lunes, 15 de septiembre de 2008

Del Sentido Común

Primera Parte

La intención de esta primera entrega es reivindicar la importancia que tiene el Sentido común en nuestras vidas; no sólo en las interacciones familiares, fraternales y/o profesionales, sino también en el terreno del conocimiento y su constante expansión. En la Segunda Parte (28 de septiembre), se pondrá énfasis en las áreas de las Ciencias factuales y el Derecho. Particularmente porque en estas dos ramas del conocimiento humano, a diferencia de otras como la Política, la Sociología o la Economía, la trascendencia del Sentido común no es tan nítida o es común no darle la jerarquía que merece.

Antes de entrar en materia, es conveniente exponer una definición general del Sentido común:

“…un saber muy elaborado, que inconscientemente utiliza representaciones complejas, de origen histórico y social y expresadas por el lenguaje; la experiencia empírica, el sentido común del hombre de la calle persuadido de no tener ninguna idea preconcebida, arrastra de hecho, inconscientemente un bagaje conceptual que tiene una larga historia detrás de él, producto de la educación, del ambiente social, etc. La psicología moderna ha demostrado claramente la inanidad mítica del hecho puro; el hombre más primitivo juzga cualquier acontecimiento, cualquier ser, en función de un mundo de representaciones, sin hablar de los arquetipos inconscientes que de vez en cuando pueden aflorar a la conciencia.” (Wikipedia)

Empezaremos por decir que el Sentido común nos facilita la vida porque muchas veces sin agotar un tema, una discusión o un debate, y por medio de su posposición o reubicación en un terreno “neutro”, respecto a lo que se trate, suele aparentar que lo resuelve en tanto se dan las condiciones necesarias para una real solución, si es que existe tal cosa. Esta es una virtud inigualable del Sentido común y, sin embargo, tan poco percibida.

Tendríamos que insistir en que el Sentido común, al igual que todas las representaciones intelectuales que elaboran las personas, no es una entelequia estática, sino que al depender de la experiencia de uno y/o varios individuos, el acervo de configuraciones del mundo que los rodea va cambiando y se va enriqueciendo al ritmo de cada persona o grupo. El elemento dinámico de este Sentido le es imprescindible.

También es menester advertir que el Sentido común al estar, en parte, nutrido por el cúmulo de experiencias individuales y sociales, diferirá no sólo en tiempo y espacio, sino también entre individuos (subgrupos sociales) de una misma sociedad. Esto no es un dique insalvable dado que no es exactamente una comparación entre cúmulos de conocimiento o de experiencias, sino una comparación entre la representación de elementos comunes en el individuo o entre individuos.

Ejemplo 1

Cuando Celedonio Martínez, campesino del Municipio de Cuahuistla, Cuautla, Morelos, en compañía de su bisnieto, meteorólogo egresado de la universidad, observaron el cielo y distinguieron con calma que se nublaba rápidamente, ambos concluyeron que pronto podría empezar a llover y decidieron retirarse a la casa del primero para seguir la plática y tal vez ver caer la lluvia.

El señor Martínez sin conocimientos científicos o académicos, sabe por experiencia que después de que se nubla el cielo, por lo general empieza a llover; su bisnieto, está perfectamente enterado de que el choque entre nubes con diferente carga de energía provoca una serie de reacciones físico-químicas que originan la lluvia. Probablemente cuando lleguen a casa, el bisnieto esté ansioso por explicarle al señor Martínez la naturaleza y complejidad de circunstancias que están alrededor del fenómeno de la lluvia; pero puede ocurrir que a su bisabuelo sólo le interese no mojarse.

Pero alejándonos de los motivos de cada uno, apreciemos que la conclusión de ambos fue la misma: prevenir una ensopada, es decir, al margen de la profundidad de conocimientos acumulados sobre el mismo fenómeno, ambos coincidieron.

Ahora bien, pongamos por caso que fue el bisabuelo el que propuso que se marcharan y que, por la mente de su bisnieto pasara la idea de haber apreciado a dos nubes que por su apariencia no provocarían lluvia por tener cargas de energía iguales, pero que por su extensión y densidad aparentaron lo contrario. Pudo haber ocurrido que decidiera no explicarle a su bisabuelo las probabilidades que en su mente se barajaron, y decidiera respaldar la propuesta del viejo Celedonio.

En ambos casos, el Sentido común apareció; en primer lugar, el del bisabuelo por su experiencia al observar el cielo; en segundo, el del bisnieto al saber por conocimiento del clima, que era una posibilidad real que lloviera; en tercer lugar, porque no había necesidad, por parte del bisnieto, de forzar una explicación científica en ese lugar, ya que podría hacerlo en la casa, al amparo de la tranquilidad de su bisabuelo.

Este breve episodio sirvió para exponer que el Sentido común no depende, por completo, del conocimiento compartido entre dos personas, y sin embargo nos revela un factor no contemplado hasta ahora, Serendipia: que este Sentido está estrechamente relacionado con el sentimiento de seguridad de las personas.

El Sentido común se manifiesta deforma distinta cuando un cúmulo de experiencias está enriquecido por conocimientos homogéneos entre dos individuos.

Ejemplo 2

Hace algunos años, en el restaurante Madero, en el Kilómetro 0 de la Ciudad de México, llegaron a comer dos economistas, amiguísimos de toda la vida, pero con una distinta formación académico-ideológica.

Después de comer, uno de ellos comentó que era correcta la decisión del Gobierno de buscar el crecimiento a partir de la inversión privada y todas las desregulaciones que ello implicaba; el otro, argumentó que lo sano para la economía sería que aquél asumiera las inversiones para que el Estado mantuviera la rectoría económica del país. El uno aseveró que tarde o temprano dicha rectoría se vería debilitada por el déficit fiscal que ello acarrearía, ya que la recaudación fiscal es precaria. El otro arguyó que una reforma fiscal sería procedente para reducir la elusión y la evasión fiscales...

Total, que después de tomar la copa, seguían con la discusión. Ninguno había logrado convencer a su interlocutor, si es que abrigaban esa convicción, aunque lo dudo porque como les comentaba, tenían años de conocerse.

Se retiraron a sus casas, con la intención de volver a reunirse. Estos economistas seguirán discutiendo durante toda su vida.

Es curiosa la manera en que el Sentido común se manifestó en este caso. Después de la argumentación del uno, el otro respondía concediéndole a su interlocutor una porción de razón, y la utilizaba para retroalimentar su refutación.

Hay aspectos finos de la economía que les son propios a las diversas corrientes, es decir, que existen al margen de cualquier interpretación tales como la inversión, la inflación, el crecimiento económico, etcétera, son fenómenos que suceden y punto; ya depende del tipo de enfoque, desarrollar la causalidad de cada uno de los sucesos mencionados.

Ambos economistas pisan el mismo piso conceptual (que no el mismo piso causal), pero tenían que permitir que su escucha diera un paso argumentativo para evidenciar que pudo haber dado otro con mejores resultados. Aquí el Sentido común sirvió como catalizador de la charla, y en última instancia como el engarce que aseguraría un próximo encuentro. Este tipo de discrepancias llevadas al extremo son capaces de distanciar a cualquier tipo de personas.

La convivencia humana ya sea fraternal, familiar o amorosa, es un sistema intelectual, pero no otro más, creo que es, por excelencia, el sistema propio del Sentido común.

Ya había mencionado que este Sentido está estrechamente relacionado con el sentimiento de seguridad, y qué mayor instancia que la familia, los amigos o nuestra pareja para sentirnos así.

En el primer ejemplo, fue la procuración de la seguridad del bisabuelo para que no se mojaran; la del bisnieto, la de evitar, no obstante la explicación de sus razones al bisabuelo, el sentimiento de inseguridad de éste.

El segundo caso versó sobre la seguridad, no la de tener la razón, sino de no llegar a la crispación con un amigo del alma.

Aunque sólo se trata de dos ejemplos arbitrarios elegidos por este redactor, que a lo mejor al elegirlos no tuvo el Sentido común para asegurarle al lector una buena ejemplificación.

Antes de concluir esta primera entrega, el redactor se atreve, de manera temeraria, a establecer una primera delimitación de Sentido común: es un sistema de seguridad. Fuera de esa definición, me atrevo a sugerir que dicho Sentido guarda una estrecha relación con el instinto animal, acaso su forma más elaborada.

Este Sentido está inmerso en todas las áreas del aprendizaje y conocimiento humanos, y es corresponsable directo de la trascendencia armoniosa de cualquier sistema intelectual. Por este último entiendo un conjunto de pasos ordenados y consecutivos que tienen como finalidad delimitar una faceta individual o social en un momento y lugar determinados.

Hasta acá, hemos observado con diferente detalle dos grados de intensidad de este Sentido; ahora es momento de verificar su validez y alcance en otros sistemas intelectuales: las Ciencias factuales y el Derecho.

martes, 9 de septiembre de 2008

Bitácora de un Asesino Serial

I
.
–… Che, andate a vivir a otro lado, mientras se enfría el asunto. Te enciendo el cigarro, dale.

–¿Por qué no me arrestas, Walace?

–Pará, la amistad es la sangre… no sos peor que los demás; solamente que no tenés guita. Vete a vivir a otro lado, al sur de la ciudad, lejos.

–Sabes que lo voy a seguir haciendo.


II

La mañana del 23 de abril, me habló por teléfono un amigo de la Prepa al que no veía desde hacía años. Me citó en el VIPS de Vallejo y Cuitláhuac. Lo noté algo nervioso. Cuando alguien es tu mejor amigo, a pesar de tantos años sin verlo, logras discernir su estado de ánimo aunque su voz te llegue por teléfono.

Llegué, él ya estaba ahí, sentado sorbiendo una cerveza.

–¿Qué onda Walace, qué milagro?, tantos años sin verte. –No pude evitar que mi alegría encallará en una sonrisa–. Fiel a las costumbres de su lejana Argentina, me besó la mejilla.

–Mesera, tráigame un tequila, por favor.

Pasamos unos minutos recordando nuestra juventud. Preguntamos y respondimos las cosas suficientes para saber que nada había cambiado, pero que todo era diferente; lo necesario para no saber más, acaso para no seguir siendo los mejores amigos.

Me extendió una libreta Escribe, tipo francés, vieja y casi desempastada. La hojee un poco.

–¿Qué es esto, Walace?

–Mirá la última página escrita–. Amagué con sacar un cigarrillo del saco, pero la mirada sigilosa de la mesera, me recordó que no se podía; desistí.

“Juan Manuel Castellanos, 30 años. Viudo. Gusta de buscar problemas en su entorno laboral. Alejado de su familia desde hace años, debido a un fraude cometido contra su abuelo. Hombre de rutinas fijas, incluso para sus antros preferidos: sitios de Jazz…”

Me quedé boquiabierto. Era una nítida descripción de mi vida. La gente puede desconocer todos los detalles nítidos que nos dotan de identidad, pero basta con que describan algunas líneas generales de nuestras costumbres, para sentir profanada nuestra intimidad.

Walace me miraba fijamente, como si supiera algo más. No me entretuve más en esa hoja que empecé a negar y, empecé a hojear la libreta desde el principio. Me di cuenta que era una especie de bitácora, un archivo de nombres de personas, hombres y mujeres; cada una ocupaba un espacio de tres hojas, todas escritas a doble renglón, lo que facilitaba su lectura.

–Castellanos, fijate, esa libreta es el único documento que dejó un asesino en serie en un casillero en la Central de Autobuses del Norte, no sabemos quién. Ahí vienen descritos todos los asesinatos que cometió. No hay rastros dactilares ni genómicos; ningún dato para deducir o inferir sospechosos; un boludo bastante inteligente.

–Sistemático –quise sugerir, pero lo dije con tono correctivo–.

–Hemos encontrado todos los cuerpos en los sitios indicados al final de cada expediente, si es que se lo puede llamar así a cada uno. Sólo faltó el tuyo. No sabemos dónde pueda estar, quizás es aquel tipo de barba que no deja de observarnos.

Debo confesar que al voltear a ver a esa persona, empecé a sentirme amenazado. Saber que alguien está en la penumbra registrando tus actos y reacciones, es una sensación horrorosa, intolerable. Recordé la diferencia entre terror y horror; el primero es causado siempre por algo antropomorfo, por lo menos que tenga alguna conexión con los entes conocidos; el segundo, es consecuencia de algo amorfo, inhumano, una mera abstracción como la oscuridad, la soledad, algún ruido, vaya, el miedo al miedo es un horror.

–Pará un poco, no te asustes, me gustaría que me dijeses,… que me describieras, si es que lo has notado, a personas que te hayan hecho sospechar algo o sentirte observado.

–No, para nada. –Entonces ya me sentía incómodo por la mirada de Walace. ¿Me estará interrogando o me estará avisando?, pensé–.

Tal vez él era el asesino y estaba ahí para matarme, para terminar de escribir los párrafos que le faltaban. Quizás esa era mi última noche. Qué diferencia podría haber en nuestras acciones si supiéramos que hoy es nuestro último día. Supongo que abundarían los arrepentimientos. Todos sabemos que nos vamos a morir, sólo que constantemente estamos posponiendo esa reflexión; sin embargo, no hay día que no sea susceptible de ser el último.

A lo mejor él pensaba que yo era el asesino, y sólo estaba tratando de que yo confesara. A lo mejor varios judiciales aguardaban afuera para arrestarme al salir.

Mientras fraguaba estas divagaciones, Walace se levantó y fue al baño.

–Che, pedime otra cervecita.

–Abrí la libreta, y fiel a mi costumbre, empecé a buscar los errores ortográficos y sintácticos. Me detuve al leer el nombre de Daniel Esteban Álvarez Trejo de Hernán. Qué apellido tan raro y largo –pensé–. Noté que al principio, sobre la primera letra, estaban dos rayitas, más bien como dos letras “L” recostadas. Recordé que algunos alquimistas solían resguardar sus investigaciones al escribir sus textos en clave, por ejemplo, si había tres puntos sobre la letra inicial de un párrafo, significaba que había que leer solamente cada tres líneas; dos rayas, que se debía leer un párrafo sí y otro no. Esta persona escribió sobre la primera letra del expediente de cada víctima, dos rayas.

–Walace, ¿ya te fijaste en este detalle? –Le explique como si se tratara de la prueba con la cual convencería a mi amigo que desistiera de creerme culpable o sospechoso.

–¿Pero que decís, che; ahora sos un Champollion?–

–No, mira cómo la lectura cobra otra dimensión cuando lees saltándote los pares–.

–Cierto, Castellanos, no lo habíamos notado; pero qué pelotudos que somos, nos hace falta un Grissom en el Departamento –soltó una carcajada–. Y mirá, –continuó– ahora la descripción de las rutinas de las víctimas es más sensata. Es que nos habíamos avocado exclusivamente a revisar los párrafos donde vienen los paraderos de los cuerpos que están escritos sin tanto alarde.

–Ya extrañaba ese acento sudamericano, le dije mientras pedíamos la tercera ronda. Fue entonces cuando caí en la cuenta que los breves párrafos de mi rutina, no habían sido escritos con el mismo método. Omití el comentario y sentí nauseas y me acordé de Antoine Roquentin.

Supe que el señalamiento que le hice a Walace, me ponía en una posición de: “¿y cómo es que este pibe sabe esto?


III

–Te acompaño a tu patrulla.

–Pero qué decís, si no soy un gris cualquiera, soy un agente judicial, dijo con la cabeza levemente inclinada, mientras miraba con orgullo hacia el cielo negro y claro de abril. –Yo traté de contener la risa ante tal pose–.

–¿Quieres un cigarro, Walace?

–Claro… siempre has tenido una caligrafía muy fea, Castellanos...