Un hombre se abría paso entre la multitud y estaba contento, pero preocupado, si es que la preocupación es un afán demediado e inacabado. Como una hebra de estambre cruzó toda la informidad hasta quedarse cerca de una bocina, como si intentara ahogar sus pensamientos con la voz del Comandante.

Los malos entendidos dieron su suerte a la Biblioteca de Alejandría, a Héctor ante Aquiles y a Artemio Siqueiros, la suya, en la ciudad de Santiago de Cuba. Claro, los malentendidos pueden ser deliberados, pináculo de la confabulación o simplemente eso, malos entendidos.

Artemio pensaba: ¿Qué es un fusil?, sino la extensión de un brazo; ¿qué es una bala?, sino la prontitud de un puño. En todo caso ¿qué era una canción en Cuba en 1959?, sino la búsqueda de la libertad y el amor, aunque a veces no coincidieran.

–Claro Comandante, llevaré su mensaje a Santiago; en persona se lo diré al General Cantillo–.

–Es un mensaje de la Revolución y no mío, recuérdalo bien Artemio–.

Y se fue Artemio para Santiago, y se fue cantando aquélla de Carlos Puebla “…Escúchame una vez, sólo quiero hablar contigo, quiero que me atiendas, aclarar las cosas y dejarlas como son…”

Fenecía la Cuba en donde Siqueiros se ganaba la vida en un casino-burdel, cuidando a la puta de Oswald Sanders, dueño del negocio.

Artemio se debatía entre el estilo de vida al que pudo aspirar al lado de Sanders y el que se le avecinaba con el inminente triunfo revolucionario. Dinero o libertad, él o todos. No todo es blanco y negro cuando a la postre se observan y se juzgan los hechos, pero cuando se tienen en frente, todo es dicotómico y la síntesis sólo es una ocurrencia que degrada los argumentos.

En un momento, se le ocurrió que todo malentendido podría ser expiado, pero se sentía culpable, ni siquiera responsable; sólo y solo atrozmente culpable. Y aunque su acto no modificó la historia de Cuba, sí cambió la suya.

Se le descartaban las posibilidades como en los juegos de baraja que observaba durante las noches, mientras Soraya estaba trabajando. No era cuestión de tumbar la Revolución o dejarla ser; no estaba en sus manos. La Revolución era y es una necesidad humana para reinventarse cuando los ideales dejan de corresponderse con el desarrollo humano.

Es curioso el camino de las ideas, figuras etéreas que en el movimiento de su realización concreta se desvirtúan invariablemente. Es como si las personas estuviéramos incapacitados para lograr ideales.

El ideal de Siqueiros ya se había desvanecido. No habría futuro como el segundo de Sanders, pero tampoco le satisfacía la incertidumbre que venía con el Comandante. Pero eso no era el motivo de su aflicción; en realidad, Artemio estaba angustiado porque Sanders partiría para Estados Unidos y se llevaría a Soraya; y él estaba enamorado de ella.

Por eso, durante todo el camino, tarareó aquella canción de Carlos Puebla: “…Escúchame una vez, sólo quiero hablar contigo, quiero que me atiendas, aclarar las cosas y dejarlas como son…”.

¿Irse o quedarse? Igualmente Soraya no le correspondería, a lo mucho seguirían manteniendo su amor de polizón; incluso en Estados Unidos, donde que todo era posible.

Discurso:

… Ocurrió entonces una cosa muy curiosa. Además de la nota, que era muy breve, le mando a decir al jefe de la Plaza de Santiago de Cuba con el portador de la misma, que si las hostilidades se rompían porque los acuerdos no se cumplían y nos veíamos obligados a atacar la Plaza de Santiago de Cuba, entonces no habría otra solución que la rendición de la Plaza, que exigiríamos la rendición de la Plaza si las hostilidades se rompían y el ataque se iniciaba por nuestra parte…

Sintió una daga en su mente, que el Comandante lo miraba y lo acusaba. No se pronunció su nombre, pero se sintió solo en la Plaza. Esa terrible soledad de no estar solo y sentirse así. La pasión y el tumulto eran sucesos lejanos, como cuadros de película muda. Artemio Siqueiros era parte de la Revolución pero no se sentía así; no gritaba, no vitoreaba, no aplaudía.

Discurso:

Pero ocurrió que el portador de la nota no interpreta correctamente mis palabras y le dice al Coronel Rego Rubido que yo decía que exigía la rendición de la plaza como condición para cualquier acuerdo. Él no dijo lo que yo le había afirmado, que si iniciaba el ataque; pero no que le había puesto al General Cantillo como condición que se rindiera la Plaza.

Cuando Artemio escuchó esa parte del discurso, se sintió como un traidor. La traición, una de las infamias que sí suele ser visitada por alguna virtud, pero al fin y al cabo una infamia. Pero él no había traicionado a nadie, sólo fue un malentendido.

Sin embargo, cuando uno empieza a sentirse traidor, ya no hay marcha atrás, ni las razones ni la distancia funcionan como paliativos. A uno se le cae el alma y el arrepentimiento es un Palinuro que no acepta monedas.

Artemio, mientras caminaba por Santiago de Cuba, a unos minutos de su encuentro con el General Cantillo, siguió las órdenes del Comandante. Pero su vacilante mente tenía otros planes. Cuando el amor y los ideales asumen caminos distintos frente a la bifurcación, el inconsciente nos lleva por el atajo del desencuentro.

Y es así que Artemio Siqueiros le dijo, ni siquiera al General Cantillo, sino al Coronel Rego Rubido:

–El Comandante exige la rendición, a toda costa.

Soraya estaría pisando suelo continental, la Revolución triunfando por todos lados y Artemio, un simple hombre que no fue nombrado por el Comandante en el primer discurso que dio en Santiago de Cuba, vio su vida en dos Cubas distintas y distantes.

Murió el pasado 23 de enero, en Miami; solo con una foto de una vedette en la mano y en el reproductor, un disco de Carlos Puebla; muy escueta la nota del New Herald Miami.

Secreto

Eres mi secreto, la sirena en el Mediterráneo, el malentendido escuchado por su ejecutor, el punto que no es final.

Eres mi secreto porque a nadie te cuento, aunque hable de vos, aunque mi voz sea una colección de ropas para vestir tu recuerdo.

Eres mi secreto, el de mis dedos acariciando tu hombro y el dorso de tu mano; secreto porque sólo divulgo el acto y no la intención.

Eres mi secreto porque nadie te vio con tu nariz de Rodolfo en el circo, ni contenta como una escolar mirando a los trapecistas.

Eres mi secreto porque no termino de narrar lo que hay detrás del velo pueril de tu mirada en las noches al sur de la ciudad.

Eres mi secreto, ya que te escondí bajo ese paraguas que fue nuestro cielo carmesí por unas calles que nadie sabe.

Eres mi secreto cuando juego con el miedo y la locura a las escondidillas, y los tres hacemos trampa porque no contamos hasta diez.

Secreto eres de mí en esta madrugada que se acaba nuevamente sin vos.

martes, 10 de marzo de 2009

Tobogán Nocturno

El cansancio como tobogán de mis párpados:

No quiero hablar de vos, quiero verte; quiero ver que caminas hacia mí con tu bolso marrón, con la broma impaciente que tu boca no sabe contener, con alguno de esos largos vestidos que no hacen más que prolongar la develación de la ópera prima de mi quiromancia entre tus muslos.

No quiero hablar de vos, quiero pensarte en silencio, si es que se le puede llamar así a la calma que harta a esta habitación poblada de aparatos, papeles, muebles, cables y libros; que no hacen más que preguntarme cómo sos, porque has de saber que no guardo ni una foto tuya.

No quiero hablar de vos, quiero escucharte decir una de tus tantas frases acompañadas de esas gesticulaciones que ni Marceau ni Groucho, lograron; y luego esos aspavientos corporales que reconfiguran tu estética silueta para transformarla en un carnaval de oxímoros.

No quiero hablar de vos, quiero tocarte con el pretexto de cruzar la calle, de que hace frío, de hacerte voltear a ver a ese lado, de detenerte a mirar aquel libro olvidado. Que no medie ni Carta Abierta ni Rayuela ni el msn ni el móvil ni la espera ni la calle; que sólo medie un tímido viento a contrapunto.

Los párpados como tobogán de mi cansancio:

Quiero hablar de vos para poder decir que eres Lucía y no la Maga ni Auxilio Lacouture, porque ellas inventaron a Cortázar y a Bolaño, para que vos inventes a Castillo.

Quiero hablar de vos para que los cientos de Woody Allens que me cargo sin querer, te arranquen esas risas que sueles ahogar para no carcajearte.

Quiero hablar de vos para ver si así logro cazar tu nombre escurridizo que por el pasillo anda dando vueltas: travieso, incansable, etéreo. Sentado acá, volteo a verlo y desde la puerta me mira azuzón y en suspenso.

Quiero hablar de vos para ver si de esa forma saco a mi vocabulario e imaginación del hospital; siguen en terapia intensiva; a ambos ya los han desfibrilado pero solicitan el diccionario y el mundo que encuentran en vos.